Jesús también fue perseguido en su tiempo, espiado por los poderosos de su época, y lo crucificaron.
—Andrés Manuel López Obrador
Cuando el pícaro Dios creó el mundo y sus moradores, y entre tantas otras cosas más un país llamado México, un ángel le preguntó por qué lo colmaba de tantas riquezas naturales. No hay de qué preocuparse, respondió el creador, lo poblaré con mexicanos… Este viejo chiste se cuenta ocasionalmente para reírse de la imagen estereotipada que los propios mexicanos han configurado de sí mismos, y que no pocos asumen como axioma incontestable: el mexicano es indolente y taimado: no hay que fiarse de él.
Desde luego, quien de verdad pensara así sería un racista redomado, aunque si en este país existe una raza que ha degradado la esfera pública a estratos nauseabundos y dado el peor ejemplo a los mexicanos ésa es, precisamente, la de la clase política —aunque no la única. Para Nietzsche el hombre era el cáncer de la tierra; bien, una gran mayoría de políticos, de izquierda a derecha, son el cáncer de esta tierra.
“Éstos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo estos otros”, decía Groucho Marx, cuyas ingeniosas sentencias son verdades científicas, como la siguiente, aplicable perfectamente a los congresistas locales y cuya autoría querrían para sí no pocos académicos: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. El juicio de Fernando Vallejo también es implacable, a la pregunta “¿No hay ningún político que le parezca honorable?”, responde (cambie colombiano por mexicano, por favor):
Eso sería un oxímoron, como sol oscuro, una contradicción en los términos. No puede haber un político colombiano honorable. Político es sinónimo de bellaco. A la mezquindad de los políticos se ha venido sumando la rapacidad y la ignorancia […] Más mamones de la teta pública, más zánganos que sostener.1
No es éste el lugar para extenderse sobre la historia [oficial] mexicana que los políticos han saturado de héroes que se aporreaban entre sí y de villanos transformados en marmóreas estatuas. Baste decir que desde la Independencia en 1821 culminada por un aristócrata que sería coronado efímero emperador hasta los ridículos tiempos que corren, la historia fue zarandeada por la pugna entre dos grandes bandos ideológicos: el conservador y el liberal, que se dieron con todo en las guerras de Reforma, y que durante la Revolución los numerosos caudillos del norte y del sur combatieron fieramente entre ellos —lo que a estas alturas no importa: sus nombres conviven entrelazados en letras de oro en el Congreso de la Unión.
Poco después de la Revolución se fundó lo que más tarde sería el Partido Revolucionario Institucional. Durante setenta años el PRI tendría el monopolio del poder y aun ahora, ocho años después de haberlo perdido, se ufana de haber prodigado estabilidad, paz y progreso al país: los años maravillosos. Pero hasta un niño sabe que si algo debemos agradecerle es pobreza y atraso crónicos, desempleo, corrupción integral, saqueo incesante de los bienes públicos y una severa, acaso irreversible contaminación. Con el PRI se entronizó un falso Estado de derecho, patrimonialista, corporativo, paternalista, altamente burocratizado, adiposo, ineficiente —todo con la pequeña ayuda de sus amigos de la Televisión, la Iglesia, el Narco y no pocos Intelectuales—; el Partidazo heredó al país graves taras cuyas consecuencias aún padecemos y pagamos.
Un fantasma recorre México, el fantasma del populismo
Con Vicente Fox la derecha llegó al poder en el año 2000. No una derecha moderna ni muy inteligente, sino otra que había permanecido agazapada rezando y lanzando maldiciones contra la liberalización de la sociedad, contra los derechos de las mujeres y las minorías y a favor de la enseñanza de la religión [católica] en las escuelas oficiales. Una derecha que se halla a disgusto en el Estado laico de los liberales pero que aprendió muy pronto los vicios y las malas artes de sus predecesores. Como en los viejos buenos tiempos, un gobernador del Partido Acción Nacional (PAN) regala millones de pesos en la tierra del mariachi y del tequila al monopolio mediático más poderoso del país y a la Iglesia católica y encima manda a chingar a su madre —tal cual— a quienes no entienden su generosidad. (Los jerarcas de la Iglesia viven como lujuriosos pachás en mansiones de ensueño, salen en revistas de gente bien, juegan plácidamente al golf, asisten a la fiesta brava tanto como a misa y celebran sus onomásticos brindando con gobernadores y empresarios —ah, y con narcotraficantes dulcemente bendecidos.)
