Defensa de la timidez

El derecho a la soledad

Recientemente y de forma oficial, la timidez fue declarada una enfermedad mental. El autor se vale de la obra de Kafka, de Pessoa y de su propia experiencia para argumentar lo contrario y decir, simplemente, con los pies firmes: no, no y no.

Hay en el día una leve neblina húmeda y cálida, triste y sin asechanzas, monótona sin razón. Me duele algún sentimiento que desconozco; me falta algún tema pero no sé cuál; no tengo ganas en los nervios. Estoy triste debajo de la conciencia. Y escribo estas líneas, realmente mal anotadas, no para decir esto, ni para decir cualquier otra cosa, sino para ocupar en algo mi desatención.
—Bernardo Soares

© Kafka

El tímido regresa cada noche en el mismo camión, se sienta en la misma fila y le cede su lugar a la mujer más bella del mundo, cada ocasión con un vestido nuevo, una cintura distinta. Intenta sonreírle, pero apenas alcanza a esbozar una mueca incómoda. Piensa en treinta formas de decirle, por ejemplo, soy un tipo que siempre se está asomando por las ventanas, pero no; contempla las manos de la dama y no, sus labios y no, sus rodillas y no. La piel siempre será más suave a un centímetro de los dedos, pero no. Preguntarle su nombre, mejor no; contarle un chiste y no. Siempre se están yendo, con sus cuellos de cisne, con sus botas glamorosas, su falda insinuando apenas medio muslo y quizás un pellizco, un hola bastaría, un buenas tardes sería un comienzo, pero no, siempre y cien mil veces: no.

La timidez es un suspiro sin fondo y se escribe siempre con puntos suspensivos. Transcurre en un silencio sin origen, como el recorrido de las olas que no llegan a la playa; es casi un silencio musical. Nace de la duda, el pensamiento sonrojado, la inteligencia cautelosa que no persigue el conocimiento, la experiencia, a través de la palabra o el acto comunicativo, sino la contemplación. Es, sencillamente y hoy con mayor urgencia que nunca, la defensa de nuestra intimidad.

Definir el perfil del tímido es como buscarle forma a las nubes. Podría distinguirse como un individuo sensible, buen escucha, modesto, empático, desapegado, reflexivo y autocrítico; pero también como narcisista, neurótico, obsesivo, depresivo, miedoso, con trastornos de ansiedad y esclavo de la razón. Percibe la fragilidad del mundo a través de las sutilezas del lenguaje y como penitencia fue privado de la carcajada. Desde su estar callado puede ser un juez despiadado del hombre o un romántico que se enamora a la menor provocación. Como los voyeuristas de Kieslowski, su habitación cumplirá la función de templo y será a través de la mirada que exista.

La timidez es un suspiro sin fondo y se escribe siempre con puntos suspensivos. Nace de la duda, el pensamiento sonrojado, la inteligencia cautelosa que no persigue el conocimiento, la experiencia, a través de la palabra o el acto comunicativo, sino la contemplación. Es, sencillamente y hoy con mayor urgencia que nunca, la defensa de nuestra intimidad.

Los casos específicos son innumerables, la mayoría se diluye en el anonimato, aunque se pueden destacar algunos que crearon una obra valiosa a pesar y gracias a su timidez: Woody Allen, Raymond Carver, Rosseau, Montesquieu, Stendhal, Proust… Agatha Christie temía cualquier entrevista o aparición pública, Borges se petrificaba ante una mujer bella y por muchos años sus amigos leían sus discursos.También los hubo en ciencia (Einstein, Edison), política (Lincoln, Jefferson), música (Dylan, Ella Fitzgerald) e inclusive en la televisión (David Letterman).

O Fernando Pessoa, un tímido que me interesa particularmente, no sólo porque su obra ha sido una suerte de guía espiritual para mí sino porque escribe explícitamente del tema y es un caso extremo, tanto que se inventó decenas de amigos imaginarios, ésos que hoy llamamos heterónimos. Consigo mismo podía mantener el más elevado de los diálogos, pero la presencia de otra persona le atarantaba el pensamiento, todo le resulta anticipadamente frustrado, hablar con la gente le daba sueño, una simple invitación a cenar podía provocarle insomnio, severa ansiedad y estorbarle las ideas durante jornada y fracción. Bernardo Soares consideraba un ordinario ¿cómo estás? como un saludo vulgar, una imperdonable grosería, absolutamente hueca y falsa, como lo son la mayoría de las charlas a las que uno le toca atender. Prefería el encanto de observar a una mujer leyendo en una esquina del café que el desencanto de sostener una conversación.

