La furia de Villa

El santo ensangrentado

La admiración por el personaje ha dado pie a museos improvisados que prácticamente se convierten en capillas donde algunos, endiosados con la figura de Villa, deciden adorar la herencia de sangre y muerte que el bandolero dejó.

Pancho Villa actuando para las cámaras de la compañía fílmica estadounidense Mutual.

Pancho Villa actuando para las cámaras de la compañía fílmica estadounidense Mutual.

Aunque parezca extraño afirmarlo, en México sí existe el antivillismo. Podría parecer un tema superado, la guerra civil llamada Revolución Mexicana ya no debería afectar la vida diaria nacional. Pero cada vez que aparece un antivillista afirmando el oscuro carácter de Villa saltan cientos de villistas dispuestos a defender su honor y valentía. Es entonces cuando queda claro que algo se ha instalado en la psique nacional y causa pasión desmedida.

Al igual que en 1914 y 1915, cuando el villismo cundió por casi todo el país, ahora también existe una invasión similar, pero ideológica. Esa invasión tiene como meta eliminar cualquier duda sobre el papel como héroe nacional de Francisco Villa. La admiración por el personaje ha dado pie a museos improvisados que prácticamente se convierten en capillas donde algunos, endiosados con la figura de Villa, deciden adorar la herencia de sangre y muerte que el bandolero dejó.

Así, a pesar de que su nombre está inscrito en letras de oro en el muro de honor de la Cámara de Diputados desde 1966, las dudas sobre su heroicidad continúan molestando a algunos historiadores que observan con más insistencia los asesinatos contra civiles desarmados que las batallas ganadas por la División del Norte.

Dos momentos son muy conocidos y apenas se pueden interpretar como la punta del iceberg de las sanguinarias acciones villistas: el asesinato de noventa soldaderas en Camargo, Chihuahua, que el novelista Rafael F. Muñoz retrató en el cuento “Un disparo al vacío”, y el que narró otro escritor, Martín Luis Guzmán, en “La fiesta de las balas”, donde el temible y bestial Rodolfo Fierro mató trescientos prisioneros bajo las órdenes de Villa. Queda claro que la narración de Guzmán, aunque basada en lo que platicaban los villistas, es irreal, pero los muertos no lo fueron.

A pesar de que su nombre está inscrito en letras de oro en el muro de honor de la Cámara de Diputados desde 1966, las dudas sobre su heroicidad continúan molestando a algunos historiadores que observan con más insistencia los asesinatos contra civiles desarmados que las batallas ganadas por la División del Norte.

Hasta aquí, seguramente, algunos indignados villistas dejaron de leer o comenzaron a dar las excusas más utilizadas para justificar las dos acciones anteriores. En la primera, el argumento principal proviene de Friedrich Katz, biógrafo enceguecido por la imagen celestial de Villa. Él mismo afirma que la muerte de las soldaderas fue en defensa propia. Olvida que quienes empuñaron las armas fueron el mismo Villa y Baudelio Uribe “el Mochaorejas”, temido tanto o más que Fierro. En cuanto a los supuestos trescientos hombres en 1913, probablemente fueran 167 soldados orozquistas y federales, la explicación más utilizada es que Carranza dio la orden de fusilar a todo prisionero, así Villa queda excusado por ser un soldado que seguía órdenes.

Velorio de Pancho Villa en el hotel Hidalgo.

Velorio de Pancho Villa en el hotel Hidalgo.

Los villistas actuales tienen al mejor abogado defensor, el doctor Friedrich Katz, y al peor publicista, Paco Ignacio Taibo II. Son tan obsesivos con la vida del general que hasta casi pueden citar a qué horas del día Villa decidía ir al baño. Aquí no deseo entrar en una discusión estéril y pasional, solamente explicar que en mi familia, desde la revolución, ha existido un odio visceral contra el villismo. Tanto, que una tía abuela se sintió obligada a escribir un libro sobre su experiencia infantil en la revolución: Francisco Villa ante la historia. A pesar de que fue escrito con una prosa ingenua y carece de orden cronológico, su importancia reside en los cientos de entrevistas realizadas en Chihuahua a distintos testigos de la violencia villista. Es un testimonio oral válido como investigación historiográfica.

