Diez discos de baladistas masculinos en español

Un ensayo romántico

Juan Gabriel, Francisco Céspedes, Luis Miguel, El Buki, Alejandro Sanz y muchos más han cantado baladas románticas. ¿Quiénes entraron y quiénes se quedaron fuera de la lista de nuestro usualmente metalero colaborador?

Dice Hegel en sus Lecciones de estética: “Las pasiones pierden fuerza desde el momento que se convierten en objetos de representación, objetos simplemente. La objetivación de los sentimientos tiene por efecto quitarles su intensidad y hacerlos exteriores y más o menos extraños”. No se crea que Hegel tenía en mente con esta cualidad representacional solamente el arte elevado, sino también el arte popular, que resume en su fórmula “poesía y cantos”, correspondiendo la primera a la alta cultura y la segunda a la cultura que hoy llamaríamos masiva. Y en la medida que se me permita un giro posmodernista a este contundente aserto del pensador alemán, no puede dejar de incluirse en este fenómeno a esa forma de la lírica popular contemporánea que es la balada romántica.

Género de raíces preclaras que lo mismo tiene afinidades antiguas con la balada medieval, con la que sigue compartiendo la reiteración del estribillo, que proximidades con la copla decimonónica y con la progresiva popularización (si más cabe) de la opereta, tanto en ese mismo siglo, como a lo largo del siglo pasado. No obstante, en América Latina el antecedente directo de la balada es el bolero romántico, que comenzó a manifestarse con fuerza desde el segundo cuarto del siglo XX. Con base en una estructura musical sencilla, que consta de un acompañamiento armónico reiterativo de cuerdas suaves, un tema amoroso central y un estribillo perfectamente iterable, ese género cumplió con dos funciones básicas dentro del sistema generador de la música popular: presentar una forma acabada para la comercialización y cubrir un espectro emotivo recalcitrante; puesto que no hay persona en Occidente que no viva su vida amorosa bajo la égida del código del amor romántico (como con prestancia demostró Niklas Luhmann en su maravillosa obra El amor como pasión1).

Su acabamiento musical breve, nemotécnico y sencillo, más su inconfundible temática romántica fueron el sustento del éxito irrecusable del bolero, justo en la época en que la música popular se integraba plenamente al sistema general de los espectáculos que entonces iniciaba su despegue orgánico con base en una lógica propia que liga intérprete/composición/mercado en un proceso específico de producción artística y difusión mediática. Por supuesto, ese desarrollo del sistema de los espectáculos encontró su punto de ebullición en Estados Unidos con la persona y el desempeño de Elvis Presley, a mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, con el nacimiento de la música rock.

La balada romántica moderna heredó muchas de las características del bolero, pero modificó la estructura musical dependiente de manera exclusiva de las cuerdas reiterativas para aprovechar los ritmos provenientes del rock pop, entonces en plena ascendencia mundial desde el mundo anglosajón. Posiblemente los primeros que explotaron esta ascendencia pop en la música romántica fueron los grandes baladistas italianos de la década de los sesenta, como Nicola di Bari y, muy especialmente, Domenico Modugno. En México es muy significativo que uno de los primeros compositores de baladas haya sido Armando Manzanero, puesto que su bagaje inicial era eminentemente bolerístico, según ha declarado en diversas ocasiones (especialmente después de su regreso triunfal al bolero, con la puesta al día que de éste hiciera en mancuerna con Luis Miguel, hace ya veinte años).

Género de raíces preclaras que lo mismo tiene afinidades antiguas con la balada medieval, con la que sigue compartiendo la reiteración del estribillo, que proximidades con la copla decimonónica y con la progresiva popularización (si más cabe) de la opereta, tanto en ese mismo siglo, como a lo largo del siglo pasado.