Todos pensaron que del vencido y desvencijado PRI sólo quedarían tepalcates regados por todo el país. Lastimosa equivocación: el gen priista, integrado en generaciones enteras de mexicanos, se activó en otro partido fundado originalmente para reclamar democracia y luchar por ella. En el Partido de la Revolución Democrática (PRD) confluyeron viejos priistas despechados, ex comunistas y socialdemócratas, académicos e intelectuales y hasta ciudadanos honestos —los hay— hartos de decenios de autoritarismo y corrupción. Pero un priista nunca deja de serlo, a pesar de lo que declaró Andrés Manuel López Obrador —uno de ellos— ante el eufórico portazo de ex correligionarios que se colaron al PRD durante la campaña electoral de 2006 en busca de puestos y prebendas: “El priismo es una enfermedad que se quita con el tiempo”. Vaya, en su caso y en el de su primer círculo, del más puro linaje priista, no parece ser así…
El regreso del caudillo
Lo único peor que un mentiroso es un mentiroso que también es hipócrita.
—Tennessee Williams
Peleado con el priismo de su estado natal, el tabasqueño ascendió inescrupulosa y meteóricamente a la presidencia del PRD y más tarde al gobierno de la Ciudad de México. Desde ahí López Obrador lanzó unilateralmente su campaña hacia la presidencia del país ofreciendo madrugadoras conferencias de prensa en las que ignoraba las preguntas incómodas. Su carisma es en gran parte producto de la desmesurada y frívola atención de los medios en esa época.
Lenguaraz, conservador y católico, Fox impulsó torpemente la popularidad del político tabasqueño con un frustrado intento de desafuero. Obrador punteaba como candidato a la presidencia y su discurso había seducido por igual a intelectuales, periodistas y gente de la calle. Por fortuna, no a todos. Una chica escribió en su blog en los tiempos de la furiosa contienda electoral:
¿Por qué no dice que en realidad su nombre es Manuel Andrés López Obrador y no Andrés Manuel? Lo que, curiosamente, cambiaría el AMLO por MALO. ¿O por qué ocultó, en entrevista con Joaquín López Dóriga, su verdadera religión? En realidad es presbiteriano. ¿Por qué se niega a exponer sus propuestas frente a empresarios, o por qué durante sus exposiciones no permite que se le hagan preguntas? ¿Por qué durante su administración en la Ciudad de México lo que menos promovió fue la transparencia en el manejo de recursos? ¿Por qué nunca se deslindó de René Bejarano y Gustavo Ponce? ¿Por qué no dice de una vez cómo hará para cumplir cada uno de sus 50 compromisos? ¿Por qué no quiere debatir con los otros candidatos? ¿Cuántas más preguntas sin respuesta deja López Obrador? Siendo así, la incertidumbre sobre lo que podría ser su gobierno es válida y justificable, el mismo López Obrador la alimenta [enigmatario.blogspot.com].2
Para consignar las burlas y mentiras consuetudinarias de Obrador hacen falta varias páginas (lo que ya se ha hecho, allí están, en las hemerotecas y en la Red). Como Jefe de Gobierno vetó la Ley de Sociedades de convivencia y encriptó los costos de construcción del segundo piso de la principal vía rápida de la ciudad —a la que endeudó escandalosamente—, regaló terrenos a la Iglesia católica, vetó la información y la transparencia y remató propiedades del Centro Histórico al hombre más rico del mundo (¿o el segundo?), todo ello al amparo de la consigna “Primero los pobres”. Bautizado “Rayito de Esperanza” por él mismo —no se ría—, como candidato a la Presidencia por la Coalición por el Bien de Todos arremetía contra la derecha con un destemplado discurso de izquierda pero con un programa robado al anciano priismo de los años setenta —no me crea a mí: compruébelo cotejando —críticamente, por favor— los cincuenta puntos de su Proyecto alternativo de nación [Grijalbo, 2006].
El representante de esa izquierda espuria recitaba lemas insulsos en su carrera hacia la residencia presidencial como “Honestidad valiente” y “Sonríe, la felicidad está por llegar”. Pero la honestidad lo repelía y la puta felicidad nunca llegó. López Obrador perdió las elecciones después de una campaña feroz y por unos pocos votos. Afloró entonces con más nitidez su talante antidemocrático: gritó fraude y millones le creyeron, incluyendo a intelectuales ofuscados e ignorantes fervorosos. Un fraude que nadie probó pero cuya sola posibilidad se alimentó de la atávica desconfianza en un sistema edificado en la trampa (el mismo que él como priista había ayudado a cimentar). Obrador y Calderón, el candidato de la derecha —y cuyo triunfo era “moralmente imposible”, alegaba aquél con su voz tipluda— alcanzaron más o menos 15 millones de votos cada uno. Madrazo, el priista, recogió 9 millones y la candidata socialdemócrata, Patricia Mercado, dos millones. Así, no está de más señalar que 26 millones de ciudadanos votaron efectivamente contra Obrador. Sin embargo, desde que inventó el mito del fraude el izquierdista apócrifo —y su estado mayor compuesto de priistas de vergonzoso historial: inmejorables compañeros de viaje— afirma que tiene al “pueblo bueno” de su lado. Incapaz de aceptar las reglas de una democracia endeble y defectuosa, y a la que desea descoyuntar, Obrador se proclamó “presidente legítimo” de México ante un zócalo lleno de fieles en una delirante, apoteósica y operística ceremonia teatral.
