¿A dónde van las pesadillas?

Sobre Talking Light de The Residents

¿Qué hacen tres ojos vestidos de gala junto a un puente? Son The Residents, innovadores de la música, creativos de las tecnologías y los nuevos formatos de nuestra época.

The Residents

Imagina esta escena: estás sobre tu cama dormido y cuatro gigantescos globos oculares te observan. El hecho de que vistan de pipa y guante no los hace menos amenazantes, pues sus pupilas fijas demuestran que su búsqueda está dirigida a las profundidades de tu cerebro. Aquello que registran es imitado dentro de la parcialidad que se les permite como organismos incompletos y es devuelto en forma de un sonido claustrofóbico y lisérgico. Al llegar la noche los globos oculares, con su smoking y fiel sombrero de copa, vuelven a la tarea de observar cuerpos en reposo con la intención de registrar el inconsciente colectivo de buena parte de la cultura occidental y devolverlo en clave para la fabricación de complicadas casas de espejos. Por ello no es de extrañar que Santaclós, Hitler, Cristo y su padre, Elvis, algunos esquimales, fenómenos de circo, Darwin, sus monos y hasta la mamá de tu vecina puedan aparecer en un disco de los Residents. Personajes sofocados por sonidos misteriosos que provienen de cajas aún más crípticas que sus propias identidades, ya que por las cuatro décadas que se han manifestado, los individuos o entidades que conforman esta cofradía se han guardado celosamente en el arbitrio del anonimato. Para los Residents ser no es ser visto, sino mirar de vuelta.

Esta ruptura con el culto a la personalidad, tan enraizado en el mundo musical, aporta misterio sobre sus ya de por sí extrañas identidades y envía a aquellos necesitados de respuestas a formular teorías sobre si Frank Zappa o hasta J.D. Salinger (el más famoso recluso del mundo) han formado parte de sus miembros. Mucho no puede precisarse al respecto, pues finalmente nadie sabe quiénes son y quizá lo único que puede afirmarse es que en verdad los Residents no son más que ellos mismos: un hoyo negro en el que permanentemente nos invitan a asomarnos y en el que una multitud de extraños conceptos ponen en entredicho la realidad, contando historias destinadas a señalar el absurdo siempre presente en la especie humana.

Estos “asomos”, convocados por los Residents hacia dimensiones siempre paralelas, se han visto privilegiados por un uso altamente creativo de las tecnologías y formatos más avanzados para su época. Los ojos de pipa y guante fueron precursores del video musical y de aquellos formatos en desuso como el láser disc y el CD-rom. Se decía que sus representaciones en vivo desbocaban en complejos y detallados montajes surrealistas en los que la multimedia alcanza su más pura definición. Es por todo lo anterior que se dice que, más que escucharse, los Residents deben de experimentarse. Y aunque semejante propuesta recuerda el escalofrío de despertar en medio de un mal sueño sólo para descubrir a esos ojos gigantes observándonos, difícilmente se pasará de largo una invitación a atravesar el otro lado del espejo en su compañía.

Esta ruptura con el culto a la personalidad, tan enraizado en el mundo musical, aporta misterio sobre sus ya de por sí extrañas identidades y envía a aquellos necesitados de respuestas a formular teorías sobre si Frank Zappa o hasta J.D. Salinger (el más famoso recluso del mundo) han formado parte de sus miembros.

Talking Light, su última personificación, decidió aparecerse por éstas ya de por sí surrealistas y absurdas tierras, y francamente, pese a sus casi cuarenta años de presencia en el mundo musical, seguía siendo un misterio saber qué se podía esperar. Cuanto menos si una sala de televisión geriátrica se desplegaba como tapete de bienvenida. Pero los Residents muy pronto nos recordaron que no hay nada más inquietante que la aparente comodidad de lo familiar. Fuera de su ojete piel habitual, poco a poco comenzaron a habitar el espacio. Los encargados de las misteriosas cajas de sonido y cuerdas aparecieron engalanados como prestidigitadores destinados a operar en algún perverso show de infantes y un tercero, el facultado para la parte vocal, se regocijaba en su papel de payaso senil. Las identidades celosamente se resguardaron bajo la máscara que repetía la misma vejez que ocultaba y tras sofisticadas lentes que parecían revertir la oscuridad a la que voluntariamente se habían sometido. Y así lenta y densamente, la audiencia fue mansamente arrastrada hacia el territorio de los fantasmas, pues Talking Light, como amablemente nos lo indicó el payaso, indaga en el territorio de aquellos que se esconden bajo la cama, en los clósets o peor aún, en la cabeza. Frente a nosotros ocurrieron visitaciones, en austeras pantallas multimedia, contando sus historias de aparecidos y esfumados, acaso viajes de ácido perdidos en el tiempo a los que el payaso, junto con sus hábiles ayudantes, suministró de una atmósfera inquietante, sublime por momentos y las más de las veces claustrofóbica, revisitando algunos “éxitos” de la banda en tonos cercanos al recuento senil de algún veterano. El canturreo con el que el payaso entonó la sesentera “Dream, dream, dream” se impuso más como una amenaza que como canción de cuna y fue justo entonces cuando un escalofrío recorrió el cuerpo, recordando que los ojos nos miraban de cerca. Las historias siguieron, con algunos alaridos auspiciados por miembros del público, perdidos en su propio tiempo, y la guitarra conjuró su mayor primitivismo, para terminar, cual chiste privado, solicitando la presencia de los Ghostbusters para limpiar el sitio de los aparecidos que se había invocado.

El territorio Residents resultó, tal como se esperaba, una tierra confusa, acaso un mundo paralelo, para el que dos horas no serían suficientes para entrar del todo. Musicalmente supremos como en los viejos tiempos, su necedad conceptual empezó a mostrar ciertas fisuras.

A pesar de eso hubo algo que ocurrió al verlos tan de cerca, pues al estar entre fantasmas, atmósferas musicales saturadas y canciones que aludían a una retorcida infancia, su aferrado anonimato cobró sentido. Fue muy claro, al menos para quien escribe estas líneas, que aquellos que portan la máscara conocen bien el lugar exacto a dónde van a parar las pesadillas. Si es así, ¿qué utilidad puede tener un rostro o una identidad cuando te regocijas navegando en el basurero del inconsciente de la humanidad?

Nunca hay que olvidar que a donde otros temen ver, los Residents miran fijamente. ®

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Publicado en: Abril 2011, Aquí no es aquí

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