BELLEZA EN LA DESESPERANZA

Interpol de Interpol

Interpol es el signo de una generación que nació en una época revuelta y sin duda decadente; que su arte pop sea de valía y que se haya ganado un lugar prominente en el rock de masas solamente habla de que aun en la desesperanza hay todavía motivos para creer en el arte popular y su estela de invicta belleza.

Toda generación tiene sus bandas punteras. Aquellas que marcan el ritmo, el estilo e incluso la apariencia de un nutrido grupo de personas durante cierto periodo. En los tiempos del inicio del rock como manifestación cultural popular solidificada, cuando se realizó la fusión definitiva entre mercado, ejecutantes y difusión masiva, hacia finales de los cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado, los artistas que marcaban tendencia constituían un núcleo bien delimitado y más o menos homogéneo. Más allá de las que hoy bien podemos percibir como diferencias meramente sutiles entre personajes colosales de la industria de la música juvenil como Elvis Presley, The Beatles y The Rolling Stones, todos ellos tenían en común no tanto su propuesta lírico-musical-escénica como el pertenecer a un conjunto artístico sin su contrario. Era lo que el sistema de los espectáculos podía ofrecer en ese entonces y nada más.

Por supuesto, a los pocos años de estos acontecimientos fundacionales, impelido por el desmesurado éxito comercial y popular en buena parte del mundo occidental y occidentalizado, el flujo del rock se diversificó y conformó una serie de ramales que, hasta el día de hoy, siguen expandiéndose con exuberancia. Entonces comenzó a forjarse una dualidad que dio un cariz superior a la música rock, puesto que logró imbricarla con algo mucho más sólido y profundo que las meras leyes del mercado: lo que hoy podemos llamar rock serio y que en diversos momentos ha tenido nomenclaturas diversas; rock experimental, rock pesado, rock contestatario, rock subterráneo y rock de autor. Esos epítetos no describen una corriente específica, puesto que dentro de ellos han entrado géneros tan dispares como la psicodelia y el punk, el tecno y el metal underground, sino que engloban una manera de concebir al máximo arte popular del último medio siglo. Una actitud ante la música de masas por excelencia del siglo XX y lo que va del XXI.

Así, desde hace una generación y media podemos diferenciar sin mucha dificultad entre las propuestas eminentemente mercadotécnicas y las propuestas con un sentido artístico innegable. Lo que en términos cotidianos llamamos “rock comercial” y “rock serio”. Por supuesto, en nuestra era posmoderna esa división no carece de dificultades. En la medida que en la actualidad toda manifestación artística tarde o temprano es engullida por el mercado, la otrora clara línea divisoria entre lo comercial y lo no comercial se desvanece debido a que, en sentido estricto, todo lo que existe en el nivel artístico, y muy especialmente en el nivel del arte popular, es comercial.

En la medida que en la actualidad toda manifestación artística tarde o temprano es engullida por el mercado, la otrora clara línea divisoria entre lo comercial y lo no comercial se desvanece debido a que, en sentido estricto, todo lo que existe en el nivel artístico, y muy especialmente en el nivel del arte popular, es comercial.

No obstante, sí que es dable trazar una división entre lo que tiene una intencionalidad definida, una idea estética clara y que quiere proponer algo más que la pura diversión instantánea, y lo que no lo tiene. Es así que el mundo del arte popular (y del arte en general) continúa avanzando, marcando tendencias y definiendo a una generación. En lo que va del siglo, que está ya por concluir su primera década de convulsa existencia, en lo que se refiere a propuestas roqueras que se encuentran en el medio camino del éxito comercial y la riqueza artística, a mi entender son tres las bandas punteras que han marcado ya para la posteridad a la generación del milenio: The Mars Volta, Coldplay e Interpol.

La estructura de la música de Interpol es inconfundible. Parte de un minimalismo sonoro que encuadra la totalidad de su estilo. Con base en éste han logrado conformar un flujo crudo y desencantado que hace posible la generación de atmósferas opresivas y melancólicas. A partir de esta estructura básica han incorporado diversos acabados particulares en cada una de sus piezas que, en conjunto, forman una de las propuestas líder en lo que va del milenio en lo que se conoce como indie rock. En su más reciente producción esto es patente en la totalidad de los tracks que componen la colección. Así, “Success” empieza con el sello indispensable del bajeo persistente y la voz nasal de Paul Banks para integrar la presencia de los platillos de pedal o contratiempos, al tiempo que se practica una escala ascendente que satura el espacio musical. O en “Summer Well”, donde las cajas de ritmo y los acompañamientos corales de fondo traen recuerdos contundentes del tecno-pop inglés de mediados de los ochenta. En tanto que la orquestación sintetizada de “All of the Ways” remite al avant-garde de hace una generación, pero interconstruido con el irredento matiz vocal pesimista y el ritmo semilento de la música que han dado al grupo su fama de sombríos y desilusionados en los doce años que lleva de existencia.