Y aún hoy, a más de dos años de distancia, hay “analistas” de medio pelo que siguen creyendo en el Obrador justiciero que encarna la rabia de los pobrecitos todos del país y por ello justifican no solamente sus mitos, chantajes y mentiras, sino su primitiva —priista— e irracional manera de hacer política. Escribe, por ejemplo, Jorge Zepeda:
Estoy convencido de que AMLO y las causas que representa son absolutamente indispensables para la salud de la República. […] Hay un linchamiento mediático de López Obrador que muchos están “comprando”. Algunos se preguntan qué hacer con esta piedra en el zapato que constituye su movimiento. Yo diría que pese a su retórica y su populismo, López Obrador es imprescindible.3
Por ello Zepeda justifica acciones violentas como la toma del Congreso: “El problema”, escribe, “es que no vivimos en un Estado de derecho, ni los problemas se resuelven con el diálogo”, una declaración que lo emparienta con Arnaldo Córdova y sus opiniones sobre la izquierda “violentita” y graciosamente corrupta —por desgracia no vivimos en Suecia, se lamentan los dos. Se olvidan Zepeda y Córdova de que, lo quieran o no,
A lo largo de veintidós años el país optó por una transición pacífica: de la reforma política que legalizó al Partido Comunista en 1978 a la derrota presidencial del PRI en el 2000. En ocho años, López Obrador ha llevado al país a la orilla de la guerra civil, ha dividido al país, ha sustituido la política por el odio y el rencor y ha envenenado la transición [Carlos Ramírez].4
¿Exageración? Manuel Camacho declaró poco después de las elecciones: “Si no se cuentan los votos, toda esta gente que trae ahorita una sonrisa, pues va a levantar un puño”, y en una manifestación en julio de 2006 un hombre portaba una pancarta que decía: “Haz patria, mata a Calderón” (la fotografía puede verse en la edición del 17 de julio del diario Reforma). Víctima del fraude inexistente —su mayor mentira, con la del “cerco informativo”—, Obrador odia a muerte al presidente Felipe Calderón y no oculta sus intenciones de bloquearlo y hasta de derrocarlo. A como dé lugar, con elecciones o sin ellas, López Obrador ansía el poder. Su estrategia recuerda la de los viejos maoístas: Mientras peor se pongan las cosas, mejor para nosotros. Calderón, por desgracia, no tiene a los mejores hombres de su lado, pero el “presidente legítimo” sí que tiene a los peores.
Ubicuidad sin crítica —ni autocrítica
Prefiero equivocarme personalmente a creer que tengo razón por consigna.
—Juan Goytisolo
Célebre como pocos escritores mexicanos —después de Fuentes y Paz, of course— y venerado hasta la [casi] unánime y soporífera abyección, Carlos Monsiváis, a quienes pocos leen y de quien muchos confiesan no entender sus rebuscadas ironías, se ha anulado a sí mismo: ¿cómo puede un crítico tan mimado por tantos poderosos ser siquiera un poquito peligroso? “A pesar de ser perredista, Monsiváis es el escritor mexicano vivo más interesante”, espeta inesperadamente Heriberto Yépez a sabiendas de que las dos afirmaciones son falsas,5 pues todos saben que es obradorista y que sus mejores obras pertenecen a épocas ya lejanas: Días de guardar, de 1971, y Amor perdido, de 1976 —más algunos textos sueltos de entonces a la fecha (se abren las apuestas: nunca será Premio Nobel…). Cacique cultural heredero de La Mafia de Fernando Benítez, becario vitalicio del Estado, multipremiado y homenajeado sin pudor por sus amigos en el poder —quizá sólo le falta ser compa del cardenal Sandoval—, tampoco es verdad que Monsiváis sea el más acabado cronista del país, como afirma el comentarista de futbol Juan Villoro al declarar en su enésimo homenaje, esta vez al recibir la Medalla de Oro de Bellas Artes:
[Carlos Monsiváis] es el turista japonés de la crónica. Llega antes que nadie. Cuando uno cree descubrir algún tema, se da cuenta [de] que él ya estuvo ahí, dejó su firma y compró souvenirs. A los cronistas nos ha despojado prácticamente de cualquier tema aquí en México.6
Villoro, tiernamente obnubilado por su mentor, alaba a un personaje imaginario. Monsiváis no es el gran registrador e intérprete de la cultura mexicana, pues de sus conocidos testimonios de los setenta dio un salto a 1985 y sus últimos temas de reflexión son más bien escasos y reiterativos.
