MALVERDE: EXVOTOS, PLEGARIAS Y CORRIDOS

Y otros bandidos sociales, como el Gauchito Gil

Muy pertinente es la republicación de este ensayo del académico de la UNAM Enrique Flores, a propósito de Las drogas y la cultura. Originalmente lo publicamos en el número 13 de Replicante (otoño de 2007 – invierno de 2008) dedicado a los “Mitos y leyendas”.

El bandido generoso

Más que una figura histórica, Malverde es una entidad mítica o legendaria. Las cosas que se cuentan de él corresponden al arquetipo del bandido generoso: como robaba a los ricos para dar a los pobres, el gobierno lo hizo colgar de un mezquite el 3 de mayo de 1909, en el sitio en que hoy se alza su capilla, y prohibió a través de un bando que el cuerpo fuera sepultado:

Es en ese momento, en esos escasos diez o veinte días a partir del 3 de mayo de 1909, cuando da inicio la canonización laica de Malverde y pasa de ser bandido generoso a santo social, hasta ahora no reconocido por iglesia alguna […]. En cuanto la soga se desprendió con el cuerpo y éste cayó al suelo, si bien nadie osó desafiar al gobernador cavando una fosa, así fuese mínima, prácticamente todos quienes pasaban por el sitio fueron aventando piedras sobre el cadáver de Malverde hasta conseguir levantar un montículo que de alguna manera era una tumba sin que se violara la ley establecida por el bando (Güemes: 2a).

Se dice que su nombre verdadero era Jesús Juárez Mazo y que nació en 1870, cerca del pueblo de Mocorito, en Sinaloa. Según algunos era sastre; otros dicen que era albañil y ferrocarrilero, y que trabajó en la construcción de las vías que se extendían hacia el norte de México (Quinones: 257). Pero la mayoría de los relatos se refieren a su muerte, que aparece sobre todo en dos versiones. En la primera, cantada en mañanitas y corridos anónimos y por Seferino Valladares, de Los Cadetes de Durango, el responsable es un “compadre” traidor:

En 1909

qué desgracia sucedió,

en Culiacán, Sinaloa,

Jesús Malverde murió

y al saberse la noticia

el pueblo se estremeció.

Fue en los tiempos porfiristas

cuando esta historia pasó;

por ambición al dinero

su compadre lo entregó,

pero el que la hace la paga

y el cielo lo castigó.

(“La muerte de Malverde”)1

En la segunda versión, el “compadre” no traiciona al ladrón; es Malverde, herido de muerte, quien lo insta a entregarlo a las autoridades para cobrar la recompensa y burlarse de ellas in extremis (Güemes: 2a). Ambas versiones, curiosamente, coinciden con las leyendas de la muerte de otro bandolero, Heraclio Bernal, él sí un representante histórico del bandido social, socio a su vez de Ignacio Parra, en cuya banda comenzaría sus andanzas subversivas y revolucionarias en la sierra de Durango el mismísimo Doroteo Arango (Villa: 88 y ss.).

Bandas y tamboras

“En la dorada hebilla de uno de los dos hombres se observa la figura de una r-15 que cruza una hoja de mariguana. Rodeados por docenas de latas de cerveza y acompañados de imponentes mujeres celebran la letra de las canciones que entona un conjunto norteño:

“El día que yo me muera

no voy a llevarme nada;

hay que darle gusto al gusto:

la vida pronto se acaba.

“Lo que pasó en este mundo

nomás el recuerdo queda;

ya muerto, voy a llevarme

nomás un puño de tierra.

“El jolgorio tiene lugar la madrugada del 3 de mayo, en la capilla de Malverde”.2

“Al mediodía la capilla resulta insuficiente para dar cabida a peregrinos, grupos norteños y tamboras. Según la leyenda, a Malverde le gustaba mucho la música, de ahí que cuando se quiere quedar bien con él hay que dedicarle algunas canciones. Los creyentes no paran de pedir música pese a las tarifas que van de 600 a 2000 pesos la hora. Los que pagan mandas [esos juramentos formulados al santo] primero le cantan las mañanitas de Jesús Malverde:

“Estas son las mañanitas

que canto pa’ que recuerden

que tenemos quien nos cuide:

el ángel Jesús Malverde.

