Cambios en el paisaje

Naoya Hatakeyama, fotografías

La naturaleza puede destruir en minutos el trabajo de muchos años. Cuando los acontecimientos nos arrebatan el paisaje donde nacimos y a nuestros seres queridos, la imagen es lo único que nos queda para constatar que existió.

Se aprieta el botón, se abre el obturador y se detiene el tiempo, lo que nos permite constatar la existencia de lo que se observó. A partir de un cálculo científico controlado logramos transformar el curso de los sucesos para captarlos, reobservarlos y saciar nuestra necesidad de constatar el pasado.

La naturaleza no opera así. En un instante determina un nacimiento, miles de muertes, cambios en el paisaje; sucede tan rápido que si no lo retratamos lo efímero pasa al olvido.

El 11 de marzo del 2011 a las 14:46, hora local de Japón, se produjo un sismo de casi seis minutos con una magnitud de 9 Mw, el cual desencadenó un tsunami sobre las costas de Tohoku, con olas de cuarenta metros que entraron diez kilómetros tierra adentro, habitada. Con la energía que se liberó en ese momento podría haberse abastecido de electricidad a la ciudad de Los Angeles durante un año. Ha sido el sismo más fuerte en la historia de Japón.

Alrededor de 16 mil personas murieron y casi tres mil desaparecieron. Personas de sesenta años en adelante fueron las más afectadas, porque en ese momento correr rápido era una posibilidad de alejarse de la ola.

Naoya Hatakeyama, fotógrafo japonés nacido en 1958, perdió a su madre, y a sus amigos ese día.

Hay fotografías de instantes y hay fotografías de fenómenos. Hatakeyama ha retratado toda su vida fenómenos que alteran poco a poco el paisaje para darle forma a las ciudades, pero en esta ocasión decidió avalar las imágenes de instantes y hablar de una forma nueva en su quehacer artístico.

Hay sucesos que nos rebasan. Cualquier evento que no logramos controlar o entender nos arranca el lenguaje y nos obliga a encontrar herramientas que no habíamos considerado válidas para construir un espacio expresivo nuevo.

Hay fotografías de instantes y hay fotografías de fenómenos. Hatakeyama ha retratado toda su vida fenómenos que alteran poco a poco el paisaje para darle forma a las ciudades, pero en esta ocasión decidió avalar las imágenes de instantes y hablar de una forma nueva en su quehacer artístico.

En sus proyectos Kesengawa (2002-2010) y Rikuzentakata (2011) Naoya rescata el pasado con fotografías que hasta ese momento él no había considerado válidas para integrar a su proyecto artístico. Se trata de cientos de snapshots de muy alta calidad estética, realizadas durante varios años en la región en donde creció y que decidió combinar con fotografías de la devastación después del tsunami. Un proyecto para mostrar cómo la ola se llevó a su pueblo.

Vi esta pieza en forma de proyección en el Espacio Japón, organizada por la Fundación Paisaje Social, A.C. Ésta invitó a Naoya a presentar esa serie en México, para compartir con nosotros el suceso que devastó una región de su país y con el cual los mexicanos nos podemos identificar plenamente.

Naoya, antes de este proyecto, se había dedicado a explorar el tema de la ciudad desde su pasado, su presente y su futuro y la relación entre los seres humanos y el medio. Su interés se centraba en la manera en que le damos forma al mundo y cómo este reacciona a esa forma.

Su obra anterior habla de la ciudad sin retratarla directamente. En el proyecto Lime Works fotografía las minas de cal, las cuales son esenciales en la fabricación del cemento para la construcción de ciudades; habla de la urbe desde un lugar diferente, aporta otro punto de vista sobre nuestro entorno, como si las minas de cal fueran el negativo y la ciudad el positivo de una fotografía.

Naoya ha trabajado treinta años como artista y profesor. Le gusta observar y permitir que los otros, a través de sus imágenes, puedan ver aquellos lugares a los que no tienen acceso. Su proyecto Ciel Tombé, en París, muestra cómo el techo del subsuelo de la ciudad se ha venido abajo con tantas excavaciones a través de los años. También le interesa cambiar la perspectiva sobre lo que vemos cotidianamente, por ejemplo, el cambio en la geografía de un espacio por la excavación constante de una mina.

Ha fotografiado como si fuera un científico, de forma racional y analítica. Naoya ve las cosas situándolas en el tiempo y en el espacio sin una posición crítica, sólo documentando la transformación del entorno. Hace paisaje para retratar la naturaleza, pero su fin último no es el paisaje, y por naturaleza no entiende los espacios “naturales”, sino los que se van modificando por la relación con el hombre.

“Experimenté que la naturaleza es muy fuerte y poderosa. Se llevó todo, perdí a mi pueblo y los recuerdos con los que crecí, ha sido un evento muy importante en mi vida”, dice el fotógrafo. “Siempre me pensé como un científico, alguien tratando de entender la naturaleza, pero ya detuve mi camino”. Ahora se cuestiona cómo continuar.

Naoya dice que la naturaleza siempre estará por encima de la ciencia porque, aunque tenemos la capacidad de modificarla, ésta puede destruir en minutos el trabajo de años. Cuando los acontecimientos nos arrebatan el paisaje donde nacimos y a nuestros seres queridos, la imagen es lo único que nos queda para constatar que existió. Todo lo que el artista hace es arte, cada imagen, cada palabra, cada reflexión sobre su experiencia construyen su trabajo, porque sale de los sucesos cotidianos de su vida.

Durante mucho tiempo Naoya no dio importancia a la serie de imágenes que tomaba de su entorno cotidiano; para él su trabajo debía ser planeado, meditado y sustentado. Ahora estas fotografías cobran relevancia. Su nivel poético y su calidad estética nos hacen apreciar la mirada de un artista que contempla su entorno y lo sabe traducir a otro lenguaje con maestría; ensambla una pieza para mostrarnos la belleza y la devastación, el antes y el después, con la misma destreza que desarrolla sus otros proyectos.

“Experimenté que la naturaleza es muy fuerte y poderosa. Se llevó todo, perdí a mi pueblo y los recuerdos con los que crecí, ha sido un evento muy importante en mi vida”, dice el fotógrafo. “Siempre me pensé como un científico, alguien tratando de entender la naturaleza, pero ya detuve mi camino”. Ahora se cuestiona cómo continuar.

La Fundación Paisaje Social, conformada en su mayoría por artistas de origen japonés que radican en México, tiene interés en reforzar las relaciones interpersonales utilizando el arte como medio. Para ello organizó una subasta de obras de arte donadas por los artistas en un proyecto que se llamó “Amor a Japón” después del terremoto del 2011. El dinero recaudado se envió a los huérfanos del tsunami. ®

Imágenes: cortesía del artista y de Taka Ishii Gallery.

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Publicado en: Diciembre 2013, Fotografía

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