La gran explosión hispanoamericana de la balada se dio sin lugar a dudas en la década de los setenta, cuando el género ya tenía una década de haber madurado. Los grandes intérpretes de aquellos años hicieron escuela y muchos de ellos continúan aún vigentes, si bien la mayoría ya mermados por la edad. Julio Iglesias, José José, José Luis Rodríguez, José Luis Perales, Emmanuel, José María Napoleón, Sandro de América, Juan Gabriel y varios más vieron el rápido ascenso de su trabajo en esa década. En más de un sentido prácticamente todo el desarrollo posterior de la baladística ha tornado sobre sus pasos. Lo que no quiere decir que no haya habido ajustes, adaptaciones y enmiendas significativas en las décadas posteriores.

En este sentido, contrario a lo que pudiera parecer, no es fácil escribir una balada efectiva. No se trata de poesía, pero tampoco son rimas mecánicas y estribillos mal acoplados. Posee una cadencia particular y debe tener una semántica que si bien es sencilla, posee la cualidad de la profundidad sentimental universal. En los productos baladísticos al uso es fácil detectar el grado de dificultad que su correcta hechura implica: basta escuchar una canción escrita por José Luis Perales o Manuel Alejandro (en el extremo de la excelencia) y una escrita por el último Ricardo Arjona o Gloria Trevi (en el extremo de la estulticia) para constatar que hay baladas que, en su género, logran la perfección, en tanto que hay otras que más valiera que nunca hubieran sido escritas.

Debido a las características ya mencionadas, compartidas con el bolero, la balada romántica es un género eminentemente comercial. La clave de su éxito es la integración sin rodeos que realiza con el sentido establecido en el modo de ser del amor romántico y su puente emotivo codificado característico: pasión-desamor-duelo y de vuelta al inicio con la misma persona u otra diferente. En esa medida debe ser evaluada. Es perfectamente válido que a una persona no le guste el género, como hay a quienes no les gusta la música electrónica, el heavy metal o, de manera asombrosa, el jazz, como fue el caso de Theodor Adorno, ni más ni menos.

Pero es impertinente descalificarla como manifestación de importancia en el entorno de la música popular nada más por mero gusto (o, mejor dicho, por mero disgusto). Lo afirmo categórico: además del rock, el género que ha delineado el gusto de las grandes masas en Hispanoamérica, en particular, y en el resto del planeta, en general, es la balada romántica. No es difícil colegir por qué: la vida amorosa sigue siendo lo que más ocupa el tiempo, físico y mental, de la gran mayoría de las personas, y quien nunca haya intencionadamente escuchado una balada romántica en una noche de borrachera y desamor, que tire la primera piedra.

* * *

La lista siguiente es necesariamente sesgada. Como ocurre con todo Top-Ten, de entre los que están no sobra ninguno, pero sí que faltan varios. Hay una delimitación más o menos arbitraria desde el encuadre mismo de los elegidos; la propia demarcación para intérpretes varones deja fuera a insignes representantes femeninas de la balada romántica, como lo han sido Rocío Durcal, Rocío Jurado, Paloma San Basilio, Amanda Miguel, Yuri y Miriam Hernández, por mencionar sólo a algunas, sin las cuales el género sencillamente no se entendería en los últimos treinta años. Ellas, por supuesto, integrarían un Top-Ten propio.

No se trata de poesía, pero tampoco son rimas mecánicas y estribillos mal acoplados. Posee una cadencia particular y debe tener una semántica que si bien es sencilla, posee la cualidad de la profundidad sentimental universal.

Concentrándonos específicamente en la lista de los diez notables que ofrezco, salen igualmente a la luz reparos pertinentes. Han quedado fuera baladistas de antaño y de ahora que han aportado talento innegable al género. No están, por ejemplo, Marco Antonio Muñiz, Diego Verdaguer o Dyango, dentro de los antiguos; Francisco Céspedes, Alejandro Sanz o Alex Ubago, dentro de los actuales. (En este sentido, la lista de baladistas italianos que han cantado en español, de Domenico Modugno a Marco DiMauro, quienes también han sido excluidos, debería integrar una decena propia. Lo mismo que los baladistas argentinos, del ya mencionado Sandro de América y Leo Dan a Diego Torres.) Asimismo, de la mayoría de los que escogí para el diez de oro debería haber no sólo más de un disco considerado, sino hasta tres de cada uno. Esto es cierto sin asomo de duda de los casos de prácticamente todos y cada uno de ellos (con la excepción de míster Tony Escudero, de quien ya daré cuenta en el comentario correspondiente en la lista).

