El envejecimiento es un proceso natural, pero en muchas sociedades a los adultos mayores se les percibe como una carga. La gerontofobia se traduce en prejuicios y miedos que apartan a las personas mayores, lo que limita su lugar en el mundo.

En la actualidad, época en la que reinan las redes sociales y el ácido hialurónico es lo más solicitado en los centros de estética, la fobia hacia el paso del tiempo está cada vez más presente.
Los antiguos griegos tenían distintos puntos de vista en relación con el envejecimiento. Por un lado, la concepción platónica–espartana reconocía la mesura y sabiduría, mientras que Aristóteles lo definía como la decadencia física y mental.
Los conceptos de la vejez en la sociedad griega y romana se relacionaban con las creencias, las costumbres y la visión que generaba el lugar de los ancianos como personas de experiencia y sabiduría. Se trataba a los viejos como hombres importantes para tomar decisiones, aunque, al mismo tiempo, esta idea entraba en conflicto con su visible deterioro físico.
Para Cicerón, la vejez era bella, y la definía por su propia naturaleza, aquella que agrada por sí misma y merece reconocimiento y alabanza. En cambio, para Séneca, en la vejez quedaba atrás la juventud y comenzaba el proceso de envejecimiento; el temor al dolor y prepararse para la muerte. Así, la senectud era la edad cansada, y no la edad quebrantada.
Es como si molestara el paso del tiempo, como si le faltaran el respeto a lo que les espera en el futuro. La gerontofobia define eso, esas situaciones que tanto leemos y escuchamos, ese desprecio hacia la gente mayor sólo por su edad.
Ana Sirvén tiene 72 años, es madre de cuatro hijos y es psicóloga, pero también es maestra, licenciada en enfermería, instrumentadora y técnica en hemodinamia. Ana describe la gerontofobia como una palabra impactante, ya que significa fobia a los viejos. También cree que es un tipo de fobia que se suele presenciar en estos tiempos, pues existe una negación a aceptar el paso del tiempo.
“¿Cómo se va a poner esa ropa?”, “¡Ya estás grande!”, “Es una carga”, “Ya no estás para eso”, “Esos viejos”. Estas frases y muchas más provienen de la gente joven. Ya sea en X–Twitter, Instagram o en la calle. Es como si molestara el paso del tiempo, como si le faltaran el respeto a lo que les espera en el futuro. La gerontofobia define eso, esas situaciones que tanto leemos y escuchamos, ese desprecio hacia la gente mayor sólo por su edad.
Según el psicólogo Ramón Soler, la gerontofobia es un tipo de discriminación de la gente mayor, es decir, es el rechazo extremo tanto hacia los procesos naturales de envejecimiento como a las personas de la tercera edad. Además, común ver este tipo de fobia en personas jóvenes. La gerontofobia puede ser el resultado de la falta de contacto o de experiencias positivas con personas mayores, mientras que la gerascofobia puede ser el resultado de la ansiedad por los cambios físicos y psicológicos asociados con la vejez.
La psicóloga Sirvén recalca que, en el pasado, los adultos mayores eran tratados de otra manera, que ve un cambio entre sus nietos y ella. También destaca que hay una tendencia a evitar compartir tiempo con la gente grande, excepto cuando aparece algo que lo justifique, como una enfermedad.
“A mí me enseñaron, tanto en mi colegio como en mi familia, a respetar al viejo. Yo veo la diferencia con mis nietos, a mi abuelo lo veía como algo sagrado, y a mi abuela como alguien que tenía que cuidar. Jamás una falta de respeto, jamás”.
La negación de las arrugas
¿Existe la negación a aceptar el paso del tiempo? La gerascofobia hace referencia al miedo irracional o aversión a envejecer, más allá del hecho de que a uno no le entusiasme la idea de hacerse mayor por distintas circunstancias. En otras palabras, es una condición patológica que puede llegar a afectar de manera significativa el bienestar y la calidad de vida de quien la padece.
Según el graduado en Psicología por la Universitat de Barcelona, Jonathan García–Allen, el deseo de ser “eternamente jóvenes” no es una moda actual, sino que proviene de hace miles de años. La percepción de la inevitable secuencia nacer/envejecer/morir desempeña un papel importante en el desarrollo de las religiones, que prometen la vida eterna después de la vida terrenal. También algunas obras maestras del arte y la literatura se basan como principio en la juventud y vida eterna.
