El olvido de la izquierda socialista

y la ausencia de una conciencia crítica

El olvido ha provocado que un sector de universitarios identifique a Andrés Manuel López Obrador en la izquierda, algo que es lamentable debido a que esa fracción de la sociedad se compone de estudiantes y profesores que en décadas anteriores se han considerado la conciencia crítica del país.

No busco cambiar la forma de pensar de quienes simpatizan con López Obrador, sino el de recordar que los inicios de su trayectoria política tuvieron lugar en el Partido de la Revolución Institucional, junto a los que hoy denomina la mafia del poder, en un contexto político sin competencia electoral. Cuando renunció a su militancia priista fue porque no obtuvo la candidatura a gobernador de su estado natal, Tabasco.

Este desconocimiento de nuestro contexto político se refleja en la falta de crítica de las nuevas generaciones militantes universitarias a los discursos nacionalistas, el apoyo a gobiernos no democráticos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Además, ignoran la labor de activistas como Pablo Pascual Moncayo y Manuel Martínez Peláez, personas que dedicaron gran parte de su vida a la formación de un sindicato universitario no clientelar y a la construcción de elecciones libres y competitivas.

Es un error pensar que toda la izquierda de nuestro país ha sido autoritaria. En la década de los ochenta del siglo anterior un sector de activistas políticos entendió que una revolución armada daría lugar a un gobierno sin libertades políticas, por ello reflexionaron sobre sus principios y entendieron que la guerrilla no era la solución ante la falta de condiciones equitativas en un proceso electoral.

Este desconocimiento de nuestro contexto político se refleja en la falta de crítica de las nuevas generaciones militantes universitarias a los discursos nacionalistas, el apoyo a gobiernos no democráticos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

En relación con los intentos de organizar una guerrilla, Roger Bartra explica que en el año de 1961 su vida transcurrió entre distintos acontecimientos en los cuales él y sus amigos se acercaron a los campesinos y a los proletario con la finalidad de crear las bases para una nueva revolución en el país, al tiempo que mostraban su respaldo al gobierno que inauguraba Fidel Castro en Cuba; también se sentían atraídos por el ambiente de la psicodelia de aquella época:

Recordé que aquellas noches de verano nos reuníamos a conspirar y, al mismo tiempo, a practicar un ritual de rechazo a todo lo establecido. Con los campesinos y los indígenas queríamos hacer la revolución; con ritos y drogas aspirábamos a conocer una nueva realidad. En el refrigerador de mi casa había tanto cocteles molotov como paquetes de marihuana (Bartra, 2009, pp. 142–143).

Aunque en un principio Roger Bartra tuvo expectativas favorables de la revolución cubana, con el paso del tiempo marcó su distancia ante formas de gobierno autoritarias y totalitarias, además de entender que el activismo político no puede ser el de la vía armada y mucho menos el de tratar de imponer ideas que ya demostraron su caducidad. Su paso por el Partido Comunista lo llevó a cuestionar los prejuicios de quienes se consideran de izquierda y fueron incapaces de entender lo fundamental que es para una democracia la organización de elecciones libres y competitivas.

Roger Bartra. © Foto UNAM.

Otro ejemplo del desencanto que produjo la revolución cubana es el caso de Isabel y Mague, amigas de José Woldenberg, profesoras que conoció cuando intentaban construir un sindicato independiente en la UNAM, ambas de la Facultad de Ciencias. Explica Woldenberg que después de un tiempo en que las dejó de frecuentar, debido a que se fueron a vivir a Cuba, aprovechó su visita a aquel país con motivo de una “Conferencia antimperialista de los partidos de América Latina” para charlar con ellas y conocer su experiencia con el comunismo cubano:

El destino las habría separado. Mague seguía optimista, luchona, a pesar de vivir en condiciones mucho más precarias que en México en el centro de La Habana. Pero en Isabel, cenando en su casa, en las afueras de la ciudad, se asomaba el triste gesto del desencanto, el frío cuchillo de la ilusión perdida. Ambas vivían con nuevas parejas, cubanos de distinto talante que expresaban con nitidez la credulidad y confianza del militante del PC y la amargura que produce el conocimiento interno de las cosas. Muchos, muchos años vivieron en Cuba, y fueron sobre todo muchos para ellas (Woldenberg, 1998, p. 196).

