Música y superchería

Hecho en México, de Duncan Bridgeman

En esta película priman los estereotipos sobre lo mexicano, la identidad y la religiosidad con un fondo de música predominantemente pop, aderezados con opiniones de intelectuales, músicos y… charlatanes.

Hay una larga tradición en México de reflexión en torno a la identidad, la idiosincrasia o el carácter nacional, que parte de los liberales del siglo XIX y continúa hasta ahora con académicos como Agustín Basave o Roger Bartra, por mencionar solamente dos de entre decenas de estudiosos de un tema histórico con tantas aristas.

No importa si México es un país en el que conviven culturas y pueblos diversos, de distintas raigambres prehispánicas y europeas —gran parte de éstos ya tan amalgamados que es difícil saber dónde acaba lo indio y comienza lo español—, a final de cuentas todos son guadalupanos, místicos, albureros y, desde luego, musicales. Tampoco importa que Juan Villoro y Héctor Aguilar Camín hablen brevemente de un país complejo, en guerra —sin meterse en honduras— y con graves problemas, el resto de los alegres protagonistas del documental Hecho en México se encargarán de afirmar que a pesar de todo eso el nuestro es un pueblo muy talentoso y definitivamente entregado a la fiesta y el albur.

En este documental los actores, músicos y charlatanes lanzan frases contundentes como “Los ricos son blancos y los pobres son morenos”. Daniel Giménez Cacho —autor de esa sentencia— también afirma que “los canales para difundir lo nuestro (sic) están controlados”. Es paradójico que lo diga en una película producida por Lynn Fainchtein —quien se ha encargado de musicalizar unas cincuenta películas—, dirigida por el músico y documentalista inglés Duncan Bridgeman —autor del proyecto multimedia 1 Giant Leap en 2002— y financiada por Emilio Azcárraga Jean y Bernardo Gómez, directivos de Televisa, una empresa vilipendiada ad nauseam por los movimientos lopezobradorista y YoSoy132 por considerarla tan poderosa como para imponer a un presidente. (Me pregunto si Giménez Cacho también se refería a todos los blancos que acabo de mencionar y a los que salen en este filme. Me pregunto también por qué no se consultó, por ejemplo, a Néstor García Canclini, autor de Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, de 1990, donde habla de las conexiones entre lo culto, lo popular y lo masivo.)

Entre loas a las cosmogonías de los pueblos originarios de Mesoamérica y pesadumbre porque “los gringos” nos llenan de basura destaca la sensatez de Xóchitl Gálvez, la única en ofrecer una visión dinámica de las comunidades indígenas, capaces de mutar, emigrar y escapar a los estereotipos (una falla del documental es no identificar a los protagonistas con una leyenda con su nombre y profesión). Fuera de eso el filme es un desfile de personajes y músicos desiguales que no se distinguen por su lucidez o por la calidad de sus letras; estos últimos —perfectamente cableados, microfoneados y grabados con la mejor tecnología extranjera, muy probablemente estadounidense— componen su música a partir de la fusión del pop-rock anglosajón con géneros mexicanos, ensalzan el pasado indígena y practican tan efusivamente el hip hop que parecerían oriundos del Bronx. Incluso uno grupo de innegable simpatía, El Venado Azul, de origen huichol, entona una melodía, “Cusinela”, que pondría de mal humor a muchas feministas: “Ay, cosita, Cusinela, te mueves rico en el petate … Cocinas sabroso … Vente cusita, ven Cusinela, biscochita apretadita como la prensa para tortear, amasa amasa…” Un conjunto musical aunténticamente indio que en esta película es el que menos se preocupa por difundir o ensalzar su “cosmogonía”, pues de eso se encargan cantantes como Roco y Moyenei, con un fraseología que exalta “la unidad y el movimiento”. (Por si les interesa, el ex cantante de Maldita Vecindad nos informa en Facebook que su religión es “el amor, el sufí y la toltequidad”.)

Para ser el retrato de un país Hecho en México es apenas un fragmento armado con clichés y lugares comunes enmarcados en una selección musical que pretende abarcar todos los géneros. La vuelta al México mítico, donde reina el amor, la paz y la sabiduría.

Hecho en México confunde lo mexicano con algunos paisanos populares —y otros no tanto— y mezcla promiscuamente la música con la superchería. En vez de recurrir a la rica compilación de chistes, albures y bromas de Armando Jiménez (1917-2010) en su Picardía mexicana (143 ediciones, más de cuatro millones de ejemplares vendidos) se invita a dos cómicos televisivos de humor cebo, Brozo y Ponchito. El franco amasiato con la industria discográfica lo pone en más que obvia evidencia un videoclip del charro metrosexual Alejandro Fernández —además de otros “artistas” con ventas millonarias. Como muestra del talento juvenil se echa mano de esa mala broma llamada Amandititita al lado de Don Cheto, un ranchero al que le faltan años luz para alcanzar el ingenio y la gracia del Piporro. Las voces aniñadas de Natalia Lafourcade y Carla Morrison al lado de la no menos sensible y conservadora Julieta Venegas, más la rebeldía pasteurizada de Molotov y el puertorriqueño Residente reforzada por imágenes de archivo de los olvidados y jodidos neozapatistas. El mito de la Virgen de Guadalupe exaltado hasta el paroxismo por la teatralmente oaxaqueña Lila Downs con fondo grupero ilustrado por el fanatismo colonial de peregrinos miserables y autoflagelados. La charlatanería convertida en filosofía maya por el ex estratega de comunicación de Vicente Fox, Santiago Pando —quien llegó a afirmar: “Oigo todo el tiempo voces. Son entes, son seres de luz”, y que “los mayas galácticos se quieren comunicar conmigo” (El Universal, 25 de marzo de 2004)— y en más palabrería hueca a cargo de Antonio Velasco Piña, quien asegura que hay un vínculo sagrado entre México y el Tíbet y cree en la existencia de “guerreros espirituales”. En entrevista a propósito de su libro El retorno de las águilas y los jaguares dice que “México necesita recuperar los arquetipos históricos de los guerreros espirituales, generados en sus momentos de mayor esplendor, con los olmecas, teotihuacanos, toltecas, mayas o zapotecas” (La Jornada, 18 de julio de 2012).