Todos los días la materia me maltrata. Mi sensibilidad es una llama al viento.

Paso por una calle y estoy viendo en la cara de los transeúntes no la expresión que realmente tienen, sino la expresión que tendrían para conmigo si conociesen mi vida y cómo soy yo, si se transparentase en mis gestos en mi rostro la ridícula y tímida anormalidad de mi alma. En ojos que no miran sospecho burlas que encuentro naturales, dirigidas contra la excepción inelegante que soy entre un montón de gente que hace y goza, y en el fondo supuesto de fisonomías que pasan, carcajada de la tímida gesticulación de mi vida, una conciencia de ella que sobrepongo e interpongo. En vano, después de pensar esto, procuro convencerme de que de mí, y sólo de mí, la idea de la burla y del oprobio sutil parte y chorrea. No puedo ya llamar a mí la imagen del verme ridículo, una vez objetivado en los demás. Me siento, de repente, sofocar y dudar en una estufa de mofas y enemistades. Todos me apuntan con el dedo desde el fondo de sus almas. Me lapidan con alegres y desdeñosas burlas todos los que pasan junto a mí. Camino entre fantasmas enemigos que mi imaginación enferma ha imaginado y localizado en personas reales. Todo me abofetea y escarnece. Y a veces, en pleno en medio de la calle —inobservado, al final— me paro, dudo, busco algo así como una súbita nueva dimensión, una puerta hacia el interior del espacio, donde huir sin demora de mi conciencia de los demás, de mi intuición demasiado objetivada de la realidad de las vivas almas ajenas.

Cuando se habla del tema en cuestión la mayoría lo entiende como un problema, una patología o inclusive una fobia social. Algunos científicos creen que es genético. Los psicoanalistas intuyen que puede ser un indicador de un conflicto mayor, los conductistas aseguran que es circunstancial. Desde terapias hasta un spray, basta navegar un rato en la red para percatarse que la mayoría de los artículos al respecto buscan vender una solución. Hace apenas unos días inclusive fue declarada de forma oficial como una enfermedad mental. Y eso me ofende, me agrede sobremanera y personalmente.

La timidez apareció en mi vida hace un par de años, desde entonces ha seguido su curso, progresivo e irreversible como la calvicie. Antes era reservado, pero sociable, ahora desconecto el teléfono y prefiero no saber dónde quedó mi celular. Simplemente sucede. No es un caso grave, no me produce conflicto hablar en público, una discusión siempre me incitará al diálogo, cuando es ineludible comunicarse guardo una pregunta bajo la manga, pero si me encuentro en una reunión con más de tres personas… Últimamente me ocurre que acudo a fiestas donde puedo quedarme callado toda la noche; en consecuencia, un amigo me pregunta cada semana ¿Te encuentras bien? Siempre respondo lo mismo: Sí, estoy tranquilo, no tenía nada que opinar. Su insistencia fue tanta que la última vez le advertí que si volvía a cuestionarme al respecto me vería obligado a recurrir a alguna tortura medieval.

Al principio no fue fácil aceptarme como tímido, pero creo que por fin lo he logrado, me siento en paz y lo único que he perdido en el proceso es el control de mis cejas, se han vuelto mi principal medio de expresión. En cambio, gané un título como experto en nalgas: lo mejor que resta por ver cuando una mujer se aleja, se va, sin poder siquiera pronunciar cualquier adiós.

