“La mortaja” se hizo ojo de hormiga

La obra del pintor zacatecano Rafael Coronel ha desaparecido

Se desconoce quién sustrajo la pintura de Rafael Coronel del museo que lleva su nombre. La autora quiere subrayar la responsabilidad de las autoridades en proveer resguardo y transparencia y en realizar todos los pasos para obedecer y hacer obedecer las leyes.

Rafael Coronel, “La mortaja” (1996, acrílico sobre tela, 200 x 400 cm).
[…] la casa soy yo, mis antepasados,
es toda mi estirpe hasta sus raíces, en el más allá.
—Olga Orozco, de “Un poema como una casa”

No vivo en Zacatecas, para escribir este artículo entrevisté a mis amigos, a distancia. Por eso —su amistad— y el cariño que tienen por su ciudad, les agradezco las horas pasadas en esta traza colectiva, a veces cruzando la media noche. Como la emigrante que soy, existo de antítesis del coleccionista. No tengo cosas. Los libros que coleccioné, desde mis primeras lecturas hasta que dejé Zacatecas ahí se quedaron. Tal vez por eso me aferro tanto a esa ciudad y esos recuerdos. Gracias, pues, Julieta Medina, Inés de León, Alfonso López Monreal, mis interlocutores, allá y acá, y Okashi Velasco, quien además resguarda mis textos periodísticos y con quien pude repasar las fotos que me ubican, milímetro a milímetro, en aquellas memorias compartidas.

Zacatecas, “frontera por donde quisiera a mi tierra volver”

Soy asidua casi enfermiza de los museos. No concibo visitar una ciudad si la visita no arranca en uno. Apenas aterricé en Zacatecas me enrolé en un congreso de museos comunitarios celebrado en La Quemada.

Mis años en Zacatecas estuvieron marcados por el arte y los museos. No es exageración decir que cada día visité y escribí acerca de galerías, inauguraciones, artistas, obras, colecciones, museos y propuestas museográficas —grandes y pequeñas—. Diré en días, con precisión, que fueron 1,478 visitas a algún acervo cuantioso o modesto de obras y objetos que viven en mi memoria. Traducido en palabras, un número aproximado de unos dos millones. Dos días antes de partir estuve con mis hijos en La Galénica, de Uziel Gutiérrez de la Isla. Ninguno de mis dos hijos olvida ese fabuloso testimonio de la museografía local zacatecana. Al cruzar la puerta secreta que conducía al laboratorio, a buen resguardo de la Inquisición, entrabas en otro plano cósmico. Y es desde ese plano cósmico que hoy escribo.

En Zacatecas el coleccionismo, más que cualidad, es síndrome. Sus principales museos se conformaron con el acervo cuantioso de tan sólo tres pilares de ese coleccionismo, fuera de serie: Pedro Coronel (1983), Rafael Coronel (1990) y Manuel Felguérez (1998). No cabe aquí ni siquiera una reseña corta de la fundación de estos tres museos de altísimo calado. No tuve la fortuna de acudir a la inauguración del Museo Pedro Coronel en 1983, pero sí me tocó presenciar las de los Museos de Rafael Coronel y de Manuel Felguérez que, en compensación, no fueron dos sino cuatro, pues abrieron en dos fases cada uno, con su esplendor y sus muy distinguidos invitados. Y, como si se tratase de cucharadas copeteadas, también me tocó conocer, entrevistar y charlar, largo y tendido, con esos dos magníficos artistas que fueron y son Manuel Felguérez y Rafael Coronel. No realicé una entrevista sino varias y me senté con ellos horas seguidas escuchando los pormenores de su acervo, de su pasión por los museos y de su inagotable generosidad. Todavía hoy, pese a lo que narraré en este texto, albergo la esperanza de que sea la ciudadanía zacatecana quien salve el legado de estos artistas. Y que en un futuro no muy lejano también el lujo de reunir sus obras inspire a otros a traer a Ruelas, todo Goitia (ya existe un museo con su nombre), Francisco de Santiago. ¡Ay!