Por otra parte, resulta lamentable que a pesar de la evidencia empírica sobre la perversión de los ideales existan personas que se aferren a defender gobiernos antidemocráticos, pero peor aún es que su radicalismo político termine con relaciones de amistad, como le sucedió a Luis González de Alba cuando le explicaba a su camarada José Delgado los motivos por los que decidió no comulgar con el credo marxista:

Ése es el gran fracaso de la más bella utopía. Pepe: han dado un infierno a sus pueblos. Construyeron muros para contener las evasiones en masa y mira y lo que acaba de ocurrir: la gente, no el feroz imperialismo, derrumbó el Muro de Berlín, tambalea a la Unión Soviética. Ni falta que hizo la Tercera Guerra Mundial: bastó con las insoportables condiciones de vida con las que los bondadosos utopistas oprimieron a sus pueblos para que viéramos reventarse todas las costuras (González de Alba, 2016, p. 452).

Ante los fanatismos ideológicos, Rogelio Villarreal recuerda que a pesar del descontento radical con la democracia que promueven algunos sectores de la sociedad, sea en nuestros países, y no en los socialistas,

donde se están creando espacios para todos: feministas, homosexuales, inmigrantes, deudores, indios autonomistas, izquierdistas democráticos, religiosos… No es suficiente con dejar atrás las ideologías, los ídolos y las banderas de todo signo. Es necesario también tratar de socavar cualquier forma de hegemonía nacional y mundial, todas las formas de injusticia, autoritarismo, y corrupción. Quizá la sociedad occidental no sea la mejor que tenemos, pero sin duda es perfectible, como la siempre tambaleante y aséptica democracia: quizá no sea tan difícil extender día a día los espacios de la libertad. ¿No es esto también una revolución? (Villarreal, 2005, pp. 94–95).

Cuando despertaron, el dinosaurio se denominaba de izquierda

En la década de los ochenta del siglo anterior, Roger Bartra, Luis González de Alba y José Woldenberg, entre otros militantes de la izquierda mexicana, comenzaron a ser críticos de las violaciones a los derechos humanos en la Unión Soviética y bajo el socialismo cubano. Por tal motivo su activismo político se orientó a la creación de medios impresos que fomentaran la discusión de ideas sin dogmatismos, propusieron la fundación de un sindicato universitario y aprovecharon el proceso de liberalización política para participar en los comicios bajo diferentes siglas partidistas.

Resulta lamentable que a pesar de la evidencia empírica sobre la perversión de los ideales existan personas que se aferren a defender gobiernos antidemocráticos, pero peor aún es que su radicalismo político termine con relaciones de amistad.

Así, resulta contradictorio que la gran mayoría de los estudiantes universitarios autodenominados de izquierda conciban como representantes de este bando político a los expriistas Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard Casaubón, Manuel Bartlett Díaz o Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

Pienso que acusar a toda la izquierda de antidemocrática es un error pues borra de la historia la labor de activistas y académicos que lucharon por la democracia desde posiciones de izquierda. Por tal motivo Macario Schettino propone en su ensayo A la democracia ¿desde dónde? una reflexión sobre el corporativismo, antecedente de la política clientelar de López Obrador.

Quien realmente construyó el régimen de la Revolución Mexicana fue Lázaro Cárdenas. Fue él quien logró encauzar el movimiento agrarista, para luego también subordinarlo al gobierno. El esquema corporativo es creación del general Cárdenas, lo mismo que el presidencialismo. Antes de él, gobernó a México un caudillo, a veces como presidente, a veces no. Después de él, el presidente sería el caudillo temporal. Fue Cárdenas quien subordinó a la Suprema Corte de Justicia y al Banco de México al poder presidencial. Por si fuera poco, es Cárdenas el máximo creador de mitos revolucionarios (Schettino, 2007, p. 167).

Otro aspecto que refleja la falta de memoria o el desconocimiento de los estudiantes universitarios de nuestro país que se conciben de izquierda es el de calificar así al PRD, de donde salió López Obrador; ahora catalogan a Morena en esa posición política e ideológica.

La fundación del PRD fue en mayo de 1989, con la participación de miembros del Partido Mexicano Socialista —que a su vez nace de la fusión de seis fuerzas políticas de izquierda: Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), Partido Socialista Unificado de México (PSUM), Partido Patriótico Revolucionario (PPR), Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), Unión de la Izquierda Comunista (UIC), y más adelante una parte de la militancia del Partido Socialista de los Trabajadores (PST)— y de expriistas como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, cuyas ideas políticas representan el autoritarismo de la posrevolución mexicana. Schettino recuerda a los estudiantes universitarios:

La confusión, que se ha mantenido por otros cien años, nos ha llevado a ubicar el liberalismo como una propuesta de derecha y aceptar como de izquierda a movimientos profundamente conservadores y autoritarios. No ha sido ésta una confusión en México, sino en todo el mundo, pero en nuestro caso es relevante porque el régimen de la Revolución Mexicana, la gran construcción político–cultural de Lázaro Cárdenas, se sigue interpretando en esa clave errónea (Schettino, 2007, p. 172).

