Música en todos los formatos

Del tocadiscos al iPod

Cintas, vinilos, discos compactos, mp3, grabadoras, walkmans, tornamesas, estéreos, iPods y más mierda.

Desde niño he estado ligado a la música, no como parte de una familia de músicos profesionales, mucho menos de grandes conocedores o musicólogos, sino de, digamos, saludables escuchas, aficionados a la música. Carlos fue el único de mis tíos que dedicó gran parte de su plata y tiempo a coleccionar principalmente rock de los setenta y hasta en el tianguis del Baratillo de Guadalajara, llegó a ponerse, más que con el fin de vender, para compartir la charla con otros aferrados del rock; mis otros tíos tenían algunos acetatos de Depeche Mode, Madonna, Café Tacvba, Billy Idol, Iron Maiden, Judas Priest o Plasmatics, mientras que en casa de mis padres se escuchaba José José, María Conchita Alonso o Juan Gabriel. Dicen mis padres que me compraron el siete pulgadas de Yuri, “Osito Panda”, que porque me encantaba, yo no recuerdo nada, también me adjudican gastos realizados en la compra de vinilos de Parchís y Cri-Cri —insisto, a mí que no me echen la culpa.

Lo que sí recuerdo son mi primeras compras, un álbum en vivo de Rod Stewart y el Kiss me kiss me kiss me de The Cure, que sonaba muy fuerte en las tardeadas de la secundaria 45, donde un grupo de chavos vestidos con pantalón de mezclilla azul, camisetas negras o camisas floreadas, calcetines de rombos y zapatos negros boleadísimos o botas militares, saltaban y bailaban contorneándose con las chicas más guapas y cotizadas de la escuela, ¡quería imitarlos! Estos acetatos fueron comprados con ahorros del modesto dinero que mis padres me daban para el recreo. Después conseguí el People are people de Depeche Mode y el Disintegration de The Cure, recién salido del horno y por el cual tuve que dejar de ser el campeón de Street Fighter en las maquinitas de Plaza Las Águilas, pasé de un vicio a otro: de los videojuegos en maquinitas a la melomanía. Desde entonces he hecho lo posible, aunque no coma, beba o salga a divertirme, por comprar música —después fueron libros. Esto ha marcado mi profundo respeto por quien produce y publica un material en forma.

Colección de Víctor Guerrero

Cuando yo tenía quince años de edad mi abuelo se dio cuenta de que me apasionaba la música, así que decidió apoyarme para comprar lo que para mí era simplemente lo máximo en el momento: un reproductor portátil, o walkman, Sony Mega-Bass, ideal para escuchar las cintas de La Polla Records, Front 242, Pixies, Cannibal Corpse, Bauhaus y supongo que mucho mejor para la música electrónica y sus frecuencias graves, pero entonces el punk, el metal y allegados apenas eran de mi dominio. El Sony Mega-Bass se convirtió en mi mejor amigo, no recuerdo cómo es que conseguí un extraño objeto que rebobinaba las cintas como una manija, eso me permitió ahorrar mucho dinero en baterías, pues los amigos pensábamos, según nuestros cálculos, que en la regresada o adelantada se gastaban más que en la reproducción, así que mi artefacto vanguardista fue la envidia de la pandilla que pasaba toda la tarde regresando la cinta con una pluma.

Comprar música siempre ha sido caro, desafortunadamente. Un negocio tremendamente inflado que, debido al aberrante engordamiento de las grandes compañías, siempre arrastró una especie de maldición para los sellos independientes, quienes difícilmente pudieron establecer precios económicos tras la paga de un sistema confeccionado por los capitalistas, salvo la distribución por correo, el mano a mano o algunos negocios transparentes, aunque no exentos de infiernos como impuestos aduanales o pérdidas de paquetes en servicios de correo postal. Bajo este panorama, en la preparatoria me propuse robar casetes de tiendas de autoservicio con el fin de venderlos a compañeros con gustos más populares, así pude hacerme de los casetes que a mí me interesaban, de los cuales conservo apenas un raquítico porcentaje, pues también el intercambio o venta de materiales era una estrategia entre los aferrados de la música para escuchar más y también para alivianar la cuestión económica.

El casete era muy frágil, las cintas podían romperse por su uso, se dañaban también fácilmente, se magnetizaban, en fin, el CD se fue instalando como el único soporte, el Walkman se hizo circular y todos nos metimos al formato más celebrado por su impecable calidad. Yo abandoné el robo de casetes y me especialicé en “meter goles” a MixUp para cambiar CDs usados comprados en tianguis por flameantes discos digitales.

