La reconstrucción de los hechos

Entrevista con Gabriel Ramírez

El pintor habla de su exposición inaugurada en octubre del 2010 en Mérida, de lo que observa en el ambiente pictórico yucateco, de su afición por la literatura y de cierta nostalgia por una Mérida que ya no existe.

“El meridano le ha dado la espalda al interior del Estado. Y de igual manera, el yucateco le da la espalda a la capital”, fue uno de los primeros comentarios que Gabriel Ramírez hizo el día que lo entrevisté. Yo le había seguido la pista desde el 28 de noviembre de 2004, cuando leí un ensayito suyo sobre Samuel Beckett con el audaz título “Sufro, luego puedo existir”. Seis años después, en el mismo mes de noviembre, nos encontrábamos platicando en un café cercano al centro histórico de Mérida y ni siquiera le formulé las cinco preguntas que había preparado. Así que Ramírez habló un poco de todo. De su exposición más reciente inaugurada en octubre del 2010 [Ramírez 09-2010, Museo de Arte Contemporáneo Ateneo de Yucatán-MACAY, Mérida, México], de lo que observa en el ambiente pictórico yucateco, de su afición por la literatura y de cierta nostalgia por una Mérida que ya no existe. Obviando las despedidas, regresé corriendo al museo donde trabajaba, porque me había fugado sin avisar, y Ramírez continuó su itinerario aquella mañana. En diciembre, sin razón aparente, renuncié al museo.

Gabriel Ramírez Aznar (Mérida, 1938) es cinéfilo, pintor, ilustrador, escritor y publicista. “Sin embargo”, escribe Luis Carlos Emerich, “aunque Ramírez ha demostrado tanto sus múltiples admiraciones culturales como sus capacidades analíticas de escritor, ha sido su obra pictórica la que ha revelado los rasgos más profundos de su personalidad”. Desde ese ángulo reconstruyo nuestra conversación.

© MACAY

Eres un pintor que también escribe. ¿Por qué?

—Son intereses múltiples que yo tengo. Nunca me he limitado a un solo placer. Sin ninguna idea fija sobre lo que podría provocar en los demás. Cuando pinto y escribo no pienso nunca en el espectador ni en el lector. Trabajo para mí en esencia. Nadie te tiene que venir a decir si está bien o mal, tienes que conocer tus límites, no creerte demasiado. Tomar en serio lo que haces, pero sin creértelo tú.

—Si pudieras hacer una radiografía de tus intereses, ¿cuál sería?

—De niño me interesaban los deportes. Antes de salir de Mérida tenía mucho interés por el béisbol. Me gustaba todo lo visual, vi mucho cine. Después, juntar filmografías. Ahora bien, al investigar sobre un pintor, enseguida descubres las ramificaciones. Siempre me interesó esta interrelación.

—¿Cómo era el ambiente en la Ciudad de México cuando te fuiste de Mérida?

—En los años cincuenta, sesenta y setenta todo se concentraba en el D.F. Si tú lograbas entrar a uno de los círculos te relacionabas con muchísima gente. Te hablaré de mi caso particular. Yo no fui al D.F. a hacer carrera de pintor, me fui básicamente a trabajar. Yo no era pintor de tiempo completo.

—¿Cuándo empezaste a presentar tu obra en galerías?

—En el 65 expuse en la Galería Juan Martín. En esa época las hermanas Pecanins siempre iban a las exposiciones y les gustaba mi pintura. Entonces, por un incidente desagradable me fui a la Galería Arvil, y por otro incidente desagradable me fui a la Pecanins, en el 72. Excepto dos veces que expuse en la Gabriela Orozco, todo México exponía con ellas. Las Pecanins no eran demasiado promotoras, a ellas les gustaban las pinturas, los pintores, y se enorgullecían de tener pintores que no vendían, como yo. Nunca he sido un pintor que vende.

—¿Y la crítica qué te decía?

