El futuro de internet

Nuevas tecnologías, libertad de expresión y controles

Es sabido que en internet nada llega para quedarse debido a que si algo la define es la perpetua renovación de tecnologías. En la red muy rápidamente todo se vuelve obsoleto o pierde su glamur entre los usuarios. En los últimos quince años la obsolescencia ha sido la única constante en internet.

Hoy son parte del recuerdo el otrora buscador Altavista, el navegador Netscape o la revolucionaria Google Video y, actualmente, caminan en esa dirección redes sociales como Second Life, o incluso la que un día fuera una de las más exitosas, MySpace. Los sitios y las tecnologías tratan de no ser arrollados por el olvido y la indiferencia a través de innovaciones y tretas comerciales.

Por eso, hablar del futuro de internet no sólo es referirse a la velocidad con que algo se erosiona, sino también a un escenario de mutaciones, de convergencias de servicios y tecnologías, de demografías, de prácticas culturales, de nuevas formas de entretenimiento y de nuevas formas en que el olvido se instaura y los intereses manipulan el pasado de una tecnología. En las siguientes líneas dibujaremos cuatro aspectos, más allá de lo estrictamente tecnológico, que marcarán al internet del futuro.

Libertad de expresión, política y luchas

Con frecuencia se dice que la internet actual con sus redes sociales representa la libertad de expresión y las nuevas formas de hacer política, que ha aparecido una nueva dimensión de lo público, por lo cual diversos países intentan frenar sus virtudes como medio de comunicación libre.

Sabido es que libertad y control de la información han generado una tensión constante a lo largo del desarrollo de internet. Sólo hay que recordar que desde los primeros nodos que se enlazaron en 1969 a Arpanet, la red predecesora de internet, se empezó a percibir esa cuestión. Uno de los propósitos de Arpanet, como proyecto dependiente del Departamento de Defensa de Estados Unidos, fue alentar a la mayor cantidad de científicos a trabajar en las pocas computadoras que existían, pero con la condición de que éstas sirvieran para experimentar y trabajar con cálculos complejos que estaban destinados a cuestiones de estrategia militar; pero los investigadores no lo vieron sólo así, la usaron también para crear una red social y comunicarse entre sí.

Fue así como de inmediato apareció uno de los efectos no deseados de internet y que se puso en evidencia cuando algunos investigadores empezaron a distribuir mensajes contra la guerra de Vietnam y organizaron debates sobre el entonces famoso escándalo Watergate, que finalmente llevó a la dimisión del presidente Richard Nixon. Con eso quedó de manifiesto que la red era ideal para hacer circular opiniones y posiciones políticas y con ello buena para la libertad de expresión.

A partir de la penetración que internet ha tenido en diversos países, esa tensión entre libertad de comunicación y el control de ésta también se ha ido extendiendo, al grado que desde su masificación muchos países han intentado limitar sus alcances. Ahora se invocan nuevos malestares y enemigos, como la denominada ciberguerra, que parecen ser los ingredientes especiales para conducir al control de internet.

Por eso es que también el futuro de la red estará en las luchas que emprendan las minorías digitales en favor de marcos normativos que garanticen que internet sea una plataforma abierta a las ideas, de impedir que se violente la privacidad, de exigir a diversos servicios, a algunas nuevas megaindustrias a las que da vida el ciberespacio, para que no sean tan dóciles a los gobiernos como ha sucedido con Twitter o Facebook.

Hoy varios países, con el pretexto de frenar los ataques de troyanos y malware estilo Stuxnet, Flame, Gauss o Duqu, se han declarado prestos a poner en marcha estrategias de seguridad nacional que parecen orientadas al control de internet y la libertad de expresión. Un escenario que se usará para tales fines es la próxima Conferencia Mundial de Telecomunicaciones Internacionales (CMTI-12), a celebrarse en Dubai en diciembre próximo. En esa reunión varios países pedirían la elaboración de un tratado que lleve a cambiar las normas relativas a la forma en que se administra internet. Aunque, entre los aspectos que están considerados a tratar no están específicamente los tópicos de la ciberguerra, varios piensan introducirlos en la agenda.

