Las chicas del cibersexo

Dos encuentros muy cercanos

El atractivo de estos sitios es ofrecer porno hecho en casa, desde la cotidianidad y la cama de una chica común y corriente y, lo mejor, a la medida de los deseos más acalorados del visitante. Aquí, nuestro colombiano describe dos encuentros inquietantes.

La página webcam.com se carga y aparece una colección de chicas semidesnudas que trabajan encerradas en una alcoba, sentadas en la cama, con el vibrador y el lubricante a la mano y una cámara al frente. Estoy a un clic de entrar en sus habitaciones, halagarlas con un piropo y pedirles que hagan algo por mi salud mental. El visitante puede invitar a una de las chicas a pasar a un chat privado y participar en un juego erótico, directo e interactivo, donde ella realizará un show de striptease, se masturbará o, incluso, sofocará los deseos más insólitos de su cliente. Son las chicas del cibersexo, mejor conocidas como webcamers.

Ahora voy pasando el cursor por el menú de fotos amateurs. Las webcamers evitan a toda costa las habitaciones infestadas de cámaras, luces, asistentes y directores. Por el contrario, prefieren las alcobas de vecino. Las cobijas revueltas y tibias por el caldo de pereza, los bluyines usados en el piso, las colecciones de cremas en el armario, y las tangas revueltas en los cajones del tocador. Todo muy discreto y cotidiano. Esto con el fin de dar consuelo a uno de los fetiches más atizados que tienen los fisgones: ojear la alcoba de una chica común y corriente.

Al ver el menú me detengo en unas tangas diminutas partiendo en dos la tierra prometida. A su lado hay un escote voluminoso a punto de derramar el embalse. Más abajo, un vibrador de tamaño insultante toca con su cabeza el triángulo sagrado. La minuta de zonas geográficas se despliega: Latinas, EEUU, Europa occidental, Europa oriental, África y Asia. Un clic y me voy de paseo por Europa Occidental y me parece que los rostros de estas fabulosas rubias no tienen nada que envidiarle a Nicole Kidman. Otras opciones van desde amas de casa, pubis con vello, parejas en vivo, musculosos, transexuales, fumadores y osos. Configuro los campos: Chicas Universitarias Latinas.

La página se actualiza y aparece una colección de jovencitas. Una de ellas está disfrazada de colegial y reconozco la sonrisa iluminadora. Su nickname: Jimenita. Por internet se ve divina y coqueta. Me gusta su sonrisa radiante y sus labios color rojo Marlboro, su minifalda a cuadros rojos y blancos y sus piernas torneadas. Me gustan las gafitas de nerd que se ha puesto para hoy y la blusa blanca y translúcida que revela con discreción los pezones. Jimenita es una lolita, que no es tan lolita. Vamos a entrar a una sala de chat privado, como lo hemos convenido.

* * *

Días atrás me encontré en persona con Alexandra, o como ella misma se publicita: “La divina y siempreviva Baby Alexandra”, una webcamer que aceptó tardear en el bar El Guanábano, para conversar sobre su trabajo. El día está soleado y el cielo revienta en un impresionante azul esférico. Ella pide un jugo de mora y yo un de mango.

El éxito del negocio está en función del tiempo que el cliente permanezca conectado. Por eso la modelo tiene que trabajar duro, esto es: poseer un carisma de exhibicionista y trepadora, sin ser indiscreta y facilista. Para conservar el hechizo la modelo apela a sus más refinados trucos. Entre ellos: nunca decir NO.

Baby Alexandra comenzó en el negocio del cibersexo en sociedad con su novio. El sujeto arrendó una casa en el barrio Guayabal donde cada pieza era utilizada como “estudio” por una webcamer diferente. El novio era una especie de proxeneta. Aunque el término no es exacto porque el asunto aquí no es de prostitución. Las webcamers ofrecen entretenimiento sexual a cambio de dinero, sin amasar las carnes de sus clientes. Es más, ni siquiera ven sus rostros. La retroalimentación es verbal o escrita. La divina y siempreviva Baby Alexandra lo dice: “Pocas veces les doy cámara, porque no me gusta encontrar a un viejo calvo y gordo haciéndose la paja”. Ya lo dijo Gabriela cuando se disfrazó de puta virtual: “En realidad soy mucho peor que una puta. Las putas entregan su cuerpo pero no su alma. Yo ni siquiera el cuerpo”.

Sentados en la mesa del bar sentimos el viento seco de la tarde. El jugo helado es un bálsamo refrescante para aliviar la sed. Baby Alexandra ha trabajado para webcam.com, livejazmin.com y cams.com. Inicialmente los shows fueron del estilo: “Muestro mis senos, mi cola, juego con mi pussy”. Luego pasó a juegos más sofisticados: disfraces de enfermera, sádica, policía, profesora, santa y puta.

—La profesora con falda de señora ―me dice― puede actuar una clase diciendo: “Mira lindo, te voy a mostrar cómo hacer una doble penetración sin que duela tanto”.