En casa había una tornamesa, pero los acetatos eran aún más caros que los casetes, eran el objeto de culto, un lujo. Así que cuando podía colocar varios de los casetes que robaba era el momento adecuado para emprender la búsqueda por el 5º Poder de Condoplaza para preguntarle al Meño por las novedades, o con José Luis Avilés en Roxy / Imagen Pública. También con el antipático Güero Tranzas (si lee esto seguro estará feliz del adjetivo), en Mezquitán y Juan Manuel, quien siempre tuvo sus “guardaditos” y gracias a ello pude hacerme de preciados acetatos de Skinny Puppy, G.B.H., The Clash o Siouxsie and the Banshees.

Gradualmente fue entrando el CD en los noventa, no recuerdo si el precio fue intermedio entre el casete o el vinilo, o igual que este último, pero resultaba caro. Sin embargo, los melómanos fuimos abandonando el acetato, que por su enorme tamaño, que por tosco, que porque se oía muy madreado, que por su difícil portabilidad, en fin, detalles que han borrado de sus mentes los promotores de la nueva movida del acetato (conozco a varios que llegaron a regalar vinilos porque los aborrecían y ahora los están volviendo a comprar en más de trescientos pesos, incluso a precios irrisorios como los que ponen los vendedores del Tianguis del Chopo de hasta ochocientos pesos por un vinilo recién impreso). El casete era muy frágil, las cintas podían romperse por su uso, se dañaban también fácilmente, se magnetizaban, en fin, el CD se fue instalando como el único soporte, el Walkman se hizo circular y todos nos metimos al formato más celebrado por su impecable calidad. Yo abandoné el robo de casetes y me especialicé en “meter goles” a MixUp para cambiar CDs usados comprados en tianguis por flameantes discos digitales de Dead Can Dance, Exploited, Aphex Twin, Clan of Xymox y muchas compilaciones.

Durante muchos años nadie, o casi nadie, sintió nostalgia por el casete y el vinilo. Regalamos o hasta tiramos a la basura artículos en estos soportes. En algunos territorios como el del techno o la música experimental, me atrevo a pensar que en el jazz y la música contemporánea (pensando en el catálogo, por ejemplo, de ECM Records), nunca se dejó de maquilar pequeños tirajes de los lanzamientos discográficos en acetato. Pero en los últimos años ha resurgido el interés por ellos, probablemente debido al distanciamiento físico que conlleva el MP3 y los reproductores portátiles como iPod, además de la evidente sinergia capitalista de la tecnología de punta. Quizá por eso los mismos melómanos que siempre alimentaron el espíritu más “clavado” de la música son quienes están proponiendo usar los viejos formatos a la par del intercambio de MP3. Según mi análisis, siempre es el mercado el que ha modificado las formas de escuchar y mover la música, pues definitivamente todos los formatos ofrecen ventajas y padecen desventajas, cada uno de nosotros se sitúa de manera distinta ante esto.

Hace unos días recibí algunas copias de mi nuevo álbum, Two espressos in separate cups, y completé un círculo de formatos que jamás imaginé podría abarcar en mi producción auditiva. Probé la cinta con un casete EP de mi grupo de rock gótico La Sangre de Alicia en 1998, he explorado el CD con proyectos como Sueño De Luna, Nebula 3 y mis álbumes dentro de la música experimental, también he tenido la oportunidad de publicar en DVD al realizar Triptych junto con el artista visual Luis Felipe Ortega, y ahora sé lo que es reproducir mi música desde el tornamesa. Me interesa como escucha, como melómano, como un modesto coleccionista, y por supuesto como creador a partir del sonido, la divergencia de los formatos, pues cada uno de ellos me ofrece una experiencia totalmente distinta, en el oído y todo el cuerpo.

En casa y en el estudio suelo conservar varios reproductores de audio, por ejemplo, tengo a la mano una grabadora de casete old-fashion en la que puedo tocar cintas y escuchar radio, ideal para la búsqueda de algunos boleros o música clásica, así como para acentuar la eterna adolescencia disfrutando de Eskorbuto y Misfits con los amigos y unas caguamas frías. En su caja, lista para cuando sea requerida, espera una tornamesa para DJ, con su sólido brazo y una aguja profesional que reproduce a buena fidelidad los acetatos de Sunn O))) o mis viejos vinilos del sello alemán Kompakt. Otra tornamesa, portátil, está siempre posicionada para quien desee correr algo mientras echamos buena plática, como mi buen amigo Peloni que ha llegado con sus treinta y tres pulgadas de Suicide y otros grupos post-punk por igual grisáceos que festivos, o mi hermano con sus efervescentes discos de música electrónica underground, o algunos danzones y música de marimbas que me he hecho recientemente.

