ArtBasel. La semana del arte

en una playa perdida en el pene de Amerika

Nuestro corresponsal exclusivo en Miami y todo el Caribe asistió a la millonaria feria del arte en esa ciudad, a la que describe sin más —a la feria— como un departamento de carnisalchichonería y museo del horror. Ahí vio cosas indescriptibles y hasta pudo hacerle una pregunta a Gabriel Orozco.

De las varias cosas que he hecho por amor ésta es una de la cual me siento orgulloso. Crucé el podrido Golfo de México y ya acá —en Miami— y después de perderme en la voluptuosidad de la ciudad, me dediqué a deambular por la playa buscando el vortex que me lleve al no tan lejano Triángulo de las Bermudas, y en eso estaba cuando topé un letrero que rezaba algo indescriptible en letras de oro, decía algo sobre un mercado de arte (yo sólo conocía el Jardín del Arte de San Ángel y el de Sullivan, allá en el Chilango). Al preguntar, un cubano enorme me dijo: “Si lo que buscas es hacerte millonario debes de ir al centro de convenciones de esta isla conocida por todos como Miami Bitch”. Ajusté mis deseos y con un impreso de algún estúpido artículo de arte publicado en Cielito Lindo y la carta de mi editor en Guadalajara me dirigí a las oficinas del afamado evento. Mal vestido y con callos en las patas, tuve que esperar en la línea como cualquier mortal, deseando una raya y una coke para al menos disipar mis dudas. Por fin, una latina de mala cara nos toma nuestros datos; a mi lado, un excelentísimo y distinguido caballero presume sus publicaciones especializadas a propósito de “El Juicio de París” y cómo este evento fundó el expresionismo en Europa. Qué mamada. Total, al ver que mis compañeros de oficio son todos políglotas y educados, la cobardía se anida en mí, quizá debo salir corriendo y dejar esto para la próxima reencarnación. Pero la malencarada latina me acerca mi ficha aprobada al tiempo que dos miembros del staff piden charlar a solas con el mamón autor a mi lado. Lo separan de la línea y le dicen que es imposible que él obtenga la acreditación, dado que es un desconocido. Respiro profundo y sudo frío. Aún no se cómo, pero estamos adentro. El plan es sencillo, meternos hasta la cocina y robarnos la comida: la verdad, tenemos un chingo de hambre y el arte puede esperar. No me permiten entrar, alegando que la feria abre hasta al día siguiente. Me escurro por una puerta en las bodegas y me encuentro con que todas las obras de arte están aún empacadas o en el mejor de los casos apenas las están maquillando. Por el otro lado, todas las nenas en el lugar andan sudando mucho, con las ropas pegadas al cuerpo y sobre todo, trabajando duro. Me esfumo para recuperar energía. El arte lo exige.

Día 1

Me levanto temprano, las tripas rugen y tengo la sensación de que habrá alimento gratis en el evento, asi que lustro mis tenis de charol, me pongo mis mejores calzones y me largo. Tomo el bus en el boulevard. Si, Miami es maravillosa pero la vida es una mierda en todos lados. El camión va lleno de la clase trabajadora y sin ilusiones. Tenemos que esperar a que una gorda inmunda, del tamaño de un pequeño elefante, logre subir con todo y su carrito eléctrico que la transporta. La operación toma diez minutos, estoy crispado, pues de llegar tarde perderé mi desayuno. Llego corriendo a la conferencia de apertura en la que todos están perfectamente bautizados y con ropas que superan el salario mensual de todos los colaboradores de los medios en los que colaboro.

He visto a amas de casa revisar con mayor detalle los huevos que compran en el Chedraui. Da un gusto enorme —como todo un conocedor— encontrar una pintura realizada por un grupo de chinitos de quince años; es una maravilla ver cómo es que se explota todo el talento que posee el gigante asiático. El champán fluye como un río y nos subimos a sus burbujas.

