U2 o el elogio del capitalismo tardío

La pantalla omnipresente

No solamente es la extensa crónica del concierto de U2 en el Estadio Azteca de la Ciudad de México el pasado 15 de mayo. Es un ensayo argumentado del gusto legítimo del autor por esta megabanda irlandesa, el contexto y el análisis del éxito de un cuarteto que empezó como un sencillo grupo de postpunk en la vieja Irlanda de los años ochenta.

Para Sheila, extraordinaria compañera de aventura musical.

1. Hay un halo nostálgico, distante, justamente de melancolía espacial, en la sentida cadencia de “Space Oddity” de David Bowie, cuyas primeras estrofas suenan ya: “Ground Control to Mayor Tom…” Una excepcional balada rock con tema de ciencia-ficción. La audiencia se estremece, se vuelve una singularidad masiva; comienza un rugido a levantarse desde la totalidad del Estadio Azteca con sus cien mil asistentes. U2 sale de los camerinos y avanza con cadencia de superstars hacia el escenario. La licuadora de LEDS, que es la imponente pantalla central de 360º que da nombre a esta gira, se enciende furiosa para emanar la imagen de Bono, Clayton, The Edge y Mullen Jr., avanzando altivamente al centro de la cancha. La antena central del stage, una especie de torre moscovita a escala adecuada, echa humo de hielo seco, simulando la ignición inicial de una nave espacial. “Space Oddity” continúa sonando entre el griterío que sube y sube de decibeles conforme la agrupación toma posiciones debajo del entarimado, aguardando un poco para saltar tras sus instrumentos. Los roqueros europeos están listos. La última frase audible de la rola de Bowie es “All stars look diffrent today!” Se apagan las luces del estadio. Entonces la estructura entera que pretende ser una nave espacial, pero que más parece uno de los insectos gigantes de Starship Troopers de Paul Verhoeven, estalla en una luminosidad ámbar, naranja y roja al cabo. Comienzan los primeros acordes de “Even Better than the Real Thing”. Se enchina la piel al percibir la potencia del sonido y el alarido incontenible de la tumultuosa audiencia. El ritual ha comenzado.

No puede haber inicio mejor. El título de la canción, si bien de temática sexual, remite semánticamente al simulacro, a la pantallización de todas las cosas, a la mediatización de los valores, a la licuefacción de las ontologías sólidas en un torrente iconográfico reiterativo, saturado y virtual. No se espere algo mejor de la cosa real; con U2 en vivo, lo real es lo espectacular, la fastuosidad del artificio, la superficialidad de la ética de la globalización, el desempeño artístico popular y universal ejemplar: masivo, efectista, hipertecnologizado. Es el prisma en el que, como civilización posthistórica, postpolítica y postreligiosa, nos reflejamos con total transparencia, deslizándonos sobre la tensión superficial de una megapantalla ovalada que parece girar y da la impresión de ser una inmensa licuadora de fuegos de artificio; el reflejo de nuestros goces, emociones y excitaciones sensoriales prístinamente reproducidos en ella y por ella, carece de pesadez, es efímero y etéreo, pero nos liga sin rodeos a la era que lo hace posible; al tiempo del vacío ontológico en favor de la saturación del valor.

Así, desde lo que resultó ser una posición privilegiada en las gradas, un poco arriba del medio y algo cargada hacia la zona norte, se aprecia con plenitud la gigantesca estructura del escenario que escupe violentas luces amarillas, rojas y moradas, toda ella encendida por intervalos en la misma cromatización de los haces luminosos que allí convergen. Es un verdadero tótem. Centro de culto tecnologizado, torre electrónica que, ciertamente, parece que está a punto de despegar hacia la estratosfera. Después de la canción inicial, tocada con vigor, a buena velocidad, plena de buenos riffs y el destacado acompañamiento de la batería de un Mullen Jr. enjundioso, ejecutan en el mismo tenor “New Year’s Day”. Escogieron una dupla de apertura significativa. Diversa a la elegida para la gira norteamericana (Estados Unidos y Canadá). Esta noche cálida y húmeda de la meseta citadina, han puesto en primera instancia lo mismo al mejor disco de su carrera entera, el Achtung Baby, de 1991, y al que fuera el coletazo de su iniciática era post new wave, el War de 1983.

2. La megapantalla circular deja ver la figura agigantada de los integrantes del grupo, con Bono por delante y en mayor medida. El estadio entero es una masa henchida que grita incansable, salta, aúlla, suda y consume bebidas sin cesar; liga, se abraza, se besa, se palmea. Pero sobre todo rinde culto, adora. En efecto, el rock de estadio es la actualización del arquetipo de los dioses. Es la puesta al día de la religación interconstruida en la mente humana. En el centro del estadio se hallan el altar y los sacerdotes. En los alrededores, las decenas de miles de fieles que los observan en su gigantismo sobrehumanizado, poderoso, portentoso. Siguen sus mandatos sacerdotales y están conscientes de que el rito implica la cercanía del paraíso durante el instante de la ceremonia casi imposible, y la inevitable pérdida de la luminosidad divina cuando el ritual concluya y sólo quede el silencio del concreto y un murmullo estremecedor al salir del recinto. El vaivén inmenso de miles de personas saltando al parejo para formar tremendos oleajes humanos al ritmo de los éxitos del grupo hace recordar a los miles que corren en círculo en torno a la piedra negra de la Meca o a aquellos que se bañan en el Ganges durante días enteros, como subrayara Don DeLillo en Los nombres. Que en nuestra era la religación sea tecnológica, mediática y capitalista sólo habla del espíritu de los tiempos; zeitgeist ineludible y recalcitrante, encarnado hasta la médula en el cuarteto de dublineses desde, por lo menos, finales de los ochenta del siglo pasado.