Y no se puede hablar de museos sin referir al hombre que se hizo cargo de sus majestuosas sedes, Federico Sescosse, quien murió en noviembre de 1999 sin que yo tuviese la suerte de conocerlo.

El pintor Alfonso López Monreal, luego de comentar este febrero 21 de 2025, con tiento, los problemas de seguridad que aquejan a Zacatecas, me refirió así su hemisferio. “Soy el único habitante de esta cuadra, flanqueado por dos edificios vacíos/abandonados…”.

El desinterés del gobierno por la cultura es evidente. “Recibí unos amigos y los llevé al museo Pedro Coronel…”, me cuenta López Monreal señalando el edificio que queda a pocos pasos de su casa. “Nos dejaron entrar, pero la mujer encargada nos iba abriendo y cerrando las salas, al tiempo en que nos contaba que, a menos que alguien venga, las salas de exhibición permanecen cerradas, por falta de personal”.

Poncho está feliz de que un café haya ocupado el lugar liberado por un bar, lo que se suma a una galería y un negocio de comida en ese ambiente de casonas antiguas, plazuelas y calles empedradas. López Monreal jamás ha estado en la política, pero su labor es digna de mención. En pocos trazos evoca los talleres de arte que creó en la reconversión de unos velatorios; el rescate de la casa de una prima, de manos de un partido político, para acoger a la 13a Bienal FEMSA en Zacatecas y albergar también los libros de la librería André, que intempestivamente se quedó sin local. Y, abordamos, claro, los malos vientos en que Zacatecas y el país perdieron, en un par de años, una lista nutrida de artistas. Rafael Coronel murió el 7 de mayo de 2019; Manuel Felguérez, el 8 de junio de 2020; Emilio Carrasco, el 20 de octubre de 2020; Juan Manuel de la Rosa, el 15 de julio de 2021. Esa racha de muerte se adelantó aún más a la pandemia, con pérdidas no menos sentidas en Zacatecas y en todo el país. Alejandro Nava (2014), José Luis Cuevas (2017), Vicente Rojo (2021) estos últimos asiduos del Taller de grabado en el Museo Manuel Felguérez) y, sobre todo uno de los pilares del museo Rafael Coronel, el museógrafo Alfonso Soto Soria (2010). Todos ellos, nos dejaron en tan sólo el transcurso del primer lustro del milenio.

López Monreal admira la generosidad de los artistas en contraste con los políticos. “¿Cuándo has sabido que done algo algún político?”, acota.

La preocupación crece entre los artistas por el abandono en el que se hallan los museos. El desinterés del gobierno por la cultura es evidente. “Recibí unos amigos y los llevé al museo Pedro Coronel…”, me cuenta López Monreal señalando el edificio que queda a pocos pasos de su casa. “Nos dejaron entrar, pero la mujer encargada nos iba abriendo y cerrando las salas, al tiempo en que nos contaba que, a menos que alguien venga, las salas de exhibición permanecen cerradas, por falta de personal”.

En este punto de la plática Poncho se lleva las manos a la cabeza con preocupación. Me refiere que la señora de las llaves es también la señora que limpia. No hay personal capacitado en el diario acontecer de este museo, probablemente tampoco un presupuesto más allá del cargo de la directora. La mención a museos vacíos, sueldos que se reducen, falta de promoción, interés o entusiasmo por parte de las autoridades, se repite entre los amigos. La descripción de López Monreal, escueta y mesurada, ha abierto un amplio vacío. Me llevé a mi insomnio de esa noche la imagen de ese matojo de llaves abriendo y cerrando puertas, de mis amigos golpeando portones para poder compartir con los visitantes foráneos sus museos.

¿Cómo y cuándo llegó “La mortaja” a Zacatecas?