Por eso no hay en el listado placas que cualquiera hubiera considerado infaltables. Es el caso de los discos A corazón abierto y Viento a favor de Alejandro Fernández. Emmanuel, Desnudo y Quisiera de Emmanuel. Volcán, Secretos o En las buenas y en las malas de José José. La trilogía de inicios de los ochenta, de José Luis Perales: Tiempo de otoño, Nido de águilas y Entre el agua y el fuego. Siempre en mi mente, Gracias por esperar (a mi juicio el mejor disco que ha hecho en toda su carrera, con el sencillo más fino de su trayectoria entera: “Luna tras luna”) y Abrázame muy fuerte de Juan Gabriel. Emociones, Hey y La carretera de Julio Iglesias son, sencillamente, inmaculados, y lo mismo puede decirse de las grabaciones 20 años, Amarte es un placer y Cómplices (este último hecho con la mano experta de Manuel Alejandro) de Luis Miguel. Marco Antonio Solís, en fin, tiene para aventar con producciones como Marco, Más de mi alma y el novísimo En total plenitud. Y Raphael debería estar presente también con Enamorado de la vida y Digan lo que digan. Como siempre, se invita al lector a que haga sus propias disquisiciones sobre el particular.

Y bien, basta ya de introducciones, he aquí la lista en estricto orden alfabético, sin mayores jerarquizaciones (aunque cabe decir que, para mí, el número uno indiscutible es América de José Luis Perales); para que el escucha dé los sitios que considere a cada uno de los discos aquí propuestos:

Alejandro Fernández, Me estoy enamorando, 1997

No hay mejor simbolización de la separación de la impronta paterna que hacer algo diverso de lo que éste hace en la vida. Por buena que sea una relación entre padre/hijo, es una cualidad interconstruida en nuestra arquetípica básica emigrar del centro de atracción del padre. Es la ley de la vida, como se dice en términos comunes. El álbum del 97 de Alejandro Fernández presenta esa característica de manera destacada. Por primera vez en su carrera da el paso firme para hacerse una historia propia, más allá de la que su padre le ayudó a forjar. El primer disco de baladas del también cantante ranchero fue una muestra pulcra de su capacidad para entrar y salir de tres géneros básicos: el ranchero, la balada y el pop latino. Con una destacada producción a cargo de Emilio Estefan, Me estoy enamorando puso de relieve lo mismo sutilezas interpretativas que la plena voluntad para exceder los límites del bolero ranchero que tantos dividendos le había otorgado durante la primera mitad de la década de los noventa, y de paso lo catapultó como uno de los mejores baladistas mexicanos contemporáneos. Del álbum destaca una buena cantidad de éxitos que siguen presentes en muchas de sus actuaciones en vivo, como son los temas “Yo nací para amarte”, “No sé olvidar” y “Volverás”.

Emmanuel, Íntimamente, 1980

Cuenta Luigi Amara (ensayista y poeta, amigo excepcional) que alguna vez, mientras playeaba con unos amigos en Chacahua, Oaxaca, la señora que atendía la palapa cercana a donde ellos reposaban en la arena no dejaba de poner una y otra vez un “disco de éxitos” de Emmanuel. Al calor de las cervezas y con el espíritu relajado de las vacaciones, el disco les pareció de notable a muy bueno y le preguntaron a la mujer que si podían ver de qué grabación se trataba, pensando que era un acoplado de hits del cantante mexicano. Cuando la dama les mostró la portada del disco, descubrieron con sorpresa que era un álbum regular, pero con la peculiaridad de que contenía, en sí mismo, la friolera de nueve éxitos rotundos (entre estos, “El día que puedas”, “Todo se derrumbó dentro de mí” y “Quiero dormir cansado”) y un éxito mediano (“Caprichosa María”). Por supuesto, el disco era el Íntimamente. Es probable que no haya más de cinco discos así en el ámbito que ahora nos ocupa, la balada romántica. Ello habla, claro está, de las cualidades artísticas de Emmanuel que con su estilo característico y su solvencia escénica lo hicieron apto para el género. Pero habla también, y no en menor medida, de la monstruosa capacidad creativa del compositor español Manuel Alejandro para la balada. Su trayectoria y la estructuración que ha dado a ésta a través de las últimas cuatro décadas son, por supuesto, motivo de un análisis por separado, pero baste recordar tres títulos que tiene en su haber, además del álbum Midas de Emmanuel: Secretos de José José, Un hombre solo de Julio Iglesias y Cómplices de Luis Miguel.

