El mito islámico y la candidez occidental

Religión de paz, sumisión y conquista

La paz de la que habla el Corán no es la paz según la entendemos la mayoría de los occidentales: la paz del Corán es la que los fieles de Alá tendrán una vez que hayan implantado en todo el mundo la fe islámica.

Omar Mateen, el asesino del bar Pulse.

Omar Mateen, el asesino del bar Pulse.

Barack Obama, alguien sistemática e irreflexivamente acusado de ser partidario del islamismo, no ha sido el único presidente o figura política occidental que en sus discursos referidos al terrorismo musulmán ha optado por plantar una posición de respeto y tolerancia, estableciendo una línea divisoria entre “el verdadero islam” y los “fundamentalistas islámicos”. La masacre de Orlando fue el más reciente ejemplo en la lista de correcciones políticas, cuando el presidente estadounidense desarrollaba su estrategia de sensatez y sentimientos ante la posible oleada de reacciones antimusulmanas luego del ataque terrorista en el club gay Pulse.

Pero el asunto viene desde los periodos de Bill Clinton y George W. Bush. También ellos, mientras ofrecían explicaciones sobre contraataques o invasiones al Medio Oriente, siempre se apresuraban a aclarar que aquello no se trataba de una “guerra de culturas”, que respetaban al islam, como una “religión de paz”, y a los “verdaderos musulmanes” como personas amables, educadas y respetuosas, muy distintas de aquellos perversos terroristas que habían desvirtuado los preceptos originales del Corán.

Esa idea de que existen musulmanes civilizados conviviendo, rezando pacíficamente en sus templos construidos en ciudades occidentales, o incluso naciones musulmanas cuyos Estados no son partidarios del terrorismo y la violencia, se sostiene en el mundo moderno como una alentadora posibilidad, como el ideal ilustrado de un planeta que, según la media de pensamiento del siglo XXI, va camino hacia la convivencia de credos y corrientes filosóficas, a menudo antagónicas.

Por desgracia, no es suficiente con que existan musulmanes pacíficos si no existe un islam pacífico. Al comprender que el “verdadero islam” no es el de la paz y la concordia sino el de la guerra y el sometimiento quizás entendamos como, creyendo que abrimos nuestro corazón a un prójimo de creencias distintas, en verdad sólo estemos cayendo cual mansas palomitas en la trampa del embuste y la simulación.

Taqiyya

Según las enseñanzas del Corán, la taqiyya (o kitman en el contexto chií), significa “prevención”, es una práctica de simulación destinada a la supervivencia de la fe islámica en contextos hostiles. Algo así como un permiso para mentir —algo insólito según otras religiones— si las circunstancias así lo ameritan. La taqiyya, en teoría, es un recurso dado por Alá al profeta Mahoma para preservar la paz, tanto en ámbitos familiares como sociales. Un hombre puede mentir a su esposa siempre que ello sirva para conservar la felicidad en el hogar, como también puede hacerse pasar por un buen ciudadano, respetuoso de las costumbres y la cultura en una nación no musulmana.

No es suficiente con que existan musulmanes pacíficos si no existe un islam pacífico. Al comprender que el “verdadero islam” no es el de la paz y la concordia sino el de la guerra y el sometimiento quizás entendamos como, creyendo que abrimos nuestro corazón a un prójimo de creencias distintas, en verdad sólo estemos cayendo cual mansas palomitas en la trampa del embuste y la simulación.

En La vida del profeta de Alá (Mohamed Ben Ishaq, siglo VIII), se lee: “Dijo el profeta: ¿Quién me librará de Ibn al–Ashraf?/ Mohamed ben Maslama, hermano de Bani Abdul–Ashal dijo: Yo me encargaré de él por ti, oh, apóstol de Alá. Yo lo mataré/ El profeta dijo: Hazlo, si puedes/ Él dijo: Oh, apóstol de Alá, tendremos que decir mentiras/ Y el profeta contestó: Decid lo que queráis. Sois libres en ese asunto”.