Celia Herrera fue hija de José Concepción Herrera Cano, hermano de Maclovio y Luis. El padre de Concepción fue José de la Luz Herrera, asesinado por Villa en la toma de Parral en 1918, cuando el general sólo daba golpes rápidos porque constantemente era perseguido, ya sea por tropas estadounidenses o por el ejército carrancista. Ahí no ordena, sino que él mismo asesina a José de la Luz y sus dos hijos: Zeferino y Melchor. Les disparó mientras tenían atadas las manos a sus espaldas. Incluso intentó prenderles fuego mientras estaban vivos, pero el sexagenario José de la Luz lo llamó cobarde y le escupió en la cara. Entonces, Villa tomó su arma y les disparó en la cabeza, primero a Melchor, después a Zeferino y, finalmente, a José de la Luz. Al final, ordenó que sus cuerpos colgaran de unos mezquites frente a los muros del cementerio.

Les disparó mientras tenían atadas las manos a sus espaldas. Incluso intentó prenderles fuego mientras estaban vivos, pero el sexagenario José de la Luz lo llamó cobarde y le escupió en la cara. Entonces, Villa tomó su arma y les disparó en la cabeza…

El odio villista contra la familia Herrera se puede rastrear cuando Luis y Maclovio Herrera, este último dirigente de la Brigada “Benito Juárez”, deciden no desconocer a Carranza y, ubicados en medio de territorio villista, se mantienen leales al constitucionalismo. Si los Herrera hicieron bien o mal al quedarse al lado del carrancismo es tema para otro momento. Aquí lo que interesa es cómo esta acción desató una serie de consecuencias que llegaron hasta mí.

Y es que la trágica vida revolucionaria de los Herrera me persiguió durante toda mi niñez, justo cuando no quería saber nada de historia nacional. Recuerdo a mis tías abuelas discutiendo sobre lo despiadado que fueron los villistas en Parral, Jiménez, Camargo, Torreón, con los empleados estadounidenses de la Alvarado Mining Company y con todas las mujeres violadas, asesinadas y quemadas. Escuché historias llenas de horror, pero también algunas hilarantes. Por ejemplo, la discreta enemistad entre Martín Luis Guzmán y Celia Herrera. Cuando la autora publicó la segunda edición de su libro Francisco Villa ante la historia en 1964 intentó, sin mucha suerte, distribuirlo y publicitarlo. Para eso colocó cartulinas en las diferentes librerías de la Ciudad de México. Poco a poco los afiches iban desapareciendo y sus ejemplares quedaban enterrados en los estantes entre otros libros. Los empleados aseguraron que un enviado de Luis Guzmán había exigido los carteles y escondido los libros. Casi podíamos imaginar al autor de La sombra del caudillo haciendo corajes porque una descendiente de los Herrera andaba de escandalosa contra su admirado Villa. La autora se vengó en las siguientes ediciones deslizando un supuesto enamoramiento homosexual del escritor por el revolucionario. Para hacerlo utiliza fragmentos de El águila y la serpiente que, sacados de contexto, sí parecen una confesión de éxtasis sexual.

Villa, asesinado, señalado por la flecha.

Villa, asesinado, señalado por la flecha.

Más allá de anécdotas, lo que queda siempre en entredicho es la valentía de Villa. En especial por la enumeración de víctimas, muchas inocentes, de la ira del revolucionario.

La lista es larga, pero podría mencionar el asesinato de la profesora parralense Margarita Guerra y de Guadalupe García, viuda de Trinidad Rodríguez, general villista. A las dos sometió a esa versión caballesca del potro, donde cada miembro humano es amarrado a sendos caballos. Es poco probable que los cuerpos se descuarticen de esta manera, pero el dolor al dislocarse las extremidades debe ser insoportable. Después las ejecutó y diseminó sus restos, ahora sí desmembrados, en el cerro de Santa Rosa. Días antes, cuando Villa entró a Parral, había mandado decir a la maestra que iba a quemarla.

