Mexicanos al grito de guerra

Fotografías de Karina Villalobos

Karina conjuga elementos que provienen de varios tipos de fotografía: la documental, la de stock o comercial y el retrato contemporáneo. Por un lado las poses, los encuadres, la iluminación artificial y la vestimenta de los fotografiados nos indican consideraciones formales específicas, las mismas que acentúan en casi todas las fotos una frivolidad propia de las imágenes que se toman para usos comerciales.

Un machete, una navaja, un martillo, un pepperspray, un perro, las rejas de una casa. De esos y otros tantos objetos se conforma el armamento con el que los mexicanos retratados en las 21 imágenes del proyecto de Karina Villalobos salen al grito de guerra desde sus trincheras. En primera instancia, el título de este trabajo se antoja para algo épico, belicoso, como yo diría algo “in your face”. Por el contrario, ella ha recurrido a una estrategia poco convencional para presentarnos un conjunto de piezas que, entre todas o por separado, funcionan perfectamente para hablarnos de dos aspectos relevantes dentro del panorama del arte actual.

El primer aspecto tiene que ver con la decisión particular de Karina por elegir una temática que de antemano parece un lugar común dentro de las preocupaciones de los artistas desde hace unas décadas: la violencia y la inseguridad en el país. Por un lado, es bien sabido que cada uno, desde la disciplina que le convenga o que venga a su caso puede tomar y retomar el tema que desee, reflexionarlo, representarlo o comentarlo a su manera a pesar de lo trillado del asunto. Los modos de aproximarse a cada situación permiten hasta cierto punto que la obra y los discursos similares, en vez de repetirse, contrasten, diversificando y formando nuevas perspectivas. Todas estas relaciones llevan a que como espectadores encontremos alguna revelación, algún detalle que confronte y enriquezca nuestra manera de vivir la realidad. Pero aún más importante y para este caso en particular: necesitamos también que se nos recuerde constantemente que como mexicanos no sólo vivimos de violencia e inseguridad reflejada en la sangre derramada, en los resultados de la lucha contra el narco, en el fuego cruzado o en las noticias de la noche, que de eso ya estamos saturados. El meollo de todo esto radica en las formas de convivencia, las formas en las que procedemos día a día y que inevitablemente nos llevan a esquivar al vecino y a estar continuamente a la defensiva porque aquí, o te chingas o te jodes, y la verdad es que nadie quiere eso. A partir de la decisión de colocar a sus sujetos portando (o junto a) aquello con lo que se “protegen”, parece reiterarnos que efectivamente vivimos en tiempos violentos, tiempos difíciles donde nadie está a salvo. Aunado a eso recordemos que las fotografías poseen una característica de perpetuidad del momento capturado, del instante que ya pasó pero por su naturaleza nos persiguen, nos recuerdan aquello que fue. Desafortunadamente, los retratos de Karina revelan un instante ocurrido pero también circunstancias que aún no se han podido resolver, que precisan de soluciones de raíz antes de que sea demasiado tarde.

El proyecto de Karina nos habla desde un tipo de práctica fotográfica contemporánea: la que se estructura a partir de elementos ya ubicados y con ellos se construye una pieza que lo mismo funciona como testimonio que como un inquietante ejercicio estético. En el camino, le ha puesto rostros a un conflicto en nuestra sociedad mexicana esperando aportar algo más que una simple queja. Sin abusar del amarillismo, deja en evidencia los errores de una novela que intenta subsanarse sin mucho optimismo: la gran tragicomedia mexicana.

El segundo aspecto es quizá el más importante dentro de esta serie. Se trata de una cualidad que encuentro en la obra pero que me cuesta mucho trabajo definir. Karina Villalobos conjuga, inesperadamente, elementos que provienen de varios tipos de fotografía: la documental, la de stock o comercial y el retrato contemporáneo. Por un lado las poses, los encuadres, la iluminación artificial y la vestimenta de los fotografiados nos indican consideraciones formales específicas, las mismas que acentúan en casi todas las fotos una cierta frivolidad propia de las imágenes que se toman regularmente para usos comerciales. Esas imágenes se ejecutan casi mecánicamente, son tomadas en sets predeterminados y se proveen de elementos para ilustrar de manera concreta y sin muchos distractores una idea, un producto o un motivo en especial. Aquí vemos cómo todos parecen pertenecer a anuncios para publicidad del gobierno o algún servicio público. Por otra parte, el hecho de que casi todos los sujetos se hallen en espacios familiares nos habla de una preocupación por presentar el contexto de éstos. Camas, salas, cercos, sillas, patios, tendederos, juguetes o puertas se integran en el escenario donde cada uno se desenvuelve. Incluso en espacios exteriores es posible leer que la foto contiene una historia, la cual parece cercana, verosímil en tanto que semejante, ya que muestra directamente el entorno del hogar y el espacio íntimo que nos refiere a lo cotidiano. Además de ese dato, sabemos que quienes habitan son paisanos, o sea que poseen una característica en común con nosotros. La fotógrafa se ha colado hasta la privacidad de esta gente para traernos un indicio de realidad que nos recuerde a nosotros mismos. Los sujetos podrían no pertenecer y sin embargo parecen propios de esos lugares, puesto que su mirada serena, fija en la cámara, está cargada también de cierto orgullo y desafío, como retando verdaderamente a cualquiera que intente pasar por ese lugar. Vemos entonces al mexicano que defiende lo que aparentemente es suyo portando un instrumento que lo cuida de otros mexicanos, o propiamente dicho, de cualquier otra persona.

Los detalles y la manera en que los sujetos se ven afectados por el contraste entre la iluminación artificial provista por la fotógrafa y la iluminación propia del momento generan atmósferas que intentan decirnos algo más allá de las evidencias formales. Ya sea destacando al sujeto, haciéndolo salir de la penumbra, o añadiéndole dramatismo con sombras y contrastes, se percibe fácilmente un sentimiento vertido en las imágenes. No sólo observamos algo que no está bien dentro de la escena y refiere a los retratados. La artista ha enmarcado con precisión y atención al detalle, el contenido a fotografiar: un entramado que proviene del descontento, o como ella le llama, del “insomnio”. Si ella no había podido dormir resolviendo este tema, parece oportuno decir que algunos de nosotros tampoco, pero lo que subrayo no es nada más la insistencia de todo este ejercicio, sino la dedicación por persistir sobre una problemática que precisa de la participación de todos. Karina Villalobos nos recuerda, sin afán de aleccionarnos, que sin excepción (porque desde la señora de la casa extraña hasta el expresidente municipal, pasando por tu vecino, tu amigo, tu prima o tu exnovia enojada), todos ocultamos una estrategia para sobrevivir en esta época.

En síntesis, el proyecto de Karina nos habla desde un tipo de práctica fotográfica contemporánea: la que se estructura a partir de elementos ya ubicados y con ellos se construye una pieza que lo mismo funciona como testimonio que como un inquietante ejercicio estético. En el camino, le ha puesto rostros a un conflicto en nuestra sociedad mexicana esperando aportar algo más que una simple queja. Sin abusar del amarillismo, deja en evidencia los errores de una novela que intenta subsanarse sin mucho optimismo: la gran tragicomedia mexicana. ®

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Publicado en: Febrero 2013, Fotografía

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