El relámpago de una mirada

La pintura de Armando Brito

“Este pintor poeta, como ningún otro que yo conozca, ha sabido captar y transmitir, en la superficie de sus dibujos y pinturas, la sensación de profundidad en el tiempo que penetra todo lo que se ve, oye y toca en México.”


El planeta es una ciudad que ese hombre recorre como quien persigue asombros. El mundo real desgrana sus misterios y la culebra acecha. Pintar para contar historias fantasmagóricas, tejiendo redes que atrapan los sueños de otros. La vida es un relámpago donde todos los tiempos se confunden. Entrar en el planeta de ese hombre es saltar la frontera del espejo y el misterio arrecia. Los animales, nuestros hermanos, brindan con anís del mono y ese mundo que gira al revés revela sus destellos. Los grillos afinan sus instrumentos, encauzando caminos que llevan a otros caminos. El principio de ese placer sin brújula que nos depara los hallazgos de ese hombre.

Armando Brito (1956, Cuernavaca, Morelos, México) inició su viaje en el mundo de la pintura como rotulista. En su caminar se encontró a creadores como Norman Thomas, quien trató de disuadirlo y le advirtió sobre los riesgos que entraña el oficio de pintor, pero finalmente compartió con él sus pinceles y sus lienzos. Otro pintor que ha influido notablemente en su trabajo es Roger Von Gunten, de quien aprendió los caminos del color y la poesía. Ha expuesto en México, Estados Unidos y Suiza. De 1990 a 1994 fue artista en residencia en Delaware Art Council. Recientemente, Armando Bito participó en la creación del grabado más grande del mundo en un acto organizado por el Museo Estación Indianilla de la Ciudad de México.

—Raúl Silva

Armando Brito, pintor poeta

México es un país con un mar en ambos costados, un continente en su cabeza y otro a sus pies. En su centro se levanta, sembrado de volcanes, un altiplano abierto a todos los vientos portadores de voces cercanas y distantes. Pero la singularidad de México entre los demás países no estriba en la configuración de su territorio, sino en el hecho de que la profusión de paisajes y poblaciones que conforman su superficie se encuentra atravesada, por decirlo así, por un eje temporal manifiesto y real gracias a una cultura milenaria cuya continuidad y fuerza vital ninguna guerra o conquista han podido quebrantar.

No quiero analizar o definir estética o estilísticamente lo que Armando Brito nos ofrece como prodigio de su talento; de su capacidad para mirar y anotar con precisión lo que acontece en el mundo que le rodea y acogerlo —lo placentero tanto como lo doloroso— en su quehacer de artista. Tan sólo quiero pararme frente a sus cuadros para conocer algo que antes no conocía y ni siquiera sospechaba que podía conocer.

Recorrer las tierras de México es desplazarse también en el tiempo: apenas se dejan atrás la capital y demás ciudades entregadas a la vida llamada moderna, las autopistas y todos los caminos transitados por vehículos con motor, el pasado empieza a incorporarse al presente, con formas de vivir y pensar antiguas y arraigadas en un sentir existencial menos chato que aquél del hombre dominado por las máquinas, con su manía de medir y empaquetar el tiempo y la vida.

Ser de este país o vivir en el largo rato permite darse cuenta del grosor temporal que el presente adquiere aquí, y como toda historia en el fondo es una historia de la cultura, han sido y siguen siendo los artistas quienes registran en sus obras este fenómeno tan notable. Claro que también en México abundan los meros productores de arte; los que se adaptan a las exigencias y oportunidades del mercado, se suman a algún movimiento de moda o proclaman haber encontrado sus raíces en la representación sin más de objetos y escenas del México de los turistas. Pero siempre aparece el otro, el poeta que con su valor y pureza de corazón dan fe del mundo tal como ocurre aquí y ahora y en todas partes y tiempos a la vez.

Me pareció necesario decir todo esto antes de hablar de la obra de Armando Brito porque este pintor poeta, como ningún otro que yo conozca, ha sabido captar y transmitir, en la superficie de sus dibujos y pinturas, la sensación de profundidad en el tiempo que penetra todo lo que se ve, oye y toca en México, o por lo menos en aquellas partes de México que aún no han sido erosionadas por los valores de una sociedad globalmente computarizada.

No quiero analizar o definir estética o estilísticamente lo que Armando Brito nos ofrece como prodigio de su talento; de su capacidad para mirar y anotar con precisión lo que acontece en el mundo que le rodea y acogerlo —lo placentero tanto como lo doloroso— en su quehacer de artista. Tan sólo quiero pararme frente a sus cuadros para conocer algo que antes no conocía y ni siquiera sospechaba que podía conocer.

Porque toda obra de arte nos descubre, a través de la imagen que la habita, una ventana hacia la realidad, aquella plenitud y deslumbrante alegría que intuimos más allá de los confines de la razón.

El cristal de tales ventanas nunca será del todo transparente sino opacado —también enriquecido— por los colores de la personalidad de cada artista. Será por esto que hay tantas maneras de pintar como pintores y épocas en qué pintar. Sin embargo, la luz que emana de las verdaderas obras de arte siempre es una y la misma; su esplendor nutre las raíces del árbol de nuestra vida y el artista buscando las suyas en él las encontrará.

—Roger Von Gunten

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Publicado en: Agosto 2011, Plástica

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