No se espere algo mejor de la cosa real; con U2 en vivo, lo real es lo espectacular, la fastuosidad del artificio, la superficialidad de la ética de la globalización, el desempeño artístico popular y universal ejemplar: masivo, efectista, hipertecnologizado.

Como hicieran ver en su gira Pop Mart de 1997-1998, el ser humano evolucionó desde las cavernas al hiperconsumo (había una ilustración computarizada en ese sentido, transmitida en la megapantalla del escenario al final de la rola “Even Better than the Real Thing”), poniéndose ellos con su sola actuación del lado de sus más grandes paladines. Si la pretendida intención de ese tour (que contó, como se recordará, con transmisiones televisivas en directo allí donde se presentó, para enfatizar su carácter mediático y comercial) fue la de hacer una crítica por fastuosa ironía a los productos más acabados del sistema-mundo capitalista, lo cierto es que la banda fue engullida por su faraónico envite, pasando así de la ironía a la apología del sistema. No era otra la opción, puesto que las raíces de la estetotecnología, si se me permite el neologismo, de su espectáculo en vivo habían sido puestas en tierra fértil desde su obra maestra por antonomasia, el ya mencionado Achtung Baby, de hace ya dos décadas, y solidificadas sin mácula con la gira Zoo TV de 1991-1993, que incorporara asimismo tracks del siguiente álbum, el experimental Zooropa, pulcra pieza de fusiones sonoras tecno, funk y grunge, mal comprendidas incluso por los propios fanáticos del grupo. Desde entonces, y ya para siempre, religar en un estadio con U2 es decir “sí”. “Sí” a Bono; “sí” a los brincos; “sí” al coreo; “sí” al kitsch de la filantropía global, efectista y políticamente correcta; “sí” a la maravilla tecnológica plástica, artificiosa, monumental; “sí” a la música de masas, bailable, pegajosa, solvente, pulcra; “sí” al mercado global y a sus productos comercializados; “sí”, en fin, al cariz inenarrable de nuestros tiempos. Que los que hemos asistido a sus shows nos entreguemos extáticos a la afirmación de su modo de ser tardocapitalista sólo refrenda el poder mesmerizante de lo cúltico; su profunda capacidad para hacer de los humanos alegres guiñapos de felicidad prestada.

Así, “Elevation”, “Vertigo” y “Pride” (desde ya advierto que a partir de este momento transgredo el orden del setlist para los fines analíticos del presente texto; al final de éste ofrezco el orden cronológico de las canciones durante el concierto), hacen que la sustancia sudorosa que es la inmensa masa de gente que abarrota el Estadio Azteca brinque sin parar, coree, grite y palmee al unísono de las canciones. La liturgia completa, de memoria, sin errores, siguiendo la orden de los ejecutantes arriba del entarimado, expandidos visualmente a todos los rincones del recinto por medio del cinturón de LEDS que vibra como un inmenso bulbo en la descarga final antes de fundirse. “Pride”, conocida desde hace un cuarto de siglo, hace que su pegajoso coro salga de las gargantas ansiosas de la mayoría de los fanáticos. Con las dos primeras rolas (que la concurrencia acompaña con un aullido selvático en concordancia con el sonido de ambas), verdaderos himnos del rock pop de la década recién terminada, la de apertura del milenio, U2 dejó atrás el ciclo de la época tecno, disco, funky de los noventa. Guste o no, lo cierto es que el disco que contiene “Elevation”, All That You Can’t Leave Behind de 2001, fue un producto acabado, limpio, mesurado en los arreglos y las incorporaciones electrónicas, contrapunto efectivo en relación con lo que representó el álbum Pop, que le precede. Con “Vertigo” la marca del sencillo meteórico es palpable; How to Dismantle an Atomic Bomb, de 2004, es el remache completo de la música pensada para los medios y, por ende, para las masas. Pero ésta es rock sin lugar a dudas; efectivo y efectista, con una intención clara que, al mismo tiempo, marca sin errores sus límites y colindancias: nació para ser hit, para engrosar el rock de estadio; si el disco en cuestión marca igualmente cierto estancamiento creativo y sonoro, y excepto dos o tres temas resulta en suma aburrido, esas canciones exitosas bastaron para acrecentar de manera contundente la espectacularidad de la música popular de nuestro tiempo.

