No hay Valentín para Salman Rushdie

El escritor que ha hecho enojar a todos

Tengo dos vidas, dice Rushdie: una llena de odio y atrapada en un serio problema sin resolver, y otra en la que amo y soy amado, una vida de hombre libre entregado completamente a su trabajo. Cuando me preguntan cómo estos diez años han afectado mi trabajo respondo que ahora estoy más interesado en escribir finales felices.

Salman Rushdie y su exesposa Padma Lakshmi.

Salman Rushdie y su exesposa Padma Lakshmi.

Si alguien no celebra el Día del Amor y la Amistad es el escritor Salman Rushdie. No sólo porque precisamente un 14 de febrero, en 1989, recibió el famoso decreto islámico —fatwa— que puso precio a su cabeza de por vida, sino porque durante su vida se las ha arreglado para hacer enojar a amigos, familiares, esposas, novias, maestros, clérigos, políticos, presidentes y colegas por igual, de tal manera que nadie quiere celebrar con él el cursi Valentine’s Day.

Cuando su padre Anis Rushdie leyó por primera vez Hijos de la medianoche (1980), segunda novela del polémico escritor, inmediatamente supo que el personaje de Ahmed Sinai, padre del narrador del texto y un astuto hombre de negocios condenado al fracaso por su colérico alcoholismo, estaba basado en él. La trifulca familiar no se hizo esperar y la relación entre ellos terminó para siempre.

Años después Rushdie hizo enojar a la primera ministra de la India, Indira Gandhi, quien en 1984 lo demandó por difamación, pues en la mencionada novela se le retrata a ella como una cruel viuda bruja sin corazón que encarcela, castra y mata a los Niños de la Media Noche. Aunque la enemistad entre ellos era por todos conocida, la señora Gandhi nunca prohibió la novela en la India. Aunque cuando ganó el caso obligó al autor a disculparse públicamente, episodio humillante para el siempre arrogante Rushdie, quien a partir de las subsecuentes ediciones tuvo que quitar la parte donde la malvada mujer descuida y abandona a su esposo, ofensa capital dentro del pensamiento hindú.

Cinco años más tarde Rushdie volvió a hacer enojar a otro personaje, esta vez a un clérigo islámico poderoso y con poco sentido del humor: el ayatola Jomeini, quien al ver publicado Los versos satánicos (1988) lanzó la sentencia de muerte contra su autor, obligándolo a vivir desde entonces a salto de mata. Llama la atención que a Rushdie le tomó cuatro años escribir Los versos y un solo día para hacer enojar a la segunda religión más grande del mundo. En ese entonces la recompensa por matarlo era la nada despreciable cantidad de tres millones de dólares.

En Los versos satánicos la señora Tatcher es referida como Mrs. Torture (doña Tortura), y mientras el gobierno de la Dama de Hierro expresó públicamente su desagrado por el escritor, llamándole “the inconvenient fellow” (un tipo inconveniente), reconoció que era su deber como gobierno proteger la libertad de expresión de uno de sus ciudadanos.

Curiosamente, cinco días antes de la emisión de la fatwa su entonces esposa, la novelista estadounidense Marianne Wiggins, harta de las muchas infidelidades del autor, le pidió el divorcio. Por supuesto las escaramuzas maritales no tenían la proporción de la furia islámica, un hecho convertido ya en problema diplomático y de seguridad nacional para Inglaterra, por lo que la señora Wiggins tuvo que posponer su enfado matrimonial —hasta ahora Rushdie lleva cuatro malhumorados matrimonios.

El primer año de la publicación del controvertido libro Rushdie ganó cerca de dos millones de dólares. Pero estaba lejos de disfrutarlos: el escritor, de entonces 42 años, obligado a dejar todo para vivir en un mundo de paranoia, rebotaba de escondite en escondite y tenía que ser acompañado hasta al baño por policías que lo vigilaban las 24 horas del día. Por si fuera poco Rushdie también tenía que vivir bajo el gobierno de una persona a la que igualmente había hecho enojar tiempo antes: Margaret Tatcher.

En Los versos satánicos la señora Tatcher es referida como Mrs. Torture (doña Tortura), y mientras el gobierno de la Dama de Hierro expresó públicamente su desagrado por el escritor, llamándole “the inconvenient fellow” (un tipo inconveniente), reconoció que era su deber como gobierno proteger la libertad de expresión de uno de sus ciudadanos, por lo que le ofreció protección día y noche durante los siguientes nueve años.

En 1988, cuando se publicó Los versos...

En 1988, cuando se publicó Los versos…

Entre amigos y colegas el autor pasó de ser el good old Salman a meramente el Asunto Rushdie y por ende un apestado y blanco de la crítica. Muchos de sus colegas opinaban que el autor, fuera de ser ingenuo e idealista, en realidad había insultado al islam intencionalmente. Uno de ellos fue el escritor John Le Carré, maestro de maestros del espionaje, quien sostuvo con Rushdie un despiadado pleito epistolar durante quince años: “La disputa entre Le Carré y Rushdie”, dijo el escritor Christopher Hitchens, “es entre aquellos que piensan que la religión debe ser protegida de las críticas ofensivas y los que opinan lo contrario”. Al final todo se resumía en el legendario conflicto que desata el tema de la libre expresión y que se remonta hasta el Juicio de Sócrates. “Sin la libertad de ofender no existe la libertad de expresión”, terminó diciendo Rushdie, no sin hacer enojar a más gente.

Diez años después de la fatwa Rushdie escribió un pequeño artículo para la revista The New Yorker titulado “My Unfunny Valentine” (Mi nada divertido san Valentín): “Tengo dos vidas: una llena de odio y atrapada en un serio problema sin resolver, y otra en la que amo y soy amado, una vida de hombre libre entregado completamente a su trabajo […]. Cuando me preguntan cómo estos diez años han afectado mi trabajo respondo que ahora estoy más interesado en escribir finales felices. (Sin embargo) ¿cómo explicar a los demás el sentimiento que tengo de violación? Es como si de repente un grupo de gente entrara a tu casa a garrotazo limpio mientras estás haciendo el amor, bañándote o sentado en el excusado […] Nunca jamás vas a besar o bañarte o escribir sin dejar de recordar esta intrusión […]. La vida puede ser dura, y por una década el Día de san Valentín me recuerda esa dureza. Pero estos oscuros aniversarios también han sido momentos propicios para tener en cuenta el valor compensatorio del amor, sintiendo el Amor cada vez más como el único argumento a seguir” (The New Yorker Magazine, 15 de febrero de 1999).

Los problemas de san Valentín de nuestro autor están lejos de haberse ido: el 14 de febrero del 2000 el ayatola Hassan Sanei reiteró el decreto e incrementó la recompensa por la cabeza de Rushdie en 500 mil dólares más del monto original. Aún no se sabe de nadie que haya intentado cobrarlos… ®

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Publicado en: Libros y autores

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