Del Mundial del hijo al Mundial del padre

Deseábamos ver a Messi levantar esa Copa

Messi, el hombre que le lleva una década al Maradona de México 1986, levantó su Copa. Hubo fiesta en las calles. Y la Justicia del fútbol hizo que este equipo plagado de hombres vulgares y sencillos jugaran al juego que más les gusta.

Messi besa la copa. Fotografía de Sportloversbd.

La vida se divide en mundiales. Hitos que son bisagras. Los mundiales son eslabones de una cadena circular y centrífuga. El tránsito del Mundial 2022 fue una búsqueda permanente de Justicia porque había un Dios argento caído del cielo al que le faltaba una corona. Como acto de supervivencia nos aferramos a dioses, mitos, leyendas y cábalas. Un país, un continente y una sucursal del sudeste asiático se unieron en el deseo ferviente. Sí, queríamos ver a Argentina campeón. Pero más deseábamos ver a Messi levantar esa Copa.

Cuando Diego Armando Maradona ganó el Mundial 1986 tenía veinticinco años, siete meses y veintisiete días. Fue el tercer capitán más joven de un seleccionado de fútbol en ganar la competición. Diego era figura indiscutida en Nápoles, medía 1.65 m, metió cinco goles, entre ellos dos épicos contra Inglaterra y aún no había sido padre. En la previa del Mundial no todo eran halagos. Yo cursaba séptimo grado y había armado en una libreta un gráfico para completar las estadísticas con los veintidós convocados. Un compañero de curso me dijo: “Maradona es un gordito fanfarrón”. Fanfarrón en argentina significa presumido, vanidoso, arrogante, orgulloso, agrandado.

Recuerdo mi recuerdo. Fue una sensación inexplicable, como un escozor, un dolor de panza. Que un amigo, un compañero de no más de doce años hablara despectivamente de Diego. Durante mis primeros años de niñez yo pensaba que maradona era un adjetivo calificativo. Mi hogar no era muy futbolero, mi viejo había puteado mucho contra el Mundial de 1978, por la dictadura, los milicos y los allanamientos, pero siempre me hablaba de la Boca, de sus épocas de estudiante de Medicina en la Buenos Aires del cincuenta y de las celebraciones en el barrio de Quinquela Martín los domingos que ganaban los Xeneizes. Y, cada vez que hacía algo muy bien, me decía: “Sos maradona”. Recién en 1979, en el campeonato juvenil de Japón, me enteré de la existencia de Diego Armando y Maradona pasó a ser un nombre propio.

El periodismo deportivo es una escuela del oficio, de la narrativa y de la poética. Luego del partido contra Países Bajos, con Maradona muerto, regresaron con su odio sudaca de desprecio y subestimación los reyes de la moral. Destacaron la vulgaridad del 10 argentino.

Pero ese muchacho de veinticinco para algunos era un gordito retacón y agrandado. Diego, el hijo, ganó la Copa Mundial. Y se transformó en un Dios. Un dios de barro, humano y divino. Un mito viviente.

Treinta y seis años después Messi se preparaba para jugar su último Mundial. Después de ganar la Copa América 2021 algunas voces de la crítica se habían silenciado. Ya no le exigían que para ser el mejor jugador del mundo debía ganar un Mundial.

El periodista Juan Mascardi y su hijo Bauti. Foto de Clara López Verrilli.

Pero Messi, el padre de tres hijos varones, sentía esa deuda interior. El periodismo deportivo suele dejar huecos que se completan con lugares comunes y estereotipos. El periodismo deportivo es una escuela del oficio, de la narrativa y de la poética. Luego del partido contra Países Bajos, con Maradona muerto, regresaron con su odio sudaca de desprecio y subestimación los reyes de la moral. Destacaron la vulgaridad del 10 argentino. Desde Madrid, columnistas desearon que Argentina perdiera por goleada contra Croacia en la semifinal. Un diario tituló que Argentina no sabe ganar. Sin contexto, sin matices, la xenofobia suele tener artimañas sutiles en la discriminación.

Messi, el hombre que le lleva una década al Maradona de México 1986, levantó su Copa. Hubo fiesta en las calles. Y la Justicia del fútbol hizo que este equipo plagado de hombres vulgares y sencillos jugaran al juego que más les gusta. Hoy a la mañana vi una foto de ayer. Somos mi hijo y yo, camino al Monumento Nacional a la Bandera de Rosario, después de la final. En la foto le apoyo mi mano en su hombro. Él tiene doce años, la misma edad que yo tenía en 1986. Y esa mano en el hombro es la misma que me puso mi viejo en el Mundial de Maradona. Para muchos de nosotros la vida se divide en mundiales. Esos hitos que son puente y bisagra. Sigamos tendiendo esos nexos a través de las generaciones.

Messi, el padre, le pone su mano en el hombro a Maradona, el hijo. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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