El hallazgo de que “La mortaja” (acrílico sobre tela, 200 x 400 cm) había dejado Zacatecas fue relatado a detalle por quien ocupaba el cargo de secretario de Gobierno cuando se firmó una de las actas de donación, Arturo Nahle. Nahle refiere para los medios locales que en el acta, de la que conservó una copia, no se hace referencia explícita a “La mortaja”, salvo porque se dice que se excluyen de ese documento, firmado el 29 de mayo de 2002, “las obras donadas con anterioridad”. Nahle fue quien notó por primera vez, el pasado 6 de febrero, que “La mortaja” no estaba en su lugar. El escándalo que generó su queja nos llevó a descubrir que su fecha de partida fue en febrero de 2021, es decir, hace cuatro años.

Con Julieta Medina repaso vía WhatsApp algunos libros de arte. Generosa, me ayuda a corroborar la fecha en que se pintó el cuadro, 1996, antecediendo al acta citada por Arturo Nahle por seis años y próxima a cumplir treinta años en el museo.

“La mortaja” es la representación del entierro de San Francisco, realizada ex profeso para el edificio sede del museo, el exconvento de San Francisco de 1561, abandonado al entrar en vigor las Leyes de Reforma, en 1859. El museo contó en su fundación y diseño museográfico con Alfonso Soto Soria. En su oficio de pocos fue también considerado uno de los mejores del mundo. Esto fue lo que me dijo Soto Soria, en enero de 2001, acerca del museo que organizó, desde sus inicios y de su acervo. Sus palabras dejan ver que la instalación de las piezas donadas se planeó de manera permanente y con grandes expectativas, colección tras colección.

—Háblenos del valor del acervo actual del museo, en el contexto nacional e internacional, don Alfonso.
—Este museo es único. No sólo para Zacatecas sino para el país, ya que reúne tres condiciones.
La primera es su restauración. En 1986 se presentó la posibilidad de recuperar el Convento de San Francisco, gracias a la gestión de don Federico Sescosse. La nave de la iglesia era entonces la única bajo resguardo. Lo demás se hallaba en estado de ruina, usufructuado por particulares. En sus interiores los muros estaban desplomados. No había techos. Lo bueno fue que había testigos de elementos arquitectónicos y se pudo, a partir de ellos, devolver en muy alto grado el estado original.
La nave dependía del INAH. Una vez restaurado el resto, que estaba perdido, la nave, que dependía del INAH, se integró al control del gobierno del estado. Ahí están los arcos que permitieron ver los límites. No se mitificó ni se inventó nada. Lo que no se pudo restaurar con fidelidad, quedó convertido en jardines.
La segunda condición es que la comunidad lo recuperara como un lugar de esparcimiento.
La tercera es darle como destino el ser museo, con una colección muy importante, también gestión de Federico Sescosse, para que vinieran las colecciones de Rafael [Coronel], dedicado a coleccionar cosas de México.
En este museo hay actualmente 11 mil máscaras. Con muy raras excepciones, algunas de Guatemala por ejemplo, todas son mexicanas. Esto también lo hace único. No hay otro museo en el mundo con una colección semejante.
—Tengo entendido que no todas habrán de exhibirse.
—Hay ahora aquí 11 mil máscaras y no todas están expuestas, debido, principalmente, a que eso daría monotonía al museo. Se pretende montar con ellas una bodega/exhibición que servirá, a la larga, para el especialista que desee estudiar más a fondo el fenómeno, fotografiarlas o promover exposiciones temporales.

Soto Soria dedicó tiempo y pasión a esta entrevista. Caminamos entre las vitrinas, por todas las salas. Y pude preguntar a mis anchas acerca del museo y sus colecciones.

—De todos los proyectos en los que ha colaborado o que ha tenido oportunidad de dirigir, me imagino que tendrá uno que es su favorito. ¿Cuál es?
—Mi favorito es éste. Porque me tocó intervenir desde el principio. Soy además el único de fuera. Se trabajó durante cerca de cuatro años en la recuperación y la museografía de manera paralela.