También puedo mencionar que en Satevó, Chihuahua, fue quemada viva Lugarda Ruiz, abuela de José Rodríguez, general villista. Después de ser bañada en gasolina y al percatarse de que el soldado encargado de quemarla no traía cerillos, ella misma sacó de su delantal una caja gritándole: “Toma, bandido, no te detengas”. Era increíble el gusto que tenía por quemar vivas a sus víctimas. Esto mismo hizo con Feliciana González de Quiñones y su hija en Santa Rosalía, con la anciana Luz Portillo Viuda de García y su nieta Luz Portillo viuda de Sánchez en Ciénega de Olivos y con doña Celsa Caballero viuda de Chávez en Jiménez, entre muchos otros casos.

En Namiquipa se dio la conocida violación tumultuaria de mujeres entregadas a la chusma por el mismo Villa. Entre las víctimas incluso hubo niñas de trece años.

Quizá uno de los asesinatos más conocidos es el que Villa cometió en Jiménez contra la familia González, amigos del bandolero. Ahí, escondiéndose incluso de sus mismos hombres, Villa mató a Antonia, a su hija adolescente Sara y él mismo tomó a una niña de nueve meses, la más pequeña de las hijas de Antonia, y la estrelló contra el suelo. En la casa de la familia González hubo varios testigos que presenciaron la bestialidad del Centauro, del Héroe Nacional.

Uno de los asesinatos más conocidos es el que Villa cometió en Jiménez contra la familia González, amigos del bandolero. Ahí, escondiéndose incluso de sus mismos hombres, Villa mató a Antonia, a su hija adolescente Sara y él mismo tomó a una niña de nueve meses, la más pequeña de las hijas de Antonia, y la estrelló contra el suelo.

La historia familiar suele convertirse en una carga. Los padres cuentan a sus hijos las historias de los abuelos y de los bisabuelos. Los miedos y traumas se heredan. Los odios también. Los Herrera Cano tuvieron que cargar con la muerte de casi toda una generación. De los siete hombres que conformaban la familia sólo uno sobrevivió a la guerra. Las tres mujeres, la viuda de José de la Luz y las hermanas Dolores y Florencia, junto a las viudas y sus hijos, tuvieron que huir de un lugar a otro porque los villistas querían cumplir los deseos de su general. Sobrevivieron pero heredaron el horror y la muerte a sus hijos, que también lo transmitieron a las siguientes generaciones y éstas a la mía. Cada generación resolvió esta carga como pudo, y es absurdo que intente solucionar algo del pasado. Esa familia nunca pensó más allá de lo inmediato, mucho menos en sus bisnietos. Tal vez es momento de olvidar esa historia. Pero, cada vez que se escuchan vivas a Villa, la conciencia de que se está hablando de un personaje totalmente distinto empuja a los herederos de ese horror a mostrar el otro punto de vista.

¿Qué sería Francisco Villa hoy? Probablemente pertenecería al crimen organizado, no sería un representante de la sociedad. Queda claro que la historia nacional siempre ha sido manipulada por la clase política en turno. Hace unos años, durante el festejo del bicentenario, Villa estuvo semioculto. Tal vez el gobierno federal no desea ensalzar demasiado la imagen de un asesino. No importa, pronto será recuperado por alguna otra administración.

A pesar de la violencia y la destrucción que dejó a su paso, Villa se convirtió en una imagen poderosa, que fue pulida y domada por los herederos de aquellos que lo persiguieron. Ahora es símbolo de la lucha contra la impunidad y la delincuencia. Así, se convirtió en la imagen del mexicano bragado, entrón, revolucionario, duro pero tierno y justo. Su rostro se ha suavizado, ahora sonríe, ya no empuña la pistola. También llora, llora ante los niños de la calle en la Ciudad de México, llora ante la tumba de Madero, llora por los muertos de esa cruenta guerra. Katz y Taibo lo han elevado a categoría divina. La clase gobernante lo acoge en su seno. Es un santo. Un santo revolucionario. ®

Referencias bibliográficas
Celia Herrera, Francisco Villa ante la historia, México: Costa Amic Editores, 1984.
Friedrich Katz, Pancho Villa, México: Ediciones Era, 2000.

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Publicado en: Marzo 2014, Paisajes de guerra

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