La didáctica de la desgracia amorosa

La vie d’Adele, de Abdellatif Kechiche

¿Qué pasó con Adele, la del comienzo de la película? ¿Adónde se fue? Me hubiera gustado más ver cómo Adele se forjaba un destino o arruinaba el curso de su vida como la protagonista del Retrato de una dama. Hubiera sido interesante ver elevarse la película, en vez de terminarla tan pegada al suelo.

¿Dónde quedó Adele?

¿Dónde quedó Adele?

Las primeras páginas del Retrato de una dama, de Henry James, relatan un rechazo de propuesta matrimonial: nos encontramos ante una heroína que quiere ser libre y que sabe que no va a alcanzarlo a través del matrimonio. Por eso el primo Ralph le adelanta una herencia. “Ya que estamos frente a una mujer inteligente, veamos hasta dónde es capaz de llegar con los medios a su alcance”, postula. Pronto queda claro que no muy lejos: la mujer que antes rechazaba propuestas matrimoniales ofrece su herencia como dote a un perfecto hijo de puta, con quien se casa por puro esnobismo. Relato de desventuras, encuentros, desencuentros y sobre todo un sufrimiento sin límites.

Extrapolemos la historia a otro medio, a otro siglo, y volvámosla lésbica.

Por descontado, La vie d’Adele (2013) no es el Retrato de una dama. Para empezar su protagonista es de clase social media–baja. Padres estrictos le han inculcado la necesidad de un trabajo fijo, y ella quiere ser maestra. Le gustan los niños. A su novia pintora la cosa le parece un chiste: “Ya verás más adelante qué hacer”, le dice delante de sus sofisticados padres el día en que Adele prueba por primera vez las ostras, escena bastante grosera que nos resulta difícil perdonarle a una película tan cuidada. Por el contrario, cuando Ema conoce a los padres de Adele —donde no es presentada como pareja sino amiga—, confirma con una frase contundente cuán bueno es lo que está comiendo:

—Muy simple, pero muy bueno —dice mientras mastica los espaguetis.

“Muy simple, pero muy bueno”. Así es la vida con Adele, simple pero buena. El caso es que Adele, por el contrario, al comienzo no parecía tan simple. Lee a Marivaux y detesta que le expliquen los libros; le gusta descubrir las cosas por sí misma. Cuando la energía sexual la llama se lanza al lesbianismo sin pensarlo dos veces. Las apariencias las guarda para los demás, nunca para ella. Claro que, ante tal avalancha de candor, belleza e instinto, no caben dudas de que nos encontramos ante el diamante en bruto. ¿Pero qué le pasa a Adele a lo largo de los años? Escenas que avanzan en el tiempo (en un extraordinario y sutil manejo de la temporalidad) nos la muestran como musa de su novia pintora —quien cada vez adquiere más reconocimiento—, ama de casa esmerada que intenta complacer a todo el mundo y mujer sin pretensiones, a pesar de sus ejercicios literarios en ratos de ocio y todos sus Marivaux. “Yo trabajo”, le dice a su novia cuando ella le reclama más implicación con su lado artístico.

Cuando la energía sexual la llama se lanza al lesbianismo sin pensarlo dos veces. Las apariencias las guarda para los demás, nunca para ella. Claro que, ante tal avalancha de candor, belleza e instinto, no caben dudas de que nos encontramos ante el diamante en bruto. ¿Pero qué le pasa a Adele a lo largo de los años?

La catástrofe es inminente, queda claro, tan claro como los coqueteos de Ema con una amiga en una fiesta, y que ya nos van adelantando el final de la historia de amor.

Y Ema “abandona” a Adele, y Adele se siente sola y se acuesta un par de veces con un compañero de trabajo. Escena de crisis, llanto y violencia que prologa la irrevocable ruptura.

Y aquí es donde resulta difícil perdonar a Kechiche, quien hace sufrir a la intrépida Adele por tres años, sin pausa casi, la pérdida de Ema, de su cuerpo y de su increíble conexión sexual. La sufrimos todos. Porque la construcción minuciosa de esa historia de amor es, sin duda, el logro mayor y más bello de la película. Pero, ¿el resto de los días? Clases con los niños y poco más.

—¿No me perdonaste? —le pregunta Adele a Ema tres años después, durante un reencuentro fugaz y brillantemente relatado en una cafetería.

—Sí, te perdoné.

—Entonces es que ya no me amás —confirma.

Fin de la historia y me pregunto: ¿Qué pasó con Adele, la del comienzo de la película? ¿Adónde se fue?

Me hubiera gustado más —toda la primera parte parecía orientada a ello— ver cómo Adele se forjaba un destino o arruinaba el curso de su vida como la protagonista del Retrato. Hubiera sido interesante ver elevarse la película, en vez de terminarla tan pegada al suelo, teniendo frente a los ojos una heroína casi decimonónica con el potencial para otra cosa. ¿O tal vez lo que Kechiche quiso filmar, precisamente, es otro Retrato de una dama para mostrarnos cuán mal puede hacerle un amor apasionado a un carácter tan intenso? Sin sobreimprimir más de lo que ya dije, por suerte o por desgracia y quién sabe por qué razones, ésta de los abismos de clase parece a todas luces la película que Kechiche quiso hacer. Y bien sabemos que a fin de cuentas las razones no tienen demasiada importancia a la hora de los resultados. ®

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Publicado en: Cine

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