La cobertura de la FIL

Un debate entre productores y consumidores

Hace un año, luego de que concluyó la edición 2009 de la Feria Internacional del Libro (FIL), me quedé con una muy mala impresión del trabajo periodístico de los principales diarios de la ciudad, particularmente en sus ya tradicionales suplementos que editan durante esta fiesta literaria. Este año, la situación parece que ha mejorado un poco, el suplemento de Público Milenio “Filias”, afinó su diseño y el que me parece que avanzó notablemente es “La Feria” de El Informador; “Perfil” de Mural y “Al filo de La Jornada”, mantienen una edición similar a la de años anteriores. Sin embargo, en general, los suplementos están lejos de ser memorables y de aportar momentos significativos al periodismo cultural de México.


Estos suplementos son reflejo de las deficiencias y carencias del periodismo de nuestro país. La imaginación y la libertad periodística se agotan cuando la política partidista y el oficialismo institucional se imponen en las agendas de las redacciones. Con esta visión, la vida se politiza en extremo y pareciera que los únicos actores dignos de mención, por encima de los mismos escritores y editores, son los políticos. Por ejemplo, las portadas del domingo 28 de noviembre de los suplementos de tres de los cuatro diarios mencionados, tienen prácticamente la misma foto: retratan a Alonso Lujambio, que por vía de los hechos es el precandidato presidencial del PAN, besando la frente de Margo Glantz; solamente La Jornada Jalisco publicó una foto, del mismo evento, pero con un encuadre distinto, que para el caso es lo mismo.

Si uno lee las crónicas de esta inauguración en las páginas interiores, pareciera que los reporteros se pusieron de acuerdo para escribir una nota única. En las crónicas todos resaltan el banal chascarrillo de la homenajeada de sentirse como “la Julia Roberts de la literatura” y la simplona respuesta de Lujambio en la que declaró sus intenciones de convertirse en “su Brad Pitt”. Las notas, construidas a base de largos tramos de discursos políticos, no invitan al lector a terminar de leerlas. Entonces sí, basta con entrar a los portales de Internet de estos periódicos y revisar sus titulares para “estar informado”. Y ya no es una novedad que para encontrar una buena crónica de la inauguración de la FIL, existan más posibilidades de toparse con un buen trabajo en el portal del periódico español El País (ver la crónica “Un Rulfo contra un Nobel”), que en uno mexicano.

Una vez sorteadas las portadas y las crónicas oficiales de estos suplementos, el lector aterriza en sus páginas interiores y lo que encuentra son textos, en su mayoría escritos en clave de nota informativa, que dan cuenta de algunas de las presentaciones y principales eventos de la feria. La creatividad para generar estos productos informativos es escasa: por ahí se puede encontrar alguna entrevista, pero ligera y que poco profundiza o alguna crónica que anime al lector a escarbar más entre los contenidos. Pero, en general, el panorama es árido. Se extrañan (o se sueñan) las secciones de humor, las buenas reseñas de libros, la crítica literaria o entrevistas de largo aliento.

Estas características, que dan cuenta de la virulenta plaga de declaracionitis y de periodismo oficialista, así como de la decadencia del periodismo cultural en Guadalajara, tienen diversos orígenes. Se nota, por ejemplo, que en las redacciones de estos diarios tienen poco personal y que a un reportero se le encomiendan hacer hasta cuatro o cinco textos por día y claro, uno entiende el porqué llenan las notas con declaraciones, pues no tienen tiempo de hacer más. Se nota la juventud de los periodistas y su inexperiencia. También hemos observado cómo, en los últimos años, ha ido descendiendo no nada más el número de soldados rasos en las redacciones, también el de los mariscales de campo: faltan tiros de precisión de editores expertos en literatura e imbuidos en el mundo cultural que sepan “leer” una feria de estas características; faltan también columnistas y críticos literarios (estos últimos brillan por su ausencia en todo el país) que realmente entiendan este mundo.

Todos estos males se explican por un fenómeno de dimensiones más grandes: los periódicos tapatíos han decidido, por diversas razones, debilitar y en muchos casos, eliminar, el periodismo cultural en sus contenidos. Actualmente las secciones de cultura están reducidas a unas cuantas páginas y relegadas a los espacios menos visibles de los diarios. Las secciones las atienden equipos muy reducidos y en los que, debido a las precarias condiciones laborales, hay una alta rotación de reporteros, lo que genera que la experiencia periodística no pueda reproducirse. El diagnóstico de los suplementos de cultura es todavía más negro, pues de los periódicos mencionados, tan solo El Informador mantiene “Tapatío” y el resto publica suplementos que se hacen en la capital de la República como “Visor” o “La Jornada Semanal”.

Ante esta situación, muchos apuntan hacia el “periodismo ciudadano” o hacia los blogs. A más de un lustro de su masificación, creo que poco han resuelto. Claro, existen trabajos memorables, pero generalmente son efímeros. Por el contrario, la mayoría son confesionales y no pasan de ser un mero divertimento para sus autores. Ojo, no tengo nada en contra de los blogueros y de sus secuaces en Facebook o Twitter, yo mismo practico esos deportes, pero seamos claros: quienes los producen no son profesionales de la información. Así como llamamos a un electricista y no a un ciudadano liberado por Internet, para instalar una red eléctrica, también necesitamos de periodistas especializados en cultura que informen y expliquen parte de este mundo; necesitamos de críticos y editores especializados, no de alguien que comente lo “llena o vacía” que se encuentra la explanada de la Expo en 140 caracteres.

La situación parece que no se resolverá pronto. Los medios, que son empresas privadas, viven una crisis económica fuerte y además, históricamente han colocado a la cultura en uno de los últimos escalones de sus prioridades. Toca entonces a los lectores preguntarnos si realmente necesitamos de un buen periodismo cultural. Yo creo que sí. Sin embargo, ante la gratuidad de Internet y de sus millones de megabytes de información basura, pocos están dispuestos a desembolsar dinero para modificar esta situación, ya sea en su forma impresa o electrónica. Hace unas semanas les preguntaba a mis alumnos si estarían dispuestos a pagar para la manutención de una radio cultural; todos, sin dudar, contestaron que no. Hay, ahí, un atore y un tema para larga discusión: ¿quién financiará al periodismo cultural en tiempos de crisis? ®

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Publicado en: FIL, Noviembre 2010

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