Declaración de las canciones oscuras

Declaración de las canciones oscuras, de Luis Felipe Fabre

Casi 430 años después de la muerte del fraile español algunos pedazos de su vida, pero, sobre todo, de su muerte y las extrañas circunstancias en las que sus cuerpo fue corrompido y vuelto objeto de adoración, son retomados por Luis Felipe Fabre para crear Declaración de las canciones oscuras.

Luis Felipe Fabre. Fotografía tomada de Facebook.

A la hora más secreta de todas, justo en lo más oscuro de la noche, una maleta guarda el cuerpo de un hombre o los pedazos que de él quedan. Salen de Úbeda y tienen como destino Segovia para cumplir una misión que tiene a un alguacil y dos frailes como sus ejecutores.

Los restos no son otros que los de Juan de la Cruz, el autor de Cántico espiritual, aquel poema cuyos primeros versos escribió mientras vivía el abandono de Dios y de todos tras ser secuestrado por los Carmelitas Calzados en 1577, como castigo por no abandonar sus convicciones ascéticas.

Casi 430 años después de la muerte del fraile español algunos pedazos de su vida, pero, sobre todo, de su muerte y las extrañas circunstancias en las que sus cuerpo fue corrompido y vuelto objeto de adoración, son retomados por Luis Felipe Fabre (Ciudad de México, 1974) para crear Declaración de las canciones oscuras (Sexto Piso, 2019), una novela que se asienta en Noche oscura, el poema que se cree escribió el hoy declarado santo tras escapar de su cautiverio en 1578, nueve meses después del rapto.

1. En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

Al año de la muerte del polémico fraile su cuerpo o los restos que de él quedaban, otra vez, sin ser notados, salieron a oscuras, en la hora más secreta de la noche, atravesando bosques y montañas, desafiando su aroma a santidad y la ira de un pueblo que arderá al notar el despojo de su santo.

La travesía de estos tres hombres, el alguacil, los dos frailes, Diego y Ferrán, compone una sátira bien calculada que, pese a la complejidad de su lenguaje, logra ese aire místico, extático, pero al mismo tiempo desenfrenado, como la lucha entre el ascetismo y los placeres.

De Segovia hay noticias: doña Ana de Peñalosa hizo trámites para que el cuerpo tuviera su última morada cerca de ella, en Segovia. Dormían todos en el convento cuando golpes en la puerta llamaron: el alguacil de la corte Juan de Medina Zevallos o Cevallos o Francisco Zeballos anunciaba su llegada al convento de los carmelitas descalzos de Úbeda (Andalucía).

Y, aunque muerto el fraile, aseguran, no dejaba de traer problemas. ¿Cómo llevarían los restos del hermano Juan de la Cruz sin que nadie lo notara, si el olor a flores de su santidad era lo más indiscreto? ¿Qué pasaría si las gentes de Úbeda notan que al que profesan adoración se lo han llevado en pedazos como un trozo de jamón?

La travesía de estos tres hombres, el alguacil, los dos frailes, Diego y Ferrán, compone una sátira bien calculada que, pese a la complejidad de su lenguaje, logra ese aire místico, extático, pero al mismo tiempo desenfrenado, como la lucha entre el ascetismo y los placeres.

El planteamiento de Fabre es innovador en muchos sentidos: una novela que desarma los versos de Juan de la Cruz para contar otra historia; una novela de corte caballeresco, creada en los últimos años, dividida en libros y con sumarios sobre las canciones de Noche oscura o de Cántico espiritual, que habrán de guiar el destino de los viajeros, además de un lenguaje que simula con precisión al de la época. ®

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Publicado en: Éstos son nuestros papeles

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