Quizás estemos más informados acerca de los suníes falsamente conversos de la España del siglo XVI, los famosos moriscos, pero definitivamente somos más reacios a distinguir la taqiyya en alguien como Edward Said, profesor de la Universidad de Columbia, un palestino–americano que en 1978 publicó el libro Orientalismo, un mamotreto muy popular y generosamente divulgado en disímiles impresiones, en el que se esmeraba en derribar todos aquellos “persistentes y sutiles prejuicios eurocéntricos contra los pueblos árabes–islámicos y su cultura”. Quizás sea Edward Said, a fin de cuentas, el origen de esa tendencia consentidora y cariñosa que ha mantenido desde entonces al mundo occidental en un limbo de tolerancia muy próximo a la más boba autoinmolación. Quizás con ese libro comenzó la moda actual de creer que existe “otro islam”, uno pacífico y bondadoso, diferente del “islam fundamentalista”, el de la guerra, el terrorismo y la ocupación territorial.

Esta nueva era de buenaondez política ha hecho lo posible por borrar de los anales planetarios unos trece siglos de historia documentada del islamismo, negando que las enseñanzas y los métodos prácticos del Corán para sus fieles —junto con otros textos como el Hadiz (narraciones, referencias de Mahoma)— se basan, en su mayoría definitoria, en estimular, difundir y aplaudir las manifestaciones de violencia y muerte en contra de los no creyentes. Para resolver esta molesta situación también acuden a las partes “pacíficas” del propio libro sagrado, en franca ignorancia de otro de los conceptos engañosos y básicamente contradictorios de la fe islámica.

Nasiq

Siendo el Corán un supuesto dictado, versículo a versículo de Alá a su profeta Mahoma, a través del arcángel Gabriel, presume ser pues la palabra última de Dios, la sabiduría incuestionable por excelencia. Lo que ocurre es que Alá, a diferencia de otras deidades, tiene la facultad de cambiar de opinión, y un verso originalmente aparecido en el primer libro (Maqiya), con alguna noción bondadosa de paz y convivencia, puede luego contradecirse en el libro segundo (Medanya), afirmando algo diametralmente opuesto. Cuando existen dos versos coránicos que se contradigan entre sí, el que haya sido escrito con posterioridad será el definitivo.

En la parte del Corán escrito en La Meca —en épocas en que Mahoma se llevaba bien con sus convecinos cristianos y judíos, incluso rezaba con ellos y no tenía tantos seguidores aún en su ciudad natal—, aparecen las revelaciones pacíficas, aquellas que pueden ser entresacadas del Corán como bellos versos de armonía social. Todo cambió después del establecimiento de un Estado teocrático y totalitario en Medina, cuando Mahoma ya contaba con muchos seguidores, riqueza y poder. Los versículos previos son revocados convenientemente por otros mucho más violentos.

En la Sura 2, verso 106, Alá esclarece que la revocación de un versículo llevará a un versículo mejor (“Por cada verso —Revelación— que Nos revoquemos/ o dejemos en el olvido/ otro os daremos tan bueno o mejor que aquél/ ¿No sabéis que Alá todo lo puede?”), y esto no sería otra cosa sino el Nasiq, el concepto de la Revocación. Alá queda entonces como un Dios que puede emitir ideas contradictorias, pero que asimismo, tan campante, puede cambiar su modo de pensar. Para cualquier musulmán entonces quedaría claro que las ideas de paz, tolerancia y convivencia reveladas en el primer libro quedan anuladas posteriormente por otras ideas, relativas a la guerra, el exterminio, la imposición de la fe y la muerte.

Quizás los infieles veamos este concepto un tanto traído por los pelos, por cuanto sería mucho más fácil ignorarlo. ¿Cómo entender que en un mismo libro sagrado se escriba, más o menos por el año 614, que “No hay compulsión en la Religión”, y que a las alturas del 626 aparezca: “Mata a los infieles allí donde los encuentres”…?

Comprender también que el Islam no es sólo una religión, sino también un proyecto político, una amalgama de conceptos morales de origen religioso, pero férreamente afincados en un modelo de Estado totalitario, medievalista, misógino y antidemocrático, acaso nos haría reaccionar ante la posibilidad de que no existe ningún tipo de arreglo o diálogo posible con gobiernos islámicos ni con emigrantes musulmanes en territorio occidental.

