Escalando el “muro mental”

El entusiasmo republicano por los muros

Desde una perspectiva histórica de larga duración, los muros serían una bendición. Y no sólo por la notable —aunque acallada— discusión filosófica y transcultural que continuamente se lleva a cabo, por una parte, entre quienes construyen los muros, y por la otra, entre quienes quieren derribarlos.

Los muros están nuevamente de moda. Muros y vallas. No hace mucho, ustedes recordarán, los candidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos expresaron su entusiasmo por ellos. En octubre Michele Bachmann firmó un acuerdo para apoyar la construcción de un muro que correría a lo largo de la frontera de Estados Unidos y México. Para no quedarse atrás, Herman Cain manifestó su apoyo para crear un muro electrificado, lo suficientemente poderoso para ser letal: tocarlo y morir. Como alguien que creció detrás de la Cortina de Hierro sé muy bien cómo funciona el dispositivo; de cierta manera, nosotros lo inventamos (debimos patentarlo). La habilidad para cruzar un “muro letal” solía ser parte fundamental del botiquín de supervivencia en Europa del Este.

Por supuesto, el asunto es inagotable. En el más reciente debate republicano el tema migratorio fue controvertido. Un mensaje visual apareció en la prensa para reforzarlo: la ilustración de la portada de la revista The New Yorker, del artista Christoph Niemann, inspirada en la temática del Día de Acción de Gracias, donde se muestra a unos peregrinos de la época del Mayflower cruzando atemorizados una cerca de alambre de púas en el desierto.

Mientras que los muros y las vallas son ciertamente cosas físicas —además, impuestas—, gran parte de su poder proviene de otro lado. Su papel ha quedado claro en el discurso político: también son cosas de la mente. Y no es un término reservado sólo para la frontera estadounidense. Los alemanes, quienes al parecer tienen un nombre para todo, usan la frase Mauer im Kopf (“muro mental”) para referirse al fenómeno. El Muro de Berlín pudo haber sido derribado hace mucho tiempo, pero mucha gente en Alemania continúa sintiéndose dividida; el muro permanece intacto en su mente. (Como nativo de Alemania, Niemann podría saber una o dos cosas al respecto.) Los muros pueden ser espectaculares en tanto estructuras arquitectónicas, pero pueden ser aún más fascinantes como entidades que habitan nuestro pensamiento y dan forma a nuestras culturas.

Los muros son construidos no por seguridad, sino por un sentido de seguridad. La distinción es importante, lo saben muy bien quienes los mandaron erigir. Lo que el muro satisface es más una necesidad mental que una material. Los muros protegen a la gente no de los bárbaros, sino de las ansiedades y los miedos, los cuales usualmente son más terribles que los peores vándalos. Así, los muros no son construidos para quienes viven fuera de ellos, como la supuesta amenaza que son, sino para aquellos que viven dentro. De alguna manera, entonces, lo que se construye no es un muro, sino un estado mental.

Así, los muros no son construidos para quienes viven fuera de ellos, como la supuesta amenaza que son, sino para aquellos que viven dentro. De alguna manera, entonces, lo que se construye no es un muro, sino un estado mental.

En un mundo de incertidumbre y confusión un muro es algo que provee confianza; algo que se levanta ahí, frente a tus ojos: monumental, sólido, reconfortante. Con los muros viene un alivio mental, tranquilidad e incluso una vaga promesa de felicidad. La cercanía de su presencia garantiza que, después de todo, existe orden y disciplina en el mundo. Un muro representa la victoria de la razón geométrica por encima de los impulsos anárquicos. ¿Puede haber algo más supremo que una línea recta que atraviesa desiertos, bosques, ríos caudalosos, ciudades sin ley y provincias ingobernables? Una línea recta no es sólo la distancia más corta entre dos puntos, sino también es la forma más barata de construir un muro. Los muros son geometría puesta al servicio de la humanidad. Es cierto que crean divisiones y distinciones, pero también lo hace la razón. Los muros hacen que las cosas parezcan más claras y definidas. Son siempre cartesianos. Vista desde el espacio, la Gran Muralla China es uno de los pocos indicadores de que la Tierra está habitada por seres racionales (si dejamos de lado los rastros visibles de la contaminación industrial, se entiende).

De hecho, los muros pueden impedirnos mirar, pero ése no es el problema, especialmente cuando lo que queremos es escondernos. Por una parte, mediante la construcción de un muro trato de esconderme, vivir bajo su sombra y, en un extremo, hacerme invisible. Por otro lado, sin embargo, es mediante la construcción del muro que puedo revelarme de una forma decisiva. Erigiendo un muro es como puedo exponerme totalmente; mis miedos secretos y mis ansiedades pueden contemplarse en su total desnudez. Un muro es sobre todo el reconocimiento de una vulnerabilidad fundamental.

