López Obrador: ¿con los ricos o con los pobres?

El neoliberalismo franciscano

El tránsito del neoliberalismo al neoliberalismo franciscano es una apuesta que bien podría ser la de una derecha ilustrada, de signo demócrata–cristiano. Que esta agenda, en cambio, esté encabezada por “la izquierda” es sólo un recordatorio de la larga contorsión del país a la derecha.

El empresario Alfonso Romo y Andrés Manuel López Obrador.

El hartazgo es brutal. La gente está encabronada, y con razón. El “nuevo PRI” que llegó a Los Pinos con Peña Nieto resultó más de lo mismo, pero más descarado. Y el PAN no convence, mucho menos luego de gobernar entre 2000 y 2012 con resultados mediocres, una democratización en reversa y un militarismo del que fluye y fluye sangre cada día.

López Obrador se dirige al triunfo el 1º de julio. Sólo debe dar una patadita al balón, frente al arco, ya solo y sin portero. ¿Qué nos espera?

El hartazgo y el nuevo Andrés Manuel

Andrés Manuel López Obrador es el beneficiario del hartazgo. La sed de un cambio se expresará el 1º de julio en el voto masivo por él. No importa que Andrés no sea el candidato perfecto, incluso no importa que no sea de izquierda. (Evade temas que forjaron la identidad de la izquierda, como el aborto o la unión entre personas del mismo sexo, por ejemplo.) México se ha movido tanto a la derecha en los últimos treinta años que aquel que promete mover el país unos centímetros a la izquierda aparece como un revolucionario. En el último debate Andrés habló a velocidad normal —o sea, metió turbo—, pero evadió cada pregunta difícil. Los seguidores más fieles de Andrés estaban al filo de la butaca, sudando la gota gorda cada vez que Andrés tenía que hablar. Se tomó una réplica entera, medio minuto, para decir “Ricky Riquín Canallín.”

Decía que nada de esto importa. El hartazgo es tremendo, y no vino de la noche a la mañana. Desde 1981 el salario mínimo real en México se ha devaluado 70%, la peor caída en toda América Latina. En contraste, los ricos se han hecho más ricos. En la lista de Forbes de 1996 aparecieron quince mexicanos cuyas fortunas sumaron 25,600 millones de dólares; para 2018 ya son 16 mexicanos en esa lista, pero sus fortunas combinadas suman nada más ni nada menos que 141,000 millones de dólares. El fortalecimiento del capital en detrimento del trabajo es el trasfondo que permite entender el ascenso de López Obrador desde la década de los noventa.

Pero Andrés ha cambiado: aprendió a amar a la burguesía. Si en 2006 su lema era “Por el bien de todos, primero los pobres”, ahora, en 2018, su lucha es “Por un gobierno para ricos y pobres”. ¡Que alguien, por favor, piense en los ricos!

No sólo le entregó a un hijo de la alta burguesía el trazado de su Proyecto de Nación, Alfonso Romo. También ha reclutado a cuadros del PAN, incluyendo dos de sus ex presidentes. Lejos están los días en que Andrés denunciaba las privatizaciones o el Fobaproa. Lo que hoy viene a ofrecer, su plato fuerte, es la honestidad. Él no robará, su gobierno será honesto. Y en esto ricos y pobres podrán estar de acuerdo y aplaudir juntos.

Imaginemos un rastro en el que se llega a la conclusión de que lo que hace falta es un director honesto, que no robe un centavo. Se decide poner en la dirección a la persona más honesta de todas. ¿Y esto qué diferencia significará para los animales que cada día entran al matadero? Del mismo modo, los trabajadores de este país podrán tener a un fraile franciscano en la cúspide del poder, pero eso no reducirá sus jornadas de trabajo ni aumentará sus salarios ni les traerá prestaciones o seguridad social.

