Las más reciente colección de cuentos de Jaime Muñoz Vargas (Durango, 1964) lleva por nombre Las manos del tahúr [Ficticia Editorial-Gobierno del Municipio de Durango, 2011] y tiene su punto de mayor identidad en la fuerza de sus personajes, llevados por un narrador de bajo perfil, a veces periodista discreto, siempre observador del entorno inmediato.
La cadencia del narrador, para retomar el lugar común, hace más ágil la lectura, pero el descubrimiento de a poco de los personajes tanto en su fortaleza como en su psicología es lo que amerita el viaje.Justo es señalar que no todos los cuentos están bien logrados, por ejemplo “Medio litro de vodka” resulta repetitivo, fallido, y “Viaje sobre un epitafio”, con el enamoramiento de la bailarina de prostíbulo, sumado al llamado de sangre, hacen previsible lo irremediable.
Pero el resto bien vale el libro; el tópico de la vida familiar lo ubicamos en tres historias, el que abre la colección con una trama sobre la idiosincrasia de que podemos cambiar a la gente titulado “Diez años de ingenuidad”, y los últimos de la obra: “Mamá te habla” y “Récord con papá”. Uno que comparte el amor fraterno, el de los hermanos que se saben insuficientes, complementarios y que sólo utilizan el recuerdo de la progenitora aún viva para pedirse favores. Mientras que el segundo hallamos una relación frustrada como muchas entre un padre y un hijo universitario que reciben un poco de respiro y cabida a una vida alterna en los monólogos de un profesor.
“Narrar a media noche” es ese espacio donde muchos han ingresado sin permanencia voluntaria, trabajar en un hotel en el turno de la noche para conocer los secretos que allí aguardan, y “Hans al teléfono”, con un piromaníaco que devela sus incrédulos secretos que pronto irán a parar a las primeras planas de los medios internacionales.
Justo es señalar que no todos los cuentos están bien logrados, por ejemplo “Medio litro de vodka” resulta repetitivo, fallido, y “Viaje sobre un epitafio”, con el enamoramiento de la bailarina de prostíbulo, sumado al llamado de sangre, hacen previsible lo irremediable.
Con ese oficio encontramos los mejor logrados en las tramas de un vagabundo (“Hacer Coca”) que sabe y prepara la fórmula del refresco más famoso del mundo, al cual sabiamente cambia el nombre por “Gómez-Cola” y lo vende de forma artesanal, con pasos que llevan a quien nos narra a los límites de la locura, haciendo un movimiento ágil, redondo, muy bien logrado, pues mantiene en tensión y en atención cada página.
El otro es “Luces de encierro”, donde un escritor incomprendido por su familia lucha con ese estigma de pensar que “la locura es no tener el refugio de las palabras”. Vive con la esperanza de que un día todo cambiará, pero le reconforta y da seguridad comprobar que todo sigue igual. Hasta que sus padres descubren otra cosa y él a su vez se percata que ellos guardaban su mayor triunfo.
La colección Las manos del tahúr es un libro que vale la pena leer, son cuentos que tienen emoción y sentimiento, escritos con buena prosa y que trasmite el poder de los personajes, que a final de cuentas nada nos aleja de que habiten entre nosotros. ®