“Apurado el trámite, todo cabe en el repertorio: canciones de amor y de despecho, corridos sinaloenses, hasta algunas de las composiciones de los ídolos de la música grupera: Los Tigres del Norte y Los Tucanes de Tijuana. En este culto no hay que guardar las formas: dentro de la capilla se puede cantar y tomar cervezas. Eso sí […], sin armar escándalo”.3

“Hace no mucho, hubo un tiempo en que el altar de Malverde era un tanto excéntrico, lleno de artefactos de la vida diaria de la clase trabajadora. Podían verse pilas de fotografías de bebés, polaroids ya difusas y fuera de foco […]. Había miembros artificiales y olotes y muchas fotocopias de pasaportes obtenidos recientemente. Los pescadores dejaban grandes frascos con camarones enormes en formaldehído […]. [El capellán] González recuerda a dos hombres en particular: uno dejó una pistola y el otro una ak-47”.4

“Los exvotos […] hablan sin lugar a dudas de gente de trabajo: envases con la primera pesca de camarón de la temporada, receptáculos de vidrio con lo que fue el primer fruto de la cosecha de hortalizas, instrumentos musicales propios de la zona (acordeones, guitarras, pequeños tambores) y, desde luego, retablos donde se da gracias al patrono de la capilla por los favores recibidos en una circunstancia de peligro de la índole más diversa”.5

“La fe en Malverde siempre fue más fuerte entre los pobres y la gente que habitaba en la sierra, las clases sociales de las que surgieron los traficantes mexicanos. Conforme los narcos pasaron de la sierra a las primeras planas de los diarios, se llevaron a Malverde con ellos. Los traficantes vienen a pedir protección a Malverde antes de mandar un cargamento al norte. Si el viaje sale bien, regresan y le pagan a la banda del santuario para que le dé serenata al bandido o para poner una placa en agradecimiento por haber “alumbrado el camino”. Muchas placas tienen las palabras en clave: ‘De Sinaloa a California’”.6

“Eligio González, el capellán, no niega que el lugar sea frecuentado por personas dedicadas al tráfico de drogas […]. Recuerda que en una ocasión un narcotraficante llegó hasta la capilla y, a manera de ofrenda, le colgó un cuerno de chivo al santo […]. ‘Aquí también vienen muchos agentes federales y militares: capitanes y tenientes coroneles. Ellos le traen la banda a Malverde: es que algún milagrito les ha de haber hecho’”.7

“La fama de Malverde ha crecido principalmente entre los marginados sociales: los más pobres, los lisiados, los rateros, los matones, las prostitutas, los traficantes de drogas. Los estigmatizados que no encuentran en la iconografía civil o religiosa un personaje que se les parezca, en el cual confiar y al cual encomendarse. En los campos donde se siembra mariguana o amapola, siempre hay un altar dedicado a honrar a Malverde. Antes de iniciar la jornada de cultivo, los que participan deben pedirle éxito en su labor”.8

Corridos de traficantes

“Por lo menos desde la primera mitad de los años setenta”, escribe Luis Astorga en su Mitología del “narcotraficante” en México, “el bandido-héroe de otras épocas ha sido desplazado por el traficante-héroe, pero no completamente, pues la vía de su presentación mítica, el corrido norteño y la tambora sinaloense, muestra aún huellas de convivencia de ambas categorías, a veces asimiladas o diferenciadas” (Astorga: 91-92). Y el mejor ejemplo de esa asimilación, de ese proceso de transformación mitológica, es el de los corridos ofrendados a Malverde.

