De talento innegable, poeta maldito y magnífico, Ted Hughes se vio siempre opacado por la novela que fue su vida y sobre todo por la obra de su esposa Sylvia Plath.
Quizás cuando nos encontramos deseando todo, es porque estamos peligrosamente cerca de no desear nada.
—Sylvia Plath
De Plath se ha escrito mucho. Símbolo inequívoco del feminismo, es importante porque tuvo la valentía de expresar sus sentimientos con una sinceridad estremecedora. En su diario escribe: “Escribiré hasta que empiece a escribir sobre mi yo verdadero” [17/7/57]. Fue víctima de un mundo machista, de un marido que la abandonó, de la locura, del perfeccionismo obsesivo con el que vivió. Como Medea, también su figura provoca cierto grado de temor y compasión. Trató de compaginar su pasión por las letras con sus deberes de esposa y madre; se perdió en el intento. Le costaba levantar el alma y seguir respirando. Le costaba ser perfecta en todo. Fueron muchas las señales sobre la profundidad de su lucha. “Soy muda y oscura. Soy una semilla a punto de estallar. / La oscuridad es mi parte muerta, y está resentida: / no quiere ser más, ni diferente”, escribe en su poema Tres mujeres (1962). Su trabajo siempre fue infinitamente triste, construye imágenes llenas de color que no llenan la sensación de vacío.
Su vida privada se vino abajo cuando conoció a la pareja Weevil y su esposo Ted se hizo amante de Assia. No es que Assia fuera la primera amante de Ted, es que Ted dejó a Sylvia por ella. Dos años después Plath se quitó la vida. A los treinta años, el 11 de febrero de 1963, Sylvia le deja un vaso de leche a sus hijos, sella la puerta del cuarto, abre la llave de gas y mete la cabeza en el horno. Toma todas las precauciones para que el escape de gas no dañe a sus hijos y termina así con su existencia. “Morir es un arte”.
La muerte de Ted Hughes ocurre en 1998 y acontece sin aspavientos. Hughes fue un gran poeta que creaba imágenes, como decía Rilke, “capaces de eternidad”. Sus poemas ponen en evidencia una personalidad recia que reconoce precozmente todas las verdades destructivas del hombre. Dejando a un lado su vida personal, Hughes es una figura preponderante de la poesía inglesa del siglo XX.
En cambio, a Assia Weevil nunca la hubiéramos conocido si no es por haber sido la otra en este triángulo. A Weevil le pasa lo mismo que a Plath: se vuelve loca de celos. Hughes tiene otras dos relaciones y exige a su amante y madre de su hija Shura un estricto código de conducta dentro del hogar: tenía que jugar con Frieda y Nicholas, fruto de su matrimonio con Plath, al menos una vez al día. También debía enseñarles alemán dos o tres horas a la semana. Cocinar una nueva receta cada semana e introducir a Frieda en el arte culinario. Además, Assia debía levantarse a las ocho de la mañana y no podía andar en bata por la casa. Tenía prohibido tomar una siesta por la tarde. Debía mejorar su comportamiento y más que nada mostrarse agradable con los amigos de Hughes.
Además de una belleza salvaje y una vida azarosa, judía sobreviviente de la Alemania nazi, Weevil tuvo varios maridos pero no tuvo el talento de Plath o Hughes, y finalmente la vida a la que éste la sometía y el recuerdo de Plath —“Sylvia está creciendo en Ted, enorme y espléndidamente. Yo me encojo día a día, mordisqueada por ambos. Me comen”— la arrastran hacia el abismo y se suicida llevándose con ella a su pequeña hija Shura.
La muerte de Ted Hughes ocurre en 1998 y acontece sin aspavientos. Hughes fue un gran poeta que creaba imágenes, como decía Rilke, “capaces de eternidad”. Sus poemas ponen en evidencia una personalidad recia que reconoce precozmente todas las verdades destructivas del hombre. Dejando a un lado su vida personal, Hughes es una figura preponderante de la poesía inglesa del siglo XX. “El poder de la poesía es hacer que las cosas ocurran como uno quiere que ocurran”, decía. Su escritura es fundamentalmente vitalista: con su fascinación por los impulsos primordiales de la naturaleza y el mundo animal crea una poesía de extraordinaria complejidad y riqueza verbal. Hoy más que nunca la grandeza de sus textos tañen con brutal actualidad: “La sangre es el vientre de la lógica”. Su centro está en el corazón; hace de los versos principio de vida, una forma de ternura y esperanza:
Cómo empezó a jugar el agua
Agua quería vivir
fue al sol y volvió llorando
Agua quería vivir
fue a los árboles la quemaron volvió llorando
La pudrieron volvió llorando
Agua quería vivir
fue a las flores la pisaron volvió llorando
Quería vivir
fue al vientre encontró sangre
volvió llorando
fue al vientre encontró cuchillo
volvió llorando
fue al vientre encontró gusano y podredumbre
volvió llorando quería morir
Fue al tiempo fue por la puerta de piedra
volvió llorando
fue por todo el espacio buscando nada
volvió llorando quería morir
Hasta que no le quedó lloro
Yacía en el fondo de todas las cosas
completamente agotada completamente claro todo
[Versión de Jesús Pardo, Antología poética, Plaza & Janés, 1971] ®