¿Cuáles son sus crónicas o ensayos sobre la comunicación por teléfono celular, messenger o correo electrónico —que comparten texto, imagen y voz— como fenómeno masivo? ¿Cuáles son sus chistoretes sobre el esténcil, el culto a la Santa Muerte, el frontón en Tulyehualco y Tláhuac, el hip hop en Coacalco y Atizapán, las ferias en Milpa Alta y Xochimilco, la piratería en Tepito, el tianguis de la San Felipe de Jesús, el fútbol —de las barras, al femenil y al llanero—, las revistas o fanzines en Internet, los cholos de Neza, los emos…? Quizá lo correcto sea decir que es una devoción del anacronismo.7
¡Valiente cronista! (A cambio, Monsiváis se permite lanzar alborozadas y coquetas porras al joven periodista Alberto Tavira por la mención especial en la VII entrega del Premio Nacional de Periodismo que mereció su trabajo “Los Fox, su vida después de Los Pinos”, publicado en la revista Quién.8)
Monsiváis es intrigoso y chantajista en privado (lo personal es político). Si lo dudan, oh, incrédulos, lean las anécdotas de José Joaquín Blanco sobre la caprichosa manera en que El Escritor dirigía La Cultura en México y las revelaciones de Manuel Aceves sobre los arteros ataques monsivaítas a La Piedra Rodante; investiguen sobre las llamadas del Multipremiado a Carlos Payán, a la sazón director de La Jornada, para “sugerirle” el despido de Roger Bartra, entonces director de La Jornada Semanal, y de Luis González de Alba por haber denunciado a Elena Poniatowska, quien había plagiado párrafos de Los días y los años para La noche de Tlatelolco.9 Pero en el espacio público Monsiváis se muestra respetuoso y hasta políticamente correcto, permitiendo que le aplaudan ironías ya gastadas: una de las últimas, la del doctorado Honoris causa perdida por la Universidad Patito del Peje (¡Muchachos, aquí no hacemos examen de admisión, inscríbanse!). “Cierto, es chistoso”, dice René Avilés Fabila, y recuerda:
en mis años universitarios todos festejaban y repetían sus humoradas, con frecuencia simplonas. Francamente, a veces se acercaba más al bufón de la pequeña burguesía ilustrada que al hombre irónico, incorruptible, tenaz crítico del poder que, por ejemplo, fue José Revueltas, o al cordial y simpático revolucionario de siempre llamado Juan de la Cabada.10
El feroz crítico de cine Jorge Ayala Banco acusa a Carlos Monsiváis de “haber destruido a Jorge Arturo Ojeda, el mejor prosista de su generación”, y recuerda también aquellos años de poder omnímodo:
Durante diecisiete años aguanté las arbitrariedades de La Mafia por medio de Monsiváis […] La Mafia llevaba las cuentas del PRI, de la embajada rusa y de la UNAM mediante la Imprenta Madero […] Para La Mafia había personajes innombrables como los escritores Luis Spota, Ricardo Garibay o Elena Garro. […] No podías publicar en ninguna publicación cultural si no pertenecías a La Mafia o eras tolerado por La Mafia. Todavía los restos de esa mafia son los que controlan, e incluso las becas del Fonca son para quedar bien con los capos.11
Es también “el crítico más filoso y brillante de la derecha en México”, al decir del subcomandante Marcos. (¿Lo recuerdan?, un personaje casi olvidado que alguna vez concitara las pasiones de intelectuales veleidosos y quien afirmó desde la Selva Lacandona que López Obrador —“el huevo de la serpiente”— llevaría el país a la ruina —pero lo que éste le birló fue a muchos de sus fans.) Pero, tratándose de Obrador —y de la política y la historia—, el jacobino Monsiváis ha extraviado completamente la brújula: “No obstante sus múltiples errores, inferiores a los de sus antagonistas, [Obrador] sigue siendo una referencia fundamental”.12
La maestra de ceremonias es Jesusa Rodríguez, y nos presenta a Carlos Monsiváis y Sergio Pitol. Monsi, Monsi, Monsi, se oye en el Zócalo. Parece que a Pitol lo conoce menos gente. Y gente es la palabra con la que Monsiváis inicia el texto conjunto. Aunque antes hace un deslinde de Stalin; yo hubiera esperado más deslindes, sobre todo de personas que estaban en el escenario. Lo comprendo: cuándo termina. La gente es sinónimo del yo… Creo que lo que dice al respecto Monsiváis ya se lo había leído hace algunos años en algún ensayo. Habla del proceso electoral, de las campañas de odio, del conservadurismo, del miedo, de la democracia que cotiza en la Bolsa de Valores. Y agrega: La batalla por la democracia es permanente. Creo que en cierta manera reivindica a Trotsky. Afortunadamente no identifica a los electores del PAN con la derecha. Habla de legalidad y legitimidad. Termina con la misma demanda de todos y todas: voto por voto, casilla por casilla.13
Como se ve, Monsiváis no ha sido brillante ni filoso con la figura del “presidente legítimo”, como tampoco lo han sido decenas de académicos y comunicadores que también se atragantaron con el cuento del fraude (véase al mediático historiador Lorenzo Meyer dando fe en el tramposo documental de Mandoki). Monsiváis prefiere olvidar cuando Obrador, enfurruñado por el regaño que le hizo El Cronista por el bloqueo de la Avenida Reforma, le prohibió en un mitin zocalero subir al estrado y merodear por los desolados escenarios del megaplantón.14 Sin embargo, el Multipremiado Cronista no se deslindó cuando Obrador lo nombró “brigadista intelectual” —y a otros Ilustres— para que avalaran el apoderamiento porril del congreso y las calles.
