Ramiro Lapiedra y sus pornovelas

Del cine porno a la novela porno

Las novelas de Lapiedra será tan entretenidas como descarados, morbosos y condescendientes sean sus lectores, sin que sus faltas le resten mérito a su carácter de testimonios, y ¡vamos! si usted gusta del porno y no cree en la corrección política, le resultarán una lectura divertida.

A la muerte de Franco los españoles dieron un giro de 180 grados y del rígido corsé pasaron al desgreñe y el encueramiento y, entre otras cosas, tomaron una gran afición por el cine porno, por ello no es casual que el Festival Internacional de Cine Erótico se realice en Barcelona y empresas como la sueca Private se hayan afincado entre sus fronteras. Esta predilección también llega a la prensa (y la televisión) rosa que se inmiscuyen e invitan a sus páginas y programas a las pornostars y sus vicisitudes. Ramiro Lapiedra (Alicante, 1972) ha sido para ellos un personaje llamativo, no sólo “por haber dado un giro radical a la percepción que del cine porno tenían los espectadores en España, dirigiendo, junto a su hermano Pablo, películas de culto como La orina y el relámpago, la trilogía Compulsión, Obsesión y Posesión, Las lágrimas de Eros, Isabella o Lolita Pink Blood”,1 sino por el cotilleo que generó el hecho de descubrir y convertir en pornostars a sus parejas sentimentales (Celia Blanco primero y Lucía Lapiedra después), circunstancias que por supuesto generaron noticias, que se siguieron de las producidas por sus separaciones y escándalos, sobre todo porque aparentemente Ramiro es afecto a contar sus peripecias —como dicen los españoles, sin cortarse un pelo—; nada más apetecible para la prensa de escándalo que los avatares de un director de cine porno y sus curvilíneas parejas.

Este dicho sobre Ramiro Lapiedra acerca de que revolucionó el cine porno español es cosa a la que debemos darle credibilidad los que no somos expertos en el tema, lo que sí es un hecho es que una cita2 de Román Gubern a su cinta “exxxperimental” La orina y el relámpago (Hermanos Lapiedra, 2004) en la revisión de 2005 de su libro La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas le dio a Ramiro ánimos y casi patente de corso para continuar la línea transgresora en algunas de sus siguientes producciones X.

La orina y el relámpago, que de acuerdo con Naief Yehya es “sin duda muy oscura y extraña y rescatable como un experimento atrevido y muy provocador en el porno, ya que incorpora una serie de imágenes que en ese contexto son muy transgresoras hasta para quienes son fans de la hematofilia o los deportes acuáticos” (y de la que aquí se puede leer una reseña), es la película que inaugura la vertiente del “Metacine X” (lo que esto quiera decir) de Ramiro en el cine porno, y sería sin ninguna duda harto memorable si no hubiera sido producida ya avanzado el siglo XXI. Me parece que Lapiedra llegó tarde a la Movida española, estoy seguro que de haber nacido por lo menos quince años antes hubiera escalado hasta los cuernos de la luna y, junto con Almodóvar, se habría apropiado de la noche y el reventón madrileño. Aunque con el ritmo que gasta quién sabe si hubiera sobrevivido a aquellas drogas y la pandemia del sida.

Ramiro, además de ser un tipo bien plantado, guapo y según su dicho “bien dotado”, es hijo de intelectuales, aunque renegó de la tradición familiar y la academia, y llevándose los libros de Bataille y Rimbaud se hizo a “la vida loca” y al estudio formal de cine. De esa extraña mezcla de intelectual, guaperas, erotómano, pornógrafo y cinéfilo surgieron, además de sus cintas X, una serie de cortos, realizados alimón con su hermano Pablo, de variopinta manufactura aunque de similar contenido, que —insisto— de haberse filmado en los setenta hubieran sido revolucionarios; en los ochenta de la Movida francamente provocadores, pero en pleno siglo XXI resultan gastados: ya hemos visto tanto y tan variado que cada vez sorprenderán menos, aunque ¡claro! la moral sigue siendo la misma y por ello aún pueden resultar provocadores.

Éste es el bagaje con el que Ramiro llega a la escritura y entrega dos novelas, propiamente pornográficas, en la medida en que retratan la vida de quienes venden su sexualidad por dinero. La primera: Epifanía. Un rodaje porno [Mountsoft, 2009], dedicada a su madre y cuajada de citas ¿compensatorias?, ¿autorizadoras?, o que simplemente nos demuestran que Ramiro no es un ignorante; no, de ninguna manera, él ha estudiado y conoce tanto a los clásicos como a los malditos.

