Pan y la pesadilla

Estudios sobre el dios Pan, de James Hillman, y Efialtes, de Wilhelm Roscher, en un solo volumen

Desde que Pan ha muerto la naturaleza ya no nos habla, como ya anunció Plutarco hace siglos, coincidiendo con el ascenso del cristianismo, tan contrario a las fantasías. O no podemos escucharla. Pero el dios Pan no ha muerto del todo y se materializa en los impulsos libidinosos o en el deseo sexual más extremo, y también en las pesadillas: donde cunde el pánico allí se agazapa el dios Pan, ese dios cabra peludo y fálico, que cuando el alma se halla presa del pánico se aparece en forma de instinto que finalmente la volverá a conectar con la naturaleza, ya que Pan se revela a sí mismo como sabiduría de la naturaleza.

© Toño Camuñas

Para James Hillman el dios Pan no ha muerto y al estar reprimido regresa a la psique en forma de psicopatologías. Hillman es el autor del ensayo Estudios sobre el dios Pan, que junto a Efialtes, de Wilhelm Roscher, texto sobre las pesadillas escrito a fines del siglo XIX y de referencia para el estudio de Hillman, conforman el volumen Pan y la pesadilla, editado por Atalanta.

Nos hallamos sometidos por poderes que escapan a nuestro control, si la psique no tendiera a la disociación no existirían los sistemas psíquicos fragmentarios, que dan lugar a los espíritus y a los dioses, y ésta es una de las razones por las cuales nuestra época es tan atea como profana. Según afirma Hillman, “Nuestra auténtica religión es un monoteísmo de la conciencia”, y eso nos impide reconocer la existencia de sistemas autónomos fragmentarios.

En el momento en que se detecta que ese monoteísmo de la conciencia tiene fisuras, surge la fantasía de regresar al helenismo y al politeísmo griego, pero no en busca de valores estéticos, filosóficos o culturales sino buscando una “iluminación” psicológica que devele el origen de los paisajes perdurables, arquetípicos, de nuestra mente.

Existen dos concepciones diferenciadas en el origen del pensamiento occidental, el hebraísmo y el helenismo, que representan las alternativas psicológicas de la unidad y la multiplicidad, respectivamente.

En el momento en que se detecta que ese monoteísmo de la conciencia tiene fisuras, surge la fantasía de regresar al helenismo y al politeísmo griego, pero no en busca de valores estéticos, filosóficos o culturales sino buscando una “iluminación” psicológica que devele el origen de los paisajes perdurables, arquetípicos, de nuestra mente.

En tiempos de crisis de la conciencia en el hebraísmo no encontramos elementos que propicien su renovación, sino “un refuerzo para los hábitos resecos de una mente monocéntrica que quiere mantener la unidad de su universo a fuerza de sermones culpabilizadores que invitan a la autosuperación”. El hebraísmo confirma el monoteísmo de la conciencia yoica, que alimenta la idea de un marco arquetípico de heroísmo y unidad.

El politeísmo de Grecia se presenta a priori como más versátil para entender la complejidad de la psique, aunque el retorno a Grecia se puede contemplar también de una manera crítica como un deseo regresivo de muerte, un escape a los problemas contemporáneos a través de fantasías mitológicas. Ante esta objeción sostiene el autor que mirar hacia atrás es la única manera de moverse hacia delante. Grecia es una fantasía, filosófica y literaria, pero al mismo tiempo es un hecho, un hecho capital en la tradición fundacional occidental. Esta Grecia a la que se alude va más allá de la limitación geográfica, Grecia como un conjunto de características psicológicas que conforman un paisaje interno de nuestras mentes, un paisaje de la configuración de la humanidad que ahora somos.

La cultura helénica aporta la tradición de la imaginación inconsciente, la complejidad politeísta griega anticipa nuestras situaciones psíquicas complicadas y desconocidas mediante arquetipos. Y afirma Hillman que el mito griego sirve menos como una religión que, de un modo más general, como una psicología.

En este sentido el dios Pan se esconde tras la masturbación, la violación, la persecución de las ninfas e incluso en la ecología y en todas aquellas situaciones en las que se es presa del pánico. Comenta Hillman que el Angst, terror o angustia, tan característicos de nuestra época, “tiene relación con el no-ser, de modo que el miedo no es propiamente miedo a la muerte, sino a la nada en la que se fundamenta todo ser”. De hecho, la masturbación, tocarse los genitales, es un modo de conjurar ese miedo. El miedo, acorde con los postulados de Jung, es lo que nos une a la naturaleza puesto que es el estado más común en el que vive la mayoría de los animales. El miedo, junto al hambre, la sexualidad y la agresión es el vínculo de los impulsos del inconsciente con la naturaleza.

Según Hillman, la misma etimología de pesadilla alude a la masturbación, a la opresión del abdomen y los genitales, acto que se halla presente también en algunos animales superiores y no siempre en cautividad. La masturbación se desarrolla en los adultos como un complemento a la actividad sexual, sin ser por ello un mero sustituto. La masturbación, según este estudio, sirve para conjurar el miedo y se atribuye al dios Pan, ya que reúne las características instintivas de compulsión e inhibición.

Pan vive constantemente amenazado, y si su reducto es la naturaleza, siendo el dios de los pastores acusado de predador sexual, no entiende cómo en nombre del cristianismo y del progreso se atenta sistemáticamente contra los reductos naturales, ahí donde Pan habita y donde el hombre puede recurrir para alimentar la imaginación.

Pan vive constantemente amenazado, y si su reducto es la naturaleza, siendo el dios de los pastores acusado de predador sexual, no entiende cómo en nombre del cristianismo y del progreso se atenta sistemáticamente contra los reductos naturales, ahí donde Pan habita y donde el hombre puede recurrir para alimentar la imaginación.

En cuanto a la segunda parte del libro, el Efialtes, de Wilhelm Roscher, es un estudio de las diferentes acepciones del término pesadilla. Efialtes es considerado el demonio o el espíritu maligno de las pesadillas. En este ensayo Roscher aborda el tema de la pesadilla desde diferentes ángulos. En el primer capítulo se toma en cuenta las observaciones de los profesionales de la medicina de aquel entonces. A finales del siglo XIX el tema de los sueños fue tomado muy en serio por la medicina, de hecho los estudios de Freud empiezan en esa época. En el segundo capítulo el autor bucea en los textos médicos de la Antigüedad, “todos ellos dependientes en mayor o menor medida de Sorano”, para contrastarlo con las observaciones de los médicos modernos, dándose cuenta de que eran coincidentes en su mayor parte.

En el tercer capítulo se interpretan etimológicamente los términos griegos y romanos para designar a las pesadillas y sus demonios, para ya en el cuarto ahondar en los demonios a los que se atribuía la excitación de las pesadillas (Pan, Sátiro, Fauno, Silvano), explicando cómo y por qué se convirtieron en los demonios de las pesadillas.

En tiempos de confusión y angustia generalizada la lectura de estos dos ensayos sobre las pesadillas desde la Antigüedad hasta nuestros días, y en concreto el papel que el exiliado dios Pan tiene en ellas, nos cuenta cómo en realidad nuestras angustias no son tan contemporáneas, o por lo menos fruto directo de la funesta contemporaneidad en la que vivimos, sino que esos miedos y pulsiones habitan en forma de arquetipos en lo más profundo de nuestra psique. Quizás teniendo en cuenta el pasado en el que se formaron nuestros paisajes mentales podamos atisbar el futuro psicológico que nos aguarda. ®

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Publicado en: Libros y autores, Octubre 2011

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