Los hits de U2 son un serrucho y sirven para serrar, ¿quién querría jamás atornillar con un serrucho? Aventuro que es aquí donde los críticos de la banda, recalcitrantes y exquisitos, hallan su punto de oposición total. No conciben que una agrupación haya pasado del post-punk de garaje de hace treinta años al rock pop ochentero con tintes avant-garde y de éste al Top-Ten permanente del Billboard mundial, algo sólo reservado para poperos incontestables como Michael Jackson y Madonna. Pero en ningún lugar dice que un grupo de adolescentes clasemedieros que pergeñaban media docena de acordes en la atrasada Dublín de hace treinta y cinco años no pudiera soñar, alguna vez en la vida, con ganar decenas, cientos de millones de dólares al mando de una banda de rock. Esa es, prístina, transparente y pulcra, la ideología del capitalismo en toda época y ocasión en que éste ha sido efectivo. Negar esa creencia y el ímpetu que ésta impele es simplemente negar los últimos quinientos años de historia del planeta.

3. “Get on your Boots”, “I’ll Go Crazy If I Don’t Go Crazy Tonight”, “Moment of Surrender” y “Magnificent” ponen al día la tocada, como sendos sencillos de su último álbum No Line in the Horizon, de 2009. La primera tiene un beat rocanrolero incesante y trae la marca del hit explosivo, con un rifeo pegajoso y machacón que sin duda hace las delicias de los que gustan escuchar a buen volumen rock pop en su automóvil; en tanto que la segunda, que además en el concierto mezclaron mediante una pulcra disolvencia con “Discothéque”, megaéxito del 97, que a su vez dio paso a una disolvencia con “Please”, del mismo disco noventero, es una pieza pensada ciento por cien para bailar, plagada de cajas de ritmo, de cadencias extraídas de la época del Pop, rejuvenecidas con la estructura rítmica de la guitarra y el bongó de ecos tropicales tocado a palma por Mullen Jr. El video proyectado en el concierto, que da pie a la canción, muestra los rostros agigantados de los cuatro integrantes de la banda, moviéndose en gestos recortados, brillantes, con un halo lunar destellando desde el centro del estadio. La pantalla jala la vista, magnifica las caras de los músicos, se vuelve un núcleo centrípeto ineludible, impone así su poder hipnótico, es el centro de la atención de nuestra era, que es eminentemente pantallística, como bien han establecido Lipovetsky y Serroy en su obra La pantalla global: “Pantalla en todo lugar y en todo momento”, “galaxia de dimensiones infinitas”, “pantalla omnipresente y multiforme, planetaria y multimediática”. Sello indeleble del capitalismo tardío.

Por su parte, “Magnificent” es una pieza excepcional que desde que se dio a conocer ha pasado al conjunto de las consagradas del grupo, debido a su fina hechura y excelente producción. Hace casi una década que U2 no hacía una canción tan buena. Durante el espectáculo, mientras empieza el ulular de Bono con el que arranca la rola (el cantante se encuentra ya en uno de los puentes corredizos de la estructura central del escenario), la megapantalla surround emite imágenes de un mundo interconectado, como una inmensa telaraña de fibra óptica, mientras el rostro desvanecido del Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu, lanza arengas católico-humanistas. Engarce generacional, el track remite a la historia musical de la banda que ha sido, es y será absolutamente pop (por lo que extraña que sus enemigos culturales exijan algo distinto de su arte popular), a través del manejo de la patentada guitarra de The Edge, quien además se da tiempo para un solo entre festivo y melancólico a la mitad de la pieza. Para el momento del solo las patas gigantescas del insecto á la Verhoeven irradian poderosos haces luminosos blancos y amarillos, lanzados a la totalidad del Estadio Azteca por furiosos spots intermitentes colocados a lo largo del interior de la estructura.

Durante el puente armónico entre estrofas vuelve a surgir el rostro difuminado de Tutu diciendo que los milagros son posibles. La canción recoge el sonido característico de la banda y lo dota de incorporaciones melódicas propias del rock comercial contemporáneo, especialmente del movimiento del nuevo pop inglés. En este sentido, no es de extrañar que el sello de una banda como Coldplay se haga presente en el sencillo que, por lo demás, no pierde la personalidad propia de los irlandeses. Finalmente, “Moment of Surrender”, rola con la que cerraron una estupenda noche de dos horas y media de rock pop, es una canción eminentemente baladística que posee la fuerza, la penetración y la melosidad adecuadas a una power ballad con todas las de la ley. El tema de ésta es la disparatada individualidad en un mundo aparentemente interconectado, pero que, en realidad, no hace sino atomizar a los individuos dentro de sus macrorredes tecnologizadas de comunicaciones instantáneas. Lo cual, a no dudar, resulta la mar de paradójico en una banda de rock que, ante todo, representa la quintaesencia de ese mundo hipertecnologizado e hipercomunicado de la actualidad.