Ramiro retrata el reventón y la permisividad sexual de (por lo menos parte) de la industria XXX, y lo hace de modo tan lenguaraz que después muchos de los embarrados habrían de reclamarle su honestidad porque la cosa no quedó en el libro, se hizo pública y le garantizó prime times en los programas del corazón.

Epifanía es una novela que, desde nuestro punto de vista falocéntrico, puede resultar divertida (no exenta de algunos errores y dislates) pero definitivamente desagradable para feministas y lectores políticamente correctos. Está compuesta por fragmentos breves que construyen la novela a partir de una serie de imágenes: comienza cuando Ramiro —decepcionado, cuestionando y renegando de su obra y participación en el cine guarro—, recibe un premio en el Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona. Maldiciendo su camino y hasta el huevo de coca, no tiene empacho en seguir la fiesta y follar a quien le preste el culo. Así entre cogida, copa y raya espeta su deseo: “He tenido una ILUMINACIÓN […] Quiero hacer una película SERIA con sexo explícito”. Y en medio del after-party narra lo que sería el argumento de una irreverente y sicalíptica versión de LOS MITOS HEBREOS (re-sic), rodeado de pornostars (Nacho Vidal, Natalia Zeta, Lady Mae, Dunia Montenegro, Andrea Moranty) y del desfachatado hijo de Berlanga, bebiendo e inhalando, su idea parece un disparate más.

Ramiro macera en su embotada mente sus teorías batailleanas, su preocupación por realizar cine de autor con sexo explícito (v.gr. El imperio de los sentidos) y nos recuerda a cada paso que él reniega de su obra pornográfica, admira el erotismo y está buscando un cine trascendente y transgresor (su Metacine X), mientras su staff, productor y elenco lo siguen mirando como al genio atormentado en que él mismo se ha querido construir.

Ya embarcado en la producción de, sí, otra película porno, sin nada de lo que Ramiro dice desear se refugia en las sustancias hasta que ocurre la epifanía: aparece, entre el cargamento de pornostars que llega del Este, el ser angélico que lo enamorará, le anunciará la belleza y la salvación. Por supuesto, en un arranque de diva se fuga con ella para después de un mes añorar el desenfreno y apuntar con la verga su siguiente objetivo.

Indefectiblemente confirma que el deseo del deseo es jamás verse satisfecho y el sino de la belleza es ser mancillada y ahí está él, como enfant terrible, dispuesto a cumplir con ello.

Ramiro retrata el reventón y la permisividad sexual de (por lo menos parte) de la industria XXX, y lo hace de modo tan lenguaraz que después muchos de los embarrados habrían de reclamarle su honestidad porque la cosa no quedó en el libro, se hizo pública y le garantizó prime times en los programas del corazón. Donde, cabe decir, Ramiro no fue ser tan descarado como en el texto. Y a nosotros nos deja con dudas: ¿es verdad que parte de la industria X translada la ninfomanía del set (plató dicen en España) a sus relaciones sociales?, ¿las pornostars están dispuestas a seguir cogiendo y mamando con actores y directores detrás de cámaras? Supongo que en algunos casos así será. Ahí Ramiro se halla en su medio —y como en casi todas las cintas porno— es el varoncito, el macho alfa disponiendo de las bocas y vaginas a su alcance sin otra modulación que el exceso de drogas. No hay mujeres autónomas y dueñas de su deseo, no hay más transgresión a la norma que el desprecio de Ramiro por su trabajo en el cine X y sus propias declaraciones de principios (aún más, Diana Palaversich diría que refuerza las taras de la sociedad misógina3).

El segundo libro de Ramiro Lapiedra, en la misma tónica machista y descarada, se llama Amor, alcohol y coca [Entrelíneas, 2011] y narra las circunstancias en las que Rami vivía mientras concibió y filmó La orina y el relámpago. Aparentemente la época es anterior a la de Epifanía, ya que en esta novela Ramiro aparece desmoralizado, arruinado económicamente y de arrimado viviendo en casa de Kelly, un travesti que se prostituye en las Ramblas, quien además de alojamiento lo provee de unos cuantos euros, amigas y coca. Ramiro no folla con Kelly, en una ocasión hace de su protector pero las más de las veces sólo es su sanguijuela. En la novela conocemos algo de la vida de quienes se prostituyen en Las Ramblas y el Barrio Chino de Barcelona; lo peculiares que son las negras que ejercen el oficio, y reconocemos al descarado, cínico y aprovechado Ramiro Lapiedra viviendo en este “submundo de yonquis y de busconas” sacando ventaja de su fama y dilapidándola como el “buen” enfant terrible que personifica.

Así, sin más, las novelas de Lapiedra será tan entretenidas como descarados, morbosos y condescendientes sean sus lectores, sin que sus faltas le resten mérito a su carácter de testimonios, y ¡vamos! si usted gusta del porno y no cree en la corrección política, le resultaran una lectura divertida.