Según Luis Astorga, los llamados narcocorridos son “documentos mitológicos”, no estrictamente históricos ni cronísticos. Se oponen a las versiones oficiales elaboradas por la prensa, la televisión, la radio y, en última instancia, por el ejército y la policía, y la gente los escucha en fiestas con grupos de música norteña, pero también en walkman si van a pie, en casetera si van en bicicleta o en autoestéreo si tienen camionetas o carros de lujo (38). A la visión gubernamental del tráfico de drogas como actividad ilícita le contraponen otra que lo celebra como “una forma de vida en la que ésta se pone en juego” (37). “Lo que relatan”, explica Astorga, “ya ha sido publicado en la prensa y difundido por la radio y la televisión”, y su función por lo tanto, no es informativa, como no lo era la de los romances populares de bandidos: “forma parte de mitos colectivos, o de un trabajo de construcción de mitos” (37). En ocasiones —y éste es el caso de uno de sus inventores, Chalino Sánchez, asesinado en un oscuro episodio y que sufrió un atentado en escena—, los corridos son hechos a petición del interesado, que desea “inmortalizar” una cierta imagen de sí mismo (Lobato: 100 y ss.). La cercanía del público y el mundo de los narcocorridos, en cuyos héroes proyecta sus sueños y resentimientos, convierten al compositor de corridos, como dice Astorga, en una suerte de “intelectual orgánico” de traficantes: “verdadero creador de mitos constitutivos de su visión de mundo, de su filosofía, de su odisea social, de su forma de vida, de la transmutación del estigma en emblema” (Astorga: 38). El corridista narra “sus epopeyas y las luchas entre los héroes y los villanos”, y lo hace coincidiendo además con sus gustos musicales: originarios, en su mayoría, de localidades rurales, más que nada serranas, “los traficantes acompañan su existencia con la música de su gusto: corridos norteños y música sinaloense” (Astorga: 39). Esa aura mitológica y ese arraigo musical impiden que la censura —muchas veces reiterada, aunque casi siempre limitada a la difusión radiofónica— alcance sus objetivos: “Ni entonces ni en la actualidad los discos y casetes han desaparecido de las discotecas, supermercados, tianguis y puestos ambulantes, ni han dejado de encontrar compradores” (Astorga: 42).

A riesgo de incidir yo mismo en el delito de plagio, quisiera meter “de contrabando” algunos catálogos léxicos sugeridos por Astorga que pueden funcionar como motivos en un sentido más filológico. Es el caso de los narcos, en cuyo círculo giran traficantes y grandes señores, contrabandistas, mafiosos, cabecillas, bandidos, cerebros, delincuentes y hombres de delito, así como el jefe de jefes, el mero mero y el número uno, los gángsters y padrinos, la banda, la familia y la Cosa Nostra. Sus enemigos son el ejército, los hombres de verde o guachos, la PJF, la Interpol, el gallo negro y el amarrador, los dedos y los soplones. Como sucedía con los romances de bandoleros y de contrabandistas, hay “corridos de mafia” que alaban a policías y militares, y no sólo a héroes criminales. Y como en las obras dramáticas del Siglo de Oro, hay mujeres bandoleras —mujeres traficantes: la más famosa es Camila la Texana— tan temibles o más que los hombres. Se trafica con mariguana, amapola, goma de opio, heroína y cocaína, también designadas yerba, yerba verde, yerba buena, yerba mala, maldita yerba, de la buena y de la fina, carga blanca, polvo o polvo blanco, polvo maldito, ese polvo tan vendido, coca sin cola. Técnicas de contrabando son el embalsamamiento y el entrenamiento de águilas, en el peinado, a nado y a punta de pistola. El bestiario del narco abarca gallos, gallos finos, tigres, leones y leones de la sierra, peces gordos y desnutridos. Los medios de transporte, tan mitificados como el caballo en los corridos tradicionales, son camiones de carga y camionetas, trailers, trocas y carros del año, especialmente Cadillac, New Yorker y Grand Marquis, aviones y avionetas. Las armas empleadas —como los 30/30 en los corridos revolucionarios o los trabucos en los romances de ciego—: la 38 escuadra, granadas, metrallas y metralletas —la r-15 y el m-16, el m-60 y la ak-47 (Astorga: 93-94).

Los milagros de Malverde

Los corridos que cuentan la historia de Malverde —los más cercanos al corrido tradicional— no tienen nada que ver, aparentemente, con los corridos de narcotraficantes. Podría extrañar su inclusión en el ámbito de los narcocorridos, si no fuera porque Malverde, que no fue un narcotraficante, se convirtió en el santón no solamente de algunos narcotraficantes, sino de mucha gente ligada a la cultura del narcotráfico, y de los emigrantes a Estados Unidos.

