Crímenes sin castigo en Cajamarca

La Ley de impunidad 30151

Policías asesinos, congresistas corruptos que extravían sus expedientes y no pueden ser juzgados, médicos que esterilizan mujeres de manera sistemática, ex presidentes que indultan narcos y que lavan dinero: todas las pruebas del mundo en las narices de los ciudadanos y todos, absolutamente todos impunes ante la ley.

Cajamarca, "Conga no va".

Cajamarca, «Conga no va».

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Hace algunos meses, contratado por un periódico local, escribí un relato para una colección literaria dedicada al colegio. El objetivo de esta campaña era fomentar la lectura entre los estudiantes de secundaria del Perú, acercarlos a la narrativa de escritores peruanos con textos que hablaran de ellos: de su vida en las aulas, de sus ritos de paso, de sus amores, miedos y alegrías en el proceso de crecer aprendiendo.

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El 3 de julio de 2012 una violenta protesta entre opositores al proyecto minero Conga y las fuerzas del Ejército y la Policía Nacional en Celendín, Cajamarca, dejó cuatro muertos y una treintena de heridos graves. Todos los fallecidos presentaban impactos de bala. José Faustino Silva Sánchez, de 35 años, recibió un balazo en la región occipital. Paulino García Rojas, de 40 años, recibió un balazo en el pecho. Joselito Sánchez Huamán, de 29 años, recibió un balazo en la boca. César Medina Aguilar, de 17 años, estudiante del colegio Pedro Paula Augusto Geshil, recibió un balazo en la cabeza cuando salía de una cabina de Internet. Murió instantáneamente.

“El azar de Melody”, el cuento que escribí para el proyecto de lectura estudiantil, estuvo inspirado en esos hechos.

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“El azar de Melody ” es la historia del maese Antonio, un joven maestro capitalino que rompe con su entorno social y abandona Lima para enseñar literatura en una escuelita miserable de Celendín. Sus estudiantes son niños cajamarquinos que lo quieren y lo respetan porque los hace reír con trucos y juegos de azar; pero sobre todo porque en las horas de clase, con poemas fotocopiados en rumas de viejos papeles, les abre la puerta mágica de la poesía peruana. José Watanabe, Enrique Verástegui y César Vallejo son algunos de los poetas que se leen y recitan en el aula de la escuela nacional y que, en un mundo imaginado, no tan lejano, hacen vibrar y llorar a este grupo de adolescentes.

La escuela es su refugio. El lugar que los protege de la ignorancia y de la violencia. El campo se ha vuelto bárbaro e inhóspito. Sus padres, madres y hermanos se movilizan, luchan colectivamente y sin desmayo para detener el proyecto minero. Se enfrentan sin miedo contra grupos de policías que trabajan como milicia privada al servicio de la mina.

La escuela es su refugio. El lugar que los protege de la ignorancia y de la violencia. El campo se ha vuelto bárbaro e inhóspito. Sus padres, madres y hermanos se movilizan, luchan colectivamente y sin desmayo para detener el proyecto minero. Se enfrentan sin miedo contra grupos de policías que trabajan como milicia privada al servicio de la mina por doscientos soles. Saben que en Cajamarca, sólo en noviembre de 2011, más de doce ciudadanos fueron heridos de bala en las primeras protestas contra Conga. Conocen bien el caso de Elmer Campos, quien, luego de recibir dos disparos —uno en la espalda y otro en la columna—, quedó parapléjico. Están al tanto de los cinco dirigentes comunales opuestos a la minera que fueron asesinados en circunstancias misteriosas, y hasta el día de hoy recuerdan al veterinario y dirigente ambientalista Edmundo Becerra, uno de los principales opositores al proyecto de explotación del cerro San Cirilo, quien fue asesinado de diecisiete balazos cuando cuidaba a sus animales en el campo.

Lo saben pero no se rinden ni claudican. El miedo se asimila cuando la lucha comunitaria es justa e irreversible. Sus protestas suelen ser pacíficas. Marchas y banderolas y gritos destemplados de ¡Conga no va! Para muchos policías —que los amenazan y los maltratan y, de una patada, les botan la olla comunal al suelo— ellos no son más que perros.

Estos comuneros prefieren la muerte en manos del Estado peruano que dejarle a sus hijos, los niños de Cajamarca, una tierra muerta.