Como dijo alguna vez la actriz estadounidense Meryl Streep al reconocer a la vejez como una edad plena:
La belleza y el atractivo no se basan en un número, sino en la inteligencia, el sentido del humor y con cuánto interés y curiosidad ves la vida. Que nadie me arrebate las arrugas de mi frente, conseguidas a través del asombro ante la belleza de la vida. O las de mi boca, que demuestran cuánto he reído y cuánto he besado. Y tampoco las bolsas de mis ojos: en ellas está el recuerdo de cuánto he llorado. Son mías y son bellas.
¿Por qué a las personas les molestan las arrugas? Si demuestran lo vivido, si demuestran el tiempo que llevamos en la tierra, si demuestran lo sufrido y lo disfrutado…
“A la gente no le gusta envejecer, cuando uno empieza a perder capacidades físicas, intelectuales o psíquicas y nos damos cuenta se genera una sensación de angustia. A nadie le gusta envejecer”, asegura Sirvén.
Envejecer
El tiempo es el símbolo de lo cambiante, de lo inexorable que nos lleva a la muerte, que tanto nos preocupa porque no somos capaces de percibir la realidad de nuestra propia inmortalidad.
La escritora francesa Simone de Beauvoir aclaraba en su obra literaria llamada La vejez (1970) que la vejez no es un hecho estadístico, sino que es la conclusión y la prolongación de un proceso. Para ella, la idea de envejecer está ligada a la de cambio, pero la vida del embrión, del recién nacido, del niño es un cambio continuo. La ley de la vida es cambiar. Lo que caracteriza al envejecimiento es cierto cambio irreversible y desfavorable, una declinación. Escribe Beauvoir:
Llegado el momento, y ya al irse acercando, por lo común se prefiere la vejez a la muerte. Sin embargo, a distancia, consideramos con más lucidez a esta última. Forma parte de nuestras posibilidades inmediatas, nos amenaza a toda edad; a veces llegamos a rozarla; con frecuencia le tenemos miedo. En cambio, se vuelve viejo en un instante: jóvenes o en la fuerza de la edad, no pensamos, como Buda, que estamos habitados ya por nuestra futura vejez, separada de nosotros por un tiempo tan largo que se confunde a nuestros ojos con la eternidad; ese futuro lejano nos parece irreal. Y además los muertos no son nada; se puede sentir un vértigo metafísico ante esa nada, pero en cierta manera tranquiliza, no plantea problema.
Cabe destacar que, para Sirvén, existe el miedo a envejecer porque se produce un deterioro tanto del cuerpo como de la mente. “Mucha gente le tiene miedo a la muerte, como nadie volvió, nadie sabe qué hay más allá de la muerte, si es un final definitivo o si detrás de la muerte hay algo más. Es el miedo a la incertidumbre, a qué viene después”.
Ana María Sonia Serra tiene ochenta años, es nieta de catalanes y descendiente de comechingones. Es profesora de letras, trabajó 38 años en el colegio Sagrado Corazón de Jesús de Rosario, donde también fue directora y se jubiló hace más de veinte años. Su mamá y su abuela eran maestras. Es madre de cuatro hijos y abuela de seis nietos. En su opinión, el miedo a envejecer nace de los cambios en el mundo desde el lado social, tecnológico y cultural. Siente que todo el tiempo deben estar pendientes a aprender a utilizar códigos nuevos, es decir, nuevas maneras de comunicarse. Ana María cree que mucha gente tiene miedo a envejecer porque cree que pierde cosas. Ella lo ve al revés, ganas en vez de perder.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la vejez es una etapa que conlleva un descenso gradual de las capacidades físicas y mentales, ya que a lo largo del tiempo se acumula una gran variedad de daños moleculares y celulares. En este sentido, a partir de una cierta edad es frecuente que la salud se debilite, de manera que aumenta la vulnerabilidad y la fragilidad de los más mayores. Asimismo, clasifica a las personas mayores de sesenta años como adultos mayores. Sin embargo, este límite lo considera flexible, el cual depende de distintos factores como la salud, la esperanza de vida y el contexto cultural.