Un hombre de semblante serio, para colmo sin compañía, suele prestarse a las más inquietantes interpretaciones. El tímido es frecuentemente tachado de aburrido, ese calificativo tan indeseable en esta cultura inmediatista que privilegia el entretenimiento por encima de la espiritualidad. También habrá quién lo perciba como aguafiestas, soberbio, raro indeseable y hasta un sociópata en potencia. En realidad no es más que un desasosegado, lo que es decir, un pescador en una canoa de un solo agujero, un malpensado, el tripulante de un paseo imprevisto, un vagabundo de la ensoñación…

…siempre solo, y ése es el mayor desafío, aprender a convivir con el silencio. Ese canto sedoso que amplía nuestra capacidad contemplativa, dilata nuestras aptitudes perceptivas, serena el temple de nuestra respiración. Por eso el budismo lo adopta como el mejor maestro: más estridente que cualquier ruido: desafía cualquier convención. Cuando un filósofo retó a Buda exigiéndole que le mostrase la verdad éste permaneció en un silencio escandaloso que se ha prolongado hasta el día de hoy.

Claro, no es sencillo y hay que luchar por ello. Vivimos en los tiempos de la hipercomunicación: uno no se puede rascar la barriga a gusto sin que lo interrumpan por teléfono, redes sociales, celular o chat. Basta prestar atención a la publicidad, la programación televisiva, la distribución de los espacios públicos, para percatarse de la absurda jerarquización de la convivencia como valor cultural, como estatuto de nuestra constitución moral. De ahí proviene la ansiedad del tímido, de su propia timidez irrealizada, un exilio inconcluso, una naturaleza que va en contra de la inercia de nuestra época y por lo tanto resulta en su marginación.

De ahí proviene la ansiedad del tímido, de su propia timidez irrealizada, un exilio inconcluso, una naturaleza que va en contra de la inercia de nuestra época y por lo tanto resulta en su marginación.

Por eso traigo a colación otro ejemplo paradigmático, el de Kafka. Milena Jesenká, la amante con quien mantuvo una intensa correspondencia, lo describió así tras su muerte: tímido, retraído, suave y amable, visionario, demasiado sabio para vivir, demasiado débil para luchar, de los que se someten al vencedor y acaban por avergonzarlo. Isaac Bashevis Singer, premio Nobel polaco, lo caracteriza en un cuento de forma similar. “También Kafka era tímido, tímido como un estudiante de yeshiva. En cambio, yo nunca he sido tímido, y quizá sea ésta la razón de que nunca haya llegado a nada”. Y es que Franz, inquisidor implacable de los otros y sobre todo de sí, al igual que Pessoa, entendió la timidez como una forma de nobleza, de bondad. A diferencia del poeta lusitano, rara vez se define como tímido, acaso como solitario, sin embargo, queda el registro en toda su obra, se advierte desde las primeras páginas de El Proceso, pasando por la angustia que tiñe sus diarios o el testimonio de su infancia en la Carta al padre, de La Metamorfosis ni se diga. Y al final, el acto definitivo, la ideología del tímido en plena luz, aquellas líneas a su amigo del alma, Max Brod. “Quema todos mis escritos, sin leerlos antes. Quiero que se me olvide”.

Por eso, para evitar tales extremos, para no sentir que nos apuntan como lo sufrió en su momento Bernardo Soares, hay que combatir la “conspiración”: seamos públicamente tímidos. Realmente nadie nos obliga a responder, a tuitear cada hora, a tener un juicio o una opinión sobre todo. Apliquemos la de Bartleby: preferiríamos no hacerlo. Seamos discretos como el protagonista de Tala de Bernhard, reservemos algunos razonamientos para nosotros mismos, mudos y taciturnos, francos y aliviados en la comodidad de nuestro sillón de orejas mientras el banquete de los impostores ocurre a nuestro al rededor. Será un tanto fatigoso, soy el primero en reconocerlo: hay días en que quisiera gritar por la ventana, hasta los siete mares, a través de la neblina, con esa voz que ahora reconozco como mía, apretando los labios, entrecortando las palabras, tartamudo:

“¡Intelijencia, dame el no-no-nombre exacto de las cosas!»
“No-no-no-no a la re-re-re-encarnación en otra especie”
“So-so-so-soy del tamaño de lo que veo”.

Pero no. No entiendo la necesidad. Ya no. A partir de ahora y hasta el final de mis tiempos: no, no y no. ®

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Publicado en: Cuadernos para narrar, Febrero 2012

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  1. Qué buen texto. Me identifico mucho con esta timidez, pero hay días en los que hay que actuar…

    Como en Tabaquería:

    El mundo es para quien nace para conquistarlo
    y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.