Los tiempos han cambiado, los negocios han mutado y también debe transformarse nuestra mentalidad y escucha. Finalmente, la idea es la misma, disfrutar del sonido y pasar momentos agradables.

El estéreo de sala no corre muy bien pero recibe señal desde un DVD, de manera que no sólo reproduce cualquier CD, sino que se pueden correr DVDs sin necesidad de prender un televisor o ver imagen alguna; sugiero probar esta estrategia, correr esa película de la que amas su soundtrack sin ver alguna imagen, es una experiencia distinta. Estos estéreos usualmente tienen entradas para auxiliares, así que varios iPods ya han sonado por ahí, mostrando un catálogo intenso adquirido de manera sucia y alevosa en internet. El iPad es también un excelente reproductor de audio, lo puedes llevar al sanitario o a la cama a punto de dormir, además de poder leer, estudiar u observar imágenes mientras suena esa música ambiental (recordando las nociones de Eno, o por qué no, algunas ideas de la música de Morton Feldman).

Tengo también una grabadora de reportero que conservo de la carrera de comunicación, con su bocina pequeña y suma portabilidad, algunos casetes ahí suenan como no pueden sonar en la computadora digitalizados o en ediciones remasterizadas, como el Barbed wire kisses de Jesus & Mary Chain, pues le suma una especie de reverberación que acentúa la estética del álbum. Por supuesto aún tengo el Sony Mega-Bass que me facilitó mi abuelo, pero después de su primera descompostura nunca hemos podido hacer que el motor corra a la velocidad adecuada, así que siempre tiene un pitch que después de un tiempo se hace insoportable.

Colección de Víctor Guerrero

Bocinas de tres pesos de computadora, audífonos de chicharito o con refuerzo de frecuencias graves, copias casi infames de iPod, nuevas tornamesas con entrada de USB, grabadoras de casetes que también son linternas y funcionan con pilas, existen muchas opciones; paradójicamente, a la caída del mercado musical, ahora mismo es cuando más opciones de reproducción de audio existen, quizá no de alta fidelidad como en tiempos pasados, que era más gente la que se hacía de equipos para su sala hiperespecializados, pero ahora mismo podemos retornar a soportes viejos y seguir disfrutándolos, aunado a las posibilidades contemporáneas como escuchar un álbum recién publicado y unas horas más tarde tenerlo ya descargado y depositado en nuestro reproductor de bolsillo.

Aprovechemos las bondades que nos ofrecen distintos formatos, espacialmente, temporalmente; recordemos aquellas sesiones en las que nos juntábamos callados y bien concentrados para escuchar un nuevo disco o el descubrimiento que proponía algún amigo; también quitémosle la mamonería que siempre ha caracterizado a las músicas especializadas, compartamos archivos con quien lo solicite y dejemos que la clavadez musical sea sólo un tema de machos. Los tiempos han cambiado, los negocios han mutado y también debe transformarse nuestra mentalidad y escucha. Finalmente, la idea es la misma, disfrutar del sonido y pasar momentos agradables. ®

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Publicado en: Febrero 2012, Fuera de control

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  1. chido articulo, chido ver vinilos que alguna vez tuve, recordar ese sonidito de la basurita en el disco antes de cada rola, o durante la misma pero muy chido argumento.

  2. Muy buen articulo. Me recordo las compras con el guero Tranzas donde le tienes que enseñar el dinero y convencerlo de que si vas a comprar algo para que te deje ver, pero a veces vale la pena ahi me hice del Tutu de Miles Davis en edicion promocional

  3. Jesús Zamora

    Un saludo y una felicitación por tu árticulo Isra; me gustó mucho lo meticuloso de las descripciones que haces como especialista del creciente arte de escudriñar los sistemas de reproducción (viejos y nuevos), y la manera en que éstos forman parte de la afectación de los sujetos al momento de escuchar música. Cabe aquí un análisis psicologista sobre la manera en que un disco rayado, una cinta magnetizada, o un cd con un atoron, fijan en nuestras mentes esos defectos, y de repente recordamos con claridad durante años, el punto exacto en donde la frase de una rola estaba rayada y se repetia con cierta locura.

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