NORMAN MAILER

Un fuera de la ley psíquico

Con motivo del reciente fallecimiento de Norman Mailer (1923-2007)*, recordamos sus búsquedas metafísicas a partir de un Mailer que aparece en la pantalla del televisor, el centro expositivo del entretenimiento del siglo XX, en donde el escritor halló acomodo hacia el final de su vida.

Norman Mailer charla con un reportero; juntos beben té helado en el restaurante llamado Dragonfly. De pronto, Sookie, la mesera, notablemente molesta, los interrumpe con un desvergonzado “¡Chicos, disculpen, paren su fiesta!” Les anuncia que el almuerzo ha sido cancelado, “¿Estás feliz, Norman Mailer? ¡Cancelaron el almuerzo!”, y, burlonamente, les advierte que ello significa que no habrá más té helado, rebanadas de limón y, sobre todo, “¡No más sentarse en el café sin ordenar nada porque eres Norman Mailer!” (el enojo de Sookie se debe a que el Dragonfly debe eliminar los almuerzos mientras sigan sin ser rentables). Luego, hojeando un ejemplar de algún libro de Mailer que hay sobre la mesa —¿Los tipos duros no bailan?, ¿Oswald?, ¿Los desnudos y los muertos?— extiende su mofa a su literatura –usa “grandes palabras”, le recrimina- hasta que Lorelai —la protagonista— se la lleva a la parte trasera del restaurante, donde Sookie reconoce que no es culpa de Mailer que las ventas estén tan bajas. Lo que sucede es que Sookie, además, ¡está embarazada!

Mailer en Gilmore girls

La escena arriba descrita pertenece al capítulo 6 de la quinta temporada de la serie Gilmore Girls, llamado “Norman Mailer, I’m pregnant!” (eventualmente, Sookie regresa a la mesa de Mailer a darle el anuncio al escritor quien, aún sorprendido, la felicita). En E! Entertainment Television —qué otro lugar para legitimar los acontecimientos de la cultura popular— consideran a la serie uno de los mejores “placeres culpables”. Alguien comentaba: “En la serie ha aparecido Norman Mailer”. Bueno, en E! saben quién es el escritor de Nueva Jersey, aunque quizá ignoren que alguna vez acuchilló a su esposa.

Mailer es un escritor —empresario literario, se llamaba a sí mismo— de nuestros tiempos, un reportero que observa los entretejes de la sociedad sobre la que escribe, incluido el entretenimiento (es autor de The faith of graffiti, uno de los documentos más serios sobre el graffiti en NY). “El tedio y el aburrimiento asesinan más existencias que la guerra”, decía. Abrió relatando su experiencia en la guerra y para el final aceptó hacer unos cuantos disparos en la guerra contra el tedio, desde la trinchera de una teleserie. A fin de cuentas, los acontecimientos diarios son de un absurdo tenaz. Sobre su escritura se ha comentado el hecho de que las orillas entre los géneros que manejaba eran borrosos, y de la misma manera se puede hablar de los acontecimientos vistos desde su postura de reportero/hombre de letras siempre alerta a lo que sucede en el contexto sociopolítico del mundo, aunque, eso sí, negándose a pensar en un la figura del escritor en términos políticos: “Es lo mismo que pensar en alguien y empezar por el ano”. Y decía: “La única cosa que siempre nos promete la televisión es que, en el fondo, lo que vemos en ella no es real”.

Mailer es un moralista, en el mejor sentido, como lo fue Dostoievski. Le tocó vivir los años álgidos de la contracultura estadounidense —el verano del amor— pero a una edad mayor (en 1967 contaba ya con 44 años), en la que la experiencia le permitió darse cuenta de los caminos equivocados que los jóvenes estaban tomando. Enumeraba lo que puede arruinar a un buen escritor. Apatía y cobardía figuraban entre los factores perniciosos, pero también carencia de un mínimo de fama, frustraciones, los excesos de halagos y, también, de droga, licor y sexo. “Me pareció que estábamos hipotecando el futuro con la marihuana”, declaró recientemente a Rolling Stone, y la dejó. Por otro lado, la masturbación le parecía “una actividad miserable”.

