El espíritu de la Navidad

En verdad, en verdad os digo lo que ocurrió…

Es sabido que los Evangelios cuentan los mismos hechos con algunas variantes, algunas de ellas contradictorias y con omisiones significativas. ¿Qué pasó en realidad en torno al nacimiento del Niño Jesús? No se hagan bolas, ésta es la versión que rifa.

Benjamin West, "La última cena".

Benjamin West, «La última cena».

Desierto e invierno

Judas Iscariote nació la misma noche que Jesús de Nazaret. Estuvo ahí, en Belén. Fue el hijo menor de una pareja de pastores. Su madre no tuvo leche para amamantarlo y la que ordeñaron de las cabras la entregaron como ofrenda a María para que lavara sus manos y su vientre, y para que ella y José saciaran su sed. Desde entonces la vida de Judas quedó marcada por la desgracia. Lo demás fue sólo consecuencia del principio.

La mujer sin nombre

Poco se sabe de la madre de Judas. Que un ángel apareció en su sueño para decirle: llena eres de desgracia, porque engendrarás al traidor del Salvador y morirá sin perdón. Que su parto fue el más doloroso habido. Que amó tanto a Jesús que le dio la soga a su hijo para que la profecía se cumpliese. Que su nombre fue prohibido. Y que su lugar en el Cielo es el más cercano a María.

Inmaculada concepción

El padre de Judas fue de los primeros en llegar a Belén. Se acercó a José y discretamente le entregó cuarenta monedas que había robado. “Señor, es todo lo que tengo. Recíbelo para que puedas marcharte de aquí luego de que nazca tu hijo”. El parto fue complicado, María sangró a mares, pero el buen ladrón, habiéndose ganado la confianza del casto varón, asistió en todo lo que más pudo junto con una anciana anfitriona de los peregrinos. Tras la complicación, se dirigió a los pastores que esperaban noticia, para decirles a grito pelado: “La profecía se ha cumplido. La madre es virgen y dio a luz ayudada por un ángel. Yo lo he visto”. Entonces José se acercó a él por detrás y lo degolló con una cuchilla que usaba como rasero. “Tuve que matarlo”, explicó. “Se atrevió a ver a mi mujer y ella es una Santa. Santa María, madre de Dios, bendita eres entre todas la mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Así lo repitió la multitud.

Acto de fe

La fe de José en el Espíritu Santo estaba firmemente fundada en su disfunción eréctil, paradójicamente. Cuando el Niño nació, lo observó cuidadosamente y halló en él un lunar como el del aprendiz de su taller. Entonces gritó a la multitud: “Mi hijo es Dios. Ha nacido para que ustedes lo adoren. Hínquense todos, infelices”.

Bendito

Los pastores estaban urgidos de milagros. En la persecución de la estrella perecieron los más débiles y a Belén llegaron los que pedían riqueza y venganza. José apaciguó a la multitud: “Aún no sabemos si mi hijo obra milagros, pero entre los que estamos aquí, al menos no hay ciegos ni cojos ni enfermos. Bendito es mi hijo”.

Oro, incienso y mirra

El Niño nació, pero los reyes que iban a adorarlo aún iban en camino a Belén. Demoraron varios días en obtener los regalos: fue necesario traicionar a dos reinos amigos para apoderarse del oro y la mirra. Hubo piedad con los prisioneros y fueron decapitados con poco dolor. Fue la Providencia la que quiso que en el camino pudieran cambiar un esclavo que llevaban por incienso.

Hombre de mucha fe

Un rey del lejano oriente era el que tenía más fe. Partió desde meses antes del nacimiento del Hijo de Dios para estar presente y adorarlo. Montó en su elefante y se hizo acompañar por quinientos esclavos que llevaran apenas lo necesario: agua y alimento para él y su paquidermo, así como por su escolta personal de cincuenta soldados. En el camino fueron pereciendo esclavos y cayendo soldados. Fue un milagro que a Belén llegase aquel elefante sano y salvo. Y es que la fe mueve elefantes.

El primer milagro

El Niño había nacido, pero pasaban las horas y los días y los milagros no llegaban. Los pastores ardían en concupiscencia. Se entregaron al robo, el adulterio y el asesinato. Entonces aparecieron tres reyes cargados de riqueza: la turba se arrojó contra ellos y sus guardias. Fue una masacre espantosa, pero al final los pocos que sobrevivieron cargaron con oro, mirra, marfil y cuero de elefante. El incienso lo quemaron ahí para dar gracias al Niño, que les había concedido el milagro. ®

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Publicado en: Letras libertinas, Noviembre 2014

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