Ahora, si cambiamos de perspectiva y miramos las cosas desde el punto de vista de quienes se “quedaron fuera” (amurallados), el muro siempre es percibido como una invitación. Es una manera de poner las cosas bajo una luz más tentadora, haciéndolas más deseables. Esto es principalmente un juego de provocar y seducir. Nunca ha habido nada más, y ahora, un día, repentinamente se erige un muro. ¿Cómo no advertirlo? Erigir un muro significa que alguien tiene algo valioso y que el resto debe enterarse. Si alguien levanta un muro significa, en una primera lectura, que no quiere compartir con los demás cualquier cosa que posee; sin embargo, a medida que construye un muro les avisa que tiene una nueva posesión, lo que, después de todo, significa que desea compartirlo. Y ese es el meollo de todo el asunto.

Como nos lo ha enseñado René Girard, es precisamente así como ha nacido el deseo: yo deseo algo mediante la imitación, porque alguien ya lo tiene. Esto explica por qué los muros son tan atractivos y también por qué son asediados y, finalmente, derribados. Son simplemente irresistibles. A los otomanos les tomó varias generaciones penetrar los muros de Constantinopla. Esos turcos antiguos fueron increíblemente obstinados; persistieron en su esfuerzo hasta el punto de establecerse, asentando pequeños poblados ahí, junto a muros de la ciudad. No lograron esto sin ayuda; el estar ante la visión de los muros de Constantinopla alimentó su empeño e hizo que la ciudad fuera cada vez más tentadora y el deseo de conquistarla incontenible.

The Wall, de Pink Floyd

Los muros son construidos por varias razones y han servido a propósitos distintos: para crear divisiones, para evitar que la gente y las ideas se muevan libremente, y para legitimar diferencias. Al final, lo importante no es si el muro se ha levantado por el miedo que tiene la gente de perder algo que poseen (el escenario más frecuente), o porque los gobiernos —como el Estado de Alemania del Este que construyó el Muro de Berlín— temen perder a sus habitantes que, en ausencia de cualquier muro, se irían con gusto a cualquier parte. Una vez que el muro se ha levantado adquiere vida propia y estructura la vida de la gente de acuerdo con sus propias reglas. Les otorga significado y un nuevo sentido de dirección. Todos los amurallados tienen ahora un propósito: encontrarse —a cualquier precio— en el otro lado del muro.

Cuando Adriano levantó en el siglo II a.C. el muro donde ahora se encuentra el norte de Inglaterra, todos aquellos que se quedaron en el lado norte descubrieron un destino nuevo e interesante: el lado sur. Cuando el muro de Berlín fue construido en 1961 la gente de Alemania del Este se dio cuenta repentinamente de que había un lugar donde valía absolutamente la pena dirigirse: Berlín occidental. Durante casi treinta años el muro alimentó el deseo de estar en otro lado. Para muchos de ellos el deseo era tan irresistible que sucumbieron a ante él, sin importar los riesgos; muchos murieron intentándolo.

Sin muros moriríamos indudablemente de aburrimiento. Por eso, si no los encontramos en el mundo real tendríamos que inventarlos. En El ángel exterminador, la película de Luis Buñuel, un grupo de personas se encuentra misteriosamente atrapada en un cuarto luego de una fiesta. Conforme transcurre el tiempo van mostrando lo más profundo de su ser. Sus dificultades se vuelven terribles: a tal punto donde uno comete suicidio, otro muere, todos hacen cosas a través de las cuales se degradan profundamente a sí mismos. Luego de haber caído en lo más hondo, de alguna forma se las arreglan para salir. Es cuando comprenden que el muro que los había tenido presos existía sólo en sus mentes. La película —de entre todos los lugares donde pudo realizarse— se filmó en México.

Desde una perspectiva histórica de larga duración, los muros serían una bendición. Y no sólo por la notable —aunque acallada— discusión filosófica y transcultural que continuamente se lleva a cabo, por una parte, entre quienes construyen los muros, y por la otra, entre quienes quieren derribarlos. Sobre todo, los muros ayudan a mantener el mundo vivo y a la Historia en movimiento. Un muro es siempre una provocación, y la vida es posible sólo como una respuesta a las provocaciones; un mundo sin muros pronto se convertiría en obsoleto y yermo. Después de todo, la Historia no sería nada más que un periodo de duración interminable, donde algunos construyen muros para que otros puedan derribarlos; entre mejor sea el primer constructor de un muro, más valiente será el que venga más tarde a derribarlo. El perfeccionamiento de estas habilidades debe ser lo que llamamos progreso. ®

Publicado originalmente el 27 de noviembre de 2011. Traducción de Paulo Gutiérrez

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Enero 2012

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