Pero lo cierto es que U2 está libre de paradojas. El arco de su desarrollo artístico mundializado coincide pleno con el desenvolvimiento del capitalismo posmoderno en su faceta neoliberal. El despliegue internacional de la banda ejemplifica el proceso que ha encumbrado a la industria del entretenimiento, de raíz anglosajona, como una de las más exitosas y lucrativas del planeta con base en una administración de empresas ejemplar. Con acabados estéticos sin filo pero apabullantes, desbastados para seducir sin reparos a la cognición de amplios sectores de la población mundial, liderados por el amplio conjunto internacional de las clases medias, con el idioma inglés como lingua franca y una lógica operativa que equilibra la difícil combinación de recursividad con innovación artística, los productos del arte popular del último cuarto del siglo, a la vanguardia de los cuales se halla el rock pop, han establecido un plexo performativo que sin reparos es un producto de mercado enormemente redituable. Tal es el sentido de la explosión pop de los ochenta, en todas sus modalidades, del synth pop al glam metal, así como de la pérdida irremediable del progressive rock a partir de esa misma época.

U2 ha encarnado a la perfección todo esto. Su valía radica justo en ello. En haber llevado hasta sus últimas consecuencias la adaptación sistémica de la esfera de los espectáculos. Por eso causan perplejidad los ataques constantes de exquisitos y recalcitrantes contra lo que ellos hacen (puede no gustar en lo personal, pero eso es otra cosa, aquí estoy hablando de crítica musical profesional). A veces me pregunto si no será que nunca los han visto en vivo, ni siquiera en video. Son descalificaciones que encuentro más ideológicas, en el mejor de los casos, o poseurs, en el peor, que verdaderamente estéticas. La banda y todo lo que ella implica, en materia de marketing, éxito de mercado e ideología filantrópica cursilona, es un verdadero hervidero de la sintomatología de nuestros tiempos, y en esa medida los debería de calibrar el analista. Si porque a diferencia de otros popstars los del grupo se empecinan en componer, ejecutar vigorosamente y guardar la pose de roquero comprometido con su arte en toda circunstancia, y se niegan con ello al playback, a la subcontratación de talento musical y a la modificación sustancial de sus presupuestos artísticos, hay quienes los confunden con un grupo más propositivo que en cierto punto de su carrera se “vendió” al mercado, entonces lo que falla ahí es la expectativa y no el grupo.

Desde hace veinte años U2 es un grupo de rock con todas las de la ley y, al mismo tiempo, es un buró creativo de música para vender en masa, a la cabeza del cual se hallan los productores Daniel Lanois y Brian Eno. Es el arte y es el mercado. Que nadie sea llamado a engaño sobre el particular. Lo que no quiere decir que en su contexto y con los límites propios del tipo de música que han hecho en una larga trayectoria de tres décadas no hayan sido innovadores cabales. Lo han sido en diversos sentidos, pero muy especialmente en la propagación del sistema de los espectáculos en su más acabada encarnación capitalista. Han fungido como un prisma sintetizador de las tendencias roqueras masificadas que de éste han surgido. Ahí están sus varios periplos por una multiplicidad de géneros del pop que los ha llevado lo mismo a experimentar con los riffs del alternativo, como en diversos momentos de su obra maestra, Achtung Baby, que por las sendas de la electrónica y el tecno grunge con Zooropa; por el funk y la disco en Pop; una retoma personal del rock pop sin más en All You Can’t Leave Behind y (aunque en menor medida) en How to Dismantle an Atomic Bomb, hasta llegar a la integración fina y mesurada de muchos de los motivos musicales de su carrera, como los sampleos, las armonías románticas, los destiempos efectistas y las texturas guitarrísticas en No Line In The Horizon. No obstante, lo que en realidad distingue su carrera es la escalada imparable para hacer del pop de estadio una espectáculo pantagruélico; una monstruosidad de energía que proyecta sin mácula la manera de ser de nuestra civilización. Ver un show de U2 es presenciar la capacidad asombrosa que la era de la tecnociencia tiene para producir energía. Para producirla y desperdiciarla, pero también para generar con ella performances invaluables que impactan en bloque y con todo vigor a los sentidos, redefiniendo la manera de entender el arte popular de nuestro tiempo: éste se halla, sin vuelta atrás, inextricablemente ligado al ser tecnológico de la posmodernidad. Es el anonadamiento que produce la plasticidad de la electricidad, los cableados interminables, las luces como fuegos de artificio helados, deslumbrantes, la desmesura en el trabajo tras bambalinas para que, durante dos horas y media, soñemos que la huella de nuestra inconsciencia ambiental se justifica con el placer sensual que nada, pero absolutamente nada más, puede producir como los shows desmedidos del pop mundial, con U2 a la cabeza de todos ellos.

