Los delicados cimientos de la historia de un país

Negras tormentas, exposición de Marcos Castro

Negras tormentas hace uso pues de la gran paradoja de la labor del arqueólogo, que es también la del artista, la del pensador, la del escritor: excavar para traer a la superficie, para llevar a la luz.

Negras tormentas © Marcos Castro

Un supuesto arqueólogo olvidado por los archivos de la historia, por obra del azar hace un descubrimiento sorprendente que podría cambiar la historia del país: al asistir a un funeral en Xico, Veracruz, encuentra, mientras cavaba para enterrar la tumba, un monolito rectangular con una extraña inscripción: se trata del fragmento de un águila atravesada por el pecho por una serpiente, sosteniendo una tuna con su garra. A partir de este descubrimiento Jean Paul Betancourt, el arqueólogo ignorado por las instituciones detentoras de la versión oficial de la Historia, lanza una desconcertante hipótesis: en Veracruz, enterrados en lo más profundo de la tierra, yacen los restos de una civilización que se habría formado alrededor de 1325 por un grupo de personas provenientes de Aztlán; es decir, una Tenochtitlán alterna. El silencio, el tiempo y el consecuente olvido habrían enterrado, lo mismo que a la remota civilización, al misterioso arqueólogo.

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La habitación tiene una luz mortecina. Un escalofrío recorre al visitante que de pronto se ve en medio de figuras fantásticas que lo miran, lo cercan, lo acechan desde todos los ángulos, desde todas las paredes. Sin apenas tiempo de recuperarse de la sensación de ser un intruso en un lugar fantástico, escucha ecos, murmullos, palabras entrecortadas, notas que sólo durante un breve tiempo se vuelven reconocibles: “Piensa oh Patria querida que el cielo, un soldado en cada hijo te dio”. En la pared del fondo hay un haz de luz cuyo trayecto va iluminando fragmentos de ese mundo onírico, inquietante, en el que nos encontramos sumergidos. La estrofa del himno se vuelve identificable al mismo tiempo que la luz se detiene sobre uno de los fantasmas que habitan ese mundo. Una de las sombras de ese enorme cuadro que es la pared cobra vida: mueve unas alas y se detiene: es un águila (aunque mientras vuela podría ser igualmente un cuervo) detrás de la cual emerge una serpiente, como si quisiera ahorcarla. El espejismo dura poco, la luz vuelve a ponerse en movimiento y el águila y la serpiente han desaparecido.

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Sobre la pared, como sobre un blanco e inmaculado lienzo, Marcos Castro ha hecho este dibujo excavando entre las capas superpuestas, entre los sedimentos que el tiempo ha recubierto sobre el muro y que la aparente blancura y aplanado han querido disimular.

Al fondo se recorta la entrada a una estancia que, en contraste con la que abandonamos, está iluminada por las amplias ventanas y pintada toda de blanco. Sobre el muro principal reconocemos, tan grande como el mismo muro, el fantástico animal, símbolo, tal vez, de una posible civilización para siempre enterrada en el olvido. No se puede decir con certeza si se trata de una serpiente emplumada con una cabeza de águila que ha brotado de su cuerpo, como si fuera parte del cambio de piel, o si se trata de un águila aferrando una cola que de pronto le ha crecido, como si quisiera impedir o contener el surgimiento, la irrupción de una naturaleza muy otra, que ya ha dado a luz.

Sobre la pared, como sobre un blanco e inmaculado lienzo, Marcos Castro ha hecho este dibujo excavando entre las capas superpuestas, entre los sedimentos que el tiempo ha recubierto sobre el muro y que la aparente blancura y aplanado han querido disimular. La intervención no da pie a los engaños: sobre el piso miramos parte de los escombros, de los detritus que fueron removidos para dar relieve y profundidad al dibujo.

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Luces y sombras; enterrar-desenterrar; cubrir-descubrir; capas y superficies: relieves. Negras tormentas se construye sobre ficciones que no hablan de otra cosa sino de posibilidades: una bandera, un símbolo ominoso, el descubrimiento de un posible pasado ignoto que resquebrajaría los delicados cimientos sobre los que se ha construido la historia de un país, de una “identidad”. Y aun si se trata de ficciones, las preguntas que lanza no son menos desconcertantes: ¿qué figuras han pasado a la sombra para mostrar sólo aquellas que un modesto haz de luz ilumina efímeramente? ¿Qué contrastes de luz y oscuridad generan el movimiento de una imagen que fugazmente se yergue frente a nuestros ojos antes de desaparecer de nuevo entre sombras sin relieve? ¿Sobre qué trazos se da forma a los dibujos sobre los cuales, a veces raspando, a veces resanando, construimos y reconstruimos un pasado, una historia, nuestra historia que, como todo relato, tiene mucho de ficción?

En efecto, es posible imaginar sobre el fondo, por encima, por debajo, por delante, de los símbolos, de las imágenes que nos definen, los rastros de otros trazos que yacen pacientes en las capas de cualquier superficie aparentemente blanca y aplanada, esperando al azar, a la mano, que permita descubrirlos y sobre una tenue huella encontrada, apenas sugerida, raspar, raspar y encontrar formando no una sino muchas historias posibles.

Negras tormentas hace uso pues de la gran paradoja de la labor del arqueólogo, que es también la del artista, la del pensador, la del escritor: excavar para traer a la superficie, para llevar a la luz. ®

—Negras tormentas, Marcos Castro en El Clauselito; Museo de la Ciudad de México, 25 de febrero–22 de abril de 2012.

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Publicado en: Arte, Marzo 2012

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