—Durante un tiempo, al principio, se interesó por mí. Luego caí en el olvido total. Yo nunca viví de la pintura, yo trabajaba en publicidad, tenía chamba y pintaba en las noches. Como Vicente Rojo, que trabajaba toda la semana y sólo pintaba los domingos. Excepto los ricos, como Fernando García Ponce, podían pintar todo lo que quisieran.

—¿Y las obras se comercializaban?

—Pues a fines de los sesenta los trabajos de Juan Soriano no se vendían. La gente con dinero, el amigo, son los que te compraban los cuadros. Francisco Toledo se la pasaba haciendo dibujitos que dejaba tirados. Toledo nos hablaba a mí y a Arnaldo Coen, y dibujaba; la mujer de Coen guardó los dibujos, que eran bastantes. Pero en esa época todo era más divertido.

—¿Cuánto tiempo estuviste en el D.F.?

—Unos veinte años, del 56 al 75.

—¿Y luego?

Están las señoras que pintan, las señoras ricas que se dedican a pintar porque tienen mucho tiempo libre. Antes se dedicaban a costurar, a cocinar. Ahora pintan. A mí eso me resulta indiferente, pero es un fenómeno muy notable, que se ha desarrollado con mucha rapidez.

—Estaba un poco harto de México, yo no quería estar allá. A mí me llevaron por problemas económicos y al día siguiente ya tenía chamba. Y en ese entonces el D.F. era una ciudad muy provinciana, muy tranquila. Yo me iba a las dos de la mañana del cine caminando. Toda esa ciudad se modificó con el metro. Cuando el metro abrió su estación en Insurgentes, desmadró la Zona Rosa. Antes de eso era un lugar cursi, pretencioso, como imitación de las grandes ciudades, pero se perdió.

—¿Por qué regresaste a Mérida?

—Me gusta Mérida. Yo fui un nostálgico de Mérida, de manera un poco imbécil, porque cada vez que venía la ciudad iba cambiando paulatinamente. Yo veía cómo Mérida estaba destrozándose con lo del agua potable: escarpas rotas, calles y edificios destruidos. Un proceso que duró como veinte años, en el periodo de los sesenta a los ochenta. Y eso que es el segundo lugar con el centro histórico más grande del país.

—¿Cómo era el ambiente pictórico cuando regresaste?

—Todavía en el 77 no había nada en Mérida. Estaba muy muerto esto. Coincide con la llegada de Alberto Urzaiz, con Ralph Walter, entre otros. Como en el 81 empieza un poco a disiparse la neblina del paisaje. Durante todo ese tiempo yo expuse en el D.F., con las Pecanins.

—Coméntanos sobre tus colaboraciones en el suplemento Unicornio, del periódico Por Esto!

—En Unicornio el proceso exigía mucha documentación. Me refiero a los datos con los que armas un artículo. Yo lo documentaba con una foto y dibujos. Para mí, lo fácil era meter cosas de cine; eso me ayudaba a la circulación de la sangre en el cerebro. Y desde el número uno jamás fallé, pero poco a poco me fueron excluyendo. Para el número de Agustín Lara no salió mi dibujo. Y ya para el de Saint-John Perse, decidí irme.

—¿Qué autores te gustan?

—Saul Bellow, Philip Roth, Gore Vidal, José Donoso, Jorge Ibargüengoitia, Cabrera Infante. Yo tenía planeado salirme dignamente del suplemento Unicornio el día que les mandara a Por esto! un artículo sobre él. Me gustan mucho las biografías, los escritores rusos, Turgueniev, Chéjov, Dostoievsky, los franceses, Flaubert, Zola. Leí un libro de Krauze sobre la Independencia [La presencia del pasado] en dos sentadas. El Diario de Berlín, de William Shirer, lo leí rápido. Aun así, hay escritores que están en contra del exceso de información. ¿Para qué sirve tanta información? Ahora hay muchísimo libro.