Afortunadamente no soy el único muerto de hambre, y al concluir los discursos de las grandes ballenas y los patinadores de altura, de los cuales lo único que alcanzo a apuntar es lo que dice la directora: “Hay arte cayendo del cielo, arte flotando, arte que explota ante nosotros”. Me siento cubriendo un frente de guerra, y de algún modo muy nefasto y suntuoso lo es, al tiempo que los meseros se ven atacados por hordas de periodistas jodidos cazando esos canapés ínfimos y los jugos, sodas y copas con champagne. Sólo las gaviotas en la playa son más agresivas. Los forcejeos son rudos, las encarnizadas luchas por el alimento hacen que los meseros caigan con todo y todo, haciendo de todos y cada uno de nosotros unos miserables gusanos ridículos ante los ojos de la élite bronceada y de sonrisas de perla. Por fin, algo ha caído en la panza, es hora de trabajar. Entre los muchos datos inútiles que encuentro al charlar con otros profesionales de la fuente, resulta que a esta feria vienen más aviones privados que al Superbowl y las Olimpiadas. Que el seguro de las colecciones en toda la feria supera los 2.5 billones de dólares. Que la feria apunta a América Latina pues es el gran catalizador creativo del continente, que la mayoría de las galerías son latinas y que allá, en nuestros jodidos ranchos está el futuro del mercado. Llevo horas perdido, no entiendo nada a pesar de haber asistido a una escuela de arte en México; quizá es que mi educación es mala, eso es todo. Lo que sí es que la parafernalia local es básica. Joyas y más joyas, mujeres con tetas de plástico y hombres esculpidos en silicona barata. Camino por el recinto y voy entendiendo que esto no es un museo ni tampoco un lugar para protestar como hacemos los artistas. NO, esto es un mercado. Las transacciones se inician con la furia de un encuentro Barcelona-Real Madrid, maridos gordos cumplen los caprichos de sus aterciopeladas y monstruosas esposas, envueltas en trapos caros. Una estrella del hip hop mundial y una supermodelo pasan a mi lado, señalando las piezas que quieren para sus jacales sin siquiera mirar el precio o el nombre del artista. He visto a amas de casa revisar con mayor detalle los huevos que compran en el Chedraui. Da un gusto enorme —como todo un conocedor— encontrar una pintura realizada por un grupo de chinitos de quince años; es una maravilla ver cómo es que se explota todo el talento que posee el gigante asiático. El champán fluye como un río y nos subimos a sus burbujas. Los coleccionistas no se andan con pendejadas, ni son chillones ni les interesa tomar una postura crítica —para eso está la versión suiza del evento—, a lo más que se llega a escuchar por aquí son cosas como: “Claro, cualquiera puede tener un yate, pero no cualquiera puede tener un Demian Hirst original dentro de él”. Claro, qué estupidez tener un yate y no decorarlo aunque sea un poquito. La pelea por una escultura de Giacometti se instala. Es un millón y medio de dólares, los dealers sonríen al tiempo que dos fieras muestran altivamente quién tiene y las puede más. La riqueza de este sitio contrasta notablemente con el resto de la ciudad. Eso no importa, los valets parkings juegan carreritas con los Ferraris y los Lamborghinis que llegan a sus manos. Estoy exhausto, los canapés han perdido su efecto y el champán se ha dejado de regalar. Escapo a un evento adyacente donde se muestra al público toda suerte de chucherías, casi todas no bajan de los 35 mil dólares, o como fue en el caso del espejo que reacciona a tu fealdad o tu belleza y del cual me enamoré platónicamente… el juguetito cuesta la bicoca de 140 mil euros. Y pensar que ambas monedas están más jodidas que las putas de La Merced en el D.F. Mis piernas tiemblan, ya es tarde y debo tomar el bus de regreso. El pre-show ha sido un éxito, casi todo ya se ha vendido o tiene pretensos. Suspiro.

Día 2

Me prometo no dejarme apantallar por el oropel y el brillo de los diamantes, juro al espíritu de san José Guadalupe Posada que enfocaré la poca vitalidad que me resta para al menos degustar y paladear piezas originales de Chirico, Picasso, Van Gogh, Picabia, Liechtenstein, Nunca, Damián Ortega, Jankowsky, Laszlo Loszla, Pietro, Klein, Rothko, Richter, Norbert Schwontkowski, Barbara Krugger, Murakami, Yoshitomo Nara y muchos más. Todo va bien, me siento confiado en lograr una buena reseña al menos, una sola sobre algo importante y no las fruslerías dignas de la Quién y la Hola. Es imposible. La cacofonía se instala pasando del acartonado “¡Maravilloso!” al trilladísimo “Demasiado conceptual para mí”. Es imposible observar con calma, pues o los galeros hacen cara de fuchi por espantarles a los ricos o los ricos atascan todo y no dejan ver nada. Así de sencillo. Por el otro lado, noto con curiosidad que estoy encontrándome con piezas repetidas, sí, quizá producidas en distintos años o partes de series más complejas por parte de los artistas. Casos como “Warp time no. 2” y “Warp time no. 6”, ambas del japonés Tatsuo Miyajima, pero que se ofertan al mismo tiempo por una galería japonesa y una galería británica. O igual pasa con “Mappa”, de Alighiero Boetti, que lo mismo está en la galería Stein y del otro lado en la galería Gladstone; ni modo, todos perseguimos la chuleta como podemos. De pronto se siente como que son saldos y no cosas nuevas y maravillosas, como se autoproclama el evento. Ni qué decir de los Boteros que ensordecen la vista al encontrarse por todos lados, cómo quien se quiere deshacer de los viejos juguetes de las navidades pasadas. Me sorprende no encontrar un solo Toledo, suponía que el oaxaqueño era muy vendido, pero no. Diego Rivera sigue siendo nuestra mejor carta. Gulp. De Warhol mejor ya ni hablamos. Salgo a la calle y me encuentro en un parquecito una lata de espinacas y una bolsa con vitamina C semiusada, que ante la falta de comida será mi diesel por las próximas seis horas»