Continuando con lo que con tanto éxito lograron desde su anterior producción, Our Love to Admire, de 2007, desde un núcleo musical sincopado, pulcro, reiterativo y circular, emergen despuntes, desplazamientos y expansiones diversos que enriquecen de manera sutil pero inequívoca su patentada propuesta musical que con cierta ligereza se ha dado en llamar simplemente post-punk revival. No es que esa descripción sea del todo errónea, sino que es básicamente vaga. De manera cierta, la banda retomó, junto con una decena más de grupos de habla inglesa de hace diez años, ciertos elementos de la estética musical de la movida inglesa de finales de los setenta y principios de los ochenta con grupos que se afianzaron en el santoral roquero de las masas inclinadas hacia propuestas más inteligentes y menos comerciales de las que el mercado musical generalmente ofrece.

Muchos críticos han dicho que los de Interpol son, en esencia, una actualización de The Cure y Joy Division. No obstante, aunque en materia de influencias musicales entrecruzadas en el mundo del rock éstas y otras son innegables, lo importante aquí es que los mejores retornos de tendencias artísticas ya idas se dan a manera de reconstrucciones estéticas plenamente intencionadas, dependientes de la época en que ese rescate se efectúa y, sobre todo, de la ventaja de la acumulación temporal que media entre el original y su pastiche. Además de las ventajas de las técnicas de grabación actuales, que permiten potencias y claridades imposibles hace treinta años, se encuentra el estado civilizatorio que fundamentó, respectivamente, a los ya históricos grupos post-punk de los setenta y a una banda como Interpol. Para los primeros, su aparición coincidió con el último ramalazo de la bonanza y la desmesura del capitalismo tardío, en tanto que, para los segundos, la suya coincide con el mercantilismo nihilista de nuestra propia época. Para bien y para mal, las texturas musicales y la intencionalidad de unos y de otros vive en medio de esta separación epocal irreductible. Por ello, los neoyorquinos transmiten un eco de oscuridad mecanizada salpicada de fugaces momentos de alegría y de ternura.

Los neoyorquinos transmiten un eco de oscuridad mecanizada salpicada de fugaces momentos de alegría y de ternura.

La suya es una propuesta post-política, aunque no por ello banal o intrascendente. Por lo contrario, en la alegoría de una desolación punzante se transmite el estado de una civilización en el trance maldito de su conclusión indefinida. Así en “Barricade”, excelente pieza construida con una filigrana de teclados y armonías que emanan del consabido centro rítmico ríspido y apretado, la inconfundible voz de Banks canta “But I guess there must come a time/ And there is no more tears to cry/ Thieves and snakes need homes, need homes: Barricade/ It starts to feel like a barricade that keep us away, to keep us away, it kind of does/ It starts to feel like a barricade to keep us away/ Keep us away”. Un mundo con nuevos referentes sociales, compuesto de un amasijo problemático que es sin duda social, sí, pero sobre todo personal; una especie de fractalización interior del caos exterior. Por ello, la música de los neoyorquinos no puede tener la rebaba protocontestataria de algunas de las bandas de hace treinta años, sino que es una asimilación incómoda del nihilismo postrevolucionario.

Prisma de una época oscura, productos innegables de la tendencia artística por excelencia de la posmodernidad, el pastiche, rareza musical neoyorquina (ha habido pocos grupos exitosos con estas características en la Urbe de Hierro), empecinados en su estilo iterativo, mecanizado, exquisito, Interpol es el signo de una generación que nació en una época revuelta y sin duda decadente; que su arte pop sea de valía y que se haya ganado un lugar prominente en el rock de masas solamente habla de que aun en la desesperanza hay todavía motivos para creer en el arte popular y su estela de invicta belleza. ®

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Publicado en: Diciembre 2010, Música

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  1. Wow!

    Esto es realmente un artículo enriquecedor. Mas allá de la música tambien hablas del impacto que ha causado a través de la historia; en los gustos; las influencias; el mercado. Y aunque apenas conocí a profundidad a esta enigmática banda (ahora sin Carlos Dengler :/ )ya me siento un fan.

    Gran reseña. Un texto que bien explicaría en buen porcentaje lo que no es explicable y de como una banda como Interpol puede llegar a fascinar a los espectadores.

    Gracias y ¡FELICITACIONES!
    Saludos. =)

  2. A mí el segundo disco, Antics, me impactó. Sin embargo, creo que, en sus trabajos subsecuentes, los de Interpol no han sido capaces de superarse a sí mismos, al menos no en el renglón creativo. Llegan a la segunda década de los dosmiles mermados por la inconsistencia y me parece que, desafortunadamente, perviven gracias a la inercia de su colosal inicio. Precisamente, es en sus dos primeros trabajos en donde encuentro esa riqueza artística de la que hablas, antes de que lo iterativo y lo mecanizado actuara en detrimento de la exquisitez.
    Gran texto, Manuel.
    Saludos.

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