Otra cosa muy distinta sucede con los corridos que se le cantan a Malverde. En este caso, puede contarse la historia del bandido, pero lo principal es otra cosa: el acto mismo de la plegaria y el juramento, el exvoto, la enunciación del corrido en un ámbito ritual, sagrado y festivo, transgresivo. Aquí se trata de corridos de traficantes en un sentido muy distinto al de esos corridos —casi thrillers— fulgurantes, que narran acciones del narcotráfico. Son más bien cantos litúrgicos, pero de una liturgia heterodoxa, ajena al dogma católico, rechazada por una industria cultural que no puede digerirla, porque destruye sus fundamentos. Grupos más o menos comerciales como Los Cadetes de Durango, la Banda de Nueva Culiacán, Los Jilgueros del Norte o Los Ángeles de Malverde, han dado a conocer, en quince años, por lo menos, 56 piezas destinadas a Jesús Malverde (Güemes: 4a). El hecho de que la capilla sea, a la vez, un lugar de culto y un espacio festivo, con música, baile, pláticas y cervezas, junto al uso de mandar componer corridos por encargo, con destinatarios y protagonistas precisos —como sucedía con los corridos revolucionarios de Pancho Villa y Emiliano Zapata—, hace posible la existencia de un gran corpus de exvotos musicales que se ofrendan y se cantan en forma de corridos. Luego, esos corridos se graban y se ponen a la venta en la misma capilla de Malverde, como productos piratas, en discos compactos ilegales similares a los pliegos de cordel vendidos por los ciegos en la España de los siglos xvii, xviii y xix, que a menudo denunciaban los autores como mercancías “apócrifas”, sin que nadie reclame el copyright.

Es el caso de un disco compacto que compré en la capilla por cien pesos y que tiene dos títulos distintos: uno en el papel fotocopiado que le sirve de tapa al disco, y que incluye la reproducción del rostro del bandolero con la Virgen de Guadalupe al fondo —Corridos y canciones de Malverde—, y otro pintado en el disco con plumón: Tributo a Malverde. La única información que ofrece el disco es el nombre de algunos intérpretes de las veinticinco piezas del disco, como Los Serranitos de Malverde, El Cordero de Sinaloa, Los Jilgueros de Malverde, Los Cadetes de Linares, El Original y Los Incomparables de Tijuana. La primera de esas piezas ilustra muy bien el carácter de corrido y de exvoto que tienen las canciones:

Ayer llegué de mi tierra,

todo me salió muy bien;

los aduaneros se venden

pero yo los ablandé;

el idioma de los verdes

ellos lo hablan muy bien.

Las garitas que he cruzado

las cruzo sin ni un problema;

nunca he visto luces rojas,

siempre me las pone en verde,

pero eso yo se lo debo

a la imagen de Malverde.

Las últimas estrofas se refieren al pago de las “mandas” ofrecidas a Jesús Malverde:

Cuando regreso a Culiche

siempre visito a Malverde;

hago una fiesta en su tumba

para que el compa se alegre,

con un conjunto tocando,

rodeados de mucha gente.

Ya se terminó la fiesta,

ya me voy a retirar,

y me voy con otro viaje

pal otro lado del cerco,

pero me llevo mi imagen:

es el que me va a salvar.

El ánima de Malverde

En la misma capilla de Malverde, en Culiacán, es posible adquirir un cuadernito titulado La verdadera novena del ánima de Jesús Malverde. Una breve semblanza de la vida y muerte de Malverde ocupa las primeras páginas, luego de las cuales se indica la manera de rezar la novena, valiéndose de dos veladoras, tres piedras y tres flores, un pañuelo para envolver las piedras y un vaso de agua para las flores. Enseguida se reproduce “La verdadera oración del ánima de Malverde” —impresa en una hoja suelta, con un dibujo del bandido con las manos atadas a la espalda y una soga al cuello, atada a la rama de un árbol—, para rezarse todos los días. Nueve plegarias distribuidas en nueve días reiteran una única demanda que se expresa, así, nueve veces. Las del sexto día, en la ortografía original del folleto, reza como sigue:

¡Música para ti. Oh Malverde! Eres alegre. Alegre es tu Corazón. Nunca la tristeza, ni el temor te doblegaron: ¡Música de Banda!, que te toquen “El Sinaloense” y que tus oídos se llenen de sus notas y que tus pensamientos y tu alegría contagien el ambiente. Rodéame con tu música, que se oiga fuerte la tambora para que no haya ruidos que me delaten. Haz que toquen fuerte.

(La verdadera novena del ánima de Jesús Malverde: 16 y 19).

