EL XIII FESTIVAL INTERNACIONAL DE DANZA ONÉSIMO GONZÁLEZ

La búsqueda de la calidad y del espíritu

El XIII Festival Internacional de Danza Onésimo González transcurrió con una curaduría intermitente en su calidad y sorteando la falta de un espíritu definido, de una conciencia clara de lo que se quiere mostrar de la danza jalisciense.

Lux Boreal

El Festival de Danza Onésimo González aún no define su espíritu. Durante trece años ha navegado por el mar de la burocracia y ha vivido venturas y desventuras. No es una situación excepcional, muchos festivales del país han vivido peores momentos e incluso han desaparecido siendo más jóvenes que éste, pero hay algunos que lograron consolidarse, como Un desierto para la Danza, que se realiza en varias ciudades de Sonora, y Cuerpos en Tránsito, de Tijuana.

Es claro que una de las tuercas que hay que ajustar, luego de ver no sólo la última edición del Onésimo González, sino todas las anteriores, es la curaduría. Desde hace dos ediciones se decidió que el festival llevara el adjetivo “internacional” y para ello se han invitado a algunas compañías extranjeras.

Pero un festival no se convierte en internacional por presentar algunos grupos de fuera; se le puede llamar así cuando la calidad de sus espectáculos es digna de cualquier foro del mundo. En ese sentido el Festival Cervantino y el Festival de la Ciudad de México lo son. Si el Onésimo mostrara proyectos jaliscienses de la más alta factura mundial y no invitara a uno sólo del extranjero, podría catalogarse como un encuentro internacional; quizá falte mucho para ello, pues Jalisco no destaca en la actualidad por su danza contemporánea, como sí sucede en el noroeste y el centro —esto sin desacreditar los buenos proyectos que se generan aquí. Sin embargo, perfectamente puede hacerse una curaduría cuidadosa que incluya los mejores proyectos dancísticos del estado y excluya las funciones de escuela.

Si el Onésimo González no tuviera la pretensión de ser un festival internacional y en cambio fuera un foro para mostrar las mejores propuestas jaliscienses, de otro festival estaríamos hablando. Ese afán de internacionalizarse es peligroso, pues sin el conocimiento, el dinero y la curaduría necesarios se podría llegar a trabajar arduamente por un festival que a fin de cuentas no logra trascender. Sería un acierto mostrar la mejor danza contemporánea jalisciense, seleccionando las propuestas con rigor, invitando a grupos y proyectos cuya buena factura ya se conoce y no sólo basándose en la respuesta a la convocatoria. Eso obligaría a los locales a crear continuamente propuestas de buen nivel. Y todo esto no está peleado con la inclusión de algunas compañías nacionales e internacionales, como invitadas, para ver algo de lo que sucede fuera.

Ese afán de internacionalizarse es peligroso, pues sin el conocimiento, el dinero y la curaduría necesarios se podría llegar a trabajar arduamente por un festival que a fin de cuentas no logra trascender.

En cada edición del Onésimo sus organizadores trabajan arduamente por lograr el mejor festival posible. De eso no hay duda. Y en 2010 no fue la excepción. Además, es digno de aplausos que un equipo tan pequeño —los dedos de las manos sobran para contar a sus miembros— levante un festival de diez días con todo lo que ello implica. Los grupos participantes hacen lo propio. Dan lo mejor de sí. Pero cuando la curaduría obedece a factores ajenos a la calidad las piezas no se sitúan en el contexto adecuado y eso provoca que funciones de fin de cursos de alguna escuela se programen junto a compañías de calidad y que las obras no se presenten en los espacios adecuados (en la zona metropolitana de Guadalajara los hay).

Aspecto importante para que el Festival de Danza Contemporánea Onésimo González pueda elevar y sostener su nivel de calidad es que el gobierno, a través de su dirección de Danza, permita que bailarines y coreógrafos de Jalisco se involucren. Y podrían hacerlo desde la organización. Así, las diferentes compañías podrían ser las anfitrionas, se resolverían asuntos logísticos que por falta de presupuesto y personal se van de las manos en cada edición de esta fiesta, y parte del peso del Onésimo caería en manos de quien —por lo menos en teoría— lograra su permanencia: la comunidad danzaria.