Es cierto que entre los objetivos de la disputa no sólo está el control de la información, sino también lo que se conoce como gobernanza de internet, pero lo que está en el fondo de todo ello es el futuro de internet: entre una red cerrada y una abierta, encubierta en los temas que han puesto algunos gobiernos sobre la mesa. De acuerdo con los documentos que se han ido filtrando, a Estados Unidos la CMTI-12 podría servirle para poner fuertes restricciones en la industria mundial de las telecomunicaciones e internet. Mientras que China y Rusia, poco amigas de las libertades, son partidarias de incluir cuestiones de seguridad cibernética en el Reglamento de las Telecomunicaciones Internacionales, en donde podrían quedar encuadrados aspectos como ataques cibernéticos, de denegación de servicio, la delincuencia en línea, el control y respuesta frente a las comunicaciones electrónicas no deseadas (por ejemplo, spam), y la protección de la información personal y los datos (phishing).

Todas estas cuestiones que se presentan como básicas para la seguridad nacional de los países, que incluso se ponen en la mesa como necesarias para garantizar que los ciudadanos de cada nación no sufran de tropelías digitales, de que estén protegidas sus transacciones comerciales e incluso garantizar la convivencia sociales, en realidad ponen en peligro la libertad de expresión al tener un control excesivo de las comunicaciones digitales.

Aunque no hay consenso de si debe ser una autoridad global la que regule internet o bien que recaiga en cada país establecer los controles de acuerdo con su legislación, lo cierto es que más allá de lo que pase en la CMTI-12 e incluso aunque no se llegue a ningún acuerdo al respecto, los debates futuros sobre internet tienen que ver con cuestiones de gobernanza, desde una mayor equidad en la gestión de las tareas y tecnologías que hacen posible internet, pero también sobre lo que es una internet abierta y una cerrada, o lo que es lo mismo: sobre la libertad de expresión.

Por eso es que también el futuro de la red estará en las luchas que emprendan las minorías digitales en favor de marcos normativos que garanticen que internet sea una plataforma abierta a las ideas, de impedir que se violente la privacidad, de exigir a diversos servicios, a algunas nuevas megaindustrias a las que da vida el ciberespacio, para que no sean tan dóciles a los gobiernos como ha sucedido con Twitter o Facebook, que no han dudado en plegarse a ciertas peticiones que les ha hecho el gobierno estadounidense.

Nuevos poderes fácticos y globales

Paralelo a ese escenario tenemos la consolidación de grandes poderes fácticos globales, los cuales han terminado por hacerse de grandes porciones del pastel ciberespacial y controlar las nuevas tendencias culturales.

Hoy empresas como Apple, Google, Twitter o Facebook se han tornado en industrias culturales emergentes, que incluso no tienen parangón en la historia de las industrias culturales, y por la salud misma del ecosistema global de la información se debe promover no sólo la diversidad de fuentes de búsqueda de información, sino también contar con mecanismos jurídicos que defiendan la privacidad y la defensa del consumidor para que los servicios y productos que ellas ofrecen no vulneren los derechos de las personas.

En Desnudando a Google Alejandro Suárez pintó a Google como un nefasto pulpo acaparador de datos, e incluso recordó que Stephen Arnold ya la había bautizado como “Googzilla” porque esa empresa ha devenido en un poderoso monstruo provisto de enérgicas e imparables garras capaz de triturar todo lo que encuentra a su paso.

Lo cierto es que todas las empresas referidas actúan de la misma manera, con tentáculos poderosos que impiden la libertad de elección de los usuarios. Una de las cuestiones atractivas de internet desde sus primeros años, que después continuó con la invención de la web por parte de Berners-Lee, es su organización anárquica, la multiplicación de sus dimensiones públicas habitadas por hordas de usuarios, de zonas que se asemejan a pueblos fantasmas en total abandono, en donde uno se expone por su carácter accesible al nocivo spam, a virus que se reproducen infinitamente, etcétera. Pero esto que para algunos gobiernos y usuarios es algo malsano, cruel o bárbaro, también tenía la ventaja de que dentro de la misma comunidad de usuarios se crearan tecnologías y se articularan prácticas para frenar tales anomalías.

Paralelo a ese escenario tenemos la consolidación de grandes poderes fácticos globales, los cuales han terminado por hacerse de grandes porciones del pastel ciberespacial y controlar las nuevas tendencias culturales.

Ante eso muchos han optado, como dice Virginia Heffernan, por buscar “refugios” cómodos de navegación y más “seguros”. Pero la inmensa mayoría de conectados no tiene más opción que seguir viviendo en la selva. Poco a poco se ve el crecimiento de los privilegiados que optan por dimensiones alternativas, que compran un iPhone o un iPad para tener la posibilidad de pertenecer a una zona residencial chic, de primera, que les permita explorar internet pero sin tener que mezclarse con el populacho y estar menos expuestos a sus peligros. Esa zona residencial nice la delimitan las aplicaciones destellantes de la Apple Store, que permiten conformar un hogar pulcro en las alturas inmaculadas de una residencia fuera de los peligros de codearse con el populacho.