Ramiro conoce a Laura, una puta angelical a la que convence de dejar el oficio y emprender una relación de pareja, autodestructiva, como todo lo que empieza. Paralelamente a su personal abismamiento en el bajofondo catalán, Ramiro —con su hermano Pablo— comienza la filmación de La orina y el relámpago: “Hemos decidido crear una película con sexo explícito pero sin productores ni distribuidores que lo estropeen todo. La grabaremos con nuestra pequeña cámara de mano. Iluminaremos nosotros. Nadie nos impondrá nada. Libertad creativa absoluta. Eso buscamos. Cosa casi imposible en el mundo del cine”.

Así, a través de la descripción de algunas secuencias y avatares de la producción vamos conociendo el proyecto: “Dos amigas lesbianas adictas a la cocaína y bulímicas que se prostituyen ocasionalmente van cayendo en un círculo vicioso de droga y autodestrucción que conduce a la muerte a una de ellas y a la locura a la otra”. La intención de Ramiro es “dirigir la mejor película experimental de todos los tiempos. Quiero que el público quede horrorizado al verla, que me insulten, que me odien, que salgan llorando del cine estremecidos y temblando”.

De nuevo, Ramiro da al traste con su relación con Laura; nuevamente el cínico aflora como el macho dominante de tendencias sádicas, el perverso ecouterista que sufre y goza de las narraciones de experiencias y acostones pasados de Laura, y como el incoherente autoritario que no permite que su pareja entre al mundo del porno y, cuando al final accede, ha de ser con él de chaperón.

Al final del día, con la famosa película ya en etapa de edición, regresa su tendencia destructiva y hedonista y no puede escapar de la farra: de nuevo sexo y drogas, para ser sorprendido por Laurita, quien para no fallar al destino de Lapiedra lo bota.

Las novelas de Lapiedra se pueden enmarcar en el realismo sucio y tienen la ventaja de ser narradas por un auténtico protagonista del cine porno, aspecto que, está por demás decirlo, suscita gran interés en el público masculino, aunque adolecen de un marcado machismo —me pregunto si esa característica no termina por redondear su matiz bizarro y ofrecer una peculiaridad más (veo difícil ser “desaseado” y políticamente correcto). Lo que me parece poco afortunado es su falta de profundidad, ya que al igual que las cintas porno su novelas son pura superficie, no obstante las ganas de Lapiedra por trascender y empatarse con los genios de la transgresión. Narrativamente hablando, Ramiro se mira demasiado el ombligo como para ocuparse por contar situaciones y personajes paralelos que hubieran enriquecido sus novelas.

Así, sin más, las novelas de Lapiedra será tan entretenidas como descarados, morbosos y condescendientes sean sus lectores, sin que sus faltas le resten mérito a su carácter de testimonios, y ¡vamos! si usted gusta del porno y no cree en la corrección política, le resultaran una lectura divertida.

Finalmente —quizá algún día—, podrá pasar, como cuenta que le dijo el actor porno José Play al mismo Ramiro: “Créetelo. Créetelo. Eres un desastre pero algún día crearás algo grande”.

De últimas: Acá pueden bajar gratis El arte de la autodestrucción, la más reciente novela de Lapiedra. ®

Notas
1.
2. Sólo puede especularse acerca de la posibilidad de un cine pornográfico alternativo y transgresor. Hay que recordar que su formalización moderna, en la segunda mitad de los años sesenta, estuvo asociada al cine underground norteamericano, cargado de heterodoxias temáticas y formales. A este origen catacumbístico, entusiasta y artesano se han querido remitir los hermanos Lapiedra en su sorprendente La orina y el relámpago (2004), con Celia Blanco y Ángela Peña, que supone un retorno a los orígenes contraculturales y anticomerciales del género, con su textura visual rugosa e imperfecta, con sus referencias a la subcultura de la droga de aquella época, con su división del flujo narrativo en viñetas encabezadas por un rótulo al modo godardiano y con su inclusión de crueles estampas documentales zoológicas, que nos recuerdan que la sexualidad constituye, antes que nada, un impulso y un mecanismo animal. Pero se trata de una experiencia aislada que no busca rendimientos económicos y que difícilmente puede generar secuelas.

La mención a esta película tan atípica vale como recordatorio de que en el universo de la expresión audiovisual, incluso dentro de lo homogéneo aparece siempre lo heterogéneo. Román Gubern, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, Barcelona: Anagrama, 2005, p. 67.

3. Filmografía de Ramiro Lapiedra.

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Publicado en: Libros y autores, Septiembre 2012

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