Sí, la derecha es siniestra, malvada y bruta, pero eso sólo no sería suficiente para alinearse con un cacique conservador, igualmente intolerante y antidemocrático. ¿Y qué con la sana distancia respecto de todas las corrientes ideológicas y del poder? ¿Por qué, como ágiles porristas, detrás de Obrador marchan periodistas, intelectuales y académicos mediáticos? Por el proverbial odio de éstos a la derecha —una sin matices. Porque muchos de ellos se veían ya en importantes cargos públicos (algunos de sus más cercanos seguidores los tienen en la República Barataria —Susarrey dixit— fundada por el legítimo). O quizá porque ya imaginaban la utopía socialista en México y el fin de todas las injusticias. Como Obrador, creyeron que la victoria del PAN era inconcebible, “moralmente imposible”. Sociólogos, historiadores, comunicadores y documentalistas abrazaron la ocurrencia del fraude sin pestañear. El virulento odio a la derecha los despeñó en el abismo de la deshonestidad —bueno, no es la primera vez. Bien escribe un sagaz politólogo poblano:
Estar con la izquierda no equivale obligatoriamente a estar con una figura (López Obrador), ni viceversa. Como no estar con ella no equivale obligatoriamente a estar con “la derecha”. Decir lo contrario es una aberración fascistoide cuya única intención es inhibir la crítica en gente bienintencionada e inocente. O hacer gala de una ignorancia supina.15
Las posibilidades del odio
En la página electrónica El sendero del Peje [senderodelpeje.blogspot.com] se ha practicado con vesania y rabia, simultáneamente, la invectiva, la calumnia y las francas amenazas a los críticos de Obrador y se ha azuzado a los duros para reventar presentaciones de libros críticos, pero ninguno de sus epígonos ha protestado con el mismo fervor con que defienden al cacique, al tiempo que exhiben sus cordiales relaciones laborales con los temidos y denostados poderes fácticos: Carlos Slim y López Obrador agasajaron a Monsiváis regalándole un edificio del Centro Histórico para montar el Museo del Estanquillo, que alberga su colección de objetos de arte popular. A la inauguración asistió también el presidente de Televisa. El curador de la colección, un caricaturista troskista —¡una verdadera reliquia!— y creyente en el fraude, cobró nomás un millón de pesos por ese trabajo (Rafael Barajas, aka El Fisgón, nunca ha desmentido esta afirmación). ¿Han oído hablar de la izquierda dorada?
Las entretelas de la cultura nacional y las extrañas relaciones que se amarran en su seno dejarían perplejo a más de un ingenuo estudiante de Comunicación por el aparente antagonismo de sus actores. Pocos periodistas culturales se han dado a la tarea de documentar agravios e infamias, como recientemente lo ha hecho Carmen García Bermejo.16 Entre otros escabrosos temas que podrían seguirse documentando por su divertida y desvergonzada incongruencia están los siguientes:
- Perlas de sabiduría. La cantidad que le paga Televisa a Elena Poniatowska y a Carlos Monsiváis por sus fugaces intervenciones en la sección “En la opinión de” del noticiario de Joaquín López Dóriga.
- Las ganancias ocultas. Los honorarios de Carlos Monsiváis por la publicación en el año 2000 del endeble libro Las herencias ocultas en la editorial del Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América, auspiciado por Elba Esther Gordillo.17
- La noticia soy yo. Los jugosos honorarios que devengaba Carmen Aristegui en W Radio antes de que concluyera su contrato. En su programa Aristegui difundía rumores sin comprobarlos posteriormente (Hildebrando, Zongolica) y se comportaba como una diva, sin respetar el contrato que había firmado con la empresa. Aristegui, como todos saben, conduce un noticiario cotidiano en CNN —¡gobalifóbicos, al ataque!— y publica regularmente en el diario Reforma, con lo que también se embolsa grandes fajos de billetes. ¿Quién dice que el periodismo no deja?
- Durmiendo con el enemigo. El bonito triángulo sentimental entre la actriz y adelita mayor del Peje, Jesusa Rodríguez, la compositora Liliana Felipe y, ¡epa!, Beatriz Paredes, cabeza del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, que legó al país el sublime disco de boleros El loco afán (2003), con canciones de la presidenciable dirigente priista interpretadas por Denisse de Kalafe, Tania Libertad, Yekina Pavón y, entre otras más, Liliana Felipe. ¡Ah, qué tiempos aquellos, cuando los fraudes los cometía exclusivamente el PRI!
