Respiro, luego pienso

Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, de George Steiner

¿Es la tristeza la característica fundamental de la condición humana? En este breve ensayo que versa sobre el pensamiento y el acto de pensar, publicado por Siruela, George Steiner esgrime diez poderosas razones para creer que así es. El ensayo parte de unas conjeturas de Schiller, que recoge la herencia de los gnósticos, en las que apunta que la tristeza es el telón de fondo del pensamiento y la condición humanas.

La mayoría de los mitos fundacionales pintan al hombre como arrojado de un estado de felicidad e inocencia a otro regido por la conciencia de sí mismo. Esa conciencia, presidida por el pensamiento, es acompañada de una insuperable “profunda e indestructible melancolía”. En cada uno de los diez capítulos se explora una razón que apunta irremediablemente a ella.

La cosmología moderna parece apoyar esta teoría de Schelling señalando que las longitudes de ondas cósmicas del Big Bang provocan una radiación, un ruido de fondo, que tiñe de melancolía el pensamiento del hombre.

Si el pensamiento, al igual que el tiempo, no tiene origen ni comienzo, entonces no cabría preguntarse qué había antes del Big Bang puesto que no es posible imaginar otro tipo de temporalidad más que como la conocemos… o creemos conocer; un tiempo que sólo podemos medir a través de eventos físicos. Y no nos es dado conocer cómo se organizaban tiempo y materia antes de la configuración de este universo que habitamos, por mucho que tratemos de concebir un tiempo en contracción o en expansión infinitas. Hacerlo, tratar de imaginar el nanosegundo previo a la gran explosión, acto implícito a la curiosidad humana con su evidente contradicción, es otra de las causas que nos sume en un estado de tristeza e impide que exista, según Steiner, tal cosa como un pensamiento alegre.

Se puede dejar de respirar, si contenemos la respiración o nos sumergimos hasta el límite de nuestra capacidad pulmonar bajo el agua, pero no podemos dejar de pensar ni siquiera en sueños, en los que está comprobado que no cesa la creación de conceptos. El pensamiento es la personalidad de cada quien, y ningún estudio, ya sea éste emprendido desde la epistemología o la neurofisiología, nos ha podido llevar más allá de la identificación del pensamiento con el ser, analogía que ya asentó Parménides. Y como apunta Steiner: Este axioma sigue siendo a la vez la fuente y el límite de la filosofía occidental. Así, según el autor, habría que modificar la conocida tautología de Descartes Pienso, luego existo, por una más universal y cercana a la realidad: Respiro, luego pienso.

Buena parte de esa nostalgia proviene de la incapacidad de aprehender la naturaleza del pensamiento, ya que toda “tentativa de pensar en el pensamiento está a su vez enredada en el proceso del pensamiento, en su autorreferencia”.

Este mundo lo habitamos a través del pensamiento, y sólo a través de él, con lo que conlleva de servidumbre hacia un proceso del que todo desconocemos. Vivimos en lo que Steiner denomina la casa/prisión del lenguaje, la materia prima del acto de pensar, y éste discurre incontrolable “en soliloquios de pensamiento oculto o no deseado que recorren sus anárquicos caminos por debajo del habla articulada”.

Aunque esa melancolía y pesadumbre (Schwermut) es asimismo el origen de la potencia creativa al empujar al hombre mediante la vitalidad a oponerse a esa tristeza. La imposibilidad de entender cabalmente la facultad humana de pensar ha sido uno de los pilares de las civilizaciones y de que exista algo como la idea de un dios. Es este pensar nuestra existencia, precisamente con la herramienta del pensamiento, lo que ha dado lugar a religiones, literatura, filosofía, arte, y en gran medida ha hecho posible el desarrollo de la ciencia.

Este mundo lo habitamos a través del pensamiento, y sólo a través de él, con lo que conlleva de servidumbre hacia un proceso del que todo desconocemos. Vivimos en lo que Steiner denomina la casa/prisión del lenguaje, la materia prima del acto de pensar, y éste discurre incontrolable “en soliloquios de pensamiento oculto o no deseado que recorren sus anárquicos caminos por debajo del habla articulada”.

El pensamiento rara vez es lineal. Y sólo en algunos casos de concentración exhaustiva es posible escapar a esa tiranía del caos verbal. Dice Steiner que quizá los matemáticos y los músicos (organizadores ambos de un tiempo alternativo) en los momentos de plena concentración, y en otro plano mediante algunas prácticas de meditación extrema, logren eludir el torrente discursivo, y que podrían acercarse a ese vacío en el que la hemorragia verbal de la que se nutre el pensamiento pueda ser detenida.