Y también el Tributo a Malverde incluye cantos que son una pura alabanza. Hay unas mañanitas que terminan diciendo: “Jesús se murió en la cruz, / en la cruz crucificado; / Jesús Malverde murió / en un mezquite colgado”. Y un himno en versos de cinco sílabas:

Jesús Malverde,

vengo a cantarte;

en mis cantares,

gracias te doy.

Por el milagro

ya recibido,

Jesús Malverde,

gracias te doy.

Jesús Malverde,

eres el ángel

de mi camino,

la luz del sol.

Por eso mismo

vengo a cantarte,

Jesús Malverde,

gracias te doy.

Los gauchos milagrosos

La fusión de santos y bandoleros tuvo gran presencia en el teatro del Siglo de Oro. Pero también es posible encontrarla en otras tradiciones aún vivas, como las populares devociones de los “gauchos milagrosos” en Argentina (Coluccio: 91-134). Adorados como santos, estos gauchos “alzados” con rasgos de bandidos sociales tienen en común su muerte trágica, violenta, injusta, y realizan milagros y curaciones increíbles (Coluccio: 93). Uno de los más famosos es el gaucho Juan Bautista Bairoletto, santafesino cuya vida tumultuosa se extiende en los exvotos que la gente lleva a su tumba. El Gaucho Bairoletto perdura en toda suerte de cantos populares —camperas, milongas, décimas, compuestos—, uno de los cuales recitaba, hace poco tiempo, y en la vieja tradición de los romances de ciego, “un vagabundo deforme […] que levantaba cierto recelo entre los elementos policiales” (Coluccio: 216). A su nombre hay que agregar los del Gaucho Cubillos y el Gaucho Bazán Frías, cuyas tumbas convertidas en santuarios pueden visitarse en Mendoza y Tucumán (Coluccio: 100 y 111).

La mayoría de los “gauchos milagrosos” son, sin embargo, correntinos. Algunos de ellos son poco conocidos, como Curuzú José, cuya fiesta se celebra el 3 de mayo, bajo una cruz, y entre bailes y novenas, en la antigua localidad de Frontera (Coluccio: 118). O como el gaucho Francisco José, colgado de un árbol grande e injustamente degollado en Esquina, provincia de Corrientes, con efectos milagrosos (Coluccio: 119). Como el gaucho Turquiña, también llamado Chuña o Guadaña, cuyas andanzas se extendieron por Goya y Empedrado, y cuya tumba en Mburucuyá es venerada cada 3 de mayo con velas y compuestos populares (Coluccio: 120). Como el Gaucho Altamirano, de Mercedes, que herido de muerte besa “su payé y su cruz” —payé: “amuleto guaraní”— en unas décimas tradicionales (Coluccio: 123).

Uno de los “gauchos milagrosos” que gozan de mayor celebridad es el Gauchito Gil o Curuzú Gil, jefe de una banda de salteadores que actuaba en los alrededores de Mercedes, con fama de bandidos sociales. “Lo colgaron boca debajo de un algarrobo y lo degollaron”, recuerda Coluccio. “Manos piadosas le dieron sepultura y colocaron una cruz en su tumba, con lo cual pasó a convertirse en lugar de culto”. Su muerte fue milagrosa Coluccio: 118).

Otro gaucho famoso, de nombre también guaraní, fue Curuzú Jhetá, o San Antonio María, nativo de Yaguareté-Corá —la actual Concepción, en la provincia de Corrientes—, y cuya fama de cuatrero y curandero se extendió alrededor de un islote de la Laguna de Iberá: “San Antonio María era un santón correntino, mezcla de bandido, curandero y, desde luego, adivino”, escribe un autor. “Vivía a campo abierto, protegido por la ramazón de un timbó”. Tras matar a una mujer embarazada —algunos pretenden que se trataba de su compañera—, alegando que en su vientre se gestaba el Diablo, Curuzú Jhetá fue ejecutado por la policía:

La devoción no se hizo esperar, y al pie de un timbó, a cuya sombra solía guarecerse, levantó varias cruces, llamándose el lugar desde entonces Curuzú Jhetá, cuyo significado es “Muchas Cruces”. Todos los 3 de mayo, día de la [Santa] Cruz, acceden hasta allí muchos promesantes, quienes encienden velas, formulan pedidos, cumplen promesas. Además, con ramitas del timbó hacen cruces que estiman milagrosas, así como las aguas de un arroyito próximo.