  2. Vaya!!
    me ha encantado mucho tu articulo, justo hoy ha sido uno de mis peores dias… precisamente por culpa de mi pequeña «enfermedad». Me sentia triste, desanimada…pero ahora que he leido esto y junto con el apoyo de una persona especial han regresados mis animos de siempre.

    Saludos~

  3. Joaquín Peón Iñiguez

    Así es, tímido/anónimo, tal cual lo cita Rogelio, con todas sus jotas. Las otras citas del final pertenecen a Bernardo Soares y Albert Pla.

    Y aprovecho para dejar una más para el recuerdo, de pilón. Es de Leopardi y la conocí a través de Rafael Toriz.

    “Soy tímido con las mujeres; luego, Dios no existe”.

    Gracias a todos por leer.

    Saludos

  4. Disculpa, pero debes saber que en el poema de Juan Ramón Jiménez «Eternidades», de 1918, el poeta escribió así precisamente esa palabra, y con toda intención: con j. Saludos.

    ¡Intelijencia, dame
    el nombre exacto de las cosas!
    … Que mi palabra sea
    la cosa misma
    creada por mi alma nuevamente.
    Que por mí vayan todos
    los que no las conocen, a las cosas;
    que por mí vayan todos
    los que ya las olvidan, a las cosas;
    Que por mí vayan todos
    Los mismos que las aman, a las cosas…
    ¡Intelijencia, dame
    el nombre exacto, y tuyo
    y suyo, y mío, de las cosas!

  5. La timidez es un don que nos hace grandes dentro de nosotros mismos. Acertadísimo artículo que desmitifica a la timidez y le da un halo vulnerable para tan necesario para su existencia. En cuanto a darle ese tinte enfermizo que pretenden las transnacionales, seguramente será por que todo lo humano se ve enfermizo..y por supuesto los laboratorios (potentísimas industrias de hacer billetes y enfermos..jaja) necesitan de mas enfermedades para «curar» o mantener.
    Los verdaderos tímidos nos reímos de estos fallidos intentos.
    Un abrazo desde el sur

  6. la timidez

    Disculpe, pero «inteligencia» se escribe así, no como aparece en el escrito: «intelijencia».

  7. Definitivamente la timidez está más cerca de las cualidades de la contemplación, que de cualquier otro diagnóstico médico con bases sesgadas.

  8. Román Manuel

    Y yo me pregunto si Woody Allen, Raymond Carver, Rosseau, Montesquieu, Stendhal, Proust o Agatha Christie hubieran defendido su timidez o ya de plano, se hubieran reído de tan ridículas pretensiones.

  9. Joaquín Peón Iñiguez

    Gracias a todos por sus comentarios.

    Me gustaría precisar algo a propósito de un apunte en facebook: en el sexo no conviene ser tímido, sino todo lo contrario

  10. Pienso que…….de un personaje tímido a un personaje social, me quedaria con el personaje tímido….puesto que de un social ya sabes que es lo que puedes esperar….y los tímidos suelen darnos las mejores sorpresas…caras vemos, corazones no sabemos….y entre mas calladitos……Bueno…peligro, pero refiriendome a un peligro interesante…..ese peligro sorpresivo que te hace decir….tan tímido que se ve y mira nadamas….WUAO. Yo le he visto…y me consta. Buen artículo!!! Siempre.

  11. Me gusta la idea de defender la timidez y que no por estar callado signifique que algo está mal con nosotros.

    Pero también existimos los tímidos parlanchines, que tras tanta palabrería distraemos al escucha y evitamos nos decifre o se haga ideas de nosotros. Usamos esa arma para evitar que ciertas personas nos conozcan a profundidad y mejor se queden con una idea superficial.

    :)

  12. El tímido se da la oportunidad de descubrir la riqueza de su interior.
    ¡Excelente articulo!

  13. Diana Solòrzano

    Felicidades,maravilloso articulo!!…conozco a miles de tìmidos, que han sufrido mucho por eso, y la verdad, mucha de la gente mas maravillosa que conozco son muy tìmidos. Asì que este artìculo me pareciò un buen homenaje a todos esos que a veces no se animan ni a escribir.

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