Ángel Ortuño, poesía de piedra y concreto

El palacio de las uñas: un jardín de anomalías

Un dispositivo más de tantos posibles para continuar con la indagación y el conocimiento de la poesía de Ortuño, una de las propuestas recientes más originales e irreverentes tanto en México como en Latinoamérica.

Ángel Ortuño. Fotografía Gaceta UdG.

Hay plantas que surgen de la nada y crecen donde se supone que no deben estar: en el machuelo de una banqueta, en una fisura del concreto, en muros de cantera o piedras de campanario. Echan raíces, crecen sus troncos, brotan las hojas. Una vez vi una planta que nació entre las piedras de una pared y estaba coronada por una preciosa y reluciente flor amarilla. Esas plantas están donde se supone que no deben estar y no es hasta que su verdor capta nuestra atención cuando nos damos cuenta de la anomalía.

Las plantas que surgen entre piedra y concreto vienen a mi mente cada vez que me topo con la poesía de Ángel Ortuño (Guadalajara, 1969–2021) porque siempre he admirado esa habilidad suya para, aparentemente de la nada, crear versitos y demostrar que la poesía puede surgir de cualquier parte, incluso de lugares donde se supone que no debería: una poesía de piedra y concreto: una poesía anómala.

En ese sentido, me atrevo a afirmar que El palacio de las uñas es un jardín de anomalías. Publicado por Impronta Casa Editora y Metrópolis Ediciones, El palacio ofrece una selección de la obra de Ángel Ortuño con la curaduría de Carlos Vicente Castro, quien en el posfacio del libro escribe que éste es “un dispositivo más de tantos posibles para continuar con la indagación y el conocimiento de su poesía dispersa, a mi parecer una de las propuestas recientes más originales e irreverentes tanto en México como en Latinoamérica”.

Revistas amarillistas, conversaciones oídas en el camión, carteles de cine porno, charlas de Facebook, cartillas de santos o volantes con encantamientos, mensajes de chat privado, noticias falsas, entrevistas a personajes deslucidos, novelas de relumbrón, el metal recalcitrante de Motörhead, Alice Cooper o Kiss, películas de serie B.

El palacio de las uñas hace un recorrido por catorce libros, uno de ellos póstumo, y presenta una muestra heterogénea de la variopinta obra de Ortuño. Al recorrer sus páginas es posible constatar lo que señala Carlos Vicente Castro:

Papeles hallados en la calle, folletines, revistas amarillistas, conversaciones oídas en el camión, carteles de cine porno, charlas de Facebook, cartillas de santos o volantes con encantamientos, mensajes de chat privado, noticias falsas, entrevistas a personajes deslucidos, novelas de relumbrón, el metal recalcitrante de Motörhead, Alice Cooper o Kiss, películas de serie B, juguetes rotos abandonados, anuncios publicitarios… todo le servía a Ángel Ortuño para armar esas máquinas de gran potencia que llamaba versitos.

La poesía que surge del concreto, la poesía anómala que sólo es posible ver hasta que la mano del poeta nos la refriega ante los ojos para decirnos que ha estado ahí todo el tiempo.

Repaso al vuelo los poemas contenidos en El palacio y, como cada vez, quedo fascinado por la manera en que Ortuño derriba cualquier forma de solemnidad. Escojo una muestra (casi) al vuelo:

Rómpase en caso de incendio

Entonces le ordenaron: di
tus oraciones.

Y luego comenzó
a recitar las tablas
de multiplicar.

Formado en colegios católicos, hizo del dogma divino pasto de las llamas de su ironía y su peculiar forma de ver la vida. Otro ejemplo que también es posible leer en El palacio de las uñas:

Margaritas

Esta es palabra de dios.
Esta no.
Esta sí.
Esta no.

A los poemas seleccionados entre la obra publicada se suma un apartado que, explica una nota, recopila textos inéditos que fueron tomados “de un libro sin publicar, ‘999 disponibles’, escrito con Anuar Zúñiga Naime, de un libro inconcluso que escribía con Eduardo Padilla, la muestra de poesía ‘Abril’, su muro de Facebook, su computadora personal en la Casa Cortázar y un cuaderno manuscrito”.

Si el recorrido por la obra de Ángel Ortuño propuesto en El palacio es imperdible, también lo es la forma en que está presentado. Impronta Casa Editora realizó un libro bello y bien cuidado. Bonito, el cabrón, para decirlo claramente. El título de cada sección del volumen está acompañado por grabados de Rosalío García que reproducen figuras como demonios, la mano, un par de botas y la versión en miniatura de una playera de Ortuño con una leyenda que era casi una declaración de principios: “CA/ NA/ LLA”. La selección del papel, la tipografía, el encuadernado ofrecen una experiencia que redondea a la perfección el conjunto contenido–continente que consta de un tiraje de 666 ejemplares: una puntada genial.

Mención aparte merece la portada, autoría de Carlos Maldonado y cuyo diseño me hizo pensar en una versión minimalista de la tipografía estridentista propuesta hace cien años por Ramón Alva de la Canal, Jean Charlot, Fermín Revueltas y Leopoldo Méndez. Cuando la vi inmediatamente pensé El movimiento estridentista, libro firmado por Germán List Arzubide con portada de Alva de la Canal. Y no debe ser casualidad. Al menos para mí no lo es: la primera vez que platiqué con Ángel Ortuño, hace más o menos quince años, fue en el cuartito que hacía las veces de su oficina en los altos de la Biblioteca Iberoamericana en Guadalajara, adonde acudí para entrevistarlo sobre la obra de List Arzubide y el legado estridentista. Yo iba por una entrevista y recibí una cátedra del estridentismo, la vanguardia literaria más chingona de la primera mitad del siglo XX en México y en la que era experto, como en tantos otros temas.

Porque es necesario decir que Ángel Ortuño dominaba todos los temas —ya sé, es un lugar común pero, ¿a quién le importa?— y no tenía empacho de compartir su conocimiento con quien fuera que se acercara a preguntarle algo. Lo que fuera, sobre cualquier cosa: literatura, claro, pero también sobre el cine de horror, películas de serie B, el metal, los pasillos de la FIL y sus rarezas escondidas.

La portada, diseño de Carlos Maldonado.

Sería tremendamente injusto y muy pendejo intentar siquiera subir a Ángel Ortuño al pedestal de santón o figurón de la literatura. Nada más alejado de su legado. Lo mejor es releerlo en la calle, en el transporte público, en cualquier parte que se encuentre lejos de los inciensos y de la seriedad. Para eso, han comenzado a circular tres materiales que recopilan su obra: el número 226 de la serie Material de Lectura, de la UNAM, que reúne una selección de obra de Ortuño a cargo de Luis Vicente de Aguinaga; el libro digital Cuaderno verde escolar, con poemas recuperados por Carlos Vicente Castro precisamente de un cuaderno de notas de Ángel. Y, finalmente, el volumen que dio pie a este texto, El palacio de las uñas, que es un ventanal de buen tamaño que permite dar un vistazo a la obra que, como las plantas del concreto, Ángel Ortuño fue cultivando hasta su partida en septiembre de 2021. Este libro es, ya lo decía, un jardín de anomalías.

[enseñanzas de la naturaleza]

Las nutrias asesinan por gusto y practican
la necrofilia.

A los árboles no les gusta que los abraces.
Por el contrario,
disfrutan cuando ahorcan a alguien en ellos.

Si te mueres,
no importa. ®

Publicado también en el sitio de noticias ZonaDocs.

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Publicado en: Libros y autores, Poesía

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