—¿Pintores y músicos?

—Pintores académicos, impresionistas, etcétera; soy mucho más ecléctico en pintura. Ahora, de música escucho poco porque exige mucha concentración, y ahora estoy cansado.

—¿Qué tal tu última exhibición Ramírez 09-2010, en el Museo de Arte Contemporáneo Ateneo de Yucatán?

—Me pidieron treinta obras, y coincidió con que una mitad la había hecho en 2009 para las Pecanins, y la otra en 2010.

—¿Qué nos dices sobre tu proceso creativo?

—La obra me deja de interesar cuando ya está hecha, lo mismo que los libros. Yo no adoro. Lo que me interesa es pintar: el proceso, la elaboración del trabajo. Cuando llega el momento de la exposición, a veces ni te acuerdas de lo que pintaste.

—¿Y qué opinas de la pintura en Mérida?

—Hay demasiados pintores. Son sólo cinco los que se salvarían, y no más. Pero esas cosas son muy relativas. Están las señoras que pintan, las señoras ricas que se dedican a pintar porque tienen mucho tiempo libre. Antes se dedicaban a costurar, a cocinar. Ahora pintan. A mí eso me resulta indiferente, pero es un fenómeno muy notable, que se ha desarrollado con mucha rapidez. ®

1) Pinturas
Gabriel Ramírez. Pintor.
AA.VV.
Organización de Estados Iberoamericanos – Instituto de Cultura de Yucatán – Ayuntamiento de Mérida – Conaculta/INBA
México, 2001

2) Dibujos
Juntos y endemoniados
Dibujos. Gabriel Ramírez

Textos de Francisco Hernández y Luis Ramírez Carrillo
Oro de la noche Ediciones – Centro Cultural Cecijema – Universidad Autónoma de Yucatán – Instituto de Cultura de Yucatán
México, 2005

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Publicado en: Febrero 2011, Plástica

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  1. Evangelina Baltierra

    Y que que pinten señoras gordas, ricas o pobres, desde cuando el arte es exclusivo de unos cuantos o cuantas ( tal vez las flacas ricas si sean dignas de pintar) el arte ennoblece el espíritu del ser humano y cada uno puede desarrollarse como mejor le plazca ¿sería mejor para ellas estar pegadas a la televisión viendo novelas o frente a su casa en el chisme?

    ¡ Que comentario señor!

  2. luis blanchard-

    Gabriel Ramirez : te compadezco con la clase de enemigos (o enemigas) que tienes por allí …. Quizás sea alguna de esas amables personitas que te saludan a diario , mientras te dicen «cuidate , Gabriel , te queremos mucho .

  3. tu chingada madre

    COMO SI TODOS LOS MALOS PINTORES QUE HAY EN YUCATÁN FUERAN MUJERES, SI COMO NO.

  4. tu chingada madre

    Qué sorprendente que la incapacidad de crítica del sr Luis Blachard juzgue la calidad de una pintura por el peso de quien la realiza, menuda crítica. Y una pregunta cuando ha sufrido gabriel ramirez?????? SUFRIDO POR PINTAR»»’????????? GABRIEL RAMIREZ?????? NO ME HAGAN REIR

  5. luis blanchard

    Quedan pocos pintores como Ramirez, sinceros.
    Concuerdo con su opinion acerca de las señoras gordas que pintan ,le agregan «diletantismo» a una actividad por la que muchos sufrieron y la pasaron mal defendiendo ideas.
    Son inofensivas.? no lo sé.
    Lo malo está en aquellos otros seudo artistas a los que solo les interesa el arte como una manera de «llegar» a alguna posición social o económica , y que no solo se mienten a si mismos, sino a los demás . Luego una caterva de «curadores», directores de museos , galeristas, se aprovechan de la mediocridad generalizada y hacen pingues ganancias, y detentan jugosos cargos oficiales
    Me parece bueno el ambito de discusión de esta revista.

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