LA SECTA DE FREUD

Un mágico método de curación

Freud

Quienes escriben que la secta de Freud tuvo su origen en Viena, y la derivan del hecho de que en ese momento eran tan pocos los judíos de París como los de Nueva York y Buenos Aires juntos, alegan textos de Lacan que ni el propio Lacan hubiese podido entender ni a punta de pistola, pero ignoran, o quieren ignorar, que la denominación Shrink no fue acuñada por Woody Allen ni Barbara Streissand, y que tampoco hace referencia a la cabeza de los pacientes, como ellos pretenden hacernos creer, sino, más bien, a nuestros bolsillos. Ya unos tres mil años antes de la fundación de la secta en Viena, José, el hijo del patriarca Jacobo, había intentado sin éxito venderle al Faraón de Egipto los derechos de traducción de un papiro suyo al que había intitulado La Interpretación de los sueños. El soberano olió algo raro cuando José mencionó que estaba mal del estómago y que varios escribas estaban trabajando ya en la traducción de otro papiro inédito sobre un tal Moisés y una religión monoteísta que todavía no habían nacido. José contó que su mágico método de curación se llamaba Psicoanálisis, nombre que había tomado prestado del futuro griego antiguo y para el que aún no existía jeroglífico. El faraón se negó a prestarle siquiera oídos cuando José admitió que el tratamiento demoraba poco menos que la erección de la pirámide de Keops, pero enseguida volvió a llevarle el apunte cuando le aseguró que, llevado a sus extremos, podía resultar más redituable que la mismísima pirámide de Madoff. El método finalmente fue descartado porque los carpinteros egipcios aún no estaban en condiciones de construir un diván.
Mario Bunge, en unas declaraciones poco afortunadas que hizo en los baños de la televisión francesa cuando su micrófono estaba al aire y el de la emisora todavía abierto, ha equiparado los sectarios de Freud a los mahometanos, utilizando el mismo término que acuñara Carlos Saúl Menem unos años antes para referirse a los musulmanes que viven en Italia. En Chile y en Hungría hay mahometanos y también hay sectarios; fuera de lo blanco de los ojos y del hecho de que ambos grupos respiran por nariz y boca, muy poco tienen en común unos y otros. Los mahometanos veneran a sus madres aunque bien podrían trocarlas por dos rollos de seda a la primera de cambio; los sectarios abominan de sus (idishes) mames y les endilgan el origen de todas sus faltas, pero jamás propondrán matrimonio a un goi sin antes contar con su visto bueno. Los mahometanos veneran al Dios de Abraham pero se cuidan muy bien de ocultárselo a la prensa extranjera, particularmente a la católica y la judía; los sectarios también veneraron al Dios de Abraham hasta que descubrieron que no podía garantizarles ningún paciente por fuera de las prepagas, y entonces lo reemplazaron por Lacan, que tampoco les garantiza pacientes pero al menos les permite adorar su imagen en las paredes de sus templo-consultorios… Martín Brauer declara que él y el autor de estas líneas somos esencialmente patéticos como corresponde a todo buen judío; la inmensa mayoría de los sectarios también lo son, aunque para disimularlo acostumbran alardear delante de sus angustiados pacientes como si acabaran de inventar la rueda. Esta pública verdad basta para avalar el vulgar antisemitismo (férreamente defendido por los presidentes de Irán y de Siria) que ve en la arrogancia del judío psicoanalista porteño y neoyorquino la justificación para borrar al Estado de Israel del mapa. Los antisemitas más o menos discurren así: Freud, el fundador de la secta, era judío; la mayoría de los sectarios y sus pacientes son judíos; matemos a todos los israelíes así los sectarios y pacientes judíos de Nueva York y Buenos Aires tienen un verdadero trauma de que hablar en sus sesiones. Sinceramente no puedo convenir con este razonamiento. La estadísticas revelan que la mayoría de los pacientes abominan de los traumas colectivos y sólo acuden a los sectarios para hablar de ellos mismos, sus padres y sus parejas, y que ningún miembro de la secta aún ha sido capaz de retener durante más de dos minutos en su diván a un sobreviviente de Auschwitz con un trauma verdadero.

Las únicas denuncias que lograron salir del consultorio tuvieron su origen en supervisiones: esos ritos satánicos en las que los partidarios de Freud se someten a otro sectario más experto…

He dicho que los sectarios nunca han sufrido persecuciones por mala praxis. Ello es verdad, aunque para eso más de uno, incluido el propio Freud, ha tenido que otorgar descuentos a los pacientes a cambio de su silencio. Las únicas denuncias que lograron salir del consultorio tuvieron su origen en supervisiones: esos ritos satánicos en las que los partidarios de Freud se someten a otro sectario más experto, en la esperanza de lavarse las manos y encontrar la clave para aumentar los honorarios propios. Sin un juramento hipocrático que les prohíba seducir pacientes jóvenes, sin necesidad de emitir recibo y sin esa otra incomodidad que es tener que aceptar tarjetas de crédito, una sola cosa los contraría: descubrir al final de una sesión que el paciente ha olvidado en su casa el efectivo. Durante diez años he tratado con sectarios que no me comprendieron cuando inquirí si eran hombres de Freud, pero acto continuo me informaron que mis cincuenta minutos habían finalizado y que yo les debía una cuantiosa suma de dinero.

He compulsado los relatos de otros pacientes, aunque todavía no sé muy bien qué significa ese verbo. Sí, en cambio, puedo dar fe de que todos los sectarios utilizan el mantra ajá para estimular la catarsis de los pacientes, y que, para silenciarla, todos utilizan la palabra mágica dejamos, que tiene el poder de anudar la garganta del paciente y angustiarlo durante, al menos, otros siete días. He merecido en tres continentes —Buenos Aires, París y Nueva York— la enemistad de muchos sectarios, incluida mi hermana; me consta que mis críticas, en principio, les parecieron disparatadas, pero al final todos coincidieron en que lo suyo no es más que un trabajo, y que ellos, al igual que el resto del género humano, profesan un profundo afecto por el dinero. Alguien no ha vacilado en afirmar que ya es instintivo. ®

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Publicado en: Narrativa, Noviembre 2010

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  1. Ja ja ja, si me hizo reír… ¿el continente Nueva York? Ah… pero… ¿que no es parte de un sketch cómico?
    perdón mi amigo, falta mucho oficio, y por escritos como este, donde te afanas en mostrar un malestar sólo personal, es que los psicoanalistas se siguen asegurando un lugar privilegiado en los círculos intelectuales, en los verdaderos círculos intelectuales, no de lectores de pasquines y diarios. Se evidencia que el psicoanálisis sigue siendo el sistema de pensamiento y el paradigma desde donde medirse, a manera de película de western, todos quieren batirse con el más rápido del oeste, fuera del numero uno no hay reto, no se produce Deseo (¡bang!), ahora, ten cuidado, eres amo de tu silencio, pero esclavo de tu palabra (¡bang! ¡bang!), al final sólo pulsión de muerte (entra el soundtrack del western).

  2. lo único detestable es el amor al dinero jeje….no vacilo en afirmar que es una perversión del instinto…es evidente hasta para un inerte mono…y mucho mas para un psicólogo…que raro no?…jaja

  3. La verdad leí la nota porque la rfecomendaba una amiga pero no tiene ni pies ni cabeza, es una critica que parece quiere descubrir el hilo negro o una verdad que todo el mundo debería agradecer. El psicoanálisis es una práctica que no es médica en primer lugar, es una oráctica que intenta dar un lugar al sufrimiento humano si te quieres empastillar ya sabes a donde ir; con un psiquiatra, no das ni para critica

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