José José, 40 y 20, 1990

He comentado más arriba que hay otros discos de José José que podrían estar sin el menor problema en este lugar, y quizá con mayores virtudes comerciales, interpretativas y artísticas. Qué decir de la época del éxito pleno, masivo, irrecusable. Sencillos de los setenta como “Volcán”, “Almohada” o “Gavilán o paloma”. La contundencia artística de los ochenta y la totalidad de los discos Secretos y Reflexiones. La consolidación de un crooner mexicano de talla internacional. Pero ese ascenso que parecía imparable se truncó. Llegó a su punto cumbre para iniciar un descenso sostenido que, en ocasiones, llegó a ser una caída libre. Ese vórtice de la decadencia de uno de los más grandes baladistas de la historia de este país es el que me interesa. En este mismo espacio de Replicante he argumentado en extenso sobre el particular (véase mi artículo “El José José de los noventa” [link]). Porque el inicio del declive artístico del cantante, marcado sin rodeos por el álbum 40 y 20, no significó la pérdida de sus virtudes interpretativas en sentido profundo, más allá de la notable disminución de sus dotes vocales. Por lo contrario, el desempeño del cantante (en vivo y en estudio) en sencillos como “Lo que quedó de mí” y “Eso no más”, revelaron a una figura humana doliente, sacudida, en remolinos (Cerati), de manera mucho más nítida de lo que pudo haber hecho jamás la perfección vocal de su juventud.

José Luis Perales, América, 1991

Hay una cualidad que José Luis Perales comparte con, por ejemplo, Juan Gabriel: la elementalidad de su formación musical. Prácticamente autodidacta, poseedor de una descomunal capacidad semántica para lo emotivo, ha dado a sus composiciones un cariz universal sin parangón. Hay un filtro sutil y poderoso que va de sus versos al estado romántico de la mente, una cualidad profunda que aporrea el dispositivo amoroso interconstruido en la mayoría de nosotros. A veinte años de iniciada su carrera en la hoy lejana España franquista, realizó el álbum América. Plagado de bien trabajados y portentosos arreglos, con una producción prolija y espectacular, se consolidó como una de las más finas piezas en la historia de la balada romántica en nuestra lengua. La totalidad del disco no tiene desperdicio, pero hay dos sencillos que pasarán con letras de platino a la historia del género: “Una locura”, que proyecta una fuerza épica al desamor, a un tiempo liberadora y doliente, y “No te vayas nunca”, que resume en una de sus frases la totalidad del código semántico histórico de eso que llamamos amor: “Si te vas/no me preguntes si te amé o no/Tan sólo escucha una canción de amor/Y entenderás lo que sentí por ti”.