4. Para cuando ejecutan “City of the Blinding Lights”, contundente sencillo de 2004, la luminiscente licuadora central se ha expandido, conformando una gigantesca malla brillante de hexágonos alargados; sus luces giran y lanzan destellos al espacio saturado del recinto deportivo; haces de luz neón blanco azulada se tienden a la noche cerrada de la capital mexicana. La estructura entera, conocida como “The Claw”, se enciende; una luminosidad roja explota entre intermitencias destellantes blancas que recorren las patas del insecto metálico, así como la torre que lo atraviesa por el centro en sentido vertical. Hay una mímesis directa entre la lírica de la canción y el manejo del escenario. Ebullición luminosa, ciudades agigantadas, consumidoras incesantes de energía eléctrica, lo mismo que el acto efímero de un show fastuoso e idolátrico. Antes de la ejecución de la mejor rola del How to Dismantle an Atomic Bomb el grupo nos retrotrajo a la nostalgia de una década sin igual, fundamental además para su desarrollo artístico globalizado, como fueron los noventa del siglo pasado. “Miss Sarajevo” reveló la condición bipolar del desempeño vocal actual de Bono. Interpretada con especial intensidad, su voz, más dulcificada que nunca antes en directo o en estudio, proveyó a esa balada política con matices sentidos y dolientes; pero al mismo tiempo, dejó ver cierta merma en el poder vocal del cantante. En el momento en que “Miss Sarajevo”, acompañada en la pantalla de 360º con escenas del video promocional original, deviene en estrofas en italiano, que en su momento Luciano Pavarotti cantó en un dueto espectacular que sonó hasta el hartazgo en el mundo entero, Bono emula al difunto tenor y con un italiano dudoso, aunque cumplidor, alcanza las notas más altas de la escala de la canción, provocando el alarido de los presentes; pero cuando tiene que regresar a la parte baja de la escala, tras la última nota ascendente, irremediablemente deja escapar un “gallo”, algo que es de notar en un intérprete reconocido por sus dotes vocales. Igualmente en “Zooropa”, rola que sucedió a la antedicha, la fatiga vocal del líder de la banda fue notable y tuvo que apoyarse en los fondos pregrabados y las pistas de los coros de los que la canción hace un uso desbordado. Con esta pieza, única del excelente álbum homónimo del 94, mostraron el mecanismo expansivo de la pantalla central, regando con destellos y centellas la oscuridad nocturna del sur de la ciudad.

Pero lo cierto es que U2 está libre de paradojas. El arco de su desarrollo artístico mundializado coincide pleno con el desenvolvimiento del capitalismo posmoderno en su faceta neoliberal. El despliegue internacional de la banda ejemplifica el proceso que ha encumbrado a la industria del entretenimiento, de raíz anglosajona, como una de las más exitosas y lucrativas del planeta con base en una administración de empresas ejemplar.

Que el apabullante entramado tecnológico haya venido al rescate de los momentos menos contundentes de Bono, quien incluso en las clásicas baladas de finales de los ochenta, “All I Want is You” y “Love Rescue Me”, dejó escuchar cierta ronquera (sin duda también comprensible, puesto que ya era el tercer concierto en una semana), solamente remacha el sentido de la actividad del grupo, cuya performatividad es inseparable de la tecnología de los espectáculos. Con U2, la fusión primigenia entre mercado/artistas/música queda sellada para la posteridad. Incluso en sus pretendidas giras mesuradas, promovidas como supuestas vueltas a los orígenes austeros de los conciertos en arenas medianas, como fueron el Elevation Tour de 2001 y el Vertigo Tour de 2005-2006, tan primordial como el destacado desempeño musical pop que los cuatro integrantes tienen invariablemente sobre el foro, ha sido el uso vanguardista de los artilugios tecnológicos en materia de diseño, acabado y puesta en obra de los sets que utilizan.

Cabría preguntarse, eso sí, hasta qué punto sería posible separar la parafernalia en directo de lo que la banda es, puesto que aunque uno pueda apreciar las cualidades estrictamente musicales de sus grabaciones en estudio, como ha ocurrido con discos brillantes como el Zooropa o el New Line in the Horizon, lo cierto es que siempre está en la mente de qué manera van a ensamblar lo grabado en sus faraónicas puestas en vivo para las giras, e incluso discos flojos como fue el How to Dismantle an Atomic Bomb (muy similar en su falla al Rattle and Hum del 88, intentando sin buenos resultados hacer un rock más clásico y estadounidense), son dispensados por la fanaticada, los críticos y los curiosos, si es que estos álbumes van a generar un show en vivo que dará de que hablar no sólo por mucho tiempo, sino ya para siempre en la historia del rock pop mundial.