Tanto “La mortaja” como “El tastuán y la niña de Jerez” fueron montadas en los muros principales de la capilla de San Antonio, como consta en una fotografía muy pública que dio marco a la entrada de la entrevista televisiva que le hizo Ricardo Rocha a Rafael Coronel en 1993.

Rafael Coronel, «El tastuán y la niña de Jerez» (1998, 200 x 600 cm).

El conjunto de piezas magistrales lucía a la altura de aquel edificio, arrancado al deterioro del tiempo. Fueron cinco años de arduos trabajos de restauración. Los muros y galerías se llenaron de exhibiciones fantásticas que nos llamaban a volver una, cien veces —salas y salas de máscaras—; una casi mística reunión de rostros y presencias que incluían a personajes como Carmen Mondragón —Nahui Olin—, Gerardo Murillo, Germán Gedovius, Ángela Peralta, Ruth Rivera e, incluso, el bosquejo perdido de “El hombre en la encrucijada”, de Diego Rivera. La colección de títeres se prepara con cuidado, convocando los servicios locales necesarios para su exhibición. Son las tandas de “Títeres” de Rosete Aranda, ambientadas tal y como se las viese en las plazas públicas. Soto Soria se explaya al hablar de ellas con emoción.

—¿La colección de Títeres de Rosete Aranda es la más importante del país?
—No es la más importante colección de estos títeres, pero sí es la mejor exhibida.Hasta los años cuarenta del siglo pasado se fabricaron estos muñecos. Hay Jorge Negrete, María Victoria, cuando los primeros son de finales del siglo XIX.Rafael compró su colección de esos más antiguos, en una época en que todavía se iban renovando. Llegaron en estado deplorable. Hubo que restaurarlos. Costureras zacatecanas reconstruyeron los trajes. Se procuró la ambientación en foros.Cuando se inauguró el museo, en julio de 1990, vinieron los viejitos titiriteros y eso motivó la apertura de otro museo en su tierra, Huamantla, Tlaxcala.El Instituto de Bellas Artes tiene también una colección más moderna. Pero una parte importante de esa colección se destruyó en el terremoto del 85. Ésos no están exhibidos, sólo en exposiciones temporales puede uno verlos.

El hilo

Yo alcancé a ver “La mortaja” en los muros de la sacristía de la capilla de San Antonio. Pese a su gran formato, parecía acomodarse al espacio. Las obras de Rafael Coronel parecen imbuidas de energía. Frente a ellas tienes la sensación de que sus personajes van a salirse de la tela y volver a entrar en ella, sin esfuerzo.

Rafael Coronel supo buscar en los lugares más fértiles, el alma del mexicano, en la habilidad de representarse; en la manera celosa como el arte y las máscaras resguardan y potencian lo propio, lo individual, lo íntimo, como un generador de arte y creatividad.

Creo que Rafael Coronel supo buscar en los lugares más fértiles, el alma del mexicano, en la habilidad de representarse; en la manera celosa como el arte y las máscaras resguardan y potencian lo propio, lo individual, lo íntimo, como un generador de arte y creatividad —un diálogo abierto—. Hay una sinergia que recorre los espacios descritos. Pese a la quietud de la vitrina o la bidimensionalidad de los muros se siente una suerte de inmediatez que deriva de la proximidad con esos objetos vivos, latientes…

Rafael Coronel, el protagonista verdadero de ese museo

Me detengo un momento a hablar del pintor que se hizo fama de ermitaño. Ese contraste entre mito y realidad me fue obvio desde el primer encuentro. Me pareció simpático, bromista; hablaba de México y de sus artistas a detalle y con entusiasmo; desplegaba una gran modestia con respecto a su obra. Son pocos los artistas que en vida llegan a disfrutar de altos ingresos. Pero, contrario a lo que se piensa, a veces su prestigio y el cotizarse bien los vuelve víctimas del éxito. Con sencillez compartió para el diario La Llovizna, en una entrevista de 2000, realizada por Victorina Saldaña, que muchas veces no había terminado la obra antes de que ésta se vendiese. “Detesto mi pintura”, expresó con el humor cáustico que a veces guiaba sus conversaciones. “Cuando termino un cuadro no lo puedo ver. Nunca he colgado una obra mía; prefiero que esté lejos de mí”.

