Crimen y enfermedades mentales

¿Locos y peligrosos?

Existe la idea de que las personas perturbadas mentalmente son agresivas, y, en parte, el origen de este mito proviene de las películas. Hay montones de ellas en las que personas alteradas psíquicamente andan matando gente por todos lados.

Entre las películas más sobresalientes que podemos mencionar se encuentran Psicosis, toda las series de Halloween y Viernes 13, Masacre en Texas y Cabo de Miedo, por solo mencionar unas cuantas.

Una investigación publicada en 2001 dice que hasta 75% de las películas en las que aparece una persona con problemas mentales se caracteriza a ésta como violenta, cuando no como asesina [Levin, 2001]. La televisión no se queda tan atrás. Las series también muestran a los enfermos mentales como diez veces más violentos que otros personajes y entre diez y veinte veces más agresivos que el promedio de las personas [Stout y cols., 2004].

Para acabar de hacer las cosas peores, las noticias no se apartan de esta línea de pensamiento. En un estudio publicado en 1991, 85% de las noticias que tenían que ver con personas alteradas mentalmente se referían a ellas solamente en términos de sus crímenes violentos [Shain y Phillips, 1991].

Una creencia muy extendida

Semejante exposición a esta idea falsa ha hecho que creamos que las personas insanas mentalmente son violentas; eso explica por qué si una persona lee que un trastornado mental mata a un niño de nueve años se produce un incremento significativo en la percepción de que este tipo de personas son peligrosas [Thorton y Wahl, 1996].

Las investigaciones realizadas en el área han encontrado sólo un moderado aumento en la posibilidad de cometer actos delincuenciales en personas que sufren de esquizofrenia, trastorno bipolar [Monohan, 1992] y los que tienen problemas con el abuso de sustancias [Harris y Lurigio, 2007].

Por ello no sorprende que la mayoría de las personas crea que las alteraciones mentales causan una conducta agresiva. Más de 80% de los estadounidenses así lo cree [Ganguli, 2000] para un montón de trastornos mentales que van desde el alcoholismo, la dependencia a la cocaína, la esquizofrenia e incluso la depresión [Angermeyer y Dietrich, 2006]. Aunque esta idea no es nueva, de 1950 a 1996 ha crecido sustancialmente [Phelan y cols., 2000] e incluso niños de trece años de edad creen que sí son peligrosos [Watson y cols., 2004].

Todo esto no deja de ser paradójico si consideramos que el número de homicidios cometidos por los enajenados mentalmente ha disminuido en las pasadas cuatro décadas [Cutcliffe y Hannigan, 2001].

No hay bases para creerlo

La cuestión no es si los enfermos mentales cometen actos delictivos, sino saber si los cometen de manera mucho más frecuente que las personas normales. Los estudios nos dicen que no.

Las investigaciones realizadas en el área han encontrado sólo un moderado aumento en la posibilidad de cometer actos delincuenciales en personas que sufren de esquizofrenia, trastorno bipolar [Monohan, 1992] y los que tienen problemas con el abuso de sustancias [Harris y Lurigio, 2007]. Y este riesgo solamente se restringe a un subgrupo de estos enfermos. Por ejemplo, pacientes que sufren de esquizofrenia paranoide, que son los que suelen creer que hay una conspiración mundial en su contra [Steadman y cols., 1998], o también los pacientes con alucinaciones de comando, aquellos que oyen voces que les ordenan realizar acciones como matar, sí suelen ser agresivos [Junginger y McGuire, 2001].

Es más, si esos pacientes toman sus medicamentos de manera regular no tienen más probabilidad de exhibir conductas agresivas que la que cualquiera de nosotros puede tener. Algunos estudios sugieren que 90% o más de las personas con serias alteraciones mentales nunca cometen actos violentos [Hodgins y cols., 1996]; de hecho, los delitos cometidos por los dementes únicamente dan cuenta de entre 3 y 5% de los crímenes violentos [Walsh y cols., 2001]. Incluso, es más probable que terminen siendo víctimas de delincuentes que perpetradores de esos crímenes, ya que sus mismos problemas les disminuyen la capacidad de defenderse de los abusos de los demás [Teplin y cols., 2005].

