La derrota de Brasil en “su” Mundial

El futbol y yo

Estoy a favor del futbol-futbol, el juego futbolístico, ese deporte. El juego. Por la probable mezcla social de competencia y cooperación, de consensos amistosos y pacíficas luchas, de competitividad y solidaridad, por la posibilidad de concretar sin empleo otra “inteligencia aplicada”, por la oportunidad —escasa en el mundo— de ganar jugando y jugar ganando.

El dolor de una derrota anunciada... Foto: Boletinmexico.com.mx

El dolor de una derrota anunciada… Foto: Boletinmexico.com.mx

I.

No estoy a favor del futbol profesional. Deporte transformado en medio de una actividad económica extraordinaria como fin. No digo que debe desaparecer de la faz de la tierra ni que —per se— haya que prohibirlo, perseguirlo, penalizarlo. Digo que no estoy en sus micrófonos ni en sus porras: no soy su defensor —ni su portero ni su delantero… No estoy de acuerdo con el fenómeno general que ha sido, la realidad que sigue siendo. Ese corrupto y pretencioso buche de dinero y poder al que con todas las facilidades se adhieren localismos explosivos, obesos y cancerosos, y en el que remata con frecuencia la discriminación —“¡putoooo!” se oye en todos lados a las mayorías de la sufrida, abnegada y dizque admirable afición nacional que no hablan de “los cobardes” sino en contra de los homosexuales como tales—; ese enfermo muy vivo que encarna sexo religioso y comercial entre los negocios, la política y más de dos nacionalismos; un espectáculo global donde el espectacular cruce del juego con el arte y la ciencia es el invitado menos invitado y el menos puntual, show que muy desgraciadamente puede contaminar y pervertir con asiduidad al futbol-futbol. Las excepciones, excepciones son.

El futbol profesional tiene efectos sociales positivos. Efectos. Y minoritarios. Y dependientes más de lo bueno que ya hay por fuera de él que de eso que lo hace ser lo que es. Los efectos sociales negativos son la mayoría y dependen tanto de lo malo que existe afuera como de lo que el futbol profesional por dentro es.

Así que alguien diría: un chiquero. Una porquería. Sí. Una que nunca he visto mucho, ni en pantallas ni en estadios —no demasiados partidos de unos cuantos torneos, los partidos más importantes de “los mundiales” y todos los partidos que pude ver del genial y excepcional Barcelona de Guardiola—; una que nunca he visto más de lo que he jugado futbol. No sólo no soy fan sino que siempre me ha gustado más jugar, practicar de cierto modo el deporte, que ver en función a las cada vez más privilegiadas mayorías trabajadoras de las generalmente privilegiadas empresas futbolísticas. Y ahí está lo que verdaderamente importa, lo que más me importa: ¡un juego! Estoy a favor del futbol-futbol, el juego futbolístico, ese deporte. El juego. Por la probable mezcla social de competencia y cooperación, de consensos amistosos y pacíficas luchas, de competitividad y solidaridad, por la posibilidad de concretar sin empleo otra “inteligencia aplicada”, por la oportunidad —escasa en el mundo— de ganar jugando y jugar ganando. Por todas esas razones y también por un gran motivo, factor enorme: la “alegría del cuerpo que lo juega”, como Eduardo Galeano bien dijera alguna vez. La alegría del cuerpo que lo juega… Sí. Jugando futbol he sido y sigo siendo feliz, genuina y puramente feliz. Eso puede y suele lograrlo el futbol original, verdadero, real y no profesional, el futbol entendido con propiedad, mientras su contraparte “pagada” entrega habitualmente otra cosa, casi por sistema: una felicidad ideológica, o la adolescente masturbación por otros medios. Ah, el futbol…

«¡Juéguelo!»

P.D. 1. El futbol profesional tiene efectos sociales positivos. Efectos. Y minoritarios. Y dependientes más de lo bueno que ya hay por fuera de él que de eso que lo hace ser lo que es. Los efectos sociales negativos son la mayoría y dependen tanto de lo malo que existe afuera como de lo que el futbol profesional por dentro es. Lo bueno que resulta es una relación social con más méritos de la parte no profesional; lo malo, una relación social pareja…

Quería que la selección brasileña perdiera ante la Colombia del grandioso James. No perdió. No merecía ganar. Quería que perdiera frente a la selección de Alemania. No por ser brasilofóbico, pues no lo soy. Para nada. Quería que fuera derrotada por su “juego” feo, mediocre y mezquino. Porque no merecía ganar el Mundial y ni siquiera llegar al partido final.

P.D. 2. “Te gusta más jugarlo que verlo” es una sentencia temprana de mi madre. Nos recuerdo en la sala de nuestra casa viendo el primer partido de Brasil en el primer Mundial que vi, el de Italia 90; antes de que terminara el primer tiempo salí corriendo a hacer “dominadas” y “chutes”, como les decía mi mamá, y ella, que había impedido que mis hermanas vieran otra cosa en la televisión, se limitó a sonreír a la “ni modo” y a decir más o menos gritando hacia mí: “Es que te gusta más jugarlo que verlo”. Tenía razón.

II.

Quería que la selección brasileña perdiera ante la Colombia del grandioso James. No perdió. No merecía ganar. Quería que perdiera frente a la selección de Alemania. No por ser brasilofóbico, pues no lo soy. Para nada. Quería que fuera derrotada por su “juego” feo, mediocre y mezquino. Porque no merecía ganar el Mundial y ni siquiera llegar al partido final. Perdió. Mereció perder. Y era y es una de las mejores cosas que les podía pasar a los profesionales del futbol brasileño: una ocasión —rellenada tanto con la legitimidad de los buenos principios como con la legitimidad de los datos que son los resultados obtenidos— para poner a los Scolari en el basurero y regresar a un jogo bonito; una nueva y marcada oportunidad para volver a asumir que vale más perder haciendo bien —e intentando ganar así— que ganar como sea y a como dé lugar. “Ganar y ya” es una receta sin garantía y que resulta tan “racional” como irracional… Digámoslo otra vez y mil veces más: importa ganar e importa cómo se gana. Y antes: importa competir e importa cómo se compite. La forma y el fondo, carajo. Las formas y los fondos.

P.D. Bien por un equipo alemán multirracial, interculturalista, preocupado por los fines del qué y los medios del cómo, e influido en alguna medida por Guardiola a través de Lahm, Kroos y Schweinsteiger sumados a Ozil. Bien. Que siga así. ®

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Publicado en: Barra brava, Marzo 2014

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