- ¿Sabes quién viene a cenar? El mohín y regaño de Jesusa a Serrat y Sabina por haber cenado con Felipe Calderón, cuando ella y Elena Poniatowska —y varios intelectuales y artistas más— asistían alegremente a las fiestas que organizaba Carlos Salinas.18
En Carlos Monsiváis, al igual que en López Obrador y muchos de sus porristas intelectuales, la semilla del priismo sigue germinando vigorosamente como el Alien en el vientre de sus víctimas.
Un país de traidores
El patriotismo es el último refugio de los canallas.
—Samuel Johnson (1709-1784)
Parece imposible escapar a esa castrante asimetría en la cual la crítica de los propios equivale a una traición: mejor critiquemos a los otros. (Pero si en alguna parte hay rencor y deseos de venganza es en el propio PRD, pulverizado por Obrador en su intento de controlarlo personalmente.)
Ante las repetidas acusaciones de traición de Obrador y sus seguidores a quienes cree que no están con él —incluyendo a Cuauhtémoc Cárdenas—, con su discurso, con su proyecto para “salvar a la patria”, para “defender el petróleo” de la imaginaria y perversa privatización (amasado con maíz por los dioses, por las venas del mexicano ahora corre chapopote), callan sus voceros académicos y periodistas. No hace tanto una legisladora fue amenazada de muerte por “traidora”, pero los intelectuales obradoristas están más atareados en limpiar la imagen del presidente legítimo y en defenderlo de las burdas acusaciones de fascista que lanzó la tosca derecha empresarial mexicana. ¡Si Obrador es Juárez, no Mussolini! (A pesar de que Obrador se refocila usando con “el pueblo” los mismos recursos retóricos que ensayaron Mussolini y, gulp, Goebbels.)
No hay señales de que el país pueda escapar en el corto plazo a la vorágine de enfrentamiento y encono. Quizá desde los tiempos de Santa Anna no se había visto mayor cinismo de la clase política: voraz, mezquina, miope y terriblemente insensible. Y uno de ellos, Andrés Manuel López Obrador, es el producto más acabado de largos años de indigencia moral, social, intelectual. Lo dijo James Parkes en un viejo y sensato libro:
Cuando se trata de actitudes de grupo y de actividades políticas, hay algo más que considerar. Existe el tipo immune al argumento: la personalidad con prejuicios que no tiene capacidad para hacerlo o para explicarlos razonablemente. En lo que concierne a este tipo, el problema no es curarlo sino hacerlo inofensivo.19
Pero a tantos intelectuales, por lo visto, eso les tiene sin cuidado. Roger Bartra está en lo correcto: “La izquierda podrá eludir el peligro de convertirse en una especie en extinción si recupera el ejercicio de la razón y de las ideas”.20 Si una ciudadanía responsable e informada no puede erradicar el mesianismo autoritario de López Obrador, el tiempo se encargará de ello, como se encarga ya en Cuba del decrépito Castro. Alienta Parkes: “Cada paso hacia una sociedad más estable y equilibrada reduce la influencia que puede ejercer un demagogo sobre personalidades inestables”.21 Y eso va también para ti, Monsi. ®
Rogelio Villarreal
Gracias por tu comentario, Paulina, desgraciadamente no ofreces ninguna refutación a los argumentos que se expresan en este artículo.
paulina
Una perdida de tiempo leer este articulo, lo peor es que es publicado por esta revista que es buena y pensante, pero al parecer no investigan al hacer los artículos o al publicarlos.
JOCO
Hace tiempo leia a Heriberto Yepez y a Rogelio Villareal en COMPLOT excelentes articulos que aun al revisarlos, eran magnificos, pero aqui no hay nada de ese Heriberto Yepez, hasta un niño se daria cuenta de eso…
arv
ha sido una verdadera perdida de tiempo leer este articulo, elaborado con la sarta de mentiras y absurdas calumnias que desde luego, fabrica televisa; además, como habitante del d.f., puedo asegurar que los gobiernos de izquierda han sido los que realmente han construido una mejor calidad de vida, no como los de la derecha pan-pri. Verdaderamente te digo, que los comentarios que aqui colocas tienen probables dos trasfondos:
1.- que seas un derechista imposibilitado para hacer una verdadera critica de la historia de mexico, o
2.- que seas un ignorante de la misma (una cosa lleva a la otra)
es decir: los mexicanos que desconocen la historia de su pais y hoy en dia la historia mundial, solo pueden hacer gala de su ignorancia al apoyar en estos tiempos las estructuras de derecha, o las antidemocraticas
la info de los segundos pisos existe, y esta al alcance de todos
todo lo que dices de amlo son calumnias y chismes baratos, dignos de un periodismo de 10 ctvs. ahi te ves
ernesto castro
antes que nada felicidades, por tu articulo estoy de acuerdo que para eso es la libertad de expresion!, no me declaro seguidor de ningun partido, pero de que todos hacen trampas las hacen si no es asi como pueden llamar la atencion del pueblo, de nada sirve tener buenas ideas si no te ponen atencion,quizas con andres manuel,las cosas hubiesen seguido igual en mèxico, pero hay que reconer que si tuvo mucha popularidad fue por decir las cosas como son como la ciudadania las ve, todo sabemos que hubo algo raro en las eleccion 2006, pero bueno es mas que lojico, que no pasara a mayores este tema, ya que la ignoracia del pueblo la permite y sobre todo el miedo y a lo que a carmen se refiere si me parece que es una periodista de las pocas mas o menos honesta, en fin hay tanto que opinar que se necesitaria un debate nacional entre jovenes,trabajadores,profesinistas, campesinos, inteclectuales etc., por que de algo estoy seguro solo a mexico lo salvara el dia que todos trabajemos unidos para ayudar al projimo, defendamos nuestrso derechos y perdamos el miedo ningun partido nos sacara adelante solo nosotros mismos como ciudadanos, hay tanto que se pierde en mèxico (fauna, flora, vidas, empleo).
