Carta a Lucille

B. B. King se despide

Todo eso fue antes de conocerte, mi bella negra. Sé que no fui perfecto y que te fui infiel, tuve otras mujeres, muchas mujeres a decir verdad, ¿cómo negarlo? Mis quince hijos son prueba de ello, pero ninguna relación en mi vida fue tan duradera como contigo, Lucille.

A la viuda de B.B. King

Lucille, mi amor, ¿cuántos kilómetros hemos recorrido juntos desde que nos conocimos? Ahora soy viejo y la memoria me falla, pero recuerdo que fue a mediados de los años cincuenta, en ese pequeño poblado llamado Twist, en Arkansas. La fecha se me escapa pero… ¿cómo olvidar aquel baile donde tu belleza provocó un incendio?

B. B. King por © Jim Zahniser.

B. B. King por © Jim Zahniser.

Me duele todo el cuerpo al reírme de esa ocasión cuando dos hombres peleaban por ti a un costado de la pista, mientras los demás bailaban como desaforados sin percatarse de la trifulca. Esos dos inconscientes patearon un tanque de queroseno y todo se volvió un infierno.

En ese entonces yo era parte de la banda y pudimos escapar a tiempo, aunque ya era demasiado tarde pues me encontraba prendado de ti, mi negra hermosa. Por eso, cuando me di cuenta de que seguías adentro del salón, desafié las lenguas de fuego que parecían querer consumirte y te saqué de ahí. Sí, lo sé, fue una tontería de mi parte, mas en ese momento supe que nunca te dejaría ir.

Lucille, Lucille Gibson. Ese nombre se volvería inolvidable para mí. Hoy, casi sesenta años después, mi corazón late con emoción al recordar todas esas noches interminables que pasamos juntos. Aquel frémito que nacía del corazón y que me recorría todo, esa vibración turbulenta y palpable desde el tórax hasta los pies provocada por el roce de mi mano sobre tus caderas al tiempo que ronroneabas como una gatita, mi amada Lucille.

Oh, baby, vivimos grandes momentos juntos, no cabe duda de ello. Ha sido un largo y sinuoso camino el que he recorrido desde el 16 de septiembre de 1925, cuando en entonces este no tan gordo negro vio la luz en una plantación de algodón en Itta Bena, Mississippi. Pronto mis manos —esas manos que se posan sobre ti cada noche— me sacaron del campo, Lucille, pues ganaba más en la calle recibiendo dinero de extraños tocados por mi música.

Todo eso fue antes de conocerte, mi bella negra. Sé que no fui perfecto y que te fui infiel, tuve otras mujeres, muchas mujeres a decir verdad, ¿cómo negarlo? Mis quince hijos son prueba de ello, pero ninguna relación en mi vida fue tan duradera como contigo, Lucille.

Ha sido demasiado larga mi vida, estoy muy cansado y me siento triste. Tú más que nadie sabe que me he enfrentado contra la pobreza, contra la discriminación, contra la diabetes. A todas las vencí, aunque algunos digan lo contrario. Cariño, ¿quieres saber la verdad? Lo cierto es que hay una mujer oscura que ha venido por mí. Lo siento, Lucille. Debo irme con ella, es tan negra, tan magnífica, tan inevitable, que nadie puede escapar a su abrazo.

¿Qué tan triste puedes estar? No lo estés, querida, recuerda lo que siempre solía decir cuando aún era el rey: “Tú tienes un alma, tú tienes un corazón, tú tienes el sentimiento de que tu música es vida. La vida que vivimos en el pasado, la vida que estamos viviendo hoy y la vida que creo que viviré mañana”.

Fueron buenos momentos, Lucille, pero hay que dejar que los buenos momentos corran. He estado decaído, la emoción se ha ido y no volverá. Es hora de irme, baby, extrañaré esas sensuales cuerdas que te hacían vibrar como una mujer enamorada, solitaria y melancólica, aunque no fueras más que una guitarra. Adiós, mi reina.

Siempre tuyo,
Riley Ben.
Las Vegas, Nevada
14 de mayo de 2015. ®

“¿El mejor método para viajar? La música.”

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Publicado en: Música

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