El recuerdo de los muertos

Por qué en Guerrero no conceden cambio de luces

¿Qué es ser defensor de derechos humanos en Ayutla de los libres? No hay cafés ni desayunos en los hoteles de Reforma para discutir la situación del país: no hay cobertura mediática nacional para las conferencias de prensa. Tampoco hay generosos donativos por parte de organismos para financiar viajes y cabildeo internacional.

Niños de Ayutla © Prometeo Lucero

El 23 de febrero pasado se cumplió un año del secuestro, tortura y asesinato de los defensores de derechos humanos Raúl Lucas Lucía y Manuel Ponce Rosas, en el municipio de Ayutla de los Libres, Guerrero.

Raúl y Manuel realizaban su trabajo en sus comunidades: donde la mitad de la población no habla español —y por lo general esa mitad está compuesta por mujeres. Donde las mujeres, menudas y livianas, apenas rebasan el metro con cuarenta centímetros de estatura, y los hombres el metro cincuenta.

Es un lugar donde la masacre de El Charco sigue presente en la memoria colectiva. No se trata de un hecho ajeno y lejano que le pasó a unos guerrilleros trasnochados; no es una historia llena de folclor. En la escuela que ocurrió, dice Prometeo Lucero, están los impactos bala, como recordatorio.

También se percibe como vigente la esterilización por medio de engaños de la que fueron objeto varios hombres mixtecos, después de la masacre de El Charco. El Charco, la esterilización, se repiten, como detonantes de lo que ha venido después: más asesinatos, impunidad, todos bajo el nombre de la “guerra contra el narcotráfico” que, aseguran los defensores de derechos humanos, sirve como pretexto como estrategia de contrainsurgencia.

La Cortina

El que fue hogar de Manuel se encuentra en La Cortina (a más de dos horas de la cabecera municipal), a la que se puede llegar por un inhóspito camino de terracería. Son pocos los transportes públicos que llegan: camiones de redilas que cobran unos cuarenta pesos el viaje.

La Cortina es un puñado de casas de adobe, una cancha, desperdigadas a lo largo del camino de terracería. Los perros son increíblemente flacos y tristes. Pero la vista es espectacular.

Es un lugar donde la masacre de El Charco sigue presente en la memoria colectiva. No se trata de un hecho ajeno y lejano que le pasó a unos guerrilleros trasnochados; no es una historia llena de folclor. En la escuela que ocurrió, dice Prometeo Lucero, están los impactos bala, como recordatorio.

La casa de la familia de Manuel es la primera. Como parte de la costumbre mixteca de recordar a los difuntos, en el primer aniversario luctuoso, familia y amigos de los deudos llegan a la casa a rezar y llorar. La familia tiene que darles de comer.

El ambiente huele a leña, pino y humedad.

Margarita, esposa de Manuel, quedó viuda con dos hijos, de entre siete y once años. Han matado una vaca para dar de comer a los invitados. En total, calcula la familia, ha invertido unos seis mil pesos para conmemorar el asesinato de Manuel; crimen que sigue impune, por cierto.

Familia y amigos rezarán y llorarán hasta por ahí de las 10 de la mañana del día siguiente. Así, en seco (sin horas de sueño), irán a realizar sus labores cotidianas.

Antes se solía repetir este ritual los siguientes años. Pero ahora, explica Abel Barrera, de Tlachinollan, los deudos sólo lo hacen el primer año, por falta de recursos.

Alrededor de las siete de la noche sale una procesión de la casa del difunto. Llevan sirios bellísimamente adornados con papel de china de colores, flores y coronas. Se dirigen a la comisaría.

Hombres y mujeres llenan el salón que huele a humedad. Los músicos quedan en la retaguardia. Cirios, coronas de flores, una cruz católica quedan al frente. Una anciana enciende el copal. Un hombre, a mi lado, me señala una antigua fotografía (la única) que cuelga en la pared principal. “Es mi tío”, me dice. “Vivió 130 años”.

Apenas alcanzo a entenderle. Casi no habla español. Mi mixteco es inexistente. Le pregunto su edad. “Sesenta”, responde.

Comienza entonces la música: tambores, trombones en un pequeño espacio. Después otro hombre empieza a hablar. Mixteco otra vez. Sigue hablando y de pronto rompe en llanto. Le pregunto al hombre con quien hablé anteriormente qué es lo que dice. No halla las palabras para explicarme; tampoco me sabe decir quién es.

Tocan los músicos. Hablan otras personas.

La procesión sale. Se dirige a una pequeña construcción amarilla sin ventanas que hace las veces de iglesia.

A un lado, una cruz de madera. Una inscripción revela que la comunidad fue fundada en 1784.

El único adorno de la iglesia se encuentra a la entrada donde han colgado un cometa de cartón, adornado con luces de árbol de navidad. La cola del cometa está roto. El cartón ha vencido a la intemperie.

* * *

La crème de la crème de los derechos humanos en México se dio cita en el municipio de Ayutla para conmemorar el aniversario luctuoso de los defensores de derechos humanos: Amnistía Internacional, la Comisión Mexicana para los Derechos Humanos, la Red Todos los Derechos para Todos, entre otros. Incluso fue la representante de la Oficina en México del Alto Comisionado de los Derechos Humanos.

La crème de la crème de los derechos humanos en México se dio cita en el municipio de Ayutla para conmemorar el aniversario luctuoso de los defensores de derechos humanos: Amnistía Internacional, la Comisión Mexicana para los Derechos Humanos, la Red Todos los Derechos para Todos, entre otros. Incluso fue la representante de la Oficina en México del Alto Comisionado de los Derechos Humanos.

Ningún medio nacional le dio cobertura al evento.

* * *

De regreso a Chilpancingo. Dos horas de viaje por una carretera de dos carriles tan angostos como los de Insurgentes. La oscuridad es total. Casi todos los carros con los que nos encontramos mantienen sus luces altas. Sólo camioneros y un par de particulares conceden el cambio de luces.

Semanas después, Juan, un amigo editor de El Debate de los Calentanos, explica por qué: “Para muchos, el cambio de luces denota la pertenencia a un grupo [de narcotraficantes]. Si alguien cambia las luces y respondes estás haciendo una especie de saludos…”

Nos reímos nerviosamente… ®

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Publicado en: Agosto 2011, Apuntes y crónicas

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