Al identificar de manera errónea a un grupo político como de izquierda resulta lamentable que ese mismo sector universitario autodenominado como conciencia crítica rinda homenaje a los caudillos y caciques revolucionarios. Me imagino que ya olvidaron cuando en 1988 a Manuel Bartlett se le acusó de organizar el fraude electoral.

Al identificar de manera errónea a un grupo político como de izquierda resulta lamentable que ese mismo sector universitario autodenominado como conciencia crítica rinda homenaje a los caudillos y caciques revolucionarios.

Para Raúl Trejo Delarbre (2007) el problema de los fundamentalistas de izquierda se debe a que limitan su pensamiento a la teoría marxista por considerarla irrefutable, idea que cita del académico Ramón Cotarelo. Asimismo, explica que tal postura no refleja una alternativa a los problemas políticos de nuestro tiempo, debido a la diversidad de reflexiones que existen en nuestras sociedades.

También simuladora es la pretensión de encontrar en la izquierda una concepción del mundo capaz no sólo de trazar el futuro sino de, además, establecer cartabones para todos los ámbitos —prácticas sociales, tendencias culturales, relaciones personales, etc.— de las actividades humanas. (…) Pero cuando se le toma como faro orientador en otros ámbitos, nos encontramos ante un inmoderado sobredimensionamiento que acaba por hacer de ella un credo a cuyos devotos los cohesiona la fe y no la razón —como sería deseable en asuntos terrenales como la política (Trejo, 2007, p. 139).

Después de las elecciones presidenciales de 1988 quedaron en el olvido los nombres de políticos como Arnoldo Martínez Verdugo, Gilberto Rincón Gallardo o Jorge Alcocer Villanueva, quien nos recuerda el motivo de su renuncia al PRD:

El nuevo partido no se consideraba de izquierda, tal y como lo había pedido el propio Cárdenas apoyado por su grupo más cercano, salido como él de las filas del PRI. En la dirección provisional del naciente PRD los dirigentes que proveníamos del PMS fuimos reducidos a una mínima expresión. Se iniciaron entonces una feroz lucha interna por desplazar a “los comunistas” de las escasas posiciones de mando que se les habían otorgado y un intenso debate sobre la naturaleza del naciente partido, al cual se definió como “el partido que nació el 6 de julio”. La historia de la vieja izquierda empezó a ser borrada de la memoria del nuevo partido (Alcocer, 2007, p. 47).

El futuro de nuestro país no parece promisorio debido a que regresa al poder una élite política que se considera heredera del nacionalismo revolucionario priista, el cual un sector de la clase media ilustrada se aferra a señalar como de izquierda y que responde con insultos a las reflexiones de Luis González de Alba (1944–2016), Roger Bartra o Rogelio Villarreal.

¿Dónde quedó la izquierda que clamaba la frase: “La religión es el opio del pueblo”? ¿Por qué Porfirio Muñoz Ledo no participó en el movimiento estudiantil de 1968? ¿Cuántos reporteros de La Jornada renunciarían a su trabajo porque el hecho de transcribir el boletín informativo que envía la oficina de Comunicación Social de la conferencia de prensa matutina de López Obrador no es hacer periodismo crítico? ®

Referencias

Alcocer, Jorge (2007), “Transfiguraciones de la izquierda mexicana” en R. Bartra (ed.), Izquierda, democracia y crisis política en México. México: Friedrich Ebert Stiftung.
Bartra, Roger (2009), La fractura mexicana. Izquierda y derecha en la transición democrática. México: Debate.
González de Alba, Luis (2013), No hubo barco para mí. México: Cal y Arena.
Schettino, Macario (2007), “A la democracia ¿desde dónde?” en Roger Bartra (ed.), Izquierda, Democracia y crisis política en México. México: Friedrich Ebert Stiftung.
Trejo Delarbre, Raúl (2007), “La izquierda extraviada” en Roger Bartra (ed.), Izquierda, democracia y crisis política en México. México: Friedrich Ebert Stiftung.
Villarreal, Rogelio (2005), “El dilema de Bukowski: de la revolución proletaria a la rebelión globalifóbica”, Replicante, núm. 2, enero.
Woldenberg, José (1998), Memoria de la izquierda, México: Cal y Arena.

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Publicado en: Política y sociedad

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