Durante el proceso de envejecimiento se produce una serie de cambios que afectan tanto al aspecto biológico como el psicológico de la persona. Pero, además, se produce una importante transformación en el papel social que hasta entonces desarrolla esa persona.
“En algunos casos el miedo a envejecer existe porque están muy apegados a la tierra, en mi caso no le tengo miedo bajo ningún aspecto, es tarea cumplida.”
Ricardo Luis Rullán tiene 87 años y trabajó en una empresa de productos químicos en Capitán Bermúdez. Empezó a trabajar en un laboratorio, después en turnos, y terminó la carrera como jefe de relaciones industriales, al mismo tiempo la empresa desapareció. Para el fue una experiencia interesante ya que le permitió crear una familia con cuatro hijos y seis nietos. Ricardo cree que la vejez significa un largo recorrido con los objetivos que ya cumplió, con lo cual se considera satisfecho.
“En algunos casos el miedo a envejecer existe porque están muy apegados a la tierra, en mi caso no le tengo miedo bajo ningún aspecto, es tarea cumplida”, dice.
La vejez en Argentina
Argentina es uno de los países con población más envejecida en América Latina y el Caribe y continúa envejeciendo a un ritmo acelerado. Esto trae aparejado un aumento en la demanda de cuidados de largo plazo para las personas mayores, en particular de aquellos que requieren ayuda en actividades de la vida cotidiana. Según María Laura Oliveri, en su investigación Envejecimiento y atención a la dependencia en Argentina (2020), la población de sesenta años y más ascendía al 15,7% del total, es decir casi 7,1 millones de personas. Se proyecta que esta proporción continúe en aumento, estimándose que para el año 2050 ascienda a unos 12,5 millones, equivalente al 22% del total.
Por otra parte, en Argentina, para tramitar la jubilación las mujeres deben tener sesenta años, mientras que los hombres deben tener 65. Además, en ambos casos deben contar con treinta años de aportes registrados, como lo indica la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses) en su sitio oficial. Según un estudio realizado por Bumeran en 2023, el 68% de los reclutadores de las empresas argentinas no tomó a ninguna persona de personas mayores de 55 años en los últimos doce meses. El estudio, en el que participaron 53 especialistas de recursos humanos del país, reveló además que sólo 26% de las empresas tomó entre uno y cinco empleados mayores de 55 años en el último año. El 6% restante se divide entre un 2% que tomó menos de 10 y un 4% que tomó entre 10 y 20.
La mirada en común de las cuatro personas entrevistadas es que en Argentina el trato a los jubilados no es bueno, y nunca lo ha sido.
Para Ana María, el trato a los jubilados está muy relegado en los aspectos económico, social y de sanidad. Sostiene que esta última, que es muy importante, no está protegida para los ancianos.
Mario Ernesto “Pacho” O’Donell, escritor, médico especializado en psiquiatría y psicoanálisis, político e historiador argentino, afirma en su libro La nueva vejez (2023) que no hay políticas públicas para la etapa postjubilatoria.
Los viejos somos el grupo más discriminado de Argentina. La vejez ha pasado a ser la etapa más prolongada de nuestra vida: doce años de infancia, veinte de adolescencia y juventud, treinta de adultez y otros treinta o más de ancianidad. Pero no hay conciencia ni proyecto público ni privado para esa etapa porque todo gira en torno a la realidad brutal del consumo, la producción y la especulación financiera. Y las viejas y viejos poco y nada tenemos que ver con eso.
Amelia Margarita Martin tiene ochenta años, es madre de dos hijos y abuela de tres nietas. Es ama de casa y cree que en Argentina no se trata con tanto respeto a los adultos mayores. Cuando ella era más chica la juventud trataba mejor a la gente mayor. Había otra educación. Afirma que su abuela y su abuelo eran como sus padres. “Conozco geriátricos donde tratan mal a los ancianos, donde los dopan para que no jodan”, dice.