Ya con la salud deteriorada, alcanzó a publicar una última obra, que ya ha levantado ámpulas: The castle in the forest. En ella, la premisa es la juventud de Hitler, por quien en un momento determinado siente cierta empatía (Mailer salió a defender al vilipendiado Günter Grass luego de que diera a conocer su participación en la Waffen-SS cuando tenía 17 años); el mismo individuo que atrajo a las masas porque, según sus palabras, era capaz de darle al pueblo alemán lo que éste exigía a gritos, entre otras cosas, hacer picadillo a la gente. “Por cierto, al final no [la] hacía picadillo […] le tiraba gas”, remataba con un oscuro sentido del humor. La obra sirve también para apreciar la gran capacidad analítica del escritor, la manera en que desmenuzaba la situación política de su país. Cuando Paul Krassner lo entrevistó hace ya más de cuarenta años su profecía rezaba que si la enfermedad en Estados Unidos seguía su avance, en algún momento la nación tendría su propio Hitler. En uno de sus últimos libros, ¿Por qué estamos en guerra? (Anagrama, 2003) —que, a diferencia de Why are we in Vietnam?, una obra de ficción publicada en 1967, es un compilado de conversaciones más una conferencia dictada en el Club de la Commonwealth en San Francisco ese mismo año— redondeaba esa vieja idea de la siguiente manera: en efecto, Estados Unidos, en tiempos del 9-11, se encontraba ya en un estado muy parecido al de la Alemania nazi, y “el 11 de septiembre hizo algo equivalente con la sensación de seguridad de los estadounidenses”.

El libro explora dos conceptos que han sido constantes en su obra: el bien y el mal. En 1963 aún se encontraba indagando al respecto: “Tengo la obsesión de averiguar cómo existe Dios. Si es un Dios esencial o un Dios existencial; si es Todopoderoso o si Él también es una criatura existencial combatida, que puede tener éxito o fracasar con su visión. Pienso que este tema se hará más perceptible mientras más novelas escriba”. Eventualmente, parece haber encontrado algo, y terminó reconociendo su creencia en Dios y su antítesis, el Diablo. Mailer relata lo sucedido la mañana en que las Torres Gemelas cayeron: mientras su hija observaba el horror desde la ventana del apartamento de él en Brooklyn Heights, él lo miraba desde su hogar en Provincetown a través de las transmisiones en real time de CNN. Un Mailer afectado exclamó: “Dioses y demonios invadían Estados Unidos procedentes de la pantalla del televisor”. ®

[* Publicado en Replicante no. 15, “La sociedad del espectáculo”.]
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Publicado en: Hemeroteca, Julio 2010

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  1. «NOCHES DE LA ANTIGUEDAD» DE NORMAN MAILER
    La novela egipcia es la obra maestra de Norman Mailer. Es mejor que «Los desnudos y los muertos». Tiene la extravagante calidad de «El hombre que estudiaba yoga». Cito de memoria. Aun corriendo el riesgo de citarme a mí mismo, lo que no quiero es ser sacerdote de anaquel.
    Mailer nos dice que le llevó diez años escribirla. Es la novela de un campeón de boxeo retirado, gordo, al que nadie recuerda, salvo un par de tapas de revistas viejas y unas cuantas fotos. Un campeón de boxeo fanfarrón, borracho, drogadicto, que acaba derrotado por su sombra, por lo que no reflejan los espejos.
    Sin embargo, hasta la extrema extensión de esta novela nos habla de impotencia. Esta novela es el comienzo de la vejez: los últimos, los decisivos pasos.
    Biblia de la novelística de nuestro tiempo, lo que le falta de estilo es lo que le sobra de poesía triunfante. Por qué no nos animamos a decir que ésta es literatura sin modelos. Sin descendencia, sin imitadores. Tan pesada como la novela de Marcel Proust.
    Una literatura sin lectores, escrita para ser leída por sí misma.
    Esta novela tiene la perfección de una rosa. Es más, tiene la inmaculada perfección de un pajarito muerto en la vereda.
    Hay escritores que escriben para los críticos, y hay escritores que escriben para el público. Norman Mailer ha inaugurado un tercer tipo de escritor: el del gran escritor que no será leído ni por los críticos ni por el público.
    Repito: como Proust, Norman Mailer pasará a la historia de la literatura por esta novela no leída.
    Los que buscan a Norman Mailer en la novela egipcia de Norman Mailer lo encontrarán del todo en «El negro blanco» siempre y cuando lo busquen donde está.

    constantino mpolás andreadis
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