El arsenal de Guadalupe Dueñas

(19 de octubre de 1910–10 de enero de 2002)

Conocida por sus cuentos como “Historia de Mariquita”, “Al roce de la sombra” y “Las ratas”, entre otros, Lupita Dueñas merece también ser reconocida como poeta. Hoy, en su cumpleaños, compartimos una vista a su arsenal literario.

Guadalupe Dueñas.

Escritora, censora cinematográfica, guionista de televisión, asesora de teatro, editora y amiga entrañable, Guadalupe (Lupita, Pita) Dueñas es, sin duda, una de las voces más innovadoras e irreverentes del siglo XX.

* * *

Yo llevo un ángel triste

(Obras completas, 2017)

Yo llevo un ángel triste
un ángel que agoniza con mi duelo,
la pena que me asiste
lo clava en escalpelo
herido en el fracaso de su anhelo.

La hiel con que se nutre
la sed que me consume
es este tiritar sobre mis llamas.

Zapatos para toda la vida

(Tiene la noche un árbol, 1958)

La verdadera tragedia de mi vida comienza cuando mi padre quiebra en su industria de calzado.

Esto hubiera podido soportarse si no discurre separar los zapatos por número y calcular exactamente la cantidad de pares que todos los de casa deberíamos usar mientras viviéramos. Así, que, por ejemplo, si yo a los doce años calzaba del 19, a los veinte calzaría del 23 y, por lo tanto, tendría zapatos para la eternidad.

Colocaron los pares destinados a mi existencia en los ángulos de mi cuarto y aquellos ataúdes levantaron su escala hasta el cielo. Yo tenía tiempo, durante la noche, de contemplar la torre de grilletes que aprisionarían durante mi vida mis pies sentenciados.

Al abrir alguna caja, al azar, procurando que no se derrumbara la Babel, mi desconsuelo no tenía límite al descubrir unos choclos híbridos, de consistencia de hierro, que invariablemente, en hombre, parecían de mujer y, en mujer, se hubiera jurado que eran de hombre. Su color tornasol los acababa de hacer abominables. En otra caja descubría unas botas que soñaron ser de cabritilla y eran de lona, casi calicot, con hileras de muelas a los lados, en partes blancas y en partes con las caries de metal negro al descubierto, en donde se atoraban unas cintas kilométricas. No existía ni un solo par halagüeño; eran zapatos de tropa, para pies de forajido, con cascos de hierro como criptas.

Envidié a los tarahumaras y a los niños descalzos y soñé absurdamente que un camión me triturara para que mi papá fuera la única víctima de sus fracasos. Mi consuelo era que los pies no me crecían y procuraba andar muy quedo para no destruir nunca mis mocasines rojos.

Acabar con el calzado de puntas amarillas, con todos los guaraches, con aquellos botines que tienen chiquiadores en los tobillos, arrancar de las sandalias los moños de seda y quitarles lo sinuoso con baños de agua sucia, mutilar tentáculos de chancletas y escarpines y a todo trance no dejar zapatos, ni siquiera un cacle en donde enjaularan mis pies fue la idea fija, perturbadora, alucinante, que dominó mis días.

Para conseguirlo discurrí pertrecharme de herramientas: tijeras, navajas, una lija, piedra pómez y buenas alcayatas.

Evité dormir para caminar calzada a cuatro patas por los pasillos y el corralón empedrado. Empecé a estrenar dos veces por semana. Mis amigas tuvieron regalo el santo y el cumpleaños. Calcé a los limosneros del barrio. Con frecuencia dejaba algún zapato en las visitas, pero esto no dio resultado; las familias devolvían el huerfanito y me ocasionaban regaños y castigos. Fue mejor olvidar pares flamantes, escogido el número, adecuados a los niños de la casa.

A las zapatillas pespunteadas les tomé tal saña que muchas fallecieron bajo las ruedas del tranvía. Fue también un buen sistema recolectar bolas de chicle de todos los pupitres: son infalibles contra el raso y el glasé.

Pero el afán es agotante. A veces camino diez y más kilómetros persiguiendo con mi tirria la dureza de estos cueros embrujados que no sufren ni se alteran, y que soportan inmutables mis ampollas y mis pataleos. He inventado pasos que doblan el desgaste, pero estoy muriendo. Sus lengüetas asesinas me atormentan y las suelas se incendian con mi calentura. No hay manera de acabar con esta plaga. Inauguro seis grilletes cada día y apenas unas cuantas filas desaparecen. El blanco cajerío se aprieta malicioso mientras agonizo.

Es muy duro rasparlos con lija; muy difícil que se rompan dando saltos. Las uñas se quiebran y me sangran los diez dedos en esta lucha infortunada. A una legua de distancia el olor de la vaqueta me denuncia; no es que sude, lo que pasa es que metida en estos cepos cualquiera se deshidrata. Los modelos cada instante son más viejos, me avergüenzan. Hacen falta siete vidas para usarlos. No se acaban…

Sor Juana Inés

(Imaginaciones, 1977)

Apenas 17 años y le parece haber vivido siglos. Ahora vuelve a su pueblo y mira desde la ventana el sol que incendia el Izta y el Popo, testigos de su llanto adolescente.

Las Obras completas de Dueñas.

Entristecida, ve a las que fueron sus amigas infantiles caminar bullangueras a la feria del pueblo. Serpentea por las callejuelas el barullo de sus risas y su charla inocente. Les envidia el candor y la alegría, tan cerca de su ayer y tan remoto. Se pregunta si no fue, acaso, una fuerza oscura la que torció hacia los palacios su destino de provinciana; si fue un hado inclemente el que la arrastró a la encrucijada de sinsabores. ¿Anhelo del saber? ¡Bah! Ciencia ilusoria, amarga sal para su corazón sin infancia. ¡Qué mejor hubiese sido amanecer en el paisaje de Nepantla, ajena a los tormentos de la sabiduría, a leguas de los empeños de una casa, a centurias del lúgubre reino que puso garfios en sus pies y clavos en sus manos!

En este momento ha detenido el torrente de su ánima y ha vuelto al aire de reposo para remendar los jirones lacerados por el monstruo de siete cabezas: mundanal deleite que aturde y enloquece

… cuando sólo intento…
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.

Cavila, medita… ¿Volverá a encadenarse a los saraos de la corte?

Siento una grave agonía
por lograr un devaneo
que empieza como deseo
y para en melancolía.

Titubea y al fin decide huir, no volver el rostro hacia la ciudad en llamas… cadáver, polvo, sombra, nada. De espaldas a la escoria, ascender y ser libre. ¿Hay cosa más libre que el entendimiento humano que habla con Dios? Ya no fingirse feliz, hallar la verdad y la paz. Oasis de sed, remanso de la angustia.

Sí, escogerá la meta luminosa, lo jura por la nieve de los montes, por el sol moribundo de la tarde.

* * *

Espero que se acerquen a ella, pues sólo las lectoras y los lectores podrán colocarla en el sitio que se merece su obra punzante, desacralizadora y universal. ®

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Publicado en: Narrativa

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