El mal necesario

Amor del bueno

Todo enamoramiento parte de dos puntos irreconciliables, causantes de todos nuestros conflictos: uno, solamente valen la pena los amores desdichados, y dos, el verdadero amor siempre termina en un “y vivieron felices para siempre”.

Nos enamoramos de quien por uno u otro motivo no puede amarnos, y sufrimos o nos enamoramos de alguien que también nos ama, creemos que es para siempre, nos damos cuenta de que eso es imposible y sufrimos. Lo peor del caso es que en nuestra cultura es prácticamente una ley que el amor tiene que ser directamente proporcional al sufrimiento, creemos que “vale la pena” sufrir por amor. De hecho, la mayoría de hombres y de mujeres pensamos muy en el fondo que soportar el sufrimiento causado por el amor es una virtud y dedicamos la vida a pasar de una relación tormentosa a otra preguntándonos por qué no somos felices si “lo hemos dado todo”.

Herederos voluntaria o involuntariamente de la tradición judeocristiana asociamos el amor verdadero a la autoinmolación, el amor para nosotros está íntimamente ligado a la idea de sacrificio, de entrega y de martirio. “El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, reza la epístola de Pablo a los Corintios, y ése es el único concepto de amor que conocemos y que logramos entender.

Entonces, cuando la oportunidad de entablar una relación con una persona que está dispuesta a amarnos se nos presenta la rechazamos casi automáticamente. Ahí surgen los famosos “Te quiero pero como amigo(a)”, que en realidad significan “Eres un gran chico(a), pero esperaré a que aparezca alguien que no me valore, no esté interesado(a) o ya esté con alguien más para que pueda sufrir como me gusta y sentir que por eso soy el hombre/mujer que más ha amado sobre la Tierra”.

Todo lo anterior parece muy simple aunque en realidad forma parte de un complejo mecanismo que es fácil señalar pero complicadísimo desinstalar, ya que lo asimilamos desde muy pequeños y sin darnos cuenta siquiera. Pensemos por ejemplo en la literatura o en cualquier obra de arte occidental en general, el amor es un tema central, siempre está presente en mayor o menor medida, pero no es el amor realizado y pleno el que interesa al artista, es el amor prohibido, el adúltero, el secreto, el imposible. Sufrir por amor es parte de nuestra identidad cultural, nacemos insertos en una tradición que concibe al amante como un doliente y al amor como un padecimiento capaz de sublimar el alma. Es justamente ese lugar privilegiado que se le ha dado al amor en nuestra cultura el que lo ha convertido en la principal arma mercadológica y de adoctrinamiento (léase: telenovelas) de nuestros días, “cualquier cosa, cualquier precio por amor”.

Herederos voluntaria o involuntariamente de la tradición judeocristiana asociamos el amor verdadero a la autoinmolación, el amor para nosotros está íntimamente ligado a la idea de sacrificio, de entrega y de martirio.

Además, no basta con amar y padecer, debemos ofrendar nuestros sacrificios amorosos, el amante debe demostrar siempre y ante todo la grandeza y la pureza de su amor. No se puede amar en completo silencio, es por eso que los amores prohibidos se vuelven fervientes amores epistolares y los amores no correspondidos se cantan en poemas desoladores. No basta con soportar heroicamente las heridas, hay que exhibir las llagas con la firme certeza de que “al menos hemos conocido el amor”, el mismo que orilló a Dante a descender al infierno.

¿Y qué ocurre cuando el objeto de nuestro enamoramiento nos corresponde? ¿Cómo le mostramos a nuestra pareja que “es el amor de nuestras vidas”? Por supuesto, a través del sufrimiento. Una pareja que de verdad se ama no se puede permitir escatimar en lágrimas, gritos, súplicas y promesas imposibles, motivos sobran, si no existen intrigas se pueden inventar. Lo importante es demostrar hasta dónde estamos dispuestos a sufrir por la pareja, porque solamente así sabrá que de verdad la amamos. El verdadero amor exige toda clase de sacrificios y múltiples mutilaciones al Yo si queremos conservarlo y debemos entenderlo y aceptarlo así, a pesar de que casi nunca de resultado…

Tarde o temprano llega el día en que uno de los dos ya no siente deseos de seguir siendo partícipe de la inmolación cotidiana (al menos no en ese escenario) y entonces el amor termina. ¿Cómo afrontamos la pérdida? Claro, haciendo un nuevo performance de nuestro sufrimiento, escribimos cientos de páginas rabiosas, bebemos, “dejamos que salga”. Pensamos por un instante que no vale la pena, que el amor no tiene por qué ser así, que podemos estar con alguien que nos valore, que sea un verdadero compañero para el resto de nuestras vidas, que se comprometa, que sufra por nosotros… ®

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Publicado en: (Paréntesis), Febrero 2012

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