por ultimo quiero comentar felicitaciones a todos por que este blog es de los pocos que no contienen agresiones entre los participantes felicidades por ello.
viva mexico!!
Rogelio Villarreal
Gracias, Lourdes, qué gusto encontrarte por aquí. Un abrazo!
Lourdes Villarreal
Hola Rogelio, acabo de leer tu artículo y me gustó mucho, no hay un punto en el que no esté de acuerdo. Políticos de izquierda, centro, derecha, no encuentro distinción alguna cuando de anteponer intereses personales se trata (poder y/o riqueza), y tanto más despreciables son cuando se escudan en el «bien de los más pobres».
Pero no sólo el relajo de la política actual en México (y en el mundo, por qué no) es perturbador. Como su nombre lo indica, los ‘intelectuales’ deberían ser más inteligentes y críticos que yo, y hubo un momento de mi vida en que así lo creí. Pero con el paso de los años veo que no necesariamente es así. Se polarizan, se contradicen a sí mismos, hablan cuando no deben hacerlo y callan cuando deberían gritar… es inquietante.
Gib
http://www.youtube.com/watch?v=6cryezeqBQo&feature=related de antología.
ricardo hinojosa
Si lo leí y de hecho tú mismo al final del artículo separas a Monsiváis escritor del «gestor cultural» sin embargo en tu último artículo de plano lo descalificas también como escritor.
Claro que es válido cambiar de opinión pero me parece igual de soporífero el halago fácil ante la muerte, como la critica exacerbada para contrastar y diferenciarse de los cultos oficiales.
En fin, acabo de descubrir tu revista y créeme que me gusto mucho.
Creo que esta pseudopolémica no da para más.
Saludos
Alma Villarreal
Todos los políticos están cortados con la misma tijera, son las peores personas. Pero ya sasbemos que los priistas son tranzas y que los panistas son guadalupanos, pero López Obrador se disfraza de defensor de los pbres y precisamente los usa para llegar al poder. Con respecto a los periodistas, creo que en general no hay gran investigación ni compromiso. Y con respecto a Carlos Monsiváis, no soy su ferviente admiradora, pero como ya dije en otra parte de la revista, se nota un tufillo a rencor. Saludos.
Rogelio Villarreal
Puedes leer la parte restante de este texto en «El lado oscuro del buen Monsi», publicado en esta misma revista.
ricardo hinojosa
¿Quien escribio esto? ¿algun homónimo? o ¿la muerte es un buen momento para ir a contracorriente de las propias opininiones?
Por Rogelio Villarreal
Inobjetablemente, uno de los actores más ubicuos y determinantes de la cultura mexicana contemporánea, creador de crónicas vertiginosas y ensayos incisivos —imprescindibles si se quiere tener una visión igualmente irónica y erudita del tardío y atrabancado arribo de México a la modernidad, así como de otros momentos históricos— compilados en volúmenes de lectura y referencia obligadas como Días de guardar y Amor perdido. Azote de políticos y otros personajes públicos irremediablemente proclives al ridículo, al descaro y a la altisonancia; autor de incontables presentaciones, prólogos y artículos para otras tantas publicaciones; solicitadísimo conferenciante y profesor de literatura hispanoamericana en universidades nacionales y extranjeras; colaborador de casi todas las revistas mexicanas publicadas en las décadas de los ochenta y noventa, marginales o no —de La Regla Rota1 a Tele Guía—; introductor en los turbulentos años sesenta, vía el suplemento La Cultura en México, de una novedosa constelación de escritores y periodistas estadunidenses y europeos —de Tom Wolfe y Norman Mailer a Roland Barthes; sagaz contendiente de Paz en una célebre polémica y fortuito letrista de guaca-rock (el “Tlalocmán” de Botellita de Jerez), Carlos Monsiváis (Ciudad de México, mayo de 1938) ha sido también actor —el memorable santaclós borrachín de Los caifanes, Juan Ibáñez, 1967—, animador y testigo privilegiado de acontecimientos fundamentales para el reavivamiento de los derechos y libertades de la así llamada sociedad civil —ese proteico universo donde confluyen las consignas y demandas de homosexuales, feministas, chavos banda, amas de casa, colonos, estudiantes, artistas e intelectuales de Coyoacán y la Condesa— y para la reconfiguración de partidos y organizaciones de la democracia de centro-izquierda.
