Sobre el sentimiento de reinicio de la historia

Sobre Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler, de Roger Griffin

No todas las variedades de modernismo son socialistas; las hay fascistas, anarquistas, espiritualistas, eugenésicas, de regeneración del espíritu por la salud física, del culto al cuerpo, a la danza, a la naturaleza, al primitivismo, a la tecnología, a las drogas, a la velocidad o varias combinaciones de todo eso.

Alessandro Bruschetti, «Síntesis fascista».

Preocupados como estamos por el rumbo político y la violencia cotidiana del país y el mundo, dejamos pasar noticias que ayudan a comprender el mundo en que vivimos. Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler, de Roger Griffin (Madrid: Akal, 2010; ed. inglesa 2007) estudia los impulsos psicológicos y las configuraciones ideológicas de las visiones de decadencia y corrupción de las sociedades y el imperativo de renovarlas o de “reiniciar la historia”. Visiones afines a regímenes políticos proclives a “regenerar” la sociedad, los cuales terminan invariablemente en catástrofes mayúsculas.

El tema principal del libro es la génesis y la interrelación de la gran diversidad de ideas e iniciativas modernistas o de regeneración cultural, social, económica, política, corporal y espiritual que proliferaron en las sociedades europeas y europeizadas desde la segunda mitad del siglo XIX hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en las tres primeras décadas del siglo XX. Su objetivo específico es identificar un común denominador de los modernismos de izquierda y derecha, estéticos y políticos.

¿Modernismos de derecha? ¡Cómo! ¿Acaso el modernismo no es de izquierda y estético puramente? No, responde Griffin, y pasa revista a muchos movimientos, artistas e intelectuales modernistas que asumieron posiciones políticas de derecha, cuyos nombres son muy conocidos y forman parte del canon cultural contemporáneo, mientras sus posiciones políticas habían sido apenas consideradas anomalías sin mayor explicación.

El modernismo estético y político es el intento de hallar un sentido de valor, significado o propósito trascendente para la vida frente a la pérdida del sistema homogéneo de valores y el descrédito de la cosmología dominante de la cultura occidental.

Haber encarado este tema espinoso con rigor intelectual es uno de los méritos del libro. No es que Griffin sea el primero en tratarlo. Varios antropólogos, sociólogos y críticos de la cultura han estudiado aspectos de él, pero Griffin reúne todo ese conocimiento, lo sistematiza y lo engloba bajo el siguiente denominador común: el modernismo estético y político es el intento de hallar un sentido de valor, significado o propósito trascendente para la vida frente a la pérdida del sistema homogéneo de valores y el descrédito de la cosmología dominante de la cultura occidental a causa de las fuerzas secularizadoras y destructivas del cambio económico y social constante desde fines del siglo XVIII y con más fuerza desde la segunda mitad del XIX.

El modernismo —incluyendo al de derecha— no es reaccionario, pues no propugna una vuelta al pasado —aunque recupere elementos de él—, sino que ve al futuro en busca de una modernización alternativa a la capitalista, la cual reduce el valor del ser humano a unidades contables. No todas las variedades de modernismo son socialistas; las hay fascistas, anarquistas, espiritualistas, eugenésicas, de regeneración del espíritu por la salud física, del culto al cuerpo, a la danza, a la naturaleza, al primitivismo, a la tecnología, a las drogas, a la velocidad o varias combinaciones de todo eso. La investigación de Griffin es exhaustiva en este sentido y puede leerse también como una enciclopedia del tema.

El fascismo italiano y el nazismo alemán son modernistas porque reaccionan contra la decadencia y la corrupción de la sociedad, emprenden su “regeneración” a partir de mitos nacionales o raciales, expurgan a los elementos considerados nocivos, buscan crear un nuevo cielo protector o cosmogonía que dé sentido a la existencia y desatan una dinámica de modernización a costa de enemigos identificados, todo ello bajo la creencia de estar reiniciando la historia, resultando a fin de cuentas mucho más destructivos que el mundo que se proponen regenerar.