Las colecciones que aportó en donación eran su orgullo. Creo también que todo coleccionista aspira a preservar su tesoro. ¿Lejos de él? Fue el mismo Rafael Coronel quien supervisó la colocación de cada pieza del museo, paradójicamente, en su tierra natal, a pocas cuadras de su casa paterna.

Pero el tema favorito de sus pláticas era el afán de ver prosperar su museo. Yo creo que se consideraba afortunado de vivir para verlo. Las colecciones que aportó en donación eran su orgullo. Creo también que todo coleccionista aspira a preservar su tesoro. ¿Lejos de él? Fue el mismo Rafael Coronel quien supervisó la colocación de cada pieza del museo, paradójicamente, en su tierra natal, a pocas cuadras de su casa paterna.

Que las dos obras icónicas del museo, “La mortaja” y “El tastuán y la niña de Jerez” pertenecían al museo parecería un hecho irrefutable. Su llegada y entrega por manos del artista; su sitio y presencia en él, desde que fueron concluidas; su temática, inseparable de estas tierras y de la propia sede y proyecto museográfico; su permanencia a lo largo de casi treinta años… son prueba y testimonio de que dejarlas ahí, para la posteridad, era la voluntad de quien las creó y del museógrafo que les destinó el sitio exacto.

Subrayo, no llegaron en préstamo; no estuvieron ahí una corta temporada; la ubicación que se les dio parecía adherida a un sentido de permanencia, definitividad, legado. ¿Por qué habrían llegado ahí si no? ¿Qué hacían allí, tan lejos de Morelos, de la Ciudad de México?

Herederos buitres, ¿acuñaron ya buitrismo?

A menudo, artistas e intelectuales se ven atrapados en querellas que involucran a herederos ávidos de reclamar los bienes de algún familiar. Las instituciones tienen que entrar en querellas legales largas y costosas por ese motivo. Sin embargo, para un museo, la constitución de su acervo es fundamental para su supervivencia y los parientes del donante deben mantenerse a distancia.

Los pleitos de museos con herederos llevaron a la Asociación de Museos —AM— a elaborar un documento que especifica “la donación en vida” como una de las causas defendibles en contra de los herederos. Claro que la donación en vida tiene que estar debidamente documentada, pero no carecen de importancia ni de causales para una defensa jurídica el que el artista que dona las entregue personalmente y participe o disponga del acuerdo para su exhibición; la defensa en pro de la preservación de las mismas obras en donación; el cumplir con la voluntad de un muerto con el aval de testigos, correspondencia, gestiones preventivas. La lista de casos de litigios contra museos no es corta.

Diré que la mayoría de casos de herederos que pugnan por recuperar bienes donados en vida a museos incluyen, casi siempre, causas nobles, así sean reales o ficticias. Es el caso de los herederos de Ansel Adams, quienes reclamaron la devolución de seis fotografías al Fresno Metropolitan Museum, de California, que pretendía venderlas para cubrir el adeudo que lo llevó a la bancarrota. El caso terminó en una negociación que obligó al museo a devolver las obras. Sin embargo, se evidenció que los donativos a museos son equivalentes a una transferencia de propiedad, salvo por las condiciones estipuladas al momento de la donación, en este caso, que las obras debían permanecer a la vista del público y no ser vendidas a colecciones particulares.

Vender no es “preservar”

Diré a este punto que la causa avanzada por el heredero de Rafael Coronel no fue noble. “Pago de deudas de su padre” fue lo esgrimido al presentarse a retirar el lienzo de cuatro por dos metros.