Dueño de un claridoso estilo apabullante y televisivo que echa mano con destreza lo mismo del sarcasmo que de la indignación, Monsiváis no ha dejado de escribir profusamente de política, historia, literatura, arte, espectáculos y de las diversas vertientes de su entrañable y vapuleada cultura popular nacional. Nada escapa a su escalpelo ni a su lupa, desde los tempranos monos de Jis y Trino —de quienes se volvió personaje en Santos y la Tetona Mendoza y a los que alguna vez tachó de “provocadores”— hasta los luminiscentes megaconciertos de la Banda Machos y el proceso penal de Raúl Salinas de Gortari, pasando por la colección de fotografías eróticas de Ava Vargas, las obras completas de José Vasconcelos y Salvador Novo, la época de oro del cine mexicano, los devaneos de María Félix y los contoneos de Tongolele y Ninón Sevilla, la pintoresca Familia Burrón, las pinturas de Tamayo y de Toledo y los cuatro decenios de Fidel Castro en el poder. Con el pelo completamente blanco y poco más de sesenta años a cuestas, Monsiváis se ha convertido, al decir de numerosos lectores, no sólo en el cronista por antonomasia de la capital, sino en la conciencia crítica y moral del país —honor que se le hace compartir con el sup Marcos y refrendado nuevamente con la aparición de Parte de guerra, escrito al alimón con Julio Scherer, en donde ambos periodistas revelan la responsabilidad inicial del Estado Mayor Presidencial en la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968….
Román M
Releo este artículo y sus comentarios después de haberme sumergido en otra seudo polémica sobre Aristegui: la gran Ella contra el cachorro Ciro (de cómo Aristegui difundió cintas donde manchaba a Carlos Marín, y Ciro defendió a su compadre en su columna).
Lo enlazo porque creo que Aristegui y Monsiváis son dos monedas con el mismo lado oscuro: lo mejor del periodismo, Mexicano. No del periodismo a secas, sino con el adjetivo de nacional. Exponentes de un periodismo que quiere denunciar, señalar, liberar, expiar y decir lo-que-ya-se-sabe y nadie quiere decir. Un periodismo un tanto marxista, nacionalista y sobre todo, poco profesional: un periodismo de caudillos.
Un periodismo cuyas consideraciones de lo que es ser un gran periodista no es tanto el desempeño laboral sino la compatibilidad de ideas. Sí, se investiga, se es incisivo, y se profundiza más allá de la declaración, pero en función de lo que realmente importa: exponer lo-que-ya-se-sabe.
Monsiváis fue un gran periodista literario. Pero de un estilo de periodismo. Basándose en la superioridad moral, Monsi se sumergió en la alabanza fácil producto de la empatía ideológica. Carmen Aristegui es heredera de este estilo. No basta con ser equitativo en dar micrófonos a los marginados, también hay que ser equitativo en el trato a los entrevistados.
Se murió el patriarca del periodismo de caudillos. Bien que queda un comité para cuidar su legado, y quién lo hubiera pensado, se hizo cuota de género con la tripartición femenina: Aristegui, Dresser y Lydia Cacho.
Rogelio Villarreal
Gracias, Natalia, por tus observaciones. Este texto lo publiqué hace dos años en otra revista; ahora sólo lo reproduzco aquí.
Natalia
Leer el artículo no fue tarea fácil. No lo fue porque la muerte de Monsiváis está demasiado cerca y no puedo evitar preguntarme las razones que te llevan a publicar una crítica tan puntillosa en este momento (¿por qué no antes?). Sin embargo, enlacé el artículo a mi página de facebook porque hay algo en lo que estoy de acuerdo y es en que la izquierda de este país necesita volver el rostro y mirarse a sí misma. Necesita evaluar y hacer recuentos y el tuyo, aunque no le falte rencor, enuncia puntos clave, ronchas incómodas y eso, me parece, es increíblemente necesario.
LA cosa con la que NO estoy de acuerdo es con lo que dices con respecto a Carmen Aristegui. Podrá ser cierto que devengaba «jugosos honorarios», pero ella es la única periodista en este país que utiliza su lugar de privilegio para informar lo que está pasando. De no ser por ella conflictos como el de los triquis en Oaxaca no tendrían ninguna presencia en la vida radial/televisiva. Antes de los muertos de la caravana, Aristegui ya había dedicado uno de sus programas en CNN a los conflictos con el pueblo triqui de Oaxaca, si Aristegui gana o no gana dinero es irrelevante, y es irrelevante porque ser jodido y morirse de hambre no es lo que te da el derecho a levantar la voz por las causas justas…