Juan Gabriel, Pensamientos, 1986

El lugar común que afirma que Juan Gabriel universalizó la música popular mexicana sin duda es cierto. Con fundamento en un porcentaje muy alto de puro talento personal, más una formación musical básica, el llamado “Divo de Juárez” supo hacer una mezcla virtuosa de los ritmos, estructuras y cadencias del bolero, la música ranchera y, muy especialmente, la balada pueblerina, al ensamblado de la música pop contemporánea de raíz estadounidense. Estas cualidades alcanzaron su punto evolutivo culminante con el álbum Pensamientos, de mediados de los ochenta. En éste, Juan Gabriel fusionó sus antecedentes populares, establecidos en la década de los setenta, al inicio de su carrera, con las ventajas de la producción y la arreglística de los ochenta, impregnada por el estilo pop omnipresente en aquella década. El resultado fue un bulldozer de la balada romántica. Contundente, fastuoso, pulcro, penetrante, son algunos de los adjetivos que sin equívoco admite esta pieza maestra de la música romántica en español. La oscilación que va de la música del “pueblo”, con mayor peso en tracks como “Así se quiere” y “Doquiera estás tú”, a los despliegues propios de la power ballad, de corte internacional, que son más notorios en canciones como “Amor es amor” y “Te lo pido por favor”, alcanzan una imbricación inusitada, tamizada por precisos efectismos con ecos de leitmotivs y una amplia fusión de cadencias latinas, en una de sus máximas creaciones: “Hasta que te conocí”, pieza imprescindible de su repertorio en directo que recibiera un tratamiento espectacular un lustro después en su primera presentación en el Palacio de Bellas Artes, llevando al recinto de la música exclusiva la fuerza de su perfección musical popular.

Julio Iglesias, Libra, 1985

Hay un hecho paradójico, sorprendente y para muchos inescrutable: de todos los destacados baladistas en esta lista mencionados, ninguno tiene la universalidad de Julio Iglesias. Ninguno, pero absolutamente ninguno, pudo o puede competir con la penetración global de la que ha gozado el hispano a lo largo de su ya dilatada trayectoria artística. Ni la extraordinaria capacidad creativa de José Luis Perales, Juan Gabriel o Marco Antonio Solís, o las contundentes dotes vocales del primer José José, de Luis Miguel y de Alejandro Fernández, como tampoco el efectismo escénico de Raphael y de Emmanuel; nada de eso puede paliar la globalidad irrestricta de Julio Iglesias. Cosa que de manera cierta es misteriosa, dadas las conocidas carencias vocales del archiconocido intérprete. Apelar, como hacen muchos de sus detractores, a un mero ejercicio de mercadotecnia es errar los tiros y no ver los datos finos de un fenómeno que no por polémico es menos neto. Julio Iglesias es un artista indispensable, importante y con un nivel muy por encima de la media dentro de la baladística mundial, y eso es innegable. Al vuelo, es posible identificar un conjunto de elementos constitutivos de la realidad artística de Iglesias: a) haberse allegado de la genialidad de los compositores, directores y productores Rafael Ferro y Ramón Arcusa, desde finales de los setenta hasta principios de los noventa; b) haberse planteando objetivos artístico-mercadológicos claros, una especie de adaptación de los principios empresariales de penetración transnacional, que incluían la incorporación multilingüística, musicalmente poligenérica y culturalmente adaptativa; c) cuidar el más mínimo detalle de producción y de imagen pública; d) poseer una cualidad comunicativa personalísima, inconfundible y penetrante: Julio no necesita ser un virtuoso de la voz, necesita generar una dramaturgia romántica efectiva. El álbum Libra, de mediados de los ochenta, refleja de manera nítida todas y cada una de estas cualidades. Disco de la madurez, consecutivo a su conquista irrefrenable del mercado estadounidense un año antes con su 1100 Bell Air Place, marca el punto máximo de su trayectoria mundial. Nadie que guste de la balada en español puede dejar de tenerlo en su colección de placas de diamante del género.