Andrés es muy lento para hablar, pero no por viejo, sino porque está sujeto a un compromiso político paralizante. El Andrés de los noventa hablaba con mayor fluidez y un claro perfil opositor. (Por ejemplo, esta entrevista de 1996 en el extinto canal CNI de televisión o este debate contra Diego Fernández de Cevallos.) Pero ahora, al hablar, busca evitarle a la burguesía cualquier mueca de desagrado. Sus excompañeros de armas lo saben. Por ejemplo, Cuauhtémoc Cárdenas le cuestiona que no se comprometa a revertir la reforma energética desde la Constitución, lo cual sería algo más nítido que prometer sólo una “revisión de los contratos”. La parálisis retórica de Andrés es el efecto de un supositorio introducido en su discurso, pero uno que no se disuelve y obstaculiza su agilidad luego de al menos doce años de suministro constante.

Visiones de arriba

En la clase política de este país hay dos visiones sobre el capitalismo mexicano. Una visión, la que está en el poder y que representan tanto el PRI como el PAN, sostiene que el modelo económico está bien, o en todo caso, que cualquier alternativa sería peor. Es la expresión mexicana del TINA de Margaret Thatcher: there is no alternative. La otra visión, la del partido Morena, es sólo una versión —más fantasiosa— de la misma visión: TINA + honestidad, algo así como un neoliberalismo franciscano.

Andrés busca ayudar a los pobres sin molestar a los ricos, pero al hablar de los millonarios —así sea para decir que ellos son inocentes— los incomoda. Lo ideal para la alta burguesía de este país es, como hasta ahora, pasar inadvertida: seguir siendo la mano que mece que la cuna pero sin que nadie hable de ella.

En una entrevista reciente con TV Azteca Andrés explicó que “la causa principal de la desigualdad es la corrupción… [la desigualdad] no se debe a la explotación del empresario al obrero”. Esta visión, en el género de la economía fantástica, es atractiva porque ofrece —aunque no nos diga cómo— atacar la desigualdad, algo que está ausente en el vocabulario de la otra visión, y en su promesa de redistribución es capaz de encontrar la sonrisa del gran capital, al que libera de toda culpa. Andrés busca ayudar a los pobres sin molestar a los ricos, pero al hablar de los millonarios —así sea para decir que ellos son inocentes— los incomoda. Lo ideal para la alta burguesía de este país es, como hasta ahora, pasar inadvertida: seguir siendo la mano que mece que la cuna pero sin que nadie hable de ella. Ponerlos bajo la luz es recordar que existen, y que están mejor —y los demás, peor.

En la Antigüedad el gobierno de los ricos era la “oligarquía” y el gobierno de los pobres la “democracia”. Una de las curiosidades de nuestra época es que llamamos “democracia” a eso que los griegos conocían como “oligarquía”. Para Aristóteles un gobierno de ricos y pobres podía ser una democracia bajo un criterio: la igualdad. Pues si el poder político de cada ciudadano —rico o pobre— es igual al de cualquier otro ciudadano —rico o pobre—, el resultado será el natural predominio de la mayoría pobre. En México, Andrés ofrece un gobierno “para ricos y pobres” que, en realidad, seguirá siendo una oligarquía, pero una renovada: una que pensará un poquito más en los pobres.

Visiones de abajo

Frente al actual escenario nacional la izquierda independiente —esa que no está en Morena ni, mucho menos, en lo que queda del PRD— se ha dividido en dos visiones. Una sostiene que no hay de otra, hay que apoyar a Andrés. Esta visión es sólo una reedición del antiguo lombardismo, esa corriente que con lenguaje marxista se dedicaba a apoyar al régimen del viejo PRI y sus candidatos. El Partido Comunista Mexicano, aunque era rival de Vicente Lombardo Toledano, más de una vez aceptó su política, como cuando le entregó la recién creada CTM a Lázaro Cárdenas, inaugurando así el corporativismo.

