El supermercado como microcosmos

Sobre Mano de obra, de Diamela Eltit

Leí Mano de obra al tiempo que Chile colapsaba. La rabia generalizada por la desigualdad, la falta de acceso a derechos básicos como la salud y la educación, y el actual sistema de pensiones desencadenaron el estallido social del 18 de octubre.

Diamela Eltit en los años setenta. Foto tomada de Infobae.

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“Imaginar esta página blanca como la leche diaria a consumir/ imaginar cada rincón de Chile privado de consumo diario de leche como páginas blancas para llenar”, fue el texto que se publicó en una revista como parte de la obra Para no morir de hambre en el arte (Chile, 1979). Para llevarla a cabo se entregaron bolsas de leche en zonas marginadas de Santiago, estampadas con la frase “medio litro de leche”, y se leyó, frente a la sede de la ONU, un documento que denunciaba la situación de hambre de los chilenos. La presencia de la leche representaba las carencias básicas de la población chilena y los proyectos del gobierno de Salvador Allende para acabar con ellas: cada niño chileno debía tomar por lo menos medio litro de leche diario. Éste fue el primer performance del CADA (Colectivo de Acciones de Arte) formado, hacia 1979, por los artistas Lotty Rosenfeld y Juan Castillo, el sociólogo Fernando Balcells, el poeta Raúl Zurita y la novelista Diamela Eltit. El grupo formó parte de la Escena de Avanzada, que comprende a los creadores chilenos comprometidos durante los años de la dictadura.

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Dentro del panorama latinoamericano, cargado de historia, tradición y una densidad estética propia, se halla la literatura de Diamela Eltit. “Desde el barroco demencial de Severo Sarduy hasta las profundas fracturas de José María Arguedas; desde los silencios de Juan Rulfo hasta la ironía transgresora de José Donoso, están presentes como marcas, como huellas” en su escritura. Por otro lado, aparecen la marginalidad, lo residual, lo minoritario, lo que se halla a contrapelo del poder. Construye su universo literario a partir de la memoria social chilena. Construye su universo narrativo a partir de la subversión de la letra. Escribe cuatro libros durante el periodo de la dictadura: Lumpérica, Por la patria, El cuarto mundo y El padre mío. El periodo de la posdictadura trae consigo nuevos mecanismos de control: “La violencia de la economía de mercado genera nuevas formas de exclusión social, nuevas marginalidades”; en este escenario Diamela escribe Los vigilantes, Los trabajadores de la muerte y Mano de obra.

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“24 horas. 24.
24 horas sin salario adicional.
En un acto impulsivo de sinceridad, debería confesar (pero, ¿a quién?) que a mí nada ya me martiriza”.
—Diamela Eltit, Mano de obra.

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Leí Mano de obra (Seix Barral, 2002) al tiempo que Chile colapsaba. La rabia generalizada por la extrema desigualdad, la falta de acceso a derechos básicos como la salud y la educación, y el actual sistema de pensiones desencadenaron el estallido social del 18 de octubre, lo que me obligó a leer el libro con una mirada diferente. Al principio, la imagen de la explotación del obrero llevada hasta los límites de la dignidad me pareció exagerada. Mano de obra es una novela compleja, en la que Diamela Eltit exacerba la imagen del neoliberalismo impuesto brutalmente en nuestras sociedades. El supermercado, visto como un microcosmos de la realidad, es el espacio público y privado donde la autora pone el ojo vigilante. La novela se divide en dos partes: “El despertar de los trabajadores” y “Puro Chile”. El primer apartado es una compilación de testimonios, de voces anónimas que denuncian el explotador trabajo en el supermercado. Cada una de las voces tiene un tono delirante y psicótico que nos introduce al actuar y al pensar de esas voces que hablan desde la marginalidad del cuerpo. Un cuerpo sometido a incontables horas de trabajo pese al hambre, cansancio o enfermedad. “Aunque el pie, la mano, el oído no responden, ni responde el riñón, el pensamiento, yo continúo”.

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La lectura se vuelve más fácil en la segunda parte de la novela, pero no más digerible. El maltrato sistémico, la humillación y la violencia contra los cuerpos son ejes constantes en Mano de obra. Es en esta parte donde el poder del neoliberalismo se inserta en las entrañas de la sociedad; un poder que permea las relaciones sociales. A través de un narrador omnisciente que también permanece anónimo Diamela nos muestra la dinámica y la inercia social de un grupo de trabajadores que viven juntos. Narra los conflictos entre trabajador y autoritarismo, entre trabajador y supervisor, entre trabajador y cliente, y entre ellos mismos. Pone en escena su obsesión por el cuerpo y la tensión entre el poder y los gestos de resistencia. “Lo corporal no sólo es frontera de lo decible; deviene del territorio de lo indecible”. Es en esta parte donde el autoritarismo cancela las voces, los cuerpos, los espacios de goce y productividad, las tramas de la solidaridad social; donde el autoritarismo segrega a los individuos que deciden no pactar. Es en esta parte donde los cuerpos dóciles, los cuerpos amoldados a los patrones de comportamiento dominantes, los cuerpos carentes, los cuerpos sometidos a una violencia histórica, se convierten en campo de batalla. Es en esta parte donde por los intersticios se asoma la rebelión.

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Como acto de cierre de la obra Para no morir de hambre en el arte se depositó en una galería una caja de acrílico que contenía la leche no distribuida, un ejemplar con la revista que publicó el texto, además de la grabación hecha frente al edificio de las Naciones Unidas. La pieza estaba acompañaba por este párrafo: “Para permanecer hasta que nuestro pueblo acceda a sus consumos básicos de alimentos. Para permanecer como el negativo de un cuerpo carente, invertido y plural”. ®

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Publicado en: Éstos son nuestros papeles

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