Según Heffernan, se ha ido conformando en los últimos tiempos una especie de Webtrópolis en donde se reproducen segregaciones y estratificaciones. Una idea que hace realidad lo que Joel de Rosnay había dicho: la masificación de internet llevó a la aparición de los “pronetarios”: productores independientes de servicios y contenidos en línea y personas que no tienen otra opción que navegar con las precarias tecnologías que tienen).

Otro aspecto no menos importante es recordar los cambios en los criterios de la oferta de software. Tradicionalmente la oferta de software (shareware o gratuito y que es algo que puede efectuar cualquier usuario con conocimiento de programación) la hacía cualquier programador o empresa, que lo lanzaba en diversos sitios para que los usuarios los probaran y si consideraban que valía la pena lo pudieran usar, tal como lo lleva a cabo de manera destacada la comunidad de usuarios de Linux. Sin embargo, eso ha cambiado drásticamente con la dominancia de Apple que rompe con esa tradición, porque en su tienda de aplicaciones no son los usuarios quienes determinan cuál software tiene valor, sino que es la empresa la que establece lo que merece ser evaluado por los usuarios.

Si algo define el presente de internet y seguirá marcando su caminar es la existencia de muchos usuarios deseosos de diferenciarse de la muchedumbre y buscar el refinamiento por sus herramientas de navegación y por lo que consumen, aunque al hacer uso de los nuevos vehículos de conexión con los dispositivos móviles también terminan por prescindir de una de las creaciones más democráticas en el acceso a la información digital, que es la web. Hoy, con los dispositivos móviles, se usa mucho internet pero el enlace ya no se hace por la web, sino por las aplicaciones propietarias, como las de Apple y un sinfín de empresas que las usan en sus diversos dispositivos móviles.

La Apple Store es una de las plataformas más vigiladas de la historia de internet, y eso no sólo tiene el objetivo de mantener controlado su mercado sino también el de generar entre sus consumidores el valor de sus ofertas, de generar la sensación entre ellos de que pertenecen a un sector exclusivo. Al final, Apple se ha tornado en uno de los poderes fácticos más poderosos a escala planetaria y esa tendencia parece que seguirá quién sabe hasta cuándo, porque tiene un amplio mercado conformado, más que consumidores, por fieles devotos que esperan con ansia sus productos.

Lo cierto es que hemos llegado a un punto en donde las empresas, que supuestamente surgieron para dar paso a un entorno innovador, hoy se comportan, por el afán de hacer más dinero, como las clásicas industrias culturales y atropellan los derechos de los consumidores. El problema es que por ahora no se perciben opciones claras o nuevos actores que hagan pensar que eso puede cambiar en el corto plazo. Un ejemplo de que eso se refuerza lo tuvimos recientemente en California, en donde un juzgado federal falló en favor de Google en perjuicio de Samsung. La sentencia sobre las seis patentes que Samsung infringió prácticamente le dan a Apple el monopolio legal sobre los teléfonos móviles de pantalla táctil, y ésta se puede quedar prácticamente sin competidores, en este rubro, en Estados Unidos.

El fallo de marras muestra el grado nocivo a que han llegado los usos de las patentes que estimulan el monopolio de tecnologías durante largos periodos; terminan por privatizar el conocimiento, generan o acentúan las desigualdades sociales y geográficas e impiden la libre elección de los consumidores. En el fondo, lo que se refleja en ese fallo es que las patentes han terminado por constituirse en armas de batallas comerciales. En realidad aquí se pone en evidencia que la propiedad intelectual se ha vuelto, para algunos gobiernos, un factor político-económico, porque las patentes se usan como un instrumento estratégico, un arma de disuasión, que termina siendo una vía de garantizar las divisas generadas por las patentes de los productos protegidos, cercenando una competencia real. De esa manera las patentes terminan siendo usadas por los gobiernos para proteger a sus empresas en sus naciones y eliminarles competidores. Esto termina no sólo por encumbrar el poder de las empresas y los poderes fácticos globales, sino que lleva a hacer de los derechos de propiedad intelectual un nuevo y feroz frente de batalla que afecta el acceso a la información.