Los historiadores del futuro que se intriguen por la práctica desaparición de la izquierda marxista de los setenta y ochenta, esa que obligó al régimen del PRI a iniciar una democratización, fechará el Armagedón en 1988. Así como los dinosaurios vivieron su apocalipsis frente al meteorito que se impactó con el actual Yucatán, la militancia marxista de México se desintegró frente a un meteorito político. ¿Cuál? La Tendencia Democrática que dentro del PRI lideró Cuauhtémoc Cárdenas en los ochenta. Frente al giro neoliberal del PRI el ala izquierda de este partido, de raíz cardenista, terminó saliéndose. En un impulso tan frenético como autodestructivo la izquierda marxista se disolvió en ese “PRI afuera del PRI” que pronto adoptaría el nombre de Partido de la Revolución Democrática.

Los actuales impulsos lombardistas que llaman a sujetarse a la dirección de López Obrador —parte y heredero de ese “PRI afuera del PRI”— son esos mismos impulsos que llevaron a la izquierda marxista al borde de la extinción. Seguir insistiendo en la misma política que explica su marginalidad contemporánea es proseguir en un masoquismo brutal que ya ha producido un daño antropológico en todo un sector de la izquierda independiente.

En momentos en que Andrés se perfila al triunfo, y que es necesario que digan qué opinan sobre su proyecto, el CNI y el EZLN han decidido mirar a otro lado y quedar bien con todos. “¿Vas a promocionar el voto por Andrés? ¡Muy bien, compañero!” O también: “¿Vas a promocionar el voto por Marichuy, como alternativa a Andrés? ¡Muy bien, compañera!”

La otra visión es la posmoderna, mejor encarnada por el EZLN y el Congreso Nacional Indígena. Aunque lanzaron a una candidata independiente, Marichuy, hoy explican que no llamarán a votar ni a no votar, sino todo lo contrario. (Estas últimas cuatro palabras son un agregado mío.) En sus palabras: “voten o no voten, organícense”. En la práctica, esta postura le deja libre el paso a Andrés; es un apoyo tácito bajo la forma de altísima dignidad moral. Sólo que los zapatistas podrán ignorar el cambio de gobierno… pero el gobierno no los ignorará a ellos. En momentos en que Andrés se perfila al triunfo, y que es necesario que digan qué opinan sobre su proyecto, el CNI y el EZLN han decidido mirar a otro lado y quedar bien con todos. “¿Vas a promocionar el voto por Andrés? ¡Muy bien, compañero!” O también: “¿Vas a promocionar el voto por Marichuy, como alternativa a Andrés? ¡Muy bien, compañera!” En ambos casos la comandancia del EZLN agregará: “Pero no olviden organizarse, amigos”.

Con todo, la visión zapatista, en su abstencionismo, es menos grave que el crudo entreguismo lombardista. Hay una tercera visión dentro de la izquierda independiente, la visión de la minoría dentro de la minoría: preparar, desde ya, la oposición al futuro gobierno de Andrés. Esta postura implica denunciar que su gobierno no será un amigo de las clases trabajadoras. Una forma que ha adoptado este llamado es, como anticipé en el párrafo anterior, llamar a votar por Marichuy, aunque no esté en la boleta. Es un llamado a recordar que en esta elección no hay una opción independiente de la burguesía, que Marichuy expresaba la única opción independiente. Este llamado es tal vez más zapatista que el de los mismos neozapatistas. Pero es un llamado confinado a los pequeños grupos socialistas que sobrevivieron el apocalipsis de 1988.

El cuadro general

El régimen mexicano —esta combinación de democratización trunca y neoliberalismo radical— está en crisis, ha perdido todo encanto. Desde hace tiempo el régimen dejó de conquistar “las mentes y corazones” —parafraseando a Bush— de los mexicanos y debió acudir cada vez más a la coerción para sostenerse. La “guerra contra el narco” fue una respuesta militarizada a la descomposición social que produjo la neoliberalización del país. En vez de revertir las reformas económicas a favor del capital, el consenso fue que las reformas eran inocentes: todo quedaba en manos del castigo, el uso de la fuerza.