Luis Miguel, Romance, 1991

En este país era inconcebible que un “producto Televisa” se convirtiera en un cantante de verdad, pleno de cualidades vocales y proxémicas. Luis Miguel lo consiguió sin ambages y todo elogio y toda crítica a su desempeño artístico debe partir de este hecho contundente: es el mejor intérprete baladista que ha habido en México en el último cuarto de siglo. Cosa que no obsta para observar altibajos en su desempeño y una en ocasiones inexplicable fuerza autolimitativa que no corresponde con el grado de artista internacional, que sin duda posee. El punto de inflexión de su madurez artística lo alcanzó al comenzar la década de los noventa con su álbum 20 años, escrito y producido por el destacado compositor de baladas español Juan Carlos Calderón. Un año después, en conjunto con el viejo lobo de la música romántica mexicana, Armando Manzanero, realizó el que probablemente sea el mejor pastiche jamás realizado de los boleros clásicos. El sencillo “No sé tú”, único track inédito de la colección, estableció por igual el regreso de Manzanero al bolero, pero en esta ocasión con la estilización avant-garde post ochentera. Romance, para ponerlo en breve, es un disco sin el cual la balada romántica de los últimos veinte años no se puede comprender: puesta al día, engarce generacional, máxima calidad interpretativa, rehechura posmodernista y plena intencionalidad comercial convergen en él. Un clásico contemporáneo.

Marco Antonio Solís, Trozos de mi alma, 1999

En alguna ocasión, en el marco de una convivencia con la prensa, le pregunté a Marco Antonio Solís que cómo percibía la aceptación globalizada de lo que fuera música de nicho, llamémosla del “pueblo”, de la cual él era uno de los grandes artífices. Su respuesta fue concisa y certera: “Hemos llegado a un momento en el que lo internacional está listo para la música del pueblo, y la música del pueblo está lista para lo internacional”. Su dicho es prácticamente la fórmula de su trayectoria como solista. Que esta deviniera en la pulcritud de la balada pop internacional, con tintes de lo que yo llamo “música de kiosko”, como la que originalmente hiciera en la primera etapa de los Bukis, no fue casual que coincidiera con la explosión multiculturalista de los noventa, además de un uso correcto del dinero ganado en años de trayectoria. Marco Antonio Solís se obligó a progresar en el competitivo entorno de la balada romántica hispanoamericana para emerger rotundo a lo que me gusta llamar la balada de estadio. El álbum del 99 contiene de manera ejemplar las cualidades del crossing hecho por el cantautor mexicano. Sencillos como “Sigue sin mí”, “El peor de mis fracasos” y, por supuesto, la exitosísima reedición en voz propia del que fuera un hit de los ochenta en voz de Marisela: “Si no te hubieras ido”, que encarnó sin mácula el estilo de la comercialización pop de corte estadounidense: un video de buena calidad, soundtrack de una película la mar de comercial y una destacada arreglística de nivel internacional.

Raphael, En carne viva, 1981

Más allá de su imagen característica, que comenzó a explotar de manera certera, y ya en plenitud, en vivo a partir de principios de los setenta, que lo ubicaba como una figura con una tesitura vocal eminentemente masculina, pero con cierta androginia escénica, Raphael llegó al inicio de la década de los ochenta con un poder interpretativo por demás destacado. Haciendo ajustes menores, pero precisos, a su peculiaridad interpretativa que comenzara en la década de los sesenta, aderezó su desempeño con cierta profundidad, un énfasis un poco más sombrío en lo que cantaba. Sus interpretaciones dieron así un mayor sesgo melodramático a las canciones que interpretaba, poniéndolas a punto para transmitir las historias de amor y desamor consagradas en el género. Muestra de ello son los rotundos éxitos que de este álbum se desprendieron, los cuales tuvieron la magistral intervención de, ¡faltaba más!, Manuel Alejandro: “En carne viva”, “Estar enamorado” y “¿Qué tal te va sin mí?”. Fue la época de un inmenso éxito en España y Latinoamérica, con llenos totales en auditorios, plazas de toros y, por supuesto, la aclamación en Viña del Mar, Chile. Si algo se recuerda de la radio comercial de aquellos años es la incesante difusión, día y noche, de los éxitos de este álbum poderoso, pulcro, intemporal.