Derechos de autor y acceso a la información

La lucha por los derechos de autor es otro frente de batalla actual que al parecer tenderá a perpetuarse. Un ejemplo de los absurdos de esos derechos es el ámbito científico, en donde las publicaciones científicas se caracterizan por un férreo control de contenidos. En la última década del siglo XX el Open Society Institute, con el fin de romper con eso, lanzó la iniciativa Open Access para impulsar la libre difusión de las revistas científicas por internet. Pero ha habido pocos cambios.

Lo que puede verse son las prácticas abusivas de varias publicaciones científicas que no permiten adquirir publicaciones aisladas sino bases de datos completas. Las ediciones en línea limitan, no facilitan, el uso de materiales con licencias, prohíben copiar, imprimir e incluso leer los contenidos en voz alta o el préstamo de libros electrónicos, como sí sucede con el formato papel. Hoy las universidades pagan periódicamente por acceder a las base de datos, de lo contrario pierden la posibilidad de consultarlas.

No olvidemos que los derechos de autor son el escenario de las batallas más fuertes en el presente, lo mismo están en el mundo editorial que en todo lo que tiene que ver con el entretenimiento, e incluso ha estimulado que ahora se quiera hasta tergiversar el papel que ha tenido el Estado en el desarrollo de internet.

La paradoja es que esos materiales fueron subsidiados, directa o indirectamente, por los contribuyentes, quienes subvencionan la labor de los científicos. Las editoriales publican las investigaciones previo pago efectuado por los científicos o las universidades y, para rematar, después de editada la revista se debe pagar por tener derecho a la consulta de sus contenidos. Un esquema leonino a todas luces y que debería ser enfrentado con mayor detenimiento; por ello es que iniciativas como la de Open Access serán vitales en el internet del futuro.

Es cierto que el modelo anglosajón, que ha establecido los índices de impacto o importancia de una publicación, son los que dominan en la academia y difícilmente podrán ser alterados en el devenir, por lo que es difícil pensar en producir modelos editoriales científicos propios. Por ello la única vía que queda en una internet futura es que ese modelo sea más abierto y equitativo, porque además sería la única forma en que se retornaría a los ciudadanos, los contribuyentes, algo de lo que aportan para apoyar al quehacer científico.

No olvidemos que los derechos de autor son el escenario de las batallas más fuertes en el presente, lo mismo están en el mundo editorial que en todo lo que tiene que ver con el entretenimiento, e incluso ha estimulado que ahora se quiera hasta tergiversar el papel que ha tenido el Estado en el desarrollo de internet.

Origen e invención de internet

Desde hace algún tiempo se ha desatado en Estados Unidos un debate sobre quién ha sido el propulsor de internet. La novedad está en atribuir ese papel a las entidades privadas y demeritar la contribución del Estado en su desarrollo. Todo empezó cuando Gordon Crovitz [j.mp/NnmFyy] señaló que era prácticamente un mito que el gobierno estadunidense hubiera dado vida a internet cuando al Pentágono se le ocurrió crear un medio de comunicación capaz de resistir los embates de un ataque nuclear.

Para Crovitz internet no existiría sin la contribución del sector privado. Él da todo el crédito de la conexión entre equipos a Xerox, ya que fue en sus laboratorios de Xerox PARC, en la década de 1970, donde se inventó la ethernet, una tecnología desarrollada por Robert Taylor, que fue la que permitió conectar diferentes redes de computadoras; ese fue en realidad el nacimiento de internet.

Hay algo de razón en lo que refiere Crovitz, pero como ha indicado Steve Crocker [j.mp/Pmq8iB], sin el papel decidido del Estado como financiador y organizador de internet no se hubiera logrado su desarrollo. Para empezar, Arpanet reguló o estableció las normas para que diversos equipos se comunicaran entre sí, para lo cual implementó una arquitectura abierta, que es la que caracteriza a internet, y, en resumen creó la tecnología básica de la red, que después ha sido perfeccionada por la iniciativa privada.

Asegurar que la iniciativa privada es la única que ha logrado el desarrollo de internet, o al menos que es la fundamental en su desarrollo, tal como lo hace Crovitz, no sólo tiene por objetivo menospreciar el papel que desempeñan las políticas públicas en el desarrollo de una tecnología, sino defender en el fondo que la protección de derechos de autor, de patentes y demás es legítimo porque son las empresas las que inventaron internet. En todo caso, alrededor de esto girará el internet del futuro; de la manera en que se diriman esas cuestiones también el ciberespacio será más abierto o cerrado. ®

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Publicado en: Destacados, Internet hacia el futuro, Septiembre 2012

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