Es una película musical, principalmente, y no tiene por qué mencionarse ahí los logros de la academia, la investigación, la ciencia, la tecnología y el deporte nacional. A cambio de eso se nos obsequia con las declaraciones telenoveleras sobre el amor, la vida y la muerte de Chavela Vargas, Diego Luna y Elena Poniatowska; los berridos de una Gloria Trevi falsamente feminista y una colección de piezas musicales muy dispares, entre las que sobresalen las interpretadas por La Maya Internacional, el Cuarteto Latinoamericano y Mono Blanco, pero no muchas más. La escena experimental y electrónica simplemente no existe.

Para ser el retrato de un país Hecho en México es apenas un fragmento armado con clichés y lugares comunes enmarcados en una selección musical que pretende abarcar todos los géneros. (Recuerda, por cierto, el estilo de los viejos cortos y documentales de Demetrio Bilbatúa para Telesistema Mexicano y el gobierno en turno o los programas México, magia y encuentro de Raúl Velasco, pero la verdad es que son más ingeniosos los anuncios de la cerveza Corona.) La vuelta al México mítico, donde reina el amor, la paz y la sabiduría. Más parece esta película el vehículo para colocar en las listas de popularidad a estos grupos y cantantes, lanzar un guiño a cierta izquierda radical —debe agradecerse que no se invitó a Denise Dresser ni a Carmen Aristegui ni a Maná, pero faltó poco— y congraciarse con jóvenes que detestan a Televisa pero rinden culto a muchos de los artistas que aparecen aquí. ¿Hay algo malo en tratar de destacar el lado positivo de México en una era de violencia y conflictos políticos y sociales cada vez más absurdos? No, por supuesto, y hay muchos aspectos en este país de los cuales podemos estar satisfechos. El problema es otro: ¿cómo puede pensarse seriamente el futuro montado en estereotipos y supercherías mientras bailoteamos al ritmo de un pop pretencioso pero, finalmente, muy convencional? ®

—Una versión breve de este artículo se publicó en el suplemento Laberinto del diario Milenio el sábado 7 de octubre de 2012.

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Publicado en: Cine, Octubre 2012

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  1. Solo falto la clasica referencia al revolucionario que usa american expres, manu chao lider ideologico de todos los artistillas de izquierda, para que el articulo estuviera completo. Podria considerarse como un capitulo musicalizado de la rosa de Guadalupe. Y si es muy divertido leerlos.

  2. El crítico que critica al crítico en un afán de ser verdaderamente crítico, prescribiendo crítica contra las prescripciones críticas. Y la serpiente se muerde la cola.

  3. Guillermo Jaimes

    «Gracias, Guillermo, ya entendí» jaja eres bueno para el sarcasmo pero no tanto… ¡Ah qué Rogelio! Saludos a toda la comunidá de monjes emasculados de Replicante… siempre son muy divertidos de leer.

  4. Guillermo Jaimes (@GuilloJB87)

    Ah por si tenías duda… a mi tampoco me gustó el documental de Televisa pero no por querer construir identidades y futuros en supercherías y canciones pegajosas cuasi-sexistas sino por ñoño.

  5. Guillermo Jaimes (@GuilloJB87)

    ¡Ay Rogelio! Lo primero que digo y respondes exactamente con lo mismo… Por mi puedes seguir criticando a Televisa -no sé a lo mejor te contagiaste del virus #YoSoy132- lo único que hice fue responder a tu pregunta lastimera llena de sentimentalismo barato y rompe-vestiduras… ¿Yo malote? N’ombre ni que tuviera el placer de escribir columnas en esta revista.
    Finalmente y sólo por joder, mi nombre no es Jaime sino Guillermo.

  6. Guillermo Jaimes (@GuilloJB87)

    «El problema es otro: ¿cómo puede pensarse seriamente el futuro montado en estereotipos y supercherías mientras bailoteamos al ritmo de un pop pretencioso pero, finalmente, muy convencional?»

    Fácil, cuando a la comentocracia de la que Replicante forma parte -aunque se sientan bien malotes y contra-culturales porque critican a los ídolos intelectuales de la izquierda- deje de interesarle este tipo de producciones y escriban largas y lastimeras columnas con un dejo de abuelita conservadora de los años treinta que regaña a los hijos porque no saben lo que quieren y siguen jugando a las canicas cuando ya deberían haber empezado a planchar la ropa. Sólo entonces pensaremos seriamente en el futuro, cuando dejemos de preocuparnos de los estereotipos y de rasgarnos las vestiduras por los clichés de un ñoño documental de Televisa.

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