El éxito del negocio está en función del tiempo que el cliente permanezca conectado. Por eso la modelo tiene que trabajar duro, esto es: poseer un carisma de exhibicionista y trepadora, sin ser indiscreta y facilista. Para conservar el hechizo la modelo apela a sus más refinados trucos. Entre ellos: nunca decir NO.

―¿Y si te piden que hagas chichí? ―le pregunto.

La lluvia de oro o golden shower es uno de los embelecos más comunes que tienen los fisgones virtuales. En las películas porno el golden shower se resuelve cuando uno de los actores es bañado en orina por el otro.

Baby Alexandra sostiene el vaso de jugo y se inclina para besar el pitillo. El rojo encendido de la mora se repite en los labios y en las uñas.

―La ventaja de este negocio ―dice― es que el visitante no puede ver todo lo que sucede en la pieza.

Para ejecutar un golden shower Baby Alexandra dice al sujeto: “Ya vengo para mearte la cara” ―las guarradas son buen gancho. Baby se levanta de la cama y se mete al baño. Mezcla cocacola y agua en una jeringa y vuelve a las cobijas. Pega su sexo a la cámara, se frota el clítoris y entre delirios actuados dispara el chorro desde la jeringa camuflada. Sentado en el bar, me doy un trago largo y amarillo de jugo de mango.

El fist es el género porno que utiliza los puños como herramienta para perforar las cavernas del cuerpo. Baby Alexandra confiesa que la práctica del fist le estaba floreando la sonrisa vertical. El arequipe [dulce de leche] de café, untado en la cola, remedia una solicitud engorrosa y bizarra, sabiendo que el kit del pedido escatológico estriba en que la modelo se coma el arequipe. Las flagelaciones en muslos y nalgas se pueden fingir con maquillaje y sombras rojas, amarillas y azules y actuar frente a la cámara los gritos y los azotes. El squirting, género porno donde las chicas lanzan chorros de eyaculación por los aires, también es solicitado en el chat. El truco consiste crear una solución acuosa y pegachenta, con agua y lubricantes y llenar con ella la vulva fuera de cámara. Más tarde, actuando frente al visitante, se bombea con energía el vibrador y se extrae de una rápida sacudida. El fluido sale disparado y los tipos al otro lado de la cámara se sacuden en la soledad de sus delirios, siguen pagando y vuelven al día siguiente a visitar a la divina y siempreviva Baby Alexandra.

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Metido en una sala de chat con Jimenita, vestida de colegial, leo los mensajes de otros fisgones. Longaniza02 dice: “Linda, las tetas, muestra las tetas”. Jimenita coquetea. Me encantan sus labios rojos. Estira la tela de algodón para que adivinemos un pezón de princesa. Los que vemos a Jimenita por el chat ya estamos pagando. Lindo3X dice: “No seas mala, candela”. Jimenita se desabotona la camisa, nos enseña un pezón y, muerta de la risa, vuelve a esconderlo. “Así no, carajo”, se ofusca Totem45, “culo, culo, culo”.

En el negocio intervienen tres beneficiarios: la página web, el “proxeneta virtual” y la modelo. La página web, que reúne a las modelos a nivel mundial se queda con el 50% del valor del minuto. El “proxeneta” gana el 30% y la chica un 20% del valor minuto.

Dentro de la política de las web está prohibido el romance entre las modelos y los clientes. En caso de que sucedan, no se hace responsable de los efectos posteriores. Está totalmente prohibida la zoofilia y participación de menores de edad. También se aclara que en todas las conversaciones hay un testigo oculto que verifica el “control de calidad”. Este funcionario es un árbitro que, por un lado, puede sancionar hasta por una semana a una modelo que se niegue a realizar los pedidos de los visitantes, y por el otro lado defiende a las chicas, expulsando a las personas que las ofendan o las humillen.

En el chat con Jimenita le digo que nos vamos ya para una sala privada. Quiero estar solo con ella, sin tanto morboso encima. Ella ha reservado la tarde para nosotros dos. Así que acepta y me animo pensado en todo lo que voy a pedirle que haga para mí.

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En el bar el Guanábano el azul violento de la tarde nos hace inclinar sobre los pitillos de los vasos largos y helados.

―La gente se conecta para masturbarse ―me dice Baby Alexandra― y tener un rato divertido, pero no se puede olvidar que las modelos son sensibles y necesitan un trato amable.

El cliente favorito de Baby Alexandra era Mr Blood, un fanático de las prendas de cuero y los latigazos. Mr Blood llegaba a pagarle hasta cinco horas diarias de chat. En una oportunidad Baby Alexandra usó la misma tanga durante una semana. Con ella fue al gimnasio y rumbeó el viernes y el sábado. Para encoñar a Mr Blood empacó la tanga y le mandó el regalito a México.

El contacto entre la modelo y los administradores de la web es constante. Baby Alexandra usa frecuentemente este canal para reportar el atraso de sus pagos y preguntar qué se puede meter en la vagina y qué no. “Métete lo que quieras”, le dijeron, “pero siempre usa un condón”. También ha llegado a preguntar cómo puede trabajar cuando tiene la menstruación y ha reportado la dolencia de una infección vaginal a causa del azúcar de un bombón gigante que se empotró sin condón.