El enfoque de Griffin es multidisciplinario pero destaca su uso de la información antropológica y sociológica sobre la experiencia de ruptura entre momentos de la existencia humana, sensación relacionada con la forma de experimentar el tiempo, la cual ha acompañado al hombre desde las épocas más remotas, mitificada en los ritos de paso estudiados por la antropología.

El pathos de ruptura y renovación, dice Griffin, se radicaliza en la época moderna debido a los sucesivos estragos causados por la modernización en las formas de vida tradicional de personas y comunidades. La modernidad fragmentó la relativa cohesión del mundo anterior e hizo trizas la creencia ingenua pero poderosa en la existencia de un orden metafísico superior. Las comunidades unidas y orgánicas fueron desplazadas por sociedades individualizadas, calculadoras y egoístas.

Este proceso da lugar a un aumento de la reflexividad histórica: la historia deja de ser pasado inerte o mero trasfondo y se convierte en materia que puede ser manipulada con ayuda de métodos y teorías. La historia deja de tener lugar en el tiempo, ahora sucede a través del tiempo. El hombre empieza a experimentar la sensación de que el tiempo histórico puede empezar de nuevo. El caso “clásico” de esta novedad es la Asamblea Nacional francesa, que decretó un nuevo inicio de la historia, adoptando incluso un nuevo calendario.

Hacia la segunda mitad del XIX se afincó la idea de que la época no era de progreso, como se pregonaba, sino de regresión y decadencia. La modernización había despojado al hombre de valores sustantivos para la sobrevivencia. La historia se precipitaba hacia ninguna parte.

Hacia la segunda mitad del XIX se afincó la idea de que la época no era de progreso, como se pregonaba, sino de regresión y decadencia. La modernización había despojado al hombre de valores sustantivos para la sobrevivencia. La historia se precipitaba hacia ninguna parte. El tiempo lineal carecía de propósito. El tedio de Cronos empezó a ceder a la magia de Kairós, y las mentes más imaginativas empezaron a buscar modernidades alternativas. El culto a la belleza se transformó en desafío a la mediocridad y la vulgaridad irredimibles del progreso positivista. Los artistas se propusieron suspender el tiempo lineal mediante la evocación de momentos epifánicos o reveladores.

Así surgió el modernismo, fuerza cultural difusa generada por la dialéctica del caos y el orden, la esperanza y la desesperación, la decadencia y la renovación, la creación y la destrucción, fuerza orientada a crear nuevas representaciones de la realidad que sirvieran como vehículos para imaginar nuevos mundos o para revitalizar principios ignorados u olvidados. Surgieron así numerosos proyectos culturales personales y colectivos para una vida más saludable u órdenes políticos radicalmente nuevos, hasta la creación de un “hombre nuevo” que se apoderara del torbellino de la modernidad para su propia realización.

Ya que el cambio económico y social de la época moderna es constante, no hay descanso para el alma individual, de modo que siempre sentimos estar en transición hacia algo peor o hacia algo mejor, según el temperamento, la condición existencial, la suerte y la posición social de cada cual. La sensación de estar en transición permanente excita las expectativas de cambio, volviéndonos revolucionarios, o fortalece el deseo de estabilidad, volviéndonos conservadores.

“Quien busque la salvación, que no la busque en la política”: Max Weber.

El mensaje implícito de Modernismo y fascismo es no trasladar las ansias de nuestro desamparo existencial a la arena política. Si queremos renacer, que sea en nuestras propias vidas, a nuestra cuenta y riesgo, respetando siempre los derechos y el fuero interno de los otros. La mejora de la sociedad es cosa de reformas y cambios graduales, lo que siempre implica negociación entre intereses diversos. “Quien busque la salvación, que no la busque en la política”: Max Weber. ®

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Publicado en: Libros y autores

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