Cada 15 de junio se conmemora el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez. En Argentina se estima que más del 15% de la población forma parte de esta franja etaria. Para la Defensoría de la Tercera Edad hay dos grandes formas históricas de maltrato: el “explícito”, que se trasunta mediante la agresión física directa, y otro “solapado”, a partir de menoscabar gradualmente las condiciones más elementales de la persona.
Desde el punto de vista de Ana Sirvén, ser viejo en Argentina está visto de mala manera, y reconoce que en otros lugares con distintas culturas los años te vuelven más sabio.
Creo que hay un concepto en el que la vejez es desvalorizada en este país. Los orientales valoran a la gente grande por su sabiduría, experiencia, conocimiento, vivencias, lo que transmite esa gente a ellos les sirve. Acá no está valorado de esa manera, al contrario, hay una desvalorización del pensamiento del viejo porque se considera que es anticuado.
Mónica Villa, magíster por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, dijo, durante la actividad llamada “El respeto a los adultos mayores en China: una visión actual”, organizada por el Departamento de Ciencias Sociales en 2018, que hay una gran diferencia entre Argentina y China sobre el trato hacia los adultos mayores. “Al llegar a los 75 u 80 años, el gobierno les da a las personas una tarjeta que el adulto mayor presenta en todos lados, tiene todo gratis: acceso al cine y teatros, transportes, salud…”, dijo.
Ana María reconoce que, en comparación con otros países, la vejez en Argentina es dejada de lado. No obstante, donde ella se mueve se siente bien tratada, pero hay otros lugares en los que no, donde hay protestas sociales o pedidos que el Estado no escucha.
Ser mujer y vieja
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), el proceso de envejecimiento poblacional es producto de la disminución relativa de la población joven a causa de la caída de la natalidad, acompañada de las mejoras en las condiciones de vida y de salud de la población. Si bien nacen más varones que mujeres, la mayor sobrevida de éstas genera una vejez feminizada. Mientras las mujeres mayores tienden a residir en hogares unipersonales, y los varones envejecen acompañados por sus pares. Dentro del total de personas de sesenta años y más, las mujeres de 75 años y más representan el 34,1% de la población mientras que los varones alcanzan el 27,3%.
Para la socióloga Verónica Montes de Oca Zavala, titular del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Envejecimiento y Vejez (SUIEV) de la UNAM, la desigualdad de género también aparece en la tercera edad. Dice que “Generalmente el envejecimiento se ve como un problema social cuando realmente es un milagro, sin embargo, hablar de ello es también hablar de desigualdad y en el caso de las mujeres, es, además, una condición que nos aqueja desde el nacimiento hasta nuestra muerte”, y afirma que la “vejez” también tiene género, no es lo mismo ser mujer mayor que un hombre mayor. A esto se suman las desigualdades propias de los contextos, es decir, lo rural, lo urbano y la diversidad cultural. No todas las mujeres envejecen igual.
La mujer adulta mayor enfrenta un dilema ideológico y social con respecto a su cuerpo, en especial en cuanto a la forma en que se concibe la belleza al llegar a la tercera edad. Una sociedad en la que los medios de comunicación muestran cuerpos hegemónicos, donde predomina el 90–60–90, donde todas tienen caras iguales. El hombre, mientras más grande sea, más interesante es, ¿y la mujer? Ana María cree que a la mujer se le exige más en el plano nivel estético.
Ana Sirvén dice que la mujer sufre mucho más con el paso del tiempo, ya que el hombre se conforma con lo básico.
Amelia Margarita coincide con ambas y sostiene que siempre se le exigió a las mujeres estar “físicamente perfectas”. Simone de Beauvoir describe perfectamente en La vejez la mirada de la sociedad sobre una mujer anciana:
Como en la Antigüedad, y en el folclore, la mujer vieja es a menudo asimilada a una bruja: Rabelais describe a la sibila de Panzoust bajo los rasgos de una mujer “mal entrazada, mal vestida, mal alimentada, desdentada, lagañosa, encorvada, moqueante, lánguida. La mujer vieja, en fin, se parece a la muerte.
Envejecer forma parte de la vida, el temor al paso del tiempo refleja una incapacidad colectiva para valorar la experiencia y el legado que dan los años. Cómo dice el refrán, “quien a viejo quiere llegar, a los viejos ha de honrar”. ®