Regreso con nuevos bríos a la feria, dispuesto a charlar con las galerías mexicanas. De todos los que representan al equipo tricolor, en mi opinión, todos deberían ser descalificados por no marchar como se debe; van flotando, como dirían los jueces, pero parece ser que les está yendo bien. En estas Olimpiadas del arte no gana el que llega primero, gana el que llega y punto. No todo son narcos y muertos en nuestro país, quiero explicarle a una belga linda e inocente. Momento, me están informando que una de las piezas expuestas es un par de botas labradas en piedra y que se coronan con cabezas de serpiente y acabado piteado. Ok, la narcocultura ha llegado hasta aquí. Qué bonito, qué bonito. El circo se instala en sí mismo y la repetición de frases y de personajes se repite como un fractal con fecha de caducidad. Al final, todas las multitudes terminan pareciendo lo mismo, un vagón del metro lleno en hora pico. Estoy exhausto, desfallezco. Mientras tomo aire a la salida de la feria un golpe seco sobre el contenedor de basura me levanta. Es Michael Douglas y su tímida Catherine Zeta-Jones quienes me observan como a un bicho raro, pero eso sí, me sonríen afablemente. De golpe, los paparazzi se arremolinan y yo me hago a un lado. Michael me hace señas con la mano pero yo me alejo corriendo. Al voltear me dice adiós al tiempo que con una sonrisa cálida me quiere decir algo, pero ya es tarde y sólo quiero tomar mi autobús de regreso al ghetto.

Día 3

Hoy me he levantado temprano, Gabriel Orozco dará una charla para abrir las sesiones de conversaciones. Llego tarde. Y ahí está el mayor exponente del arte mexicano en los últimos quince años, hablando inglés con la soltura de quien ha desayunado bien. El auditorio está repleto de nínfulas y cougars, de MILFS y teóricos del arte. Gabriel es claro en sus preceptos, siendo la clave de su arte lo siguiente: “Mi trabajo es una construcción de la imagen a partir de capas, filtrando a la obra, con capas y capas; me exijo siempre que mi trabajo se mueva al nivel más básico de representación, no busco más que darle un significado al objeto en el contexto en que este objeto existe. Si algo puedo decir sobre mi arte, es que es una acumulación de tiempo, es ordenar constelaciones de objetos como se construyen las ideas”.

Es hora de las preguntas y nadie en lo absoluto se atreve a preguntar nada. En eso, un chico chileno se arma de agallas y pregunta cuál es el sentido del juego en las piezas que Orozco ha realizado alrededor del mundo. Orozco se alarga en su explicación. Pido mi turno.

—¿Nos podría contar cuál es la historia de la ballena que está en la Biblioteca Vasconcelos en la Ciudad de México? ¿Cómo es que la encontró y en dónde?

Gabriel Orozco no parece muy entusiasmado de responderle a un medio nacional pero el público espera una respuesta del maestro y como tal debe actuar.

Hoy me he levantado temprano, Gabriel Orozco dará una charla para abrir las sesiones de conversaciones. Llego tarde. Y ahí está el mayor exponente del arte mexicano en los últimos quince años, hablando inglés con la soltura de quien ha desayunado bien. El auditorio está repleto de nínfulas y cougars, de MILFS y teóricos del arte.