Además, en contra de nuestra pretensión de autenticidad, es extremadamente difícil tener un pensamiento por primera vez. Al mismo tiempo que pensar procede de lo más profundo de nuestra intimidad es también el más manido y repetitivo de los actos. Apunta el autor que nuestros pensamientos son una propiedad común, “un universal humano en que todos los pensamientos son también pensados por otros, interminablemente banales y trillados”.

Y ésa es una contradicción que tampoco puede resolverse, y por supuesto, nos sume en la tristeza.

Decía Einstein, con su habitual ironía, que sólo había logrado tener un par de ideas realmente originales a lo largo de toda su vida, y existe una máxima de Heidegger según la cual todos los grandes pensadores sólo han tenido un pensamiento original que exponen y reiteran en todas sus obras. Es en el desarrollo de esa única idea en lo que reside su aportación.

Quizás por eso en la literatura no existe la novedad, puesto que no hay pensamiento realmente original; acaso es la forma verbal lo que dota de cierta originalidad (o impresión de novedad) tanto al pensamiento como a esa forma de encauzarlo de manera narrativa. A pesar de que de alguna manera los grandes escritores son de los pocos que se acercan a retratar en sus obras el discurrir mismo del pensamiento. La literatura es una gran estructura de temas y variaciones, pero actúa como lo más cercano al registro de la actividad mental verbal.

La economía del pensamiento es la economía del despilfarro. El pensamiento no produce nada ni es capaz de modificar la realidad externa. Sólo Dios, según los teólogos, escaparía a la idea de que el pensamiento no produce nada exterior a él, “puesto que lo que Él piensa es”.

Pero en la mayoría de los mortales los pensamientos son difusos, sin objeto, dispersos, lo que en muchos casos lleva a la incapacidad de concentración. Aunque en un nuevo ejemplo, también incomprensible, de autorregulación y aprovechamiento de la basura mental, es ahí donde se genera la creatividad.

Tanto los sistemas religiosos como las ideologías totalitarias aspiran en definitiva a poner coto a ese despilfarro. El núcleo de las tiranías se basa en el intento de ejercer control sobre los pensamientos, de imponer una policía del pensamiento.

Pero en la mayoría de los mortales los pensamientos son difusos, sin objeto, dispersos, lo que en muchos casos lleva a la incapacidad de concentración. Aunque en un nuevo ejemplo, también incomprensible, de autorregulación y aprovechamiento de la basura mental, es ahí donde se genera la creatividad.

También habla Steiner sobre el amor, y de cómo el pensamiento no logra comprender ese particular estado de gracia porque nunca es posible saber a ciencia cierta los pensamientos de la persona amada, como dice al respecto el autor: “Ninguna empatía en el ser humano desvela el laberinto que es la interioridad de otro ser humano. El amor más intenso, quizás más débil que el odio, es una negociación, nunca concluyente entre soledades”.

El pensamiento nos somete y es déspota e intratable, puesto que no nos es dado avanzar más allá del propio pensamiento, todo lo que queda más allá “es estrictamente impensable y es en sí mismo una demarcación mental, fuera de la existencia humana”.

Pensamiento enredado sobre sí mismo, incapaz de explicarse, incapaz de explicarnos o de conceptualizar la nada o tener un ligero asomo acerca de nuestra propia muerte. A pesar de eso, el hecho de poder pensar en nosotros mismos es el factor más importante de nuestra identidad. Aunque, como revela Steiner, nunca “sabremos hasta dónde llega el pensamiento en relación con el conjunto de la realidad. Como en las súpercuerdas de la cosmología actual, las verdades vibran en múltiples dimensiones, inaccesibles a toda prueba definitiva”.

Y constatar eso nos tiñe de una profunda melancolía, de una tristeza que domina nuestro transitar y existencia, y todas las elucubraciones que podamos hacer acerca de ella y sobre todo del por qué somos capaces de hacerlas. La mayoría de preguntas quedarán siempre sin respuesta.

En este lúcido y breve ensayo George Steiner certifica que mujeres y hombres somos una maquinaria extraña. Básicamente para nosotros mismos. ®

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Publicado en: Agosto 2011, Libros y autores

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