5. Una de las consecuencias de ser un grupo globalizado, con audiencias olímpicas y ganancias multimillonarias, especialmente dedicado a los temas de amor y fraternidad, con una música pop específicamente diseñada para convertirse en hit radial, pero con cierto contenido temático que va más allá del puro estribillo bailable, ha sido el enganche que la banda, y muy especialmente su frontman, Bono, ha tenido con el humanitarismo internacionalista, ligado a diversas organizaciones no gubernamentales y grupos y gobiernos afines a lo largo y ancho del planeta. Es embajador de Amnistía Internacional, ha tenido contacto con líderes mundiales como han sido los últimos presidentes de Estados Unidos, el anterior papa y líderes de opinión como el Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu. Personalmente ha ayudado a colectas internacionales, vía la organización ONE Campaign, para medicamentos contra el sida y la malaria en África, y ha dado a conocer la labor de dirigentes prodemocráticos en países donde esa forma de gobierno no existe, siendo el caso más sonado el de la activista de Birmania (o Myanmar), San Suu. Esto molesta a muchos críticos de la banda, en general, y de Bono, en lo particular, que ven en ello un intolerable paternalismo y un hipócrita kitsch humanista ideologizado por parte de una empresa musical que, después de todo, gana millones de dólares al año y habita sin equívocos la acomodada zona de confort del mundo paneuropeo. Esto es cierto y nada habría que reprochar a quien una opinión así expresara, excepto porque tendría que, asimismo, criticar al sistema-mundo capitalista entero, puesto que justo es así como éste opera.

En este sentido, U2 sólo es una fractalización del modo de ser sistémico en el nivel global. Generalizaciones humanistas, ayudas económicas de mera supervivencia y constantes y airados alegatos en favor de la democracia y la paz mundial son la constante en la política exterior de los países que se encuentran firmemente afianzados en el centro del sistema-mundo al uso. En el ínterin, son los mismos países que mantienen férreas políticas monopólicas en lo económico y que mueven inmensos recursos bélicos para mantener en orden sus zonas de influencia mundial. Que un grupo de millonarios roqueros que, no me cabe duda, se creen de verdad el discurso liberalista que ha dominado al mundo occidental en los últimos cincuenta años, haga de ello parte fundamental de sus shows y de su imagen pública me parece, sin temor a equivocarme, peccata minuta, dado el estado de cosas en el mundo.

Eso por una parte. Por otra, ¿acaso no es verdad que ésa es la única manera en que las grandes masas clasemedieras del mundo entero (pero muy especialmente de América Latina, quizá con la excepción del Cono Sur) se pueden enterar de cosas para las que, tradicionalmente, tienen los sentidos distraídos? Si no es porque Bono y sus muchachos les echan sus rollos sobre “la Mandela de Burma (Birmania, en español)”, pasan el video de Desmond Tutu elogiando los logros humanitarios médicos en África o hablan de la guerra civil mexicana (seguido esto último por un poema de Netzahualcóyotl recitado por una joven indígena y repetido por el frontman en un castellano que necesita mejoría), muchos, muchísimos de los asistentes al Estadio Azteca no se darían por enterados de ninguna de esas tres cosas. Da lo mismo que hayan estado en la Red Zone o en la parte más elevada del graderío; la ignorancia política mexicana es de las cosas mejor repartidas en este país. Así, Bono habla del estado de guerra mexicano, lo menciona eufemísticamente como “la situación”, dice que, al respecto, todos hablan de los balazos en nuestro territorio, pero nadie habla de los productores y vendedores masivos de armas, Estados Unidos. Por supuesto, genera la ovación de la multitud, que además está en el peor recinto del chovinismo mexicano. La pantalla central pasa en cintillo la traducción al español de las palabras del cantante. Concluye afirmando que todo es cosa de estar unidos, que al final saldremos de ésta. Se inician los primeros acordes del súper éxito de principios del milenio, “Beautiful Day”. La canción de por sí tiene un beat pegajoso y bailable, pero emocionada por las palabras de aliento de su ídolo la muchedumbre salta rabiosa en todos los sitios del estadio, formando una impresionante ola saltarina que grita, corea, canta “It’s a Beautiful Day, don’t let it get away!”, levanta los brazos y celebra el éxtasis del olvido del mundo cotidiano; el quebranto de la cotidianidad en un océano de luces, notas, vocalizaciones y un sonido que eleva por el cuerpo entero hasta los receptores neuronales, como un golpe de jab inesperado.

En el mismo contexto del kitsch humanista, tras el enganche de la mini versión de la canción “Scarlet”, perteneciente al ya lejanísimo disco October, del 81 (de las pocas canciones de la vieja época que tocaron esa noche, junto con “Sunday Bloody Sunday” del en su momento multicelebrado War del 83, del cual también ofrecieron la ya mencionada “New Year’s Day” al inicio del concierto), sigue “Walk On”, uno de los varios sencillos de 2001, quizá el más flojo de un álbum más que competente en su género, dedicado expresamente al activismo de Daw Aung San Suu Kyi. En el Estadio Azteca Bono canta el tema y pueden observarse imágenes de la activista birmana en la mega pantalla. Desde que fue lanzada al mercado la canción causó furor mediático, especialmente porque, como suelen acostumbrar los gobiernos dictatoriales, la mayoría de las veces caen en el garlito. Al ser inequívocamente dedicada a la defensora de la democracia en Myanmar, hace diez años fue prohibida en esa nación, lo que provocó el repudio mundial y el elogio periodístico y popular al grupo por comprometerse con las causas justas de la Tierra. Al respecto, me parece obvio que confrontar a una camarilla militar de un paisillo asiático perdido en la inmensidad mundial es el tipo de cosas que destaca el oportunismo de todo humanitarismo europeo, incluido el de U2; puesto que, en general, este tipo de activismo calla ante temas de mayor calado con perpetradores verdaderamente poderosos, como ha sido la presidencia antilegalista de Berlusconi o los escándalos sexuales de la jerarquía católica a lo largo y ancho del mundo. Pero, una vez más, ¿de qué otra manera podrían saber las masas acomodadas del mundo entero que existe un país llamado Burma (en inglés), Birmania (en español) o Myanmar (nombre en la ONU) y que en él hay una mujer comprometida como la que más con los valores occidentales? Bono anuncia a los presentes que, finalmente, San Suu fue liberada de su arresto domiciliario hace unos meses y, mientras continúa la canción que, es de notar, es una balada rock intrascendente, una columna de jóvenes asiáticos avanza por el camino circular que rodea el centro del stage, portando paneles luminosos con el logotipo de Amnistía Internacional. ¿Qué otra cosa podrían hacer cuando el líder de la banda es embajador internacional de esa ONG? Lo que la acción de la banda pone al descubierto sin maquillaje es el tipo de operatividad esencial de toda ONG liberal y humanitarista: cuneando siempre entre la hipocresía y la labor comprometida en un mundo esencialmente injusto.