La discusión en redes, con el acompañamiento tenue de medios nacionales (La Jornada, El Universal) se limita a la propiedad de la obra y al pago, del que los mal pensados aducen derivaron “arreglos” para facilitar su retiro, trasladada desde Zacatecas hasta la Ciudad de México, según trascendió, por transportistas especializados.

El río revuelto de la cultura y la costumbre de juan–por–su–casa

Elrío revuelto éste es un conglomerado de problemas que exceden los límites de un solo museo: la desafortunada mentalidad localista —caciquil— en la que coinciden funcionarios inexpertos e ignorantes de los protocolos inherentes a los museos de acervos cuantiosos con los que cuenta la capital del estado de Zacatecas. Quizás de esto deriven ideas y proyectos que jamás tocan tierra. Hace 24 años se hablaba ya de la necesidad de formar museógrafos, diseñadores y personal especializado para esos museos. De haberse realizado esos proyectos contaríamos ya con varias generaciones de ellos. Los recortes presupuestales no pueden incluir la oferta cultural, en una ciudad y un estado que, carente de playas, atrae a los visitantes que se interesan en su arquitectura antigua y virreinal, sus museos, sus riquezas naturales. Como ciudad Patrimonio de la Humanidad, Zacatecas debería de contar con una dirección, secretaría o patronato vigilante del patrimonio a su resguardo, impedir que las casas se caigan a pedazos, que los museos  corran la aldaba de sus portones o que los herederos deambulen por ellos sin brida, a manera de juan–por–su–casa.

Las cartas de Francisco Goitia

Hoy me puse a pensar cuál podría ser el listado de sueños y reclamos expuestos a un gobierno al que le urge voltear a ver la cultura si me tocase escribir una carta como las que escribió Francisco Goitia y que me mencionó en conversación Alfonso López Monreal.

Lo subrayo, Zacatecas no tiene costas sino museos, no necesita vehículos y viaductos sino áreas peatonales bien cuidadas y animadas por artesanos y artistas, y una política cultural ad hoc con su oferta turística única. ¿Turibuses que afean la traza urbana? ¡No! Incentivar, en cambio, las caminatas, el ecoturismo, las expresiones populares locales como las callejoneadas, los tastuanes, la morisma de Bracho, los museos. ¿Danzantes de Holanda? ¿Pan? ¿Circo? ¿Qué tal un festival de músicos del XIX y del XX? Ecoturismo a Sombrerete y Las Ventanas; a Pinos, a los cañones, a La Quemada y sus museos, siempre, sus museos. Claro, y fortalecer la seguridad para todos, en la ciudad, en el campo, en los caminos, algo que a inicios del milenio todavía era realidad cotidiana.

Y ahora a los sueños

  • Que el comprador de “La mortaja” se arme de generosidad y la devuelva al sitio que no debió dejar.
  • Que en cada museo, cada área de cultura, se nombre a la persona idónea, que las hay.
  • Que el dinero que se gasta en turibuses y espectáculos, de esto o aquello, se invierta en oferta cultural, donde hacen falta expertos de todo tipo para la genuina preservación de los bienes de Zacatecas.
  • Que redacten hoy, sin dilación, las actas minuciosas que detallen el cuidado y preservación de los acervos de cada museo cuyos intereses conciernen, en primerísima instancia, a la ciudadanía zacatecana.y que, desafortunadamente, no suelen ser los mismos que los de los familiares.

No acuso a nadie. Me dolería lo mismo que maleantes o piratas hubiesen profanado el museo Rafael Coronel. Mi crítica ciudadana quiere subrayar la responsabilidad de las autoridades en proveer resguardo y transparencia y en realizar todos los pasos para obedecer y hacer obedecer las leyes. Pero también… existe la ética, el principio, el buen actuar. Y desde ahí levanto mi voz. ®

Compartir:

Publicado en: Apuntes y crónicas

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.