La novela perdida de Eusebio Ruvalcaba

La posibilidad de abrazar al lector

“No podemos aspirar a que un lector pose sus ojos sobre lo que hemos escrito”, solía decir Ruvalcaba. Perder su última novela abría la posibilidad de que nadie leyera. Cosa que no tenía la menor importancia en sí misma.

Eusebio, el sabio.

1.

Todo escritor es un mito. El ser humano detrás del escritor no. El ser humano no existe para los lectores. Incluso para los lectores que conocen al escritor. Una vez muerto el escritor el mito se dispara. Eusebio Ruvalcaba no es ni será la excepción.

2.

Alrededor de Eusebio se construyó un mito que atraviesa lo que más le dolía a Eusebio mismo. Ese mito se celebra y enaltece. Ese mito se impone —como lo hace todo mito que se respete— a los textos que Eusebio dejó. Se impone al mismo Eusebio, quien estaba convencido de que un autor solamente debe importar en la medida de lo que ha escrito, y de nada más.

3.

A pesar de ello. A pesar de la convicción de Eusebio, quienes le sobrevivimos no podemos más que nutrir su mito. Incluso de forma involuntaria. En ese sentido escribo estas líneas, en el de la resignación de no poder más que contribuir a enaltecer el mito que algunos llaman Eusebio Ruvalcaba.

4.

En el funeral de Eusebio me enteré, gracias a Víctor Pavón —escritor al que conocí en el taller que Eusebio tenía los sábados en Tlalpan—, que aquél había perdido el portafolio en el que cargaba con el libro de contabilidad donde recientemente había terminado de escribir su última novela. Desconozco la veracidad de la anécdota, aunque no tengo motivo alguno para desconfiar de Víctor, quien también me dijo que esa pérdida había afectado mucho a Eusebio. En ese momento no pude más que murmurar algo lamentando el hecho y darle una palmada en la espalda. Días después comprendí que la pérdida de la última novela de Eusebio Ruvalcaba no sólo era un gran elemento que contribuiría a ahondar su mito y que mantendría viva la esperanza en sus lectores, sino que reflejaba cabalmente a Ruvalcaba como hombre… como ese individuo —no como el escritor— que tuve la fortuna de conocer. En consecuencia reí a carcajadas. No importa si la pérdida de la novela es algo real o no. No importa si Eusebio escribía a mano en libros de contabilidad o no. Mucho menos importa si se trataba de un portafolio o de una mochila. Ni siquiera si la presunta pérdida le afectó. El pretexto se mantiene de pie por sí mismo y en consecuencia vale la pena asirse a él.

5.

¿Por qué afectó a Eusebio perder el libro de contabilidad donde había escrito su última novela? La respuesta no es ni inmediata ni burda, como podría imaginarse. No tiene que ver con apego por su obra ni con el hecho de que por escribir a mano el texto fuera irrecuperable. Al menos no por completo.

6.

Eusebio fue un hombre generoso como pocos. Perder la novela de ningún modo pudo afectarle por una ambición egoísta que lo hiciera anhelar ganancias económicas por ella o la consagración de su reputación literaria —si existe algo así—. Ruvalcaba podía publicar en la editorial que le diera la gana y eso hacía. Eligiendo editoriales pequeñas y comprometidas con los textos. Así lo conocí, gracias a Jesús Camacho, quien sugirió que el prólogo para el primer libro de Editorial Nula lo escribiera Eusebio. Bastó un correo electrónico para que Ruvalcaba nos dijera que lleváramos un par de botellas de vino tinto a su casa para discutir el tema. No pidió más. A los pocos días tuvimos el prólogo. Lo mismo sucedió con los dos libros que Eusebio publicó en Nula… Jamás recibió nada a cambio y nunca lo pidió.

7.