Bono

6. El show de U2 es esférico. Autocontenido, autogenerado y autocomplaciente, cómo no. No sé bien en qué momento fue, pero creo que fue después de la dupla de apertura cuando vino a mi mente la imagen esférica que conformaban la redondez de la estructura ovalada del Azteca con el megaescenario, curveado en sus cuatro patas en el centro. Una pulcra esfericidad en acción. Una esfera dentro de otra esfera. La esfera exterior, el sistema-mundo al uso, ensanchado, sin aristas. La esfera interior, la replicación sin rodeos de éste. Ambas en concordancia cronométrica. Aceitadas, a todo galope, sin concesiones. Un espectáculo que avanzó y cumplió con su esencia artístico-mercadotécnica sin obstáculos. Sin límites. La tecnología, los hooks, los beats, orientados para vender, por una parte. Por la otra, el trabajo serio, pulcro, prolijo, como toda buena banda de rock sabe hacer. El camino de lo primero se hace presente en la remembranza de los indispensable hits del 87, “Where the Streets Have no Name” y “With or Without You” (mediadas por la cumplidora “Hold Me, Thrill Me, Kiss Me, Kill Me”, parte del soundtrack de una de las más malas películas sobre Batman que se han realizado en Hollywood), pertenecientes al álbum que los catapultó al mercado de la música millonaria, The Joshua Tree, con todos los claroscuros de esta clase de música, representados en ambas canciones: la festividad roquera de la primera y el descaro de la Adult Oriented Music de la segunda.

Pero también estuvo presente el arte. Popular, sin mayores pretensiones, directo y efectivo como lo es el rock, pero arte al fin y al cabo. Así que además de su más reciente producción discográfica, que contó con la ejecución de cuatro rolas, el peso del concierto recayó igualmente en su opera mirabilis de 1991. Junto con el No Line in The Horizon, el álbum que contó con más ejecuciones durante el concierto fue, claro está, el Achtung Baby. Además de la ya comentada “Even Better than the Real Thing”, de apertura contundente al espectáculo, estuvo “Misterious Ways”, con su desplante de guitarra y su coro efectista, guía musical de muchos sencillos de los noventa. También ejecutaron la afamada canción de tema religioso; dramática, monumental, como la propia historia que cuenta, el contrapunto de Cristo y Judas Iscariote. Con un acabado musical puntual, penetrante, visual, “Until the End of the World” es tocada con furia en el Estadio Azteca; al hacerlo, The Edge refuerza el rifeo y Bono calma la melosidad de su voz actual. El escenario se cubre de luces blancas y la megapantalla transmite en blanco y negro, dando un efecto elegante, sombrío y fastuoso a la ejecución, como una cinta previa al Eastmancolor remasterizada. Y tocaron asimismo el himno por excelencia de la banda, de una generación entera del rock y, ahora, de la cultura popular alrededor del mundo. Escribe Chris Martin sobre U2 en Rolling Stone, en el marco del número dedicado a los “100 Greatest Artist of All Time”: “Ellos serían la única banda buena de rock de himnos de todos los tiempos. Ciertamente, son los mejores de este género”. Así, “One”, precedida en el concierto que nos ocupa por el video de Desmond Tutu ya mencionado, en el que da a conocer los logros de ONE Campaign, estalla con su pulcritud hímnica, con estructuras y estrofas consabidas que siguen siendo significativas a una generación de distancia y ponen a corear a la casi totalidad de la audiencia. Concebido hace veinte años en el centro creativo de la Berlín postmuro, Achtung Baby representó el optimismo del capitalismo liberado de su escisión comunista espuria, soñando que en verdad estaba libre de dislates, paradojas y líneas tenebrosas; presto a su globalización sin cortapisas, a la afirmación de sus premisas básicas sin asomo de contradicciones ideológicas. Fue también el núcleo y el epicentro creativo de la banda irlandesa. Evento posiblemente autolimitativo porque, todo hay que decirlo, ni ellos ni nadie más en su género, ha vuelto a hacer un disco igual en una generación entera.