También la Biblia está llena de contradicciones de este tipo, con un Dios que arrasa ciudades, masacra niños, extermina a toda una humanidad, y luego proclama el Amor como su principal filosofía. Quizás la diferencia esté en que, como occidentales —y más allá de las tendencias teológicas que interpretan a la Biblia de una manera literal, a menudo retrógrada—, en general entendemos aquellos pasajes barbáricos como efectos y consecuencias de un universo antiguo, brutal, violento. Un judío o cristiano difícil o raramente espera expandir sus creencias por el orbe a balazos y explosiones, exterminando inocentes con la esperanza de ser llevado a un paraíso hedonista sólo por haber funcionado como buen mártir de la causa.

Comprender también que el Islam no es sólo una religión, sino también un proyecto político, una amalgama de conceptos morales de origen religioso, pero férreamente afincados en un modelo de Estado totalitario, medievalista, misógino y antidemocrático, acaso nos haría reaccionar ante la posibilidad de que no existe ningún tipo de arreglo o diálogo posible con gobiernos islámicos ni con emigrantes musulmanes en territorio occidental. No habrá razonamiento de ningún tipo con los creyentes del Corán, porque aquello que hemos querido entender como “Corán pacífico” sencillamente no existe.

Tampoco se puede razonar con los testigos de Jehová o con los evangelistas. Quizás un creyente de los desvaríos de Charles T. Russell esté dispuesto a sacrificar a un hijo con tal de no aplicarle una transfusión de sangre, pero entre las sectas más fanáticas de Occidente sería muy raro que alguna se plantease la dominación mundial, el control de todos los gobiernos y el genocidio como un camino hacia la verdadera felicidad.

Islam

A raíz del ataque al World Trade Center y la contraofensiva estadounidense, la entonces secretaria de Estado Condoleezza Rice afirmó en una rueda de prensa: “Tenemos muchos amigos musulmanes por todo el mundo, tenemos países, viejos amigos de los Estados Unidos que profesan la fe islámica. El presidente quiso dejar muy claro que ésta no es una ‘guerra de civilizaciones’, que ésta no es una guerra en contra del islam. Ésta es una guerra contra personas que, de muchas maneras, pervierten el significado de la palabra islam. Islam significa paz, significa no violencia…”.

El error de traducción de los asesores de la señora Rice implicaba también un error estratégico: Islam no significa paz, sino “sometimiento”, “sumisión”. Es el concepto primordial, la piedra angular de un libro sagrado cuyos devotos siguen al pie de la letra como una enseñanza divina por excelencia, escrita por un apóstol que, según los mismos patrones morales de hoy en el contexto árabe, encarnaba la perfección humana y que, según las propias narraciones oficiales de su vida no es difícil inferir que gustaba de matar a cientos de infieles con sus propias manos, que aparentemente era paidófilo consuetudinario y que no disimulaba su desprecio por las mujeres.

Yihadistas del Estado Islámico.

Yihadistas del Estado Islámico.

No ha habido región del mundo actual en guerras por disputas territoriales en la que no esté implicada alguna facción musulmana, lo mismo en el Medio Oriente que en Indonesia, y eso se debe a que los mandamientos fundamentales —y siempre fundamentalistas— del Corán exigen y premian la expansión y la imposición de sus preceptos religiosos, así como la recuperación a toda costa de cualquier comarca que antes haya estado en poder de los musulmanes. De eso se trata la tirantez moderna entre Israel y Palestina, no sólo de una frontera política.

En el mejor de los casos aceptarían la conversión, o hasta la aceptación de otros creyentes en sus predios como ciudadanos de segunda clase, pero de ningún modo se contentarían conviviendo en paz con otras religiones sobre la faz de la tierra.

La paz de la que habla el Corán no es la paz según la entendemos —con mayor o menor margen de tolerancia— la mayoría de los occidentales: la paz del Corán es la que los fieles de Alá tendrán una vez que hayan implantado en todo el mundo la fe islámica.

Así que cuando un fanático de origen afgano, musulmán y para colmo homosexual atormentado por su propia naturaleza decide ametrallar a decenas de inocentes en un club gay de Orlando para purificar su “perversión”, redimirse y ser salvado como mártir por su religión, no se trata este fenómeno de una excepción en los preceptos del noble Corán, no se trata de la acción distorsionante de un enfermo fundamentalista que se desvía de la “verdadera” bondad islámica, sino de la regla coránica que algunos, tanto musulmanes no ortodoxos —¿simuladores?— como los no musulmanes ingenuos —¿nosotros?— intentan ignorar a toda costa. ®

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Publicado en: Política y sociedad

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