La solemnidad literaria era una de las cosas que menos le importaba a Eusebio. Perder el libro contable no pudo afectarle porque esperara que algo grande sucedería con su publicación o porque considerara que había escrito una obra maestra. Eusebio aspiraba, y lo repetía con frecuencia, a escribir una línea que valiera la pena… una sola línea que se salvara. Lo que sucediera después de eso no tenía importancia. Por eso se reía discretamente cuando lo llamaban “Maestro”… por eso mismo no se unía a los abajofirmantes de ningún desplegado… por eso sospechaba de aquellos libros cuyos lectores pudieran llenar el Estadio Azteca.

8.

“No podemos aspirar a que un lector pose sus ojos sobre lo que hemos escrito”, solía decir Ruvalcaba. Perder su última novela abría la posibilidad de que nadie leyera. Cosa que no tenía la menor importancia en sí misma.

9.

El hecho en sí, el accidente de perder el portafolio con la novela, debía desatar la carcajada de un hombre que tenía sus libros de cabecera sobre la cabecera de su cama con la esperanza de morir una noche aplastado por ellos. Un hombre que apostaba al accidente.

10.

Si, por el contrario, no fue un accidente perder el portafolio, si se lo robaron… no creo que el acto indignara a Eusebio, pues él no reprobaba el hurto en sí mismo. Alguna vez sustrajo una estatuilla de Mozart del lugar donde daba el taller en Tlalpan. Y en otra ocasión le confesé haber tomado una revista que tenía en el baño de su casa porque me gustaron unos aforismos que se publicados ahí. Eusebio lo celebró y me platicó de un amigo que lo revisaba antes de dejarlo salir de su casa para evitar que le vaciara su biblioteca. Lo que su amigo no sabía era que Eusebio entraba al baño con los libros que pensaba llevarse, los arrojaba por la ventana, que daba a la calle, y cuando salía de la casa, después de la revisión, recogía los libros y se marchaba.

11.

El hecho mismo de que se tratara de su última novela —cosa que Eusebio no podía saber— y que él estuviera pensando en la posteridad contrasta con la poca solemnidad con la que contemplaba su propia muerte. Decía: “Estoy por irme”, invadido de una enorme tristeza, pero jamás reclamando atención o solemnidad por su posible partida. En una ocasión, tras presentar el primer número de Los bastardos de la uva, Eusebio me pidió que le diera un aventón a su casa y en el camino, mientras conducía sobre la calzada de Tlalpan, Eusebio se atragantó con un trago de su anforita en forma de teléfono celular… ésa con la que decía “Tienes una llamada” y te ofrecía destapada para que le dieras un trago. Después de mucho toser y ponerse rojo se dobló sobre sus propias piernas y no se volvió a mover en todo el camino. Dos o tres veces le pregunté si estaba bien y no tuve respuesta. No se cuánto tiempo estuvo así. Me estacioné afuera de su casa pensando qué hacer y minutos después se incorporó… Me dio las gracias por mi discreción y nos despedimos.

12.

Lo que pudo afectar a Eusebio al perder su última novela es algo mucho más sencillo, la falta de humanidad que la pérdida podía revelar. La vulgaridad de quien encontrara el libro de contabilidad, la falta de curiosidad en las manos de quien pudiera tomarlo y lanzarlo a la basura sin siquiera escudriñar las líneas que ahí estaban rayadas y poner a prueba el texto. Alguna vez, cuando el taller cambió de sede, lo primero que hice fue levantar la tapa del mesabanco en el que me había sentado. No había nada adentro. Eusebio me miró seriamente. “Me late eso”, dijo. Nada más. Ruvalcaba festejaba la curiosidad… el fundamento que permite al escritor reparar en lo nimio. Lo que pudo afectar a Eusebio fue la ambición de quien robando o encontrando la mochila buscara alguna recompensa y fuera incapaz de apreciar la inutilidad de su contenido, lo cual no es poca cosa —como solía decir Eusebio cuando subrayaba algo—. Pero, sobre todo, lo que debió haberlo afectado no fue perder la novela, sino la posibilidad de conmover al lector, de abrazarlo y celebrar con él que todo se va al carajo y, al hacerlo, no deja más que un sentimiento roto… como el que tuve la suerte de compartir con Eusebio cuando su perro murió —lo que me resulta tan tristemente familiar ahora que él ha muerto. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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