La meta de las webcamers es evitar los pajeros baratos y conquistar clientes estables. Sujetos que buscan una mujer para comentar sus problemas, sentirse acompañados y para que, de vez en cuando, la chica muestre sus tangas. Baby Alexandra alcanzó la meta. Concertaba los shows con sus clientes y trabajando cuatro horas diarias llegó a ganar 800 mil pesos semanales. Dejó la casa “estudio” de su novio, se pagó un apartamento y siguió ganando dinero sin salir a la calle. En adelante, las utilidades se dividieron entre ella y la página web. El intermediario, el “proxeneta virtual”, su novio, desapareció de su vida y del negocio. Dominar el inglés fue un plus para potencializar su mercado. Pero si una chica domina el inglés deberá repasar un abanico de expresiones sucias y rastrilladas al estilo de: fuck me baby, touch my ass y ¡oh, my god, baby, oh my god!

El cliente favorito de Baby Alexandra era Mr Blood, un fanático de las prendas de cuero y los latigazos. Mr Blood llegaba a pagarle hasta cinco horas diarias de chat. En una oportunidad Baby Alexandra usó la misma tanga durante una semana. Con ella fue al gimnasio y rumbeó el viernes y el sábado. Para encoñar a Mr Blood empacó la tanga y le mandó el regalito a México. Al día siguiente recibió una gratificación en la cuenta de banco. Cada semana le enviaba un amuleto: una foto desnuda, un juego de sombras viejo, unas bolas chinas sin lavar. Mr Blood estaba angustiado. Al mes no aguantó, pagó un boleto y vino a buscarla a Medellín.

―Sentí miedo por su tendencia sado ―dice Baby Alexandra sentada en el bar―, porque una cosa es la web y otra muy diferente un azote de verdad, pero finalmente me convenció, como se convencen todas las mujeres: me invitó a un centro comercial para comprarme ropa y zapatos.

Se hicieron novios y se juraron amor eterno, pero hasta el próximo fin de mes. Mr Blood era un señor “muy limpio”, de cuarenta años, que recorría Suramérica trabajando para una firma logística. Pasearon por Santiago de Chile, Buenos Aires y La Paz. La aventura con Mr Blood duró hasta que tuvo que volver a México y continuar su vida matrimonial.

En el bar el rojo vivo del jugo de mora intensifica el rojo de los labios de la divina y siempreviva Baby Alexandra. Le digo que, evidentemente, disfruta su trabajo.

―¡Me encanta jugar! ―dice―. Cuando éramos chiquitos jugábamos con carritos y muñecas. Ahora grandes lo hacemos con disfraces, bolas chinas, velas y aceites.

Nos despedimos y acordamos nuestro siguiente encuentro.

* * *

En el chat privado con Jimenita comenzamos un juego de roles. Ahora soy un profesor exigente y rajador y ella una alumna tierna y juiciosa. Hará todo lo que yo quiera. Lo primero que le pido es que se quite las zapatillas negras del cole. Ahora puedo verla sentada en el borde la cama, desamarrando los cordones. Mientras lo hace tiene el cuidado para no estropear el esmalte rojo que tiene en las uñas. Me parece estar al frente de un reality por TV. Quiero que se quite las medias largas y blancas y me muestre los talones. Jimenita es una alumna muy obediente. Me muestra los pues y sus deditos son como snacks de Yupi. Nuestra relación es asimétrica: veo sus muslos sin que ella me vea. Lo único que reconoce es mi voz. Me dice que no puede creer que ahora estemos haciendo esto. Nos reímos. Me pica el ojo y me manda un besito con sus labios color rojo McDonalds. Quiero pedirle que se gire de espaldas, se baje las tangas a las rodillas y se incline sobre la cama. Pero cambio de opinión.

En realidad lo que quiero es que se quite toda la ropa, menos la camisa del colegio. Así lo hace. Le pido que camine descalza y vaya hasta el armario y busque un CD que le guste. Jimenita camina en puntillas, como una bailarina de ballet, pone un CD de Madonna y ahora canta “I don’t wanna hear, I don’t know”. Baila y mueve los hombros como una niña chiquita. Estamos encerrados en una alcoba de motel, somos amantes, estamos muy cerca y terriblemente lejos. Le pido se ponga en cuatro y me enseñe la tierra prometida. Jimenita es muy juiciosa y se monta a la cama. Ahora se acaricia el lomo, resbala la palma por el muslo, sostiene la barra del lubricante y se embadurna el dedo medio.

Jimenita termina con lo suyo un tanto sudorosa y no deja de enamorarme esa sonrisa de lolita. Rebujo el culo en la silla al frente del computador, sintiendo el calor agobiante de la tarde. Hoy sólo hay agua fría para beber. Vestida solamente con la camisa de colegio Jimenita deja la cámara. Al minuto vuelve con un cigarrillo en la boca y un vaso de jugo rojo, de mora con hielos. Me muestra el vidrio escarchado, me pica el ojo y me pregunta si quiero uno de mango. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Julio 2012

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