Un compuesto anónimo lo recuerda (Coluccio: 113).

Las analogías entre Malverde y los “gauchos milagrosos” correntinos, a pesar de las distancias que separan a la sierra sinaloense del territorio guaranítico, son evidentes. Y está, por fin, el caso de Olegario Álvarez, el gaucho Lega, adorado en la localidad de Saladas, al norte de Corrientes. La admiración por el bandolero arreció con su ajusticiamiento a manos de la policía, convirtiéndose en devoción fanática por este “gaucho malo” al que se le rinde culto sobre todo el día de Difuntos, aunque, en el cementerio de Saladas, su lápida consigne otra fecha veinte días tras la muerte de Malverde —“O. A.”, dice la tumba: “A 2 de mayo de 1906. / A los 35 años”—, y todos los lunes se invoquen los poderes y reliquias del bandido:

Merodeaba por los campos de la provincia de Corrientes gran número de gauchos alzados, huidos de la autoridad y guarecidos en los espesos montes y pantanosos esteros de los departamentos de Saladas, Concepción, San Roque y Mburucuyá. Las lagunas y esteros del Iberá, con su vasto y accidentado terreno fueron escondite propicio para quienes, en Corrientes, vivieron al margen de la ley. De ahí que los departamentos nombrados se convirtieran en escenario favorito de sus correrías, en el que los gauchillos disponían de lugar seguro donde poder refugiarse (Carlos Dellepiane, apud Coluccio: 103-104).

Al gaucho Lega, como a Jesús Malverde, hay que cantarles corridos, una forma que en Corrientes recibe el nombre de compuesto y que —amparada en el anonimato o la autoría de cantores populares, como lo hacían los romances de ciego desde el Siglo de Oro— narra crímenes pasionales, accidentes trágicos o sagas de bandoleros enfrentados a las fuerzas del orden, con una fuerza cautivadora que hace que los paisanos “se conduel[a]n a veces toda la vida por las muertes injustas” (Coluccio: 105). Es el caso del compuesto del Gaucho Lega, que comienza con la típica fórmula para llamar la atención del público, y termina elogiando la hybris, no sólo del bandido muerto por la policía, sino también de su mujer, Angelita:

Es visto, mujer de Lega,

que tenía tanto coraje:

el marido está peleando,

ella está tomando mate. ®

Bibliografía
Astorga, Luis A., Mitología del “narcotraficante” en México, México: UNAM-Plaza y Valdés, 1995.
Coluccio, Félix, “Los gauchos milagrosos”, Devociones populares argentinas y americanas. 3ª ed., Buenos Aires: Corregidor, 2001, 91-134.
Giron, Nicole, Heraclio Bernal. ¿Bandolero, cacique o precursor de la Revolución?, México: INAH, 1976.
Güemes, César, “Jesús Malverde: de bandido generoso a santo laico con prestigio regional / I y II”, La Jornada, 10 y 11 de agosto de 2001, 2a-3a y 4a.
Lobato, Lucila, “Chalino Sánchez: corridos de personaje”, Revista de Literaturas Populares II-1 (enero-junio de 2003), 87-116.
Quinones, Sam, “Jesús Malverde”, Historias verdaderas del otro México. Trad. Martín Manrique Mansour, México: Planeta, 2002, 255-263.
Rivera, María, “Crece el culto a Malverde, el santo de los marginados” y “Corridos a Jesús Malverde”, La Jornada, 9 de mayo de 1998, 46-47.
La verdadera novena del ánima de Jesús Malverde, Sinaloa: s.p.i., s.f.
Villa, Francisco, Pancho Villa. Retrato autobiográfico, 1894-1914, Ed. Guadalupe y Rosa Helia Villa, México: Taurus, 2005.
Notas
1 Cf. el estudio de Luis Astorga (96), que incluye la transcripción de cuarenta corridos de traficantes.
2 Rivera: 46.
3 Rivera. 46.
4 Quinones: 259.
5 Güemes: 3a.
6 Quinones: 256.
7 Rivera: 47.
8 Rivera: 47.
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Publicado en: Hemeroteca, Mayo 2010

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