7. Hacia el siglo XIII de nuestra era las masas de fieles católicos hacían largas procesiones a las grandes catedrales medievales, como Chartres, Burgos o Colonia; se aglutinaban en su interior para las fiestas especiales o para las ocasiones extraordinarias en las que se hacía algún exorcismo público. Acampaban en sus alrededores, comían, dormían, defecaban por ahí cerca. Eran momentos comunitarios masivos de autorreforzamiento de una verdad ineludible: la gloria infinita de Dios y la necesidad de sus representantes terrenales que nunca acabarían, porque ambas eran eternas. El tiempo de la religación medieval tenía horizontes cancelados, más allá de ellos, sólo las tinieblas.

Para cuando el concierto está por finalizar puede observarse al Estadio Azteca iluminado en bloque por las minipantallas de los teléfonos celulares. La inmensidad del recinto repleto de fanáticos y creyentes en la bocanada energética final del evento. Se ha cumplido finalmente; el esfuerzo previo ha tenido su justa paga. Días de espera, de esperanza de ver el show. La reventa descomunal. Noches de acampada, de convivencia con los amigos entre copas y artilugios electrónicos. Listos todos ellos, los fieles irredentos, como todos los que asistimos al espectáculo, para confirmar una verdad autorreforzada: que, con U2, el capitalismo es más grande que la vida y que más allá de éste, sólo la niebla. ®

Adenda: Setlist y video aficionados recomendados de esa fecha.

U2 Setlist, México, domingo 15 de mayo del 2011:

1. “Even Better than the Real Thing”.
2. “New Year’s Day”.
3. “Get on your Boots”.
4. “Magnificent”.
5. “Misterious Ways”.
6. “Elevation”.
7. “Until the End of the World”.
8. “All I Want is You”.
9. “Love Rescue Me”.
10. “Pride (In the Name of Love)”.
11. “Beautifull Day”.
12. “Miss Sarajevo”.
13. “Zooropa”.
14. “City of the Blinding Lights”.
15. “Vertigo”.
16. “I’ll Go Crazy If I Don’t go Crazy Tonight/Dicotheque/Please”.
17. “Sunday Bloody Sunday”.
18. “Scarlet”/“Walk On”.
19. “One”.
20. “Where the Streets Have No Name”.
21. “Hold Me, Thrill Me, Kiss Me, Kill Me”.
22. “With or Wthout You”.
23. “Moment of Surrender”.

Videos destacados de asistentes en YouTube:
“Space Oddity/“Even Better Than The Real Thing”/“New Year’s Day”
“Magnificent”
“Until The End of The World”
“City of the Blinding Lights”
“Miss Sarajevo”

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Publicado en: Junio 2011, Música

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  1. Agradezco mucho sus comentarios (saludotes Efraín). Creo que, después de todo, las casi cuarenta mil palabras que utilicé en el texto se puede resumir de la siguiente manera: los de U2 hacen lo que hacen, y lo que hacen, lo hacen muy bien.
    Saludos.

  2. Lourdes V.

    …y por cierto: hubieras sido tú y no el esperpento ese de Adela Micha quien hubiera efectuado la tan sonada «entrevista». Nomás de acordarme me dan agruras…

  3. Lourdes V.

    Soy seguidora de U2 desde hace más de veinte años, y ésta es con mucho la mejor reseña/crítica que he leído en años. Fresca, motivada, actual, informada y bien escrita, nada de los blancos y negros que tanto abundan entre los admiradores y detractores de U2, sino llena de bellos matices intermedios. Difiero de tu opinión en diversos puntos (no los expondré aquí porque mi réplica sería igual de larga que tu escrito), pero en su mayoría estoy totalmente de acuerdo.

    El «No Line on the Horizon» ha pasado a ser mi disco favorito de la banda, empatado con «The Joshua Tree», y arriba del «Achtung Baby» (en gustos se rompen géneros), y en mi opinión, esta obra debió haber sido acompañada de una gira mucho menos espectacular, más íntima y discreta, que hiciera lucir la música de dicho álbum en su totalidad. Pero pues como dicen, «nobody’s perfect», y tampoco lo es U2, y mientras sigan haciendo música que me conmueva, seguiré correteándolos por estadios y en cualquier lugar que se presenten.

    ¡Mil gracias por este magnífico artículo!

  4. Excelente texto, Manuel. De la primera a la última letra. Me quedé pensando en lo apabullante de un fenómeno como U2, cuyo discurso y parafernalia originan una reacción en los espectadores que ya tampoco es diferenciable entre un país y otro. Es Pop, en toda la extensión de la palabra. Finalmente, el sueño de cualquier industria cultural queda plasmado en U2: conglomerar -con pequeñas variantes en su producto ofertado- una masa de consumidores regular y uniforme en cualquier rincón donde se presente. Un abrazo.

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