—Mira, esa pieza fue hecha como un encargo por parte del gobierno federal de ese entonces, no la encontré yo solo en un momento en la playa, no, tuvimos que organizar una expedición de seis personas a Baja California Sur, hasta una playa conocida como Isla de Arena que es donde las ballenas van a morir. Despues de estar ahí unos días, los expertos que me acompañaron encontraron una ballena muerta de dos años que fue la que elegimos para el edificio. Por cierto, esa pieza no se vendió al precio que se vende una obra de arte.

Ante tal respuesta no me queda más que callarme y largarme de ahí. No hay nada más que saber al respecto de Gabriel o su paso por este mundo. Acudo a mi ritual diario desde que comenzó la feria y que consiste en beber un café doble en el área de prensa y luego irme a ver una pieza de Yoshitomo Nara llamada “Riot Girl”, o en buen castellano algo así como “Chica encabronada”. Es en este espacio donde puedo mantenerme en paz y ajeno a las multitudes, pues a nadie en particular le interesa esta esquina del evento. Ella me mira con su ojo verde y rojo, encabronada, nadie sabe por qué, pero la pequeña niña pintada sobre un gran tazón cubierto por telas enyesadas hace que andar por aquí dando penas tenga un sentido. Sublime. A punto estoy de mandarlo todo a la chingada y largarme a la playa para ver culos el resto del día cuando de la nada una china de Nueva York me comienza a interrogar a propósito de la feria de arte y en consecuencia me termino convirtiendo en su guía. La llevo al recinto adyacente donde hay una feria de diseño, sobre la cual sólo musita: “Diseños disfuncionales para gente con dinero”. Paso horas con ella, yendo de arriba abajo y esto paga: por fin una comida decente. Ella la invita pero esto ha tenido un precio, ya que el sol se va y la playa se difumina en el tiempo. Anhelo imposible.

Día 4

Queremos recalcar por última vez que en lo absoluto somos partidarios de nada excepto de nuestras pobres convicciones, nuestras intenciones no son honestas pero son las únicas que tenemos. Así, cuando llego al centro de convenciones por cuarto día, me encuentro con que el New York Times ha descrito a mi querida feria como un depravado circo de ricos nefastos en la cual el activismo es inexistente. Espero que el reportero de tan distinguida publicación entienda que ArtBasel no es una bienal ni un foro mundial sobre la pobreza, NO, la feria es una celebración de la riqueza y el amor al arte para gente que SÍ puede comprar arte, que es un espacio sólo para ese 1% del cual se queja el resto del cosmos y es, ante todo, un museo del horror mezclado con carnisalchichoneria en la punta de lo que los gringos llaman el pene de Amerika, pues está en la parte más puntiaguda de la península de Florida. Chingá, lean bien para saber a dónde chingados se andan metiendo. Tan es así que la gente no está particularmente comprando piezas bizarras o retruécanos conceptuales, claro que no, amigos, la gente viene a comprar arte para decorar sus casas o meterlas en alguna bóveda de banco en Manhattan o Londres. Esto es un mercado, no la Corte de los Milagros ni el Monte de Piedad. Y con todo, se da una conversación en un foro sobre las alternativas (palabra noventera y en desuso) para aquellos que se claman ser el 99%. Sí, un par de activistas del arte para pobres y una mediadora de fabulosas y excitantes piernas discuten cuál es el mejor modo para al menos lograr que los pobres logren, si no vender arte en sus pueblitos, sí, al menos, satisfacer sus inquietudes artísticas. Nos muestran una colección de imágenes en las que se muestra al populacho estadounidense, exhibiendo en lugares tan lejanos como Rapid City o Flagstaff. Noto que sus bocas se siguen moviendo al tiempo que el tiempo para ellos se acaba; yo sólo le miro las piernas a la curadora independiente (a quien después y alegando estar interesado en el tema logro sacarle su mail). Cada quien su lucha. Más tarde me encuentro frente a una combi retacada de plátanos, el olor se impregna y mis vísceras lloran. Una muchedumbre se arremolina frente a este stand y me dirijo a investigar de qué se trata. El artista se llama Paulo Nazareth, por mucho la persona más carismática y querida dentro de este refrigerador gigante en las últimas 72 horas… ¿Por qué? Pues él, siendo honesto dentro de sus limitaciones como artista, sí ha tomado partido por una causa: hacer algunos billetes vendiendo su imagen de hombre exótico. No hay problema, el mensaje es claro y está a la entrada de su espacio, mas estos latinorteamericanos gordos y pesados han logrado enfurecer al delgadísimo artista. Todos sin excepción hacen fotos de Paulo, sin darle un céntimo y, claro, esto enfurecería a cualquiera que quiere hacer su vida loca siendo una rareza para otros. Paulo Nazareth vocifera a los cuatro vientos: “¿Cómo pueden robar mi imagen?” “¡Ustedes norteamericanos pagan cuatro dólares, sí, cuatro dólares para beber esta basura (muestra una botella de coca cola vacía) y no me quieren pagar por tomarse una foto conmigo!” “¡Son todos ustedes unos ladrones!” ”¡Mi cara ONE DOLLAR!” “¡¡¡Ustedes que han nacido aquí en los Estados Unidos son todos unos ladrones!!!” Inteligentemente, vira su estrategia. Toma un plátano de la combi aparcada en su stand y comienza a firmarlos; ahí y en ese momento la gente entiende el mensaje por fin y todos entregan alegremente diez dólares por un plátano con la firma de Paulo. Nadie cuestiona, las reglas del consumo funcionan, para eso son. Si dentro de sus cerebros tomarle la foto al Hombre-Banana debía ser parte del coste de 40 dólares para entrar a la feria, entonces, el recibir algo de sus manos sí amerita un coste extra. Un gringo viejo, gordo y de cara roja lo cuestiona sobre lo efímero de su recién adquirida pieza, a lo que Paulo Nazareth responde: “Quítale la cáscara, te comes el plátano y lo que quede lo guardas en tu refrigerador”.