Danza en cruz

En el XIII Festival Internacional de Danza (este año le quitaron el “contemporánea”) Onésimo González participaron la compañía Ceres de Nuevo Laredo, Tamaulipas, con una obra de Rolando Beattie, Sombras, sol adentro, que no logró del todo su objetivo de retratar a la mujer tamaulipeca, como quiso hacerlo; Corpo Danza, bajo la dirección de Hiram Abif, una compañía independiente de Guadalajara con buen entrenamiento técnico que, sin embargo, presentó una obra un tanto anacrónica: El viaje cotidiano, la enajenación de los sentidos, que propone que esa enajenación se da en la actualidad a través de los periódicos y no, por ejemplo, por las redes sociales; que además se presentó en el Larva, uno foro inadecuado porque esta coreografía está hecha para teatro convencional; Anzar, bajo la dirección de Mónica Castellanos, presentó Caliche, una obra que remite a la danza butoh —aunque todavía queda en duda qué tanto occidente, Guadalajara en particular, la ha asimilado—, con Pablo Serna como invitado; Caliche busca en el movimiento, experimenta, propone, sólo falta cuidado en algunos elementos como el vestuario. En este caso el Larva fue un escenario adecuado a la propuesta; CETI Danza y Performance llevó al Foro de Arte y Cultura un festival de fin de cursos multidisciplinario que resultó lamentable en el marco del festival, un error en la curaduría; de Tijuana bailó Lux Boreal, una joven compañía profesional en el más extenso sentido de la palabra, que presentó Scrabble, creada por tres coreógrafos reconocidos: Magdalena Brezzo, Henry Torres y Ángel Arámbula, estos últimos directores de Lux.

También de Guadalajara, Quebranto presentó —otra vez— La Circa (1999) y La Otredad (2002), ambas de Antonio González, su director. Hace varios años que este grupo no estrena obra; de Puerto Vallarta, Spacio Cero sorprendió a más de alguno. La compañía, dirigida por Pedro García y Kenya Murillo, tiene una propuesta limpia, correcta en la composición, con bailarines de buen nivel técnico e interpretativo, aunque con una obra convencional, Fracturas; Arjos, bajo la dirección de Conrado Morales presentó una propuesta titulada Masticando corazones; la Compañía de Danza Clásica y Neoclásica de Jalisco bailó un repertorio de obras cortas que no lograron ser contemporáneas en cuanto a su lenguaje danzario, aunque sus integrantes son de buen nivel técnico; la compañía Danzallet de Morelia trajo el único montaje para niños, Recirqueando, que se presentó en el centro cultural Las Águilas, espacio que ha querido ser promovido por el Instituto de Cultura de Zapopan, que también apoyó el festival —como el ayuntamiento de Guadalajara— pero que no cuenta con el equipo necesario para funciones de danza.

La compañía Ad Deum Bio, de Houston, Texas, trajo su programa  Journey to Promise una serie de obras cortas con bailarines de buen nivel técnico e interpretativo, un estilo de movimiento que hace pensar en la danza moderna (Graham, Alvin Ailey y José Limón —guardando sus distancias) y un lamentable narrador que intervino antes de cada pieza, como si a los mexicanos ignorantes se les tuviera que explicar todo, incluso lo que no se veía en la obra.

Mond Ensamble, del Distrito Federal, presentó Cesse Murió en el centro cultural Las Águilas; Rafael Carlín y Compañía presentó en la primera parte de su programa, Claroscuro, obras cortas que han sido seleccionadas en concursos de coreografía, como el más importante del país, el INBA-UAM y el extinto premio Guillermina Bravo; todas ellas obras de cuidada factura en todos sus elementos, creativos y técnicos, mientras que en la segunda parte estrenó, con alumnos de la licenciatura en Danza de la UdeG México Wonderland, una obra menos lograda, reiterativa, aunque con una visión crítica del México actual y en la que demuestra que sabe sacarle jugo a los jóvenes bailarines.

Nayeli Santos hizo una “adaptación” de su propia obra Les Enfants, pues la presentó en el pequeño foro de Las Águilas sin los elementos que forman parte de la obra: vestuario, música en vivo, escenografía. Los chilenos de la compañía Danza en Cruz cerraron el festival con su obra Matadero alma, bajo la dirección de Patricio Pimienta, un montaje de buena factura que se puede catalogar como teatro-danza o teatro físico.

Así transcurrió el XIII Festival Internacional de Danza Onésimo González, con una curaduría intermitente en su calidad y sorteando la falta de un espíritu definido, una conciencia clara de lo que se quiere mostrar de la danza jalisciense. Ahora, si la mayoría de los grupos del estado tienen poco acceso a plataformas del país y el extranjero, ¿no podría el Onésimo ser su digno escaparate? ®

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Publicado en: Artes escénicas, Octubre 2010

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