Aunque el pueblo está en estado de alerta permanente, nadie tiene la menor idea de lo que está a punto de ocurrir. Mi cuento se inicia semanas antes del 3 de julio. Hay un golpe de efecto final que hace referencia a los muertos y al luto de toda una población compungida que los llora mientras pasea sus féretros por la Plaza de Armas. El esplendor de la poesía que aprenden los niños en la clase del maese Antonio se teñirá de rojo con la sangre de sus amigos y familiares. Así como en la realidad, donde la justicia peruana acaba de liberar de todo cargo a los que dispararon contra ellos, nada termina bien.

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Siete meses después de la protesta contra Conga, el horror de la violencia se transforma en el absurdo de una impunidad generalizada, que amenaza con borrar del imaginario público —de una vez y para siempre— las nociones más básicas del derecho y la justicia.

Policías asesinos, congresistas corruptos que extravían sus expedientes y no pueden ser juzgados, médicos que esterilizan mujeres de manera sistemática, ex presidentes que indultan narcos y ex presidentes que lavan dinero: todas las pruebas del mundo en las narices de los ciudadanos y todos, absolutamente todos quedando impunes ante la ley.

La mina de Conga. Foto © La República, Perú.

La mina de Conga. Foto © La República, Perú.

El principal protagonista de esta tragicomedia es un presidente que siempre está ausente y soporta cabizbajo las amenazas públicas y los cocachos mediáticos de la CONFIEP. Si aparece en cámaras es para hacer el ridículo, alzando la Copa de un Mundial de Fútbol al que no vamos hace treinta y dos años.

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Es, precisamente, bajo su mandato que se acaba de promulgar la Ley 310151. Ésta es, quizás, la ley de la impunidad por antonomasia. Ha sido creada para eximir a los policías y a los miembros del Ejército de responsabilidad penal cuando, al hacer uso de fuerza letal, produzcan lesiones o muerte.

En breve: se les da licencia para matar sin miedo ni remordimiento, de la misma manera como mataron a los cinco civiles de Celendín y Bambamarca. Se acabaron las denuncias, las investigaciones y las sanciones penales. Se acabaron las garantías judiciales para la sociedad civil. Los excesos represivos que vendrán cuando Yanacocha decida retomar Cajamarca ya no tendrán límites ni castigo. No llama la atención que el presidente le haya dado luz verde a esta vergonzosa ley que ha sido observada con muchísima preocupación por la CIDH y Amnistía Internacional. Los ecos de Madre Mía y de su oscuro doble resuenan en los salones del Palacio de Gobierno.

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Salvo los minúsculos y heroicos gestos de resistencia en las redes sociales y el valioso trabajo de los activistas y los colectivos civiles, la pregunta que cae como sentencia es qué se está haciendo para detener una posible nueva masacre en Cajamarca. ¿Dónde está la indignación conjunta por el fallo que exculpa a los ejecutores de cinco civiles y archiva la masacre policial en Celendín? ¿Dónde está la voz de los intelectuales? ¿Por qué tanta gente importante se queda callada? ¿Será que las personas en Cajamarca son, como dice Alan García, “ciudadanos de segunda clase”? ¿Será que no importa cuántas mueran o sean mutiladas por las balas de la policía nacional, la idea es siempre asegurar el progreso infinito y las parrilladas veraniegas de los que ponen muros y carteles de PROPIEDAD PRIVADA en las playas públicas del Perú?

La pregunta que cae como sentencia es qué se está haciendo para detener una posible nueva masacre en Cajamarca. ¿Dónde está la indignación conjunta por el fallo que exculpa a los ejecutores de cinco civiles y archiva la masacre policial en Celendín? ¿Dónde está la voz de los intelectuales?

¿No es acaso esa una forma de violencia?

Esa impunidad contagiosa que nos arrastra a un abismo legal sin precedentes, ese profundo racismo y desprecio por la vida humana de los que siempre se han sentido superiores, esa desidia y ese silencio innoble de los que deben alzar las voz para proteger a los más indefensos, esa grosera doble moral de sociólogos y politólogos y comunicadores que escriben sus columnas y dan entrevistas defendiendo Conga mientras trabajan alegremente para Yanacocha, ese terrorismo verbal de periodistas conservadores que defendieron a Fujimori y ahora llaman “radicales anti-conga” y “mercenarios” a los pocos valientes que se la están jugando por Cajamarca…

Si todo esto, que debería llenarnos la cara de vergüenza, no es violencia, señores… ¿entonces qué es? ®

Publicado originalmente en e360°

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Marzo 2014

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