Cuatro años más que el Cristo

Morir a los 33 está pasado de moda, o lo que es peor, caminar desde los treinta compartiendo el pensamiento que durante quince años ha evolucionado en ti está pasado de moda. Y no es que Jesucristo sea obsoleto, si ni siquiera el PRI puede ignorarse —las instituciones, ay las instituciones—, mucho menos un sistema que ha dividido la historia en Antes y Después… Pero ¿qué respuestas le tiene uno a la vida si desde que es capaz de cruzar la barrera de los treinta años la vida nos sigue tratando de enseñar lo poco importante que somos para los demás?

Y es que no importa cuán importante seamos para los demás, importa lo importante que podamos ser para nosotros.

El mayor enemigo que tenemos es aquel que se esconde en el fondo del espejo, que todos los días nos va mirando y nos señala, querámoslo o no, nuestras propias miserias.

Tenemos nuestro propio retrato a lo Dorian Gray ahí escondido en nuestro ático, nuestro sótano, en el armario; eso que sabemos que somos para nosotros mismos.

Los alcohólicos lo conocemos cada día al despertarnos de una nueva borrachera, los más cínicos (quizá los más felices), lo miran apenas unos segundos, y luego le tiran la manta encima con un: cállate y déjame en paz, y la vida continúa.

Este 16 de enero de 2012 comienza la etapa de cruzar los 37.

Siempre he pensado en la celebración de aniversarios como un recordatorio de: qué hice durante un año… para qué diablos viví un poco más… he vivido cuatro años más que Jesús llamado el Cristo, alguna razón existirá para tener ese beneficio.

El mayor enemigo que tenemos es aquel que se esconde en el fondo del espejo, que todos los días nos va mirando y nos señala, querámoslo o no, nuestras propias miserias.

Si el hijo de un dios tuvo la gentileza de cagar y orinar en su forma humana en este planeta durante 33 años, por qué éste que soy ha tenido la oportunidad de vivir cuatro años más: ¿acaso el destino es igual de ciego que la maldita justicia? ¿Y si llego a los cuarenta?

Desde los veinte, borracheras más borracheras menos, recuerdo una fiesta jurada en la que con un amigo ofrecí morir a los cuarenta, ponerme una meta.

Aquellos días había cruzado con celeridad la etapa suicida de todo joven.

Estaba harto y decidí que no había razón alguna de atentar contra mi vida; qué simple, me convencí: para ser suicida se necesita algo más, una razón de importancia y no la pura vanidad, una razón de extremo.

Desde entonces amé a los que se logran inmolar, adoré a los kamikazes… En esa fiesta de mis veinte años hice jurar a un amigo que él me mataría al cumplir los cuarenta.

Tal vez mi amigo no lo recuerde, tal vez sí… Necesario es que uno lo recuerde siempre, porque cada día, cada minuto de la vida son importantes, para nadie más que para ti.

La lucha está en vencer a ese enemigo que eres tú mismo. La persona del espejo es la más importante, el enemigo. Hay que destruirse hasta las cenizas, porque cada vez que lo logres de las mismas cenizas ese otro tú volverá a nacer para humillarte, para intentar dominarte de nuevo.

Cada vez que cumplo un año más tengo ese maldito recuerdo… me quedan tres años de vida.

He vivido cuatro años más que el Cristo y aún no se consigue aquello de Antes y Después de Adán Echeverría.

¿Queda algo más. Queda mucho? El mayor temor ahora es pensar que cuarenta años me serán infinitamente pocos.

El nacimiento de mis hijos me hizo darme cuenta de esa metáfora: los 33 años son una miseria y lo son todos. No son los años que cumplas, sino los años que vivas: he vivido poco me he cansado mucho, dice el poeta.

Los cuarenta años siguen siéndolo. Quiero ver crecer a mis hijos, verlos triunfar, realizarse.

Me harán falta muchas vidas para sentirme necesariamente satisfecho. Pero la vida tiene un límite.

Cada día nos acerca más a la muerte. Cada vez que cumplo años tengo que convencerme de estar preparado. Y estar preparado para la muerte es disfrutar cada día como si fuera el último.

El hombre del espejo lo sabe, el hombre del espejo tengo que ser yo. ®

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Publicado en: Febrero 2012, Narrativa

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