El uso permanente de la fuerza es la confesión de que un régimen ha perdido su capacidad hegemónica; el poder desnudo es insostenible en el largo plazo. Se requiere del consentimiento para producir la hegemonía. Andrés ofrece sacar al régimen de su crisis ofreciendo una fuente inexplorada de legitimidad: la honestidad. En esta tarea está depositada su apuesta hegemónica, con la que no habrá necesidad ni de erosionar más la democratización ni de amenazar con poner en jaque el modelo económico.

Andrés muy probablemente contará con la fuerza política necesaria para impulsar su agenda, pues en el Congreso se acerca la perspectiva del carro completo. Es decir, una mayoría de congresistas afines (por cierto, que vuelva a aparecer el concepto de “carro completo” es un signo del potencial hegemónico del próximo gobierno). Además, Andrés es el dueño indiscutible de su partido —al que dirige sin democracia interna—; un líder personalista como no había tenido ningún partido desde el Maximato.

No es poca cosa lo que se viene. Aristóteles distinguía a los regímenes en rectos y desviados: los primeros gobiernan en función del bienestar general (en términos Gramscianos, buscan la hegemonía); los otros lo hacen en función del interés de los que gobiernan (subestiman el consentimiento y dependen más de la coerción). Andrés ofrece la redención del Estado (eso que él llama “moralizar la vida pública” del país). Los que gobiernan ya no robarán, dejarán de tratar al Estado como su botín. Los ricos seguirán siendo ricos. Los pobres seguirán siendo pobres. Los ricos seguirán siendo los dueños del poder; los pobres seguirán excluidos de él. Pero el Estado dejaría de ser administrado por sanguijuelas y pasaría a actuar —si todo sale bien— como un Estado coherente. Al frente de ese Estado estará Andrés. Los ricos tendrán que vérselas con él, con alguien que busca ser su socio, alguien que no es un simple un empleado suyo, un lacayo. Tendrán —un poco— menos de control sobre el Presidente, no será tan previsible.

Coda

Será la primera vez, en democracia, que México tendrá un gobierno identificado con la izquierda. Pero no de esa izquierda marxista —o incluso su versión light, socialdemócrata— que ubicaba en la economía política el terreno de la experimentación para lograr la justicia social. Ésta es una izquierda domesticada, que entiende que su radio de acción es y sólo es el Estado de derecho, el ámbito jurídico–estatal. Es ahí donde estará ubicada la agenda anticorrupción. La alta burguesía puede respirar tranquila.

Con parámetros mexicanos, un Estado que se someta a una terapia anticorrupción es una novedad. Con parámetros internacionales, México apenas estaría iniciando un largo camino por salir del club del capitalismo bárbaro. El tránsito del neoliberalismo al neoliberalismo franciscano es una apuesta que bien podría ser la de una derecha ilustrada, de signo demócrata–cristiano. Que esta agenda, en cambio, esté encabezada por “la izquierda” es sólo un recordatorio de la larga contorsión del país a la derecha.

Se avizoran las oportunidades. La expresión política que representa Andrés se dirige a la hegemonía del régimen, sí, pero al mismo tiempo, al ocupar la silla presidencial, abandonará —por fin— la hegemonía de la oposición.

Los ricos tendrían mucho que celebrar, pues se avecina un gobierno que le dará nuevo brillo al Estado que les garantiza su riqueza. Pero la burguesía mexicana nunca se ha caracterizado por su ilustración, sino por su vulgaridad. El proletariado mexicano tiene menos razones para celebrar. Sobre todo, falta conquistar la democracia, pero en el sentido clásico: de irrupción de los pobres que derrocan a los ricos, para asumir la conducción del Estado. El marxismo conceptualizó esta apuesta como la dictadura del proletariado (una democracia entre las clases trabajadoras, que impone su dictadura sobre la burguesía derrocada). Claro que éste es hoy el terreno de la utopía.

Sin embargo, se avizoran las oportunidades. La expresión política que representa Andrés se dirige a la hegemonía del régimen, sí, pero al mismo tiempo, al ocupar la silla presidencial, abandonará —por fin— la hegemonía de la oposición. ¿Qué contornos adoptará la oposición de izquierda? El hecho de que no lo sepamos ya es un buen indicador. ®

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