Un gringo viejo, gordo y de cara roja lo cuestiona sobre lo efímero de su recién adquirida pieza, a lo que Paulo Nazareth responde: “Quítale la cáscara, te comes el plátano y lo que quede lo guardas en tu refrigerador”.

El güero entiende el proceso y pide otra banana. Paulo ha rebasado y por mucho a todos en la recta final de este maratón psicópata de compra y venta al obtener un combo: Hace activismo (1,000,000 points), denuncia socialmente desde su trinchera de latinoamericano exótico, bigotudo y chancludo (1 extra-up) y se gana un dinero extra vendiendo bananas a 10 pinches y rejodidos dólares (25,000,000 extra points). Yo lo aplaudo y me acerco a cotorrear con él. Me dice que el D.F. es por mucho la mejor ciudad del universo.. claro, sólo después de São Paulo, y segundo, que su siguiente proyecto será andar desde Alaska hasta Sudamérica sin más gasolina que los latidos de su tonto y pobre corazón. El tipo es legal.

Le invito a echar un té gratis, pero me dice que no puede irse del stand, que hay contratos firmados para obligarle a hacer de él mismo, el salvaje que estos ricos latinos y gringos desean ver. Lo contestario vende y vende bien. Me diluyo entre la masa inclemente y absurda. Miro con rabia a las esposas y las amantes encontrarse en medio del área de comida. No hemos tenido ni muertos ni nacimientos. El saldo parece seguir siendo blanco en todos los frentes y las cajas registradoras hacen ese musical ruidito de cuando las monedas caen. Aquí no hay dobles discursos, por eso aquel cubano me dijo que si quería ser millonario viniera aquí, aunque en mi estupidez promovida por la falta de glucosa en mi cabeza he olvidado que yo también soy un artista y, peor, no he arrojado ninguna caja vacía o hecho algún desplante que me provea de algo, al menos, que se regrese mi humilde paz a mi alma, pues después de ver este carnaval de billones y bolsas caras no creo poder a volver ser el mismo. Me he perdido casi todos los eventos buscando el vortex que me lleve al Triángulo, no lo encontré. Me arrastro a la salida y escapo al mar.

P.D. Nadie está en la playa; el viento frío recorre su superficie, la arena golpea mis orejas, el agua está helada; eso no importa, me desnudo y me arrojo al Atlántico esperando ahogarme o que alguien me lleve a Colombia en una lancha de esas que traen cocaína y regresan vacías. Lo pinche no es ser pobre sino tener que levantarse temprano. La Fuente de la Eterna Juventud existe y no está a nuestro alcance. Ser un ladrón tiene su chiste, yo nomás sobo, dibujo y escribo. Suspendido en el agua, de pronto, veo un ovni, la hora ha llegado, siento su luz frágil y tenue hacer desaparecer mi carne. Nos vemos pronto, El Triángulo de las Bermudas nos espera… ®

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Publicado en: Arte, Diciembre 2011

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