Tony Escudero, En vivo en el “botín”, bootleg, c. 1987

Si la balada romántica es la actualización del código amoroso y la virtud vocal es un rasgo bioartefactual, es decir, se nace y se hace con ella, entonces toda la parafernalia mercadotécnica es accesoria al género. Sin duda indispensable en la era del capitalismo tardío, pero sin ambages externa al acontecimiento de un desempeño baladístico ejemplar. Tony Escudero encarnó justamente esa realidad. Desde un rincón periférico del gran sistema de los espectáculos internacional, tras una caída inexplicable desde las grabaciones con alguna multinacional (en este caso, Mercury) hasta el acomodo en un show regular de bar céntrico en la Ciudad de México, forjó un centro de atracción poderoso, vital, íntimo. Una bien acotada religión de incondicionales, fieles a sus puestas en escena minimalistas que desplegaban una enormidad vocal y una impregnación sentimental inigualable (patentes en este casete comunitario hoy ya inconseguible: ¡cómo no hay un Chopo de la balada!), Escudero erigió un desempeño que retuvo siempre lo esencial de la balada: mover los sentimientos de las personas con base en sus personalísimos matices con los que iluminaba un puñado de temas propios y una pléyade de covers representativos de lo mejor del género. Según testimonios de primera mano, de viejos amigos míos una generación mayor a la mía (saludos a Armando y Elvira Gutiérrez), el espectáculo del cantante rezumaba calidez, sentimentalismo y poder escénico, cualidades todas sin las cuales la balada romántica, hoy como ayer, al lado de un piano y unas decenas de asistentes, o con un show espectacular ante 50 mil personas, sencillamente no podría existir. ®

Nota

1 “El amor no es tratado aquí —o lo es sólo en ocasiones— como un sentimiento, sino como un código simbólico, una clave —mejor— que informa de qué manera puede establecerse una comunicación positiva, incluso en los casos en que esto resulta más bien improbable. El código estimula la génesis de los sentimientos correspondientes. Sin la existencia de ese código, la mayoría de los seres humanos no alcanzaría tales sentimientos”, escribe Luhmann en la introducción de su mencionado estudio.

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Publicado en: Las listas musicales, Mayo 2011

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  1. Podria coicidir con Jaime en que hubiese elegido «Momentos» de Julio y «Secretos» de Jose Jose. No coincido en que el autor tenga poco conocimiento del tema, es solo su eleccion como nosotros tendremos las de nosotros. Jaime, El album «Pensamientos» de Juanga es bueno y aunque su mayor difucion la tuvo «hasta que te Conoci» tampoco es que el album no haya sido un exito. En lo demas es dificil argumentar con el autor tal vez con la excepcion de no haber mencionado a un Ricardo Montaner o a algun album de Camilo Sesto en su epoca.

  2. Antonella escudero

    Baladyna soy hija de Tony Escudero yo tengo todos los cassetes, si gustas ponerte en contacto conmigo y yo te vendo los que quieras. Saludos

  3. QUISIERA SABER EN DONDE PUEDO COMPRAR LOS CASSETS DE CANCIONES DE TONY ESCUDERO ,LOS QUE VENDÍA EN LOS ANTROS CUANDO ESTUVO EN MÉXICO.
    TE ESTARÉ ETERNAMENTE AGRADECIDA .
    YO TENGO UNO QUE LO CUIDO COMO ORO.
    SU VOZ Y CANCIONES DE ESA ÉPOCA SON ÚNICAS
    CARIÑOSSSSSS

  4. Tu ensayo, no me es particularmente cómodo, aunque en gustos y colores cada uno con su opinión, mal tu criterio musical de escoger los discos para ti considerados importantes, yo lo noto de un deficiente gusto y poco conocimiento de la la balada romántica en español.. discos importantes de otros cantantes y de los mismos que se mencionan (como se va a realzar discos de los cantantes en su declive), deberían estar titulados en la mayoría de tu lista….
    ejemplos:
    Julio Iglesias – Momentos 1982
    Jose Jose – Secretos 1983
    Con Raphael se coincide…
    cualquier otro album de Perales es mejor que el de América.
    Juan Gabriel de su album se destaca Hasta que te conocí, por lo demás no trascendió mucho.
    etcetc… lo justo

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