Decíamos antes que las películas tienen mucho de la culpa de esta idea incorrecta sobre las enfermedades mentales, pero al parecer las cosas están cambiando. De 1989 a 1999 el porcentaje de películas que muestran a los enfermos mentales como agresivos ha ido cambiando [Wahl y cols., 2002]. Incluso películas como A beautiful mind pueden ayudar a cambiar esta concepción, dado que presenta a un esquizoide paranoico no violento.

Además, no en todas las partes del mundo se les ve como personas potencialmente violentas, al menos así es en Mongolia y en Siberia [Angermayer y cols., 2004], probablemente porque son regiones que están todavía tan aisladas del resto de la humanidad que tienen escasa influencia de los medios de comunicación.

Esto nos da la ilusión de pensar que este mito psicológico puede ser revertido y que podemos llegar a ver a los pacientes con alteraciones mentales como personas que necesitan más de nuestra ayuda, más que unas a las que debemos temer. ®

Bibliografía
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Stout, P. A., Villegas, J. y Jennings, N. A. (2004), “Images of mental illness in the media: Identifying gaps in the research”, Schizophrenia Bulletin, 30, 543-561.

Shain, R. y Phillips, J. (1991), “The stigma of mental illness: Labeling and stereotyping in the news”, en L. Wilkins y P. Patterson (Eds.), Risky business: Communicating issues of science, risk, and public policy (pp. 61-74), Nueva York: Greenwood Press.

Thorton, J. A. y Wahl, O. F. (1996), “Impact of a newspaper article on attitudes toward mental illness”, Journal of Community Psychology, 24, 17-25.

Ganguli, R. (18 de marzo de 2000), “Mental illness and misconceptions”, Pittsburgh post-gazette, consulta: 12 de mayo de 2008.

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Phelan, J. C., Link, B. G. Stueve, A. y Pescosolido, B. A. (2000), “Public conceptions of mental illness in 1950 and 1996: What is mental illness and is to be feared?”, Journal of health and social behavior, 41, 188-207.

Watson, A. C., Otey, E., Westbrook, A. L. et al. (2004), “Changing middle schooler’s attitudes about mental illness through education”, Schizophrenia bulletin, 30, 563-572.

Cutcliffe, J. y Hannigan, B. (2001), “Mass media, monsters and mental health clients: The need for increased lobbying”, Journal of psychiatric and mental health nursing, 8, 315-322.

Monohan, J. (1992), “Mental disorder and violent behavior: perceptions and evidence”, American Psychologist, 47, 511-521.

Steadman, H. J., Mulvey, E. P., Monohan, J., et al. (1998), “Violence by people discharged from acute psychiatric impatient facilities and by others in the same neighborhoods”, Archives of general psychiatry, 55, 393-401.

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Walsh, E., Buchanan, A. y Fahy, T. (2001), “Violence and schizophrenia: examining the evidence”, British journal of psychiatry, 180, 490-495.

Teplin, L. A., McClelland, G. M., Abram, K. M. y Weiner, D. A. (2005), “Crime victimization in adults with severe mental illness: comparison with the National Crime Victimization Survey”, Archives of General Psychiatry, 62, 911-921.

Wahl, O. F., Wood, A. y Richards, R. (2002), “Newspaper coverage of mental illness: Is it changing?”, Psychiatric rehabilitation skills, 6, 9-31.

Angermeyer, M. C. Buyantugs, L. y Kensine, D. V. (2004), “Effects of labelings on public acttitudes toward people with schizophrenia: Are there cultural differences?”, Acta psichiatric scandinavica, 